[Gira como las noches giran]
Refiere ‘Īsà ibn Hišām:
La separación me llevó dando tumbos hasta pisar los confines de Ŷurŷān. Mas vencí al Destino tomando una alquería cuyas tierras roturé y colonicé, dedicando dineros al comercio y abriendo una tienda. También hice amigos que fueron mis compañeros y dedicaba a la casa el principio y el fin del día y a la tienda el tiempo intermedio.
Cierta vez en que manteníamos una tertulia acerca de la poesía y los poetas, se sentó frente a nosotros y no lejos un joven que escuchaba como prestando atención, pero que callaba haciéndose el desentendido. Hasta que el curso de la argumentación nos absorbió, arrastrándonos la dinámica de la disputa. Entonces dijo:
―Acertasteis con el racimito de dátiles y alcanzasteis el rozadero del camello: Si quisiera, hablaría hasta colmaros de retórica, y si lo hiciera, apagaría vuestra sed, de vuelta ya del abrevadero haciendo resplandecer la verdad en el palenque de una elocuencia que ni los sordos podrían dejar de escuchar y que obligaría a bajar de sus montes incluso a las cabras montunas.
―Hombre instruido, acércate ―le repliqué―, pues suscitaste nuestros deseos, haznos partícipes de tu saber, puesto que echaste la muela del juicio.
Así que, acercándose, propuso:
―Preguntadme y os responderé, escuchad y os he de maravillar.
[…]
Dijimos:
―¿Y qué opinas acerca de los poetas antiguos y modernos?
―La expresión de los antiguos ―replicó― es más noble y más afortunados sus conceptos, a la par que los tardíos resultan más gratos y finos por su artificiosidad y estilo.
―¿Querrías mostrar alguno de tus propios poemas y referirnos algo sobre tu persona? ―le propusimos.
―Tomad ambas cosas en una sola exposición.
Y declamó:
¿No me veis cubierto de harapos,
cabalgando, infeliz, amargo sino;
alimentando de noche rencores en mi pecho
y topando con rojas vicisitudes?
Mi mayor esperanza es que Sirio ascienda,
pues fuimos afligidos con esperanzas calamitosas,
aunque este noble era del más alto rango
y el agua de esta faz del más caro precio.
Por gusto planté mis verdes tiendas
en la mansión de Darío y bajo la cúpula de Kosroes.
Mas el Destino se me volteó enemigo
y desconocida se hizo mi usual buena vida.
De bonanzas solo quedó el recuerdo
y hasta el día presente etcétera, etcétera.
De no ser por la vieja que tengo en Sāmarrā’
y los retoños que en los montes de Buşrà viven,
a quienes el Hado acarreó desgracias,
de grado ―señores míos― me habría dado muerte.
Prosigue ‘Īsà ibn Hišām:
―Así que le entregué lo que pude y él se marchó, dándonos la espalda. Entonces me puse a hacer memoria para identificarle, pues creía conocerlo. Por fin, sus piños incisivos me indicaron quien era, y exclamé: «Por Dios, que es al-Iskandarī.» Aquel que nos había abandonado de jovencito cual cervatillo y nos reencontraba, importuno, ya talludo. Le seguí los pasos y agarrándolo por la cintura pregunté.
―¿No eres tú Abū l-Fath? ¿No es a ti a quien criamos como a hijo, parando tú con nosotros largos años de tu vida? ¿Y qué vieja esposa es esa que dices tener en Sāmarrā’?
Se me rio en las barbas mientras comentaba:
Desgraciado, este es un tiempo falso:
que no te engatusen las ilusiones
ni te apegues a un solo estado;
gira como las noches giran.
Al-Hamadānī. Venturas y desventuras del pícaro Abū l-Fath de Alejandría, Capítulo 1, ‘Cuadro de la poesía’. Traducción de Serafín Fanjul (Alianza Editorial, 1988)