1
¿Será que Dios no consigue comprender el lenguaje de los artesanos?
Ni música ni cantería.
Se pudo ver en el libro: desde cierto punto de vista de:
terror sentido belleza
ocurría siempre lo mismo — se rompen los sellos aparecen
los prodigios
la puta escarlata entre los cuernos de la bestia
máquinas fatales, abismos, multiplicación de lunas
— ¡el infierno! alguien dijo: alejad de mí la inocencia
yo hablo el idioma demoníaco.
Hay imágenes que se perciben: la del león a oscuras bebiendo agua
helada, la imagen de una persona con la mano gloriosa en las llamas
no para de gritar pero no saca la mano del fuego
¿se entiende? ¡cómo se entiende!
es una especie de fuerza absoluta. Hay quien pinta caballeros luminosos
montados en caballos azules. Van a la guerra, van a matar,
robar, violar, Dios mira.
Sangre. ¿Cuál es el problema? Rojo y azul, distribución de formas, la
belleza
y sus secretos — el número, la razón del número
que todo sea perfecto en coral y cobalto.
El caos nunca ha impedido nada, siempre fue un alimento embriagador.
El hombre no es una criatura entre mal y bien: se hablaba con Dios
porque Dios era potencia, Dios era unidad rítmica.
La mano sobre las cosas con vida propia, con esa mano reunir las cosas,
rehacer las cosas — cada cosa tiene su aura, cada animal tiene
su aura ¡cómo se pastorean las auras!
en trance: yo soy la cosa. Se acabó.
Me siento a conversar con Dios: palabra, música, martillo
una ecuación: conversación de ida y vuelta.
Después hay gente que habla entre sí, después es el miedo, después el delirio.
Escucha la breve canción dentro de ti. ¿Qué te dice?
No mueve las cosas con sus auras, ni tú ni tu canción
pertenecéis al mundo lleno, alma que sopla.
Nada se conecta entre sí, Dios no se inclina sobre la canción; destroza
la cadencia
— lo demoníaco. Ya no se ve un escalón
arrancar de otro escalón por las lentas escaleras de mármol al fondo.
La canción ha abandonado su espacio continuo.
¿Qué se puede hacer? — Apenas un encuentro de objetos; un escalón, otro
y otro escalones donde nadie posa el pie
y después el otro pie — por donde no se sube para asistir al brazo que
retorciéndose
enlazara el cuerpo todo en un ombligo incandescente ¿por donde nadie
sube para sentarse al órgano
y discutir en música las proporciones? Aquel que dijo:
yo tengo la temperatura de Dios — era un loco meteorológico.
Aunque si al final se comprende que en una respuesta
se oculta una pregunta del mundo, aunque
si al final la sustancia
de alguien que pone la mano en el fuego es igual a la sustancia del fuego
mientras grita. La sustancia de un hombre y de una estrella; la misma.
El poder de crear la canción, eso.
Golpeo la rosácea con el martillo
el rostro donde golpea la rosácea rueda vuelto hacia arriba —
2
Astralidad, zonas saturadas, la noche sostiene una rama.
Y el guante de oro a antebrazo entero
— astil,
los dedos encima demoradamente abiertos.
Él pinta las llamas atadas unas a otras en el retrato.
«El niño habló del personaje naranja fuego a través del campo».
«Da miedo».
«¿Cómo se desentraña del caos?». Mientras en torno a la frente
un anillo barométrico. «Deshago».
«Y a mí que deshacen si desatan las llamas».
«¿Y la historia de Dios?».
«¿Dios está en todo? preguntó el niño, Dios
es el terrón de azúcar que se disuelve todo en la leche toda,
se bebe».
¿La rama de oro, el guante naranja fuego removiendo en lo oscuro es la noche
que se transfigura, la noche
concentrada, gran atmósfera infusa áureamente respirando?
Que me haga, aliento, en el retrato en lienzo
con rama y halo. De la fuerza en amarillo: mi guerra en las florestas
abrasadas, sombra
a sombra, hasta fulgir. Rostro que Dios,
alrededor disuelto, deje arrancarse en guante que germina
del caos unánime.
«¿Y el niño?».
«Era un planeta girando con la noche universal en medio» —
3
Ella dijo: porque los vestidos rebosan de viento.
La pintura en los vestidos da la vuelta anatómica de los colores,
respiran. Que la estrella corra llena de espuma con toda su fuerza
hacia atrás demorando el movimiento de la gracia,
omóplatos,
y después se desordena todo hacia dentro de los ojos.
Entonces la gente sopla, ella dijo que la exultación mantiene en suspenso
el poder de las lágrimas
que todo aquello, telas y clima floral en escarpados verdes y rosas.
Ellas no luchan contra el peligro no luchan
contra el miedo, parecen avanzar hacia nosotros con los vestidos plenos.
Lleno verde, alma, ebriedad, una brazada, aquí, oh
primaveras ampliadas: los elementos puros trabajan en la fábula del mundo.
Rosa golpea sombrío el viento, las palas del viento golpean
de ojo a ojo, las cabelleras deprisa.
Ella dijo: la vista queda rodeada por el aire, se acercan tanto
con el aire amontonado entre los cometas; y los vestidos
ráfaga hemisférica entre una línea azul y una línea luminosa.
Amor, si la puerta se abriese en el bosque y entrase el leopardo
entonando el poema de la creación, si la cantería de oro se hendiese
en lo oscuro. Los dedos remueven el aura en cada lugar de cada naranja
— se vuelve entero de amarillo súbito
el manto. Llamadme como se llama a la floresta a junto el fuego.
Verlos entre mí y ella, esos vestidos pulmonares
verlos
de aliento en aliento, verla prodigiosamente
desplazarse
tocada por el aliento de los vestidos. Y el rosa grande, abruptos verde y polen
fundidos cuando rueda en la estación bravía — después ella anochece.
Una corola jadeante le sube a la boca porque pronto han de ser
el temblor y la tiniebla,
por ejemplo si esa corola madurase de su mano a la mía.
Se muere por ver la pintura, se respira
cara a cara, en la puerta el leopardo entona el poema de la creación.
