Un hombre
decidió derribar un muro
y empujó, y tiró, y golpeó…
pero no pudo
con el muro.
Vinieron más hombres
a ayudarle a derribar el muro
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
pero no pudieron
con el muro.
Y llegaron más y más hombres y mujeres
que querían derribar el muro
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
pero no pudieron
con aquel muro.
Y aparecieron decenas y decenas
de hombres y mujeres y niños y niñas
que deseaban derribar el muro
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
pero no pudieron
con el puto muro.
Y acudieron centenas y millares
de mujeres y hombres y niñas y niños
y cuñados y primos y abuelas
que pretendían derribar el muro,
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
pero no pudieron
con aquel puto muro.
Y se sumaron centenares de miles
de hombres y mujeres y niños y niñas
y peritos y expertas y analistas
—buscando pistas—
que insistieron en derribar el muro,
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
pero no pudieron
con aquel muro.
Y comparecieron millones y millones
de mujeres y hombres y niñas y niños
y ascetas y farsantes y astronautas y caníbales
que suspiraban por derribar el muro,
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
pero no pudieron
con el jodido muro.
Y se reunieron los miles de millones
de mujeres y niños y hombres y niñas
de todo el entero planeta
(menos unos cuantos)
y juntos aún intentaron derribar el muro,
y empujaron, y tiraron, y golpearon…
y jamás de los jamases pudieron
con aquel reputísimo muro.
Moraleja:
Quien no tenga ojos
que la vista se proteja.
egm. 2024
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