10 de agosto de 2022

Ana Luísa Amaral

Lugares comunes

Entré en Londres
en un café mugriento (no solo nosotros
tenemos cafés mugrientos, los ingleses también,
e incluso tenían más cosas, ahora
es solo Escocia y un poco de Irlanda y aquellos
islotillos ya alejados).

Entré en Londres
en un café mugriento, peor aún que nuestros bares
de playa (esto es solo para quien no se haga
una pequeña idea de lo que tienen por allí), era
incluso muy mugriento,
no es que fuera ruin, era mugriento
hablando en plata, con mucho desorden y cocina
sucia. Bastante cutre.

Claro que todos mis prejuicios
de mujer se me vinieron encima, porque en el café
solo había hombres comiendo beicon, huevos y tomate
(si fuera en Portugal serían bocadillos de queso),
pero pensé: Estoy en Londres, estoy
sola, no me importan los hombres, los ingleses
ni siquiera incordian como los nuestros,
y por ahí adelante…

Así que entré en el café mugriento, con la planta
de plástico en un rincón.
Solo después de haber entrado vi a una mujer
sentada leyendo algo. Y me sentí
más fuerte, no sé por qué, pero me sentí más fuerte.
Era una tribu de veintitrés hombres y ella sola, y
luego yo

Y pedí un café, que no estaba nada mal
para un café mugriento como aquel, y el hombre
que me sirvió dijo: There you are, love.
Tuve ganas de contestar: I’m not your bloody love o
Go to hell o algo por el estilo, pero entonces
pensé: Lo tienen tan arraigado
en su cultura y la intención no era mala y además
ya me voy enseguida, tengo un vuelo,
qué más da.

Y pagué el café, que no estaba nada mal,
y me quedé un rato así, mirando a mi alrededor
a toda la tribu que comía huevos con panceta
y entonces vi la hora y pensé que el taxi
estaba a punto de llegar y tenía que irme.
Y cuando iba a levantarme, la mujer sonrió
como diciendo: That’s it

y miró también a su alrededor a la panceta
y los huevos y a todos los hombres comiendo
y yo me sentí más fuerte, no sé por qué,
pero me sentí más fuerte

y pensé que al final no importa Londres ni la gente,
que en todas partes
viene a ser lo mismo.



Tatiana Faia
“Lugares Comunes” de Ana Luísa Amaral
In memoriam Ana Luísa Amaral (1956-2022)

Uno de mis poemas favoritos de Ana Luísa Amaral tiene lugar en un café inglés. Se titula “Lugares comunes”. En él, una mujer que hace tiempo antes de tomar un avión entra en un café mugriento en Londres. En parte me gusta este poema porque ese café me es familiar. Estoy segura de que he estado allí muchas veces, aunque no tengo ni idea de dónde está ni qué café pueda ser. De hecho, a medida que leemos el poema, queda claro que todos sabemos qué café es este y que todos hemos estado allí, en Londres y en otras ciudades. La calidad del café no es mala, pero tampoco espectacular y muchas veces hemos sido cómplices de este café. La calidad es mejor de lo que esperábamos dado el sitio. En este poema, sin embargo, la familiaridad del lugar apunta constantemente a la absoluta necesidad de encontrarlo extraño. Y creo que esa tensión entre la extrañeza y la familiaridad, tantas veces traducida en un juego entre la escala épica y la cotidiana en otros poemas de Ana Luísa Amaral, es uno de los aspectos más singulares de su poesía. Es algo que está muy vivo en la relación con objetos, personas o lugares que aparecen en otros poemas. Es una de las cosas que más me gustan de su estilo.

En este poema en particular, este mugriento café inglés que es un lugar-común está poblado de hombres. Exactamente veintitrés, nos dice la narradora. Una mujer entra entonces en el mugriento café inglés donde está sentada una tribu de veintitrés hombres y una sola mujer (tranquila, leyendo en un rincón) y, según se nos dice, al entrar, “todos los prejuicios” de mujer de la narradora se le vienen encima: solo había hombres comiendo beicon con huevos y tomate. El otro prejuicio no tiene mucho que ver con la comida, pero la narradora se da cuenta de que, estando sola en este café donde solo hay hombres, no hace falta querer saber mucho de ellos, que los hombres ingleses ni siquiera se meten mucho con las mujeres, al contrario que los “nuestros” (hombres portugueses, esto es). Observo que en ningún momento del poema se describe el olor del café, pero la impresión de este olor nos penetra a medida que vamos leyendo. La narradora nos dice que el café es mugriento, pero no ruin y que cuando vio a la mujer leyendo en el rincón se sintió más fuerte y que no sabe por qué se sintió más fuerte, pero que así fue. La voz que se escucha en el poema es parte de la inestabilidad que constantemente nos acompaña al leerlo.

La inestabilidad de la mirada de la narradora, expresada con una ironía sarcástica, mezcla de familiaridad e incomodidad, que no es infrecuente que una mujer sienta en ciertos cafés mugrientos por el mundo adelante, es decisiva en la fuerte impresión opresiva que se nos comunica. Este poema sobre este café que es un lugar-común me recuerda un poco a la escena inicial de Inglorious Bastards de Quentin Tarantino. Y me imagino que Ana Luísa Amaral quizá se riera de esta comparación y estaría en desacuerdo. Pero es una mezcla de opresión y potencial de violencia que solo sentimos cuando nos encontramos con las fuerzas más opresivas de la historia. Comienza con el hecho de que, con un sarcasmo magistral, satiriza en apenas una estrofa tanto el colonialismo portugués como el inglés, cuanto el provincianismo mezquino de ambos, dejándolo colgado sobre el escenario del poema, y que sigue una línea que continúa en el breve diálogo que la narradora mantiene con el hombre que le sirve el café, cuyo acento cockney se oye de lejos en una de las frases más manidas que los camareros de los cafés mugrientos suelen decir a las mujeres en los cafés de Londres: “There you are, love”. Puedo oír el acento y la inflexión con que se pronuncia esta frase no solo cuando la imagino pronunciada en los poemas de Ana Luísa Amaral que suceden en mugrientos cafés londinenses, sino dicha por conductores de autobús, vendedores de billetes de tren, policías… y observo que siempre es un hombre quien la pronuncia. Por supuesto, tras una década de vivir en Inglaterra, es bastante probable que en algún momento alguna mujer que me haya servido un café en algún lugar me la haya dicho, talvez incluso muchas veces. Pero no recuerdo esa frase pronunciada nunca con voz femenina. Admito que es un prejuicio de mujer decir que esta es una frase para ser dicha por un hombre.