Un anillo, floras y personas, somos nosotros, un anillo, una obra.
Mano en la mano por ahí comenzamos a fundirnos
bloque calmoso desde la raíz
bloque de oro.
Amor, si la puerta en la muralla de esmeralda —
4
La ofrenda puede ser un cuerno o un cráneo claro o
una piel de pantera
dejadme con mis armas
dejadme entonar las onomatopeyas, mi canción de gloria.
Por la noche el cabello frío
de día camino por entre la fábula de las corolas
sí, lo sé, se queman de ojo a ojo salvaje pero no se mueven
más altas que yo, más soberanas, amarillas.
Escucho la travesía cantarina de los ríos en el mundo
después aparece la larga frase llena de agua.
Me guío por las lunas en el aire desplegado y
grito de agua hacia agua levanto las armas
gritando
mientras danzo el algodón crece madura ya el tabaco.
Nadie ha hecho una guerra mayor. Cuerno que suelda en sangre y hueso,
cráneo con luz propia posándose en su luz,
en la piel
los párpados abriéndose y cerrándose ¿quién se exaltaba
vestido con ellas?
Me metí en la boca un puñado de diamantes — y
respiré con toda mi fuerza. Y temblé al ver lo inocente que yo era, así
con dedos y lengua calcinados; y
llevando la mano a la boca entoné la canción entera de las onomatopeyas;
era la guerra ¿Cómo se caza a una hembra con tanta sangre entre las caderas?
A oro bruto. Boca en la boca
llenarla de diamantes. Que se ponga a brillar en los lugares
violentos. Dulce, que sea dulce, acre
revuelta en su curva de arcilla sombría caminando cubierta de ojos,
pantera pintada en medio de flores que expiran.
¿Quién alza el hemisferio con ambas manos sobre la frente?
¿quién muere porque la frente es negra?
¿quién entra por la puerta con la frente saliendo del horno?
el animal encerrado al que se toca con miedo:
el brazo se estremece, el corazón se estremece hasta la raíz del brazo
entre carmesí y carmesí
bárbaro, se estremecen
la memoria y su palabra. Tocar en la columna
vertebral el continente todo
toda la persona — se transforman en una imagen trabajada con poder
de estrella. Cuando se agarra por una punta y la imagen
devora a quien la agarra.
En el suelo el agujero de la estrella —
5
Entre temperatura y visión la frase africana con las columnas de aire
sumideros pedazos magnéticos de un lado a otro
y alguien que danza casi apenas un rostro martillado,
manos negras. Yo dije: llevo la máscara,
me la llevo de este mundo.
Quién sabe si el mundo se estremece por la fuerza de la máscara pequeña.
Comienza en la punta de los dedos con mucho tiento así
para estudiar: ¿será que tiene fulcros insoportables
de potencia
algo que de repente carbonice los dedos?
Si yo me cogiese la cabeza, si yo
me arrimase a la sombra de los tallos de marfil mientras grito
¿oiría a los leones abrir las puertas, sentiría el aliento
leonino,
la misteriosa vida leonina, de frente, golpeando, leonina contra mí?
Y el cuerno por el corazón adentro.
A través de ese marfil rasgando quedar macizo y maduro
del marfil hilera a hilera por el corazón y después el grito.
Manos apiladas sosteniendo en los agujeros hirvientes
en el vuelco de los brazos hirvientes:
la sangre
y entonces: ¡cómo se desborda en la frase! Ruedan las atmósferas,
caen sobre el cabello coruscante. ¡Cómo se desborda
de cosa en cosa escrita africanamente!
palos negros florecidos en rosa, leones por los pasillos, se ve la melena
al doblar la esquina del espejo,
la chica danza, vasijas monstruosas de barro ocre.
Y entonces la luz revoloteada si alguien arranca una banana del peso
color del oro; súbito: la ruptura de la frase, miembros
por todas partes. Esta es la carne despedazada, aquí.
Esto son las columnas de aire.
Llevo la máscara, dije yo. Cuando puse los dedos
en la frase, la frase
sangraba. Tenía aquel corte, alguien lo había cosido todo con grapas de marfil
— palabras a marfil y sangre. Dije: la llevo conmigo.
El continente jadea por la espina de oro.
Tal vez yo vuelva ¿quién sabe? tal vez
yo resucite la frase ocre africana, quién sabe cuántos nombres
faltan, vuelva
coronado, manos negras con las iluminaciones girando, yo:
despacio inclinándome sobre la furiosa red de los diamantes —
6
Son estos — leopardo y león: carne turbia y
atravesadamente
rítmica soñando en las noches de agua en los agujeros.
Montañas de las áfricas,
montañas de los árboles que sangran.
Hay tanto aire rodeando los árboles en las montañas: en su
animalidad
dorada, leones y leopardos compactos se aligeran
con el aire donde crecen las montañas. Carne
violenta, y amarga la sangre que alimenta su elegancia
— y entonces ellos
se aproximan, leves en sus arcos eléctricos,
al canto y al movimiento de los dedos en el giro de una rosa.
Leopardos vivos bajo las coronas, y los leones a los que alguien
sopló en la boca. Cómo descienden el aire
y el agua de las montañas, cómo
se internan por los árboles sangrando en lo oscuro — y salen
al relucir de los dedos y a los cantos
roncos, en las áfricas. Pienso
que no los puedo aflorar — la descarga lo quemaría todo:
mano, y la vena hasta la garganta y hasta la magia
de las palabras unidas. Pero si llegasen a descifrar las llagas
de las palmas vueltas hacia la luna. Y las cosas
mentales
de su locura negra se agitaran a la corola donada en los dedos.
Si en el giro de las cabezas abiertas entre los nervios de un brillante
distinguieran la largura de mi noche,
y me llenaran de su aliento,
y danzaran. El caos encontraría el equilibrio
de las cifras. Quizá cantarían, león y leopardo
conmigo: garras y uñas lunadas,
gargantas, las mismas
pupilas bruscas, la misma savia, el mismo furor
dorado en la oscuridad. ¿Qué sueño es ese del que salgo cuando los hago
morosamente salir
del sueño? Flujo que descierra el flujo, rostro
que emblanquece contra otros rostros a su lado, con fuerza, con
secreto. Como si a media voz
se enalteciese la floresta. Las temperaturas se difunden por los haces
de las pedrerías secretas.
