20 de enero de 2022

Oliver Hoare

El héroe de la mitología


Asia occidental, tercer milenio a.C.
Tamaño: 26,3 cm de alto y 23,7 cm de ancho

Se trata de una asombrosa representación del mítico “Héroe”, cuyo significado sería aún más oscuro de no haber sido por la recuperación por parte de Austen Henry Layard y su ayudante Hormuzd Rassam, entre 1850 y 1853, de las tablillas de la antigua Babilonia que contienen la Epopeya de Gilgamesh. El desciframiento de la escritura cuneiforme por el notable George Smith en el Museo Británico es una epopeya en sí misma. Smith presentó su artículo sobre Gilgamesh a la Society of Biblical Archaeology en presencia del primer ministro, William Gladstone.

La Epopeya, así como esta piedra, nos vincula al más temprano cuestionamiento por parte del ser humano sobre el propósito de la existencia, sobre sus obligaciones y posibilidades. Si bien Gilgamesh sigue siendo desconocido para mucha gente, el mito que representa ejerce, sin embargo, una fuerte influencia en nuestra cultura, y en la forma en que vemos nuestras vidas. Podría decirse que el atractivo del cristianismo se debió a que jugó con éxito con el arraigado modelo de este mito. En otras palabras, lo que convenció a Jesús fue la idea de que había trascendido a la Muerte, el enigma final que Gilgamesh no pudo resolver. Sería imprudente sugerir que esta figura pretende representar a Gilgamesh, pero sin duda conecta con el mito del que él es protagonista y con su lucha heroica contra las fuerzas que deben ser superadas para consumar todo el potencial de la naturaleza humana. «El que vio lo profundo…» es la famosa frase inicial que describe a Gilgamesh, rey de Uruk, «que sobrepasa a todos los demás reyes». Su conclusión, finalmente, fue que era imposible superar a la muerte y alcanzar la inmortalidad. Solo la fama de las grandes hazañas puede ser inmortal.

Un amigo de mis padres era hijo de un ashik (narrador de historias, recitador de epopeyas y canciones) de Tiflis. Cuando la gente se reunía por las tardes en su casa para escuchar la actuación de su padre, él se sentaba en un rincón o debajo de la mesa, y escuchaba las grandes epopeyas que se desarrollaban, noche tras noche. Una de ellas fue la Epopeya de Gilgamesh, que llegó a conocer de memoria, tantas veces la escuchó, y tal fue su dominio sobre su imaginación. Muchos años después, en Europa, se encontró con una traducción al inglés, y se asombró al descubrir que se había transmitido de generación en generación durante 4000 años o más sin ningún cambio significativo.



O. Hoare. Every Object Tells a Story (oliverhoareltd.com)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2022


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The Hero of Mythology

Western Asia, 3rd millennium BC
Size: 26.3 cm high, 23.7 cm wide

This is an astounding representation of the mythical ‘Hero’, whose meaning would be even more obscure had it not been for Austen Henry Layard and his assistant Hormuzd Rassam’s recovery of the Old Babylonian tablets bearing the Epic of Gilgamesh, between 1850 and 1853. The deciphering of the cuneiform by the remarkable George Smith at the British Museum is an epic in its own right. Mr. Smith presented his paper on Gilgamesh to the Society of Biblical Archaeology in the presence of the Prime Minister, Mr. Gladstone.

The Epic, as well as this stone, link us to the earliest questioning by human beings, of the purpose of existence, of their obligations and possibilities. While Gilgamesh remains unfamiliar to many people, the myth he represents nevertheless exerts a strong influence on our culture, and on the way we see our lives. You could say that the appeal of Christianity came from the fact that it played successfully to the ingrained pattern of this myth. In other words, what sold Jesus was the idea that he had transcended Death, the final conundrum that Gilgamesh was unable to solve. It would be unwise to suggest that this figure is meant to represent Gilgamesh, but it undoubtedly connects to the myth in which he is the protagonist, and to his heroic struggle against forces that must be overcome to realise the full potential of human nature. ‘He who saw the Deep…’ is the famous opening phrase, describing Gilgamesh, King of Uruk, ‘Surpassing all other kings’. His conclusion, eventually, was that it was impossible to overcome Death and achieve immortality. Only the fame of great deeds can be immortal.

A friend of my parents was the son of an ashik (a story-teller, reciter of epics and songs) in Tiflis. When people gathered in the evenings in his house to hear his father perform, he would sit in a corner or under the table, and listen to the great epics as they unfolded, night after night. One was the Epic of Gilgamesh, which he came to know by heart, so many times did he hear it, and such was its grip on his imagination. Many years later, in Europe, he came across a translation in English, and was astonished to discover that it had been transmitted from generation to generation over 4000 years or more without any significant change.



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