La otra cosa que provoca tensión e inestabilidad en el poema, y que explica por qué me hace pensar en Tarantino, es la respuesta que la narradora imagina dar a este hombre, “Go to hell”, pero es una frase que nunca se pronuncia. Y el otro cabo suelto del poema es la mujer callada que lee en un rincón, con su fuerza inexplicable, con su “That’s it” de lectora absorta, insinuado casi al final del poema, que comunica fuerza a la otra mujer. Y me parece que este poema no cambia nada, pero hay en él una mirada profunda que lo denuncia todo. Y una vez visto lo que describe, no es posible dejar de verlo. Denuncia la complacencia con la que miramos los lugares-comunes, nuestras escasas expectativas respecto a ellos, el hecho de que queremos pasar por ellos incólumes, sin apenas responder para tomar nuestro café en paz (no lo parece, pero hay en este café un eco oblicuo de otro café, algo más mítico, que un poeta portugués toma en otro lugar de Europa, el de "En Creta, con el Minotauro"), un tipo de violencia cotidiana e intolerable que, de tan arraigada, dejamos de verla, tan arraigada que destruye incluso el otro más provinciano de los mitos y prejuicios portugueses, el de que por ahí fuera es lo que es, porque dentro de nuestras fronteras ya no hay nada que hacer. Excepto que esta mujer que entra en este café, sale de él y sabe exactamente lo que significa, y puede explicar qué es lo que quiere decir, y al final está menos sola porque incluso encuentra la voz de otra mujer.

Mi café favorito en Londres está en Monmouth Street. Suelo ir allí para encontrarme con una amiga a la que le gusta sentarse a leer o a escribir. Y nunca he entrado en este café, que no es mugriento , ni nunca mis ojos se han encontrado con los de esta amiga cuando ella los levanta de lo que está haciendo, sin recordar este poema de Ana Luísa Amaral. Tal vez los poetas que amamos siguen vivos en el amor que sentimos por los poemas que más nos gustan de ellos, en la forma en que vemos el mundo a través de la lente de esos poemas. Podemos echar de menos cosas que nunca nos han sucedido. Siento una tristeza indecible por no haber conocido mejor a Ana Luísa Amaral y por no poder llevarla ya a tomar un café en Monmouth Street. Pero quiero creer que ahora está en el cielo de los poetas, tomando un café con Emily Dickinson.

Oxford, 7 de agosto de 2022



Ana Luísa Amaral. Lugares comuns (lyrikline.org/de)
Tatiana Faia. “Lugares Comuns” de Ana Luísa Amaral (enfermaria6.com)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2022


                    ∼

Lugares comuns

Entrei em Londres
num café manhoso (não é só entre nós
que há cafés manhosos, os ingleses também
e eles até tiveram mais coisas, agora
é só a Escócia e um pouco da Irlanda e aquelas
ilhotazitas, mas adiante)

Entrei em Londres
num café manhoso, pior ainda que um nosso bar
de praia (isto é só para quem não sabe
fazer uma pequena ideia do que eles por lá têm), era
mesmo muito manhoso,
não é que fosse mal intencionado, era manhoso
na nossa gíria, muito cheio de tapumes e de cozinha
suja. Muito rasca.

Claro que os meus preconceitos todos
de mulher me vieram ao de cima, porque o café
só tinha homens a comer bacon e ovos e tomate
(se fosse em Portugal era sandes de queijo),
mas pensei: Estou em Londres, estou
sozinha, quero lá saber dos homens, os ingleses
até nem se metem como os nossos,
e por aí fora...

E lá entrei no café manhoso, de árvore
de plástico ao canto.
Foi só depois de entrar que vi uma mulher
sentada a ler uma coisa qualquer. E senti-me
mais forte, não sei porquê mas senti-me mais forte.
Era uma tribo de vinte e três homens e ela sozinha e
depois eu

Lá pedi o café, que não era nada mau
para café manhoso como aquele e o homem
que me serviu disse: There you are, love.
Apeteceu-me responder: I’m not your bloody love ou
Go to hell ou qualquer coisa assim, mas depois
pensei: Já lhes está tão entranhado
nas culturas e a intenção não era má e também
vou-me embora daqui a pouco, tenho avião
quero lá saber

E paguei o café, que não era nada mau,
e fiquei um bocado assim a olhar à minha volta
a ver a tribo toda a comer ovos e presunto
e depois vi as horas e pensei que o táxi
estava a chegar e eu tinha que sair.
E quando me ia levantar, a mulher sorriu
como quem diz: That’s it

e olhou assim à sua volta para o presunto
e os ovos e os homens todos a comer
e eu senti-me mais forte, não sei porquê,
mas senti-me mais forte

e pensei que afinal não interessa Londres ou nós,
que em toda a parte
as mesmas coisas são



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