Porque es el mundo: vibra tendón a tendón en la piedra
que se recoge, despertada en su
savia, piedra
de toque al toque zoológico en todo: oro y mármol, el peso
del agua sobre
la música. ¿Qué voz me dan las voces? ¿Qué dulzura o inocencia
o arte
oculta maniobra mi vida entre aquello
que se transforma? Y la tráquea ¿quién
la modula? La noche se estremece en los centros de agua. Y el cristal de las cabezas
tallado a hilo límpido
rasga la membrana: comienza a hervir la luz como una
coronación, la realeza
del poema animal — leopardo y león. Oh,
cantan en música humana, ellos, en el trono
de las montañas de las áfricas
redivivas —
7
Los lugares unos en otros — y si alguien está allí dentro con grandes
nudos de carne:
por encima de la cara. Él dijo: esperaba que estuviera iluminada.
Quería pintar a los ángeles.
Había llevado algunas palabras altas, música.
Nadie pinta a los ángeles sino a una fuerza, las formas de esa fuerza
por ejemplo: soplan los átomos,
se enciende el cabello, las manos chispean: cada
cosa que tocan esa
cosa chispea. Yo necesitaba silencio, dijo él.
La manera visitada de así dormir con la noche,
territorios cerrados de la cabeza, los brazos.
Escucha la música: riqueza, dolor de la memoria, júbilo.
Las palabras verde en la sombra, entusiasmo del blanco, oro
dimanado — música música.
Se pinta a veces, sí, a veces se levita, otras alguien susurra al
oído.
De repente se vuelve ofuscante.
Por muchas ventanas que se pongan en esos sitios opacos que nos han dado
nadie sabe.
Basta un nombre aprendido al dormir, el movimiento de los dedos
en torno al vaso. Se llena por sí solo,
un vaso: visión y misterio e idioma
inmaculado. Fue para desentrañar de la cosa mental que es la pintura:
los ángeles ¿qué ángeles?
Colinas llegan junto a la cabeza, la cabeza se queda, esto es:
girando del hombro izquierdo al hombro derecho,
la luna silvestre ¿un ángel?
La muerte tiene una dulce habilidad doméstica:
abre y cierra los grifos, prepara la ropa limpia los espejos.
Ángel.
Hay días tan difíciles que necesito el arcoíris, dice él,
cuido las colmenas, las abejas centellean en el sueño, hacen miel, la miel
me alucina,
me oscurece.
De noche me llena un gas rutilante, voy hacia los espejos astrales,
los espejos atraviesan mis habitaciones, ardo en las habitaciones.
Brillando, muero.
Podría pintar a los ángeles brillando.
Si al dedo le quitase el anillo, si el cabello cortase a mechón vivo,
si derramase en el papel una gota de mi sangre.
Trabajo en el horno hasta quedar calcinado
loco
soberano como un negro con boca de oro,
rodeado por una tribu de ángeles con boca de oro.
A veces basta una palabra: Dios.
Y oigo la música, pinto el infierno.
Es una especie de inocencia ardiente, un modo de ir lejos.
Soy elemental, los ángeles son los primeros nombres.
Vine a debajo de los focos, quería fulgurar de la cabeza a los pies.
Que las abejas maduraran en las campánulas.
Querría un espejo de un tamaño salvaje,
que el espejo se combase cuando yo me agachara para arrancar las
líneas de diamante:
era el fulcro, abraso
donde comienzo.
Y entonces pintaba el mundo con líneas feroces, paralelos, meridianos —
8
Entre puerta y puerta — la puerta que se abre al agua y la puerta abierta
a los rosales refulgentes
que el aire sostiene: yo veo
leones. No son gárgolas: de sus bocas no mana la claridad
labrada. Divididos a la mitad por el
corazón. Unos miran por una puerta, otros
miran al mundo por otra puerta.
Son como padres o madres, o son los hijos — niños desnudos: o duermen
alto, beben leche, comen carne, o salen bajo las luces, o
escuchan las canciones difíciles. Mientras en el bronce se quiebra la linfa
blanda. Y entonces atraviesan el mundo
entre puerta y puerta abrasada en arco vertiginoso.
Y lo ven todo, y traen la imagen
universal — y mientras duermen a mis pies, tiemblan
de miedo por el exceso
de la imagen. Un día serán de piedra. Planto donde aún es mañana la vara
violenta por la carne dentro
de la tierra. Esa materia fuerte
que palpita con la corriente de la savia a través
de los brotes. Ardiente de las manos
al duramen, una
criatura en sangre
y respiración se planta puño y punta vibrando. La alimenta
quien duerme lleno de imágenes
vagarosas. Danza a toda la luz por la noche de las ofrendas, se transforma:
león, estrella, niño loco
en la música. Rueda en torno a la estaca
en las casas de piedra,
escalda en su danza.
El agua inunda el trabajo de los miembros: como el oro
espigando, como las agujas de oro que tintinean
en la canción. Lo que hago con los dedos: un sonido
por encima de lo oscuro — y todo chispea:
zonas crispadas ligándose una a una por los ecos. Y fuera,
el lugar de cosas a los cometas, y los muertos
que están coronados siempre. Y el lugar dentro
vivo por sí mismo. Como
de repente en mí están en sazón las rosas, como se torna
el todo en el todo: y
vida o muerte; el mundo o la casa de los leones que rugen
cuando ven diamantes, o duermen
con tanto peso.
Porque si hay una selva para bichos y palos encarnados de corolas,
si es fuera o dentro donde se inunda el bronce, o si
niño y vara se funden hincados hasta el centro. Voces
entran por los tubos. Y la piedra plantada creciendo a todo el mundo
resuena — máquina
de música. Niño o león danzando de puerta a puerta. Uniendo,
por el nervio de imagen en imagen
en llaga, el oro que espiga
en los muertos y el oro
que espiga entre las garras. Cuando alguien planta la piedra
es para que la piedra crezca. Que en el trazado de las arterias la boca mane,
desde el corazón en medio,
la púrpura agreste. Palabra que empuja a la cara
secreta hacia delante de la palabra
como una cara madura —
9
La poesía también puede ser eso:
el dolor con el que no duermo labrado completamente
árduas elaboraciones de los aerolitos — y entonces una gota de oro en los
recovecos
del cerebro. Que fuese la aparición continua. Puede ser el inventario del sueño
puede
en el capullo desenrollado cuando la seda.
Y la bufanda al cuello la boca negra por encima: el canto
me estrangula, canto jubiloso, la noche
se transforma. Estoy a veces en los cuartos contiguos por las tuberías:
gas, agua
violenta. Y los objetos ligados por el corazón a la corriente eléctrica,
en cada uno su halo
tenedor plato vaso. Después la corriente aumenta después el corazón aumenta
después cada objeto aumenta abrasado: es un corazón
apenas que
cuando se tocan los peligros de muerte. Tenedor salvaje vaso todo iluminado.
Que se coma el idioma bárbaro, palpitación de la leudada
sustancia de los vocablos:
en el plato. Yo devoro. A veces electrocutado, una ígnea línea escrita
para decir el abastecimiento de estrellas
en cal hirviente, de la poesía.
Alguien sale a jardines milagrosos con el espejo
arqueado en que se apoyan las luces magnificando
a través. A los pedazos chispeantes del aire llaman:
las imágenes; arden en los palos
de flora; las visitan escarabajos en mitad de alimento
y muerte. Oh, la poesía
brillante si alguien se despierta con su nube entre los brazos con
sus rayos el soberano,
pero ninguno es maestro ninguno de los que tienen el don de las madres
es maestro de los elementos — estuviera él aún en lazo amargo.
caliente lazo, en ombligo o placenta
o sal, estuviera
hijo intratable: nunca sería maestro. Nadie sabe:
sueño y vigilia y dentro y fuera y alto y bajo; magia es un escalofrío
caníbal, un canto. Y el canto doma a los animales, despierta
a Eurídice por el corazón. Amor, ábreme los haces en la frente con las uñas
rútilas, ese
equipamiento feroz; munifícame: yo sé yo
me perdí entre la realeza de los muertos yo sé que llevaron lo, se dice:
cotidiano
hasta lo
extraordinario: madres y los cordones irrigando los sacos.
Porque todo es canto de alabanza en la vida
inspirada, todo porque acaba en la mesa: tenedor y cuchillo en chispas
y la carne en el plato. Devoro mi lengua; cintila todavía.
Lirismo antropófago, visión, oh sucesivo.
La poesía es un bautismo atónito, sí una palabra
sorprendida para cada cosa: nobleza, un supremo
etc.
de las voces —
10
Una razón y tus palabras, no soy leve no tengo
el don de un paraíso de helechos rutilando
al frío. Estoy enfrente a la malla arterial de mi ropa rostro
huella a huella.
Y la sangre en los alvéolos, uñas sexo pelo.
Tengo dientes de mármol que crecen si hablo o como tengo los dientes
enfriados en la celebración del agua.
Tú eres la mujer profundamente visitada. Dedo
contra dedo. Para que pase
el pneuma:
poder, inocencia, muerte.
Los lugares nunca paran: hileras de objetos astrales
unos sobre otros.
Querría llamar al agua intensa para rodearte con una cinta,
que te hicieses a ti misma por esa intensidad del agua.
Que Dios es súbito delante
cuando es mamífera la criatura incandescente, cuando es
sangrienta. Ejemplo del mundo:
flauta tocada por quién sabe qué genio de la música.
Porque la razón es tener un tallo en los dedos y que,
por el calor de los dedos, el tallo
florezca. Golpear con él en el cabello hasta que se ilumine golpear
la blusa para que la blancura suba al torso:
desentrañar tus reservas de aura.
Y si el tallo te roza la cara, ver cómo se hace tan hacia arriba.
Y que el espacio se vuelva visible en torno a tallo y mano y cara
sobresaltada. Querría abrirte la cabeza por la estría dulcísima del sueño
arrancar la estrella hídrica. En carne
pensante comenzar por garganta y lengua la razón y sus
palabras con los rayos
alrededor. Para que sean abiertas las entradas: uno
al otro nos llevábamos. Nadando en los espejos sosteniendo
el hálito uniendo
por los ramajes las cicatrices del tórax.
Y avanzar fundidos en un solo cuerpo de canto.
Porque del oro extraído a las cavernas apuro un hilo
te encierro el rostro en el hilo puro.
Con una trama se puede urdir la máscara
moldear el tronco de dos personas en una estrella única
pueden hacerse con oro del abismo
los miembros que tiene una estrella para andar hasta la puerta. Un nudo de dos
atado a mano, abrasadora.
Todo el enjambrazón de nadadores profundos
mi amor del reino animal amor
el infierno —
11
Pueden remover dentro de la cabeza con la música porque un acerbo clamor
porque
dan la vuelta a la sábana en sangre:
me retuercen. Pero
yo digo — te amo para alzar de ti tu música para
entonarte. Belleza, la fuerza, oh
la enflorada, la primitiva, llaga entre, trazo
doloroso, el cabello.
Y pasan por los lados dos, arboladas: una
luna mayor que tu espejo otra
— claror en el que te quemabas sellada viva, oh
pedrería.
De repente el superlativo, lo visible entre las pavesas porque:
eras la invitada del espacio, eras un árbol
de perlas si dormías. Y yo te fustigaba:
blanqueaba el suelo con tus frutas pequeñas, blanqueaba las manos,
me blanqueaba de las manos a la voz para despertar de mí
a ti con torso
fundido. Torso y canto
armado. La oblicua visita de las cosas, aquel
murmureo del mundo cuando se toca
con un brazo la parte de los fuegos, con el otro brazo la parte
de los soplos que desordenan la frase de las cosas
y ordenan
cosa a cosa el estilo donde estás escrita.
Oír en lo oscuro la entonación, quedar rodeada
por sangre y nombre, por la sacudida
de la persona que otra tela de sangre teje con su fervor cantando.
Su furor. El miedo a que los dedos no se afinen en la herida del sueño
sino se hundan por las uñas
hasta la levedad. Y la descierren. Y la desentrañen en sus floraciones
rojas, en los orificios de cal
que hierven. Donde hay un préstamo de luces muevo por las redes
sombrías las respiraciones de un canto alunado a dos
voces convulsas —
una arrebatada a los precipicios y otra
en los cuartos titilando entre silla y mesa con la mano de oro
calcinado encima.
Sábana de sangre, dice. Dice: me retuercen. Y yo aumento en la operación.
de sueño y sonido en el que ella
me trastorna. Pulmones en nudos, gangrenado en la boca,
el temple del canto
suave. Tan caldeado el canto que nos transmuta en mundo
áureo —
12
Dulces criaturas de manos levantadas, feroces cabelleras, centrífugas por los ojos para
deslumbrarse con
la iluminación, entretejidas, miembros
con miembros, en los confines. Si les dan voz, si una
habla en los círculos. «Maestros,». Mas ¿puede alguien ser maestro
aquí, de donde
se ofuscan, cándidos animales transmutándose?
«Yo soy el manantial en los huertos inocentes».
Ningún maestro, porque si ellos
se tocan
— uno al otro florecen: el choque en el amarillo
o en el blanco enflora el mundo. «Pero yo no me conozco
sin la fuerza que me traspasa, toda
en imagen
destrabada al jubileo de las memorias; golpean su rostro
los tallos de sal, y él me toca — y
abre — y
atranca. Me encierra en una pedrería
vibrante. Para que yo me revele en mí. Y me sella en las palabras con
venas.
Alborozo a la madera sonora con la fría locura de la música.
Con huellas amaso el bloque de dos reluciendo por la cicatriz que lo cose
del coxis al occipital. Llamo
hasta los extremos del nombre, él es el nombre en las respiraciones
cantadas. «Maestros,».
Los maestros vieron cómo se estremecía al hundirse en el agua
negra, cuando ella
era agua metida por la noche adentro. Y nos vieron
después bajo las varas
saladas: labradas
armas que se apoyan en el mundo,
altas armas abrasadas contra el mundo nocturno.
«Hice mortal al cantor en su caña cantora.
Dios lo mira a la cara, y él me sueña; Dios lo enlaza, rutila; Dios
y sus mamíferos, en mí, canto,
biografía rítmica. Maestros,».
Que no hay maestros, esos eran dueños de los latifundios bravíos donde se
planta
la sal. Pero estos, en su canto pequeño,
se crispaban
entre brazos y ombligos, entre sexos
y bocas. Tenían su corona tallada en la pulpa
de un diamante. Una corona
clavada en la carne de la cabeza. ¿Quién es el arco o la flecha,
quién se tensa, quién
mata? Porque tanto la flauta como su melodía. Tanto
la mano como su escritura. Tanto una
ola de escarlata
cruel
en el espejo escrutado hacia abajo y hacia arriba. Los arrebata
lo demoníaco. Son los indígenas del oro.
Uno es la caña, otro es el sonido.
El sonido destroza a la caña.
«Maestros,».
Cada uno es su arma, cada uno es la hoja de su arma a la altura
de uno en el otro, la entonación amarga —
de la garganta cortada. La voz
de un otro, la entonación amarga
☛ Herberto Helder. Os selos (escritas.org)
☛ Herberto Helder. Poesia toda-pdf (pdfcoffee.com)
☛ J. A. Oliveira. Os selos, outros, últimos, de Herberto Helder (ciencia.ucp.pt)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2025
∼
Os selos
1
Será que Deus não consegue compreender a linguagem dos artesãos?
Nem música nem cantaria.
Foi-se ver no livro: de um certo ponto de vista de:
terror sentido beleza
acontecera sempre o mesmo — quebram-se os seios aparecem
os prodígios
a puta escarlate ao meio dos cornos da besta
máquinas fatais, abismos, multiplicação de luas
— o inferno! alguém disse: afastem de mim a inocência
eu falo o idioma demoníaco.
Há imagens que se percebem: a do leão ás escuras bebendo água
gelada, a imagem de uma pessoa com a mão gloriosa nas chamas
não pára de gritar mas não tira a mão do fogo
compreende-se? como se compreende!
é uma espécie de força absoluta. Há quem pinte cavaleiros luminosos
montados em cavalos azuis. Vão para a guerra, vão matar,
roubar, violar. Deus olha.
Sangue. Quais os problemas? Vermelho e azul, distribuição de formas, a
beleza
e os seus segredos — o número, a razão do número
que tudo seja perfeito em coral e cobalto.
O caos nunca impediu nada, foi sempre um alimento inebriante.
O homem não é uma criatura entre mal e bem: falava-se com Deus
porque Deus era potência. Deus era unidade rítmica.
A mão sobre as coisas com vida sua, com essa mão reunir as coisas,
refazer as coisas — cada coisa tem a sua aura, cada animal tem
a sua aura, como se pastoreiam as auras!
em transe: eu sou a coisa. Acabou.
Sento-me a conversar com Deus: palavra, música, martelo
uma equação: conversa de ida e volta.
Depois há gente que fala entre si, depois é o medo, depois é o delírio.
Escuta a breve canção dentro de ti. Que diz ela?
Não move as coisas com as suas auras, nem tu nem a tua canção
pertencem ao mundo cheio, alma que sopra.
Nada se liga entre si, Deus não se debruça na canção; destroça
a cadência
— o demoníaco. Já se não vê um degrau
arrancar de outro degrau pelas lentas escadarias de mármore ao fundo.
A canção abandonou o seu espaço contínuo.
Que se pode fazer? — Apenas um encontro de objectos; um degrau,
outro
e outro degraus onde ninguém assenta o pé
e depois o outro pé — por onde se não sobe para assistir ao braço que
torcendo
laçasse o corpo todo num umbigo incandescente, por onde ninguém
sobe para sentar-se ao órgão
e discutir em música as proporções? Aquele que disse:
eu tenho a temperatura de Deus — era um louco meteorológico.
Mas se afinal se entende que numa resposta
se oculta uma pergunta do mundo, mas
se afinal a substância
de alguém que pôs a mão no fogo é igual à substância do fogo
enquanto grita. A substância de um homem e de uma estrela; a mesma.
O poder de criar a canção, isso.
Bato na rosácea com o martelo
o rosto onde bate a rosácea roda voltado para cima —
2
Astralidade, zonas saturadas, a noite suspende um ramo.
E a luva de ouro a antebraço inteiro
— haste,
os dedos em cima demoradamente abertos.
Ele pinta as chamas atadas umas às outras no retrato.
«A criança falou da personagem laranja fogo através do campo.»
«Mete medo.»
«Como se desentranha do caos?» Enquanto em redor da testa
um anel barométrico. «Desfaço.»
«É a mim que desfazem se desatam as chamas.»
«E a história de Deus?»
«Deus está em tudo? perguntou a criança, Deus
é o cubo de açúcar que se dissolve todo no leite todo,
bebe-se.»
O ramo de ouro, a luva laranja fogo a remexer no escuro é a noite
que se transfigura, a noite
concentrada, grande atmosfera infusa aureamente respirando?
Que me faça, alento, no retrato em tela
com ramo e halo. Da força em amarelo: a minha guerra nas florestas
esbraseadas, sombra
a sombra, até luzir. Rosto que Deus,
à volta dissolvido, deixe arrancar-se em luva que desabrocha
do caos unânime.
«E a criança?»
«Era um planeta girando com a noite universal no meio —»
3
Ela disse: porque os vestidos transbordam de vento.
A pintura nos vestidos dá a volta anatómica das cores,
respiram. Que a estrela corra cheia de espuma com toda a força
para trás demorando o movimento da graça,
omoplatas,
e depois desarruma-se tudo para dentro dos olhos.
Então a gente sopra, ela disse que a exultação mantém em suspenso
o poder das lágrimas
que tudo aquilo, panos e clima floral em escarpados verdes e rosas.
Elas não lutam contra o perigo não lutam
contra o medo, parecem avançar para nós com os vestidos plenos.
Cheio verde, alma, ebriedade, uma braçada, aqui, oh
primaveras ampliadas: os elementos puros trabalham na fábula do mundo.
Rosa bate sombrio no vento, as pás do vento batem
de olho a olho, as cabeleiras depressa.
Ela disse: a vista fica rodeada pelo ar, aproximam-se tanto
com o ar amontoado entre os cometas; e os vestidos
lufada hemisférica entre uma linha azul e uma linha luminosa.
Amor, se a porta se abrisse no bosque e entrasse o leopardo
entoando o poema da criação, se a cantaria de ouro se fendesse
no escuro. Os dedos mexem na aura em cada sítio de cada laranja
— fica inteiro de amarelo súbito
o manto. Chamem-me como se chama a floresta para junto do fogo.
Vê-los entre mim e ela, esses vestidos pulmonares
vê-los
de alento em alento, vê-la prodigiosamente
deslocar-se
tocada pelo bafo dos vestidos. E o rosa grande, abruptos verde e pólen,
fundidos quando roda na estação bravia — depois ela anoitece.
Uma corola ofegante sobe-lhe à boca porque em breve há-de ser
o tremor e a treva,
por exemplo se essa corola amadurece da sua mão para a minha.
Morre-se de ver a pintura, respira-se
cara a cara, à porta o leopardo entoa o poema da criação.
Um anel, floras e pessoas, somos nós, um anel, uma obra.
Mão na mão por aí começamos a fundir-nos
bloco vagaroso desde a raiz
bloco de ouro.
Amor, se a porta na muralha de esmeralda —
4
A oferenda pode ser um chifre ou um crânio claro ou
uma pele de onça
deixem-me com as minhas armas
deixem-me entoar as onomatopeias, a minha canção de glória.
À noite o cabelo frio
de dia caminho por entre a fábula das corolas
sim, eu sei, queimam-se de olho a olho selvagem mas não se movem
mais altas que eu, mais soberanas, amarelas.
Escuto a travessia cantora dos rios no mundo
depois aparece a longa frase cheia de água.
Guio-me pelas luas no ar desfraldado e
grito de água para água levanto as armas
gritando
enquanto danço o algodão cresce fica maduro o tabaco.
Ninguém fez uma guerra maior. Corno chumbado em sangue e osso,
crânio com luz própria pousando na sua luz,
na pele
as pálpebras abrindo e fechando quem se exaltava
vestido com elas?
Meti na boca um punhado de diamantes — e
respirei com toda a força. E tremi ao ver como eu era inocente, assim
com dedos e língua calcinados; e
levando a mão á boca entoei a canção inteira das onomatopeias;
era a guerra. Como se caça uma fêmea com tanto sangue entre as
ancas?
A ouro rude. Boca na boca
enchê-la de diamantes. Que fique a brilhar nos sítios
violentos. Doce, que seja doce, acre
mexida na sua curva de argila sombria andando coberta de olhos,
onça pintada no meio de flores que expiram.
Quem ergue o hemisfério a mãos ambas acima da testa?
quem morre porque a testa é negra?
quem entra pela porta com a testa saindo da fornalha?
o animal cerrado que se toca a medo:
o braço estremece, o coração estremece até à raiz do braço
entre carmesim e carmesim
bárbaro, estremecem
a memória e a sua palavra. Tocar na coluna
vertebral o continente todo
toda a pessoa — transformam-se numa imagem trabalhada a poder
de estrela. Quando se agarra numa ponta e a imagem
devora quem a agarra.
No chão o buraco da estrela —
5
Entre temperatura e visão a frase africana com as colunas de ar
sorvedouros pedaços magnéticos de um lado para outro
e alguém que dança quase apenas um rosto martelado,
mãos negras. Eu disse: levo a máscara,
levo-a deste mundo.
Quem sabe se o mundo estremece pela força da máscara pequena.
Começa na ponta dos dedos com muito jeito assim
para estudar: será que tem fulcros insuportáveis
de potência
algo que de repente carbonize os dedos?
Se eu pegasse na cabeça, se eu
me encostasse à sombra dos galhos de marfim enquanto grito.
Ouviria os leões a abrir as portas, sentiria o bafo
leonino,
a misteriosa vida leonina, de frente, batendo, leonina contra mim?
E o chifre pelo coração dentro.
Através desse marfim rasgando ficar maciço e maduro
do marfim fieira a fieira pelo coração e depois o grito.
Mãos arrumadas sustendo nos buracos a ferver
na volta dos braços a ferver:
o sangue
e então: como se transborda na frase! Rodam as atmosferas,
caem sobre o cabelo coruscante. Como se transborda
de coisa a coisa escrita africanamente!
paus negros enflorados a rosa, leões pelos corredores, vê-se a juba
ao dobrar a esquina do espelho,
a rapariga dança, potes monstruosos de barro ocre.
E então a luz revoluteada se alguém arranca uma banana do peso
cor do ouro; súbito: a ruptura da frase, membros
por toda a parte. Esta é a carne despedaçada, aqui.
Isto são as colunas de ar.
Levo a máscara, disse eu. Quando pus os dedos
na frase, a frase
sangrava. Tinha aquele lanho, alguém cosera tudo com agrafes de marfim
— palavras a marfim e sangue. Disse: levo-a comigo.
O continente arqueja pela espinha de ouro.
Talvez eu volte, quem sabe? talvez
eu ressuscite a frase ocre africana, quem sabe quantos nomes
faltam, volte
coroado, mãos negras com as iluminações girando, eu:
devagar a debruçar-me sobre a furiosa rede dos diamantes —
6
São estes — leopardo e leão: carne turva e
atravessadamente
rítmica a sonhar nas noites de água aos buracos.
Montanhas das áfricas,
montanhas das árvores que sangram.
Há tanto ar rodeando as árvores nas montanhas: na sua
animalidade
dourada, leões e leopardos compactos aligeiram-se
com o ar onde crescem as montanhas. Carne
violenta, e amargo o sangue que lhes alimenta a elegância
— e então eles
aproximam-se, leves em seus arcos eléctricos,
ao canto e ao movimento dos dedos no giro de uma rosa.
Leopardos vivos debaixo das coroas, e os leões que alguém
soprou na boca. Como descem o ar
e a água das montanhas, como
se embrenham pelas árvores sangrando no escuro — e saem
ao reluzir dos dedos e aos cantos
roucos, nas áfricas. Penso
que os não posso aflorar — a descarga queimaria tudo:
mão, e a veia até ã garganta e à mágica
das palavras unidas. Mas se viessem decifrar as chagas
das palmas viradas para a lua. E as coisas
mentais
da sua loucura negra se abalassem ã corola doada nos dedos.
Se na volta das cabeças abertas entre os nervos de um brilhante
distinguissem a largura da minha noite,
e me enchessem do seu bafo,
e dançassem. O caos encontrava o equilíbrio
dos algarismos. Talvez cantassem, leão e leopardo
comigo: garras e unhas lunadas,
gargantas, as mesmas
pupilas bruscas, a mesma seiva, o mesmo furor
dourado na escuridão. Que sono é esse de onde saio quando os faço
morosamente sair
do sono? Fluxo que descerra o fluxo, rosto
que embranquece contra outros rostos lado a lado, com força, com
segredo. Como se a meia voz
se enaltecesse a floresta. As temperaturas difundem-se pelos feixes
das pedrarias secretas.
Porque é o mundo: vibra tendão a tendão na pedra
que se apanha, acordada na sua
seiva, pedra
de toque ao toque zoológico em tudo: ouro e mármore, o peso
da água sobre
a música. Que voz me dão as vozes? Que doçura ou inocência
ou arte
oculta manobra a minha vida por entre aquilo
que se transforma? E a traqueia, quem
a modula? A noite estremece nos centros de água. E o cristal das cabeças
talhado a fio límpido
rasga a membrana: começa a ferver a luz como uma
coroação, a realeza
do poema animal — leopardo e leão. Oh,
cantam em música humana, eles, no trono
das montanhas das áfricas
redivivas —
7
Os lugares uns nos outros — e se alguém está lá dentro com grandes
nós de carne:
por cima a cara. Ele disse: esperava que ficasse iluminada.
Queria pintar os anjos.
Levara algumas palavras altas, música.
Ninguém pinta os anjos mas uma força, as formas dessa força
por exemplo: sopram os átomos,
acende-se o cabelo, mãos faíscam: cada
coisa que tocam essa
coisa faísca. Eu precisava de silêncio, disse ele.
A maneira visitada de assim dormir com a noite,
territórios fechados da cabeça, os braços.
Escuta a música: riqueza, dor da memória, jubilação.
As palavras verde na sombra, entusiasmo do branco, ouro
dimanado — música música.
Pinta-se às vezes, sim, ás vezes levita-se, outras alguém sussurra ao
ouvido.
De repente fica-se ofuscante.
Por mais janelas que se ponham nesses lugares opacos que nos deram
ninguém sabe.
Basta um nome aprendido a dormir, o movimento dos dedos
em redor do copo. Enche-se por si mesmo,
um copo: visão e mistério e idioma
imaculado. Foi para desentranhar da coisa mental que é a pintura:
os anjos. Que anjos?
Colinas chegam junto á cabeça, a cabeça fica, isto é:
girando do ombro esquerdo para o ombro direito,
a lua silvestre. Um anjo?
A morte tem uma doce habilidade doméstica:
abre e fecha as torneiras prepara a roupa limpa os espelhos.
Anjo.
Há dias tão difíceis que preciso do arco-íris, diz ele,
trato dos cortiços, as abelhas bruxuleiam no sono, fazem mel, o mel
alucina-me,
escurece-me.
À noite enche-me um gás rutilante, vou para os espelhos astrais,
os espelhos atravessam as minhas câmaras, ardo nas câmaras.
Brilhando, morro.
Poderia pintar os anjos brilhando.
Se ao dedo tirasse o anel, se ao cabelo cortasse a madeixa viva,
se vertesse no papel uma gota do meu sangue.
Trabalho no forno até ficar calcinado
louco
soberano como um negro com boca de ouro,
rodeado por uma tribo de anjos com boca de ouro.
Às vezes basta uma palavra: Deus.
E ouço a música, pinto o inferno.
É uma espécie de inocência ardente, um modo de ir para longe.
Sou elementar, anjos são os primeiros nomes.
Vim para debaixo dos holofotes, queria fulgurar da cabeça aos pés.
Que as abelhas amadurecessem nas campânulas.
Queria um espelho de um tamanho selvagem,
que o espelho se vergasse quando eu me abaixava para arrancar as
linhas de diamante:
era o fulcro, abraso
onde começo.
E então pintava o mundo com as linhas ferozes, paralelos, meridianos —
8
Entre porta e porta — a porta que abre à água e a porta aberta
aos roseirais coruscantes
que o ar sustenta: eu vejo
leões. Não são gárgulas: das bocas não jorra a claridade
lavrada. Divididos ao meio pelo
coração. Uns olham por uma porta, outros
olham o mundo por outra porta.
São como pais ou mães, ou são os filhos — crianças nuas: ou dormem
alto, bebem leite, comem carne, ou saem sob as luzes, ou
escutam as canções difíceis. Enquanto no bronze se quebra a linfa
macia. E então atravessam o mundo
entre porta e porta abrasada em arco vertiginoso.
E vêem tudo, e trazem a imagem
universal — e enquanto dormem aos meus pés, estremecem
de medo pelo excesso
da imagem. Um dia serão de pedra. Planto onde é manhã ainda a vara
violenta pela carne dentro
da terra. Essa matéria forte
que palpita com a corrente da seiva através
dos botões. Ardente das mãos
ao cerne, uma
criatura em sangue
e respiração planta-se punho e ponta vibrando. Alimenta-a
quem dorme cheio de imagens
vagarosas. Dança a toda a luz pela noite das ofertas, transforma-se:
leão, estrela, criança louca
ã música. Roda em torno da estaca
nas casas de pedra,
estua na sua dança.
A água alaga o trabalho dos membros: como o ouro
espigando, como as agulhas de ouro que tilintam
na canção. O que faço com os dedos: um som
por cima do escuro — e faísca tudo:
zonas crispadas ligando-se uma a uma pelos ecos. E fora,
o sítio de coisas aos cometas, e os mortos
que estão coroados sempre. E o sítio dentro
vivo por si mesmo. Como
de repente em mim sazonam as rosas, como se muda
tudo em tudo: e
vida ou morte; o mundo ou a casa dos leões que rugem
quando vêem diamantes, ou dormem
com tanto peso.
Porque se há uma selva para bichos e paus encarnados de corolas,
se é fora ou dentro que se inunda o bronze, ou se
criança e vara se fundem fincadas até ao centro. Vozes
metem-se pelos tubos. E a pedra plantada crescendo a todo o mundo
ressoa — máquina
da música. Criança ou leão dançando de porta a porta. Unindo,
pelo nervo de imagem em imagem
em chaga, o ouro que espiga
nos mortos e o ouro
que espiga entre as garras. Quando alguém planta a pedra
é para que a pedra cresça. Que na traça das artérias a boca jorre,
desde o coração no meio,
a púrpura agreste. Palavra que empurra a cara
secreta para diante da palavra
como uma cara madura —
9
A poesia também pode ser isso:
a dor com que não durmo lavrado completamente
íngremes laborações dos aerólitos — e então um pingo de ouro nos
recessos
do cérebro. Que fosse a aparição contínua. Pode ser o inventário do sono
pode
no casulo desdobrado quando a seda.
E a faixa ao pescoço a boca negra por cima: o canto
estrangula-me, canto jubilante, a noite
transforma-se. Estou às vezes nos quartos contíguos pelos canos:
gás, água
violenta. E os objectos ligados peio coração ã corrente eléctrica,
em cada um seu halo
prato garfo copo. Depois a corrente aumenta depois o coração aumenta
depois cada objecto aumenta abrasado: é um coração
apenas que
quando se tocam os perigos de morte. Garfo selvagem copo todo iluminado.
Que se coma o idioma bárbaro, palpitação da leveda
substância dos vocábulos:
no prato. Eu devoro. Às vezes electrocutado, uma ígnea linha escrita
para dizer o abastecimento de estrelas
em cal escaldando, da poesia.
Alguém sai para jardins miraculosos com o espelho
arqueado onde se apoiam as luzes magnificando
através. Aos pedaços faiscantes do ar chamam:
as imagens; ardem nos paus
de flora; visitam-nas besouros no meio de alimento
e morte. Oh, a poesia
brilhante se alguém acorda com a sua nuvem entre os braços com
os seus raios o soberano,
mas nenhum é mestre nenhum dos que têm o dom das madres
é mestre dos elementos — estivesse ele ainda em laço amargo.
quente laço, em umbigo ou placenta
ou sal, estivesse
filho intratável: nunca seria mestre. Ninguém sabe:
sono e vigília e dentro e fora e alto e baixo; magia é um arrepio
canibal, um canto. E o canto doma os animais, acorda
Eurídice pelo coração. Amor, abre-me os feixes na testa com as unhas
rútilas, esse
equipamento feroz; munificia-me: eu sei eu
perdi-me entre a realeza dos mortos eu sei que levaram o, diz-se:
quotidiano
até ao
extraordinário: madres e os cordões irrigando os sacos.
Porque tudo é canto de louvor na vida
inspirada, tudo porque acaba na mesa: garfo e faca às faíscas
e a carne no prato. Devoro a minha língua; cintila ainda.
Lirismo antropofágico, visão, oh sucessivo.
A poesia é um baptismo atónito, sim uma palavra
surpreendida para cada coisa: nobreza, um supremo
etc.
das vozes —
10
Uma razão e as suas palavras, não sou leve não tenho
o dom de um paraíso de avencas rutilando
ao frio. Estou defronte na malha arterial da minha roupa rosto
dedada a dedada.
E o sangue nos alvéolos, unhas sexo pêlo.
Tenho dentes de mármore que crescem se falo ou como tenho os dentes
arrefecidos à comemoração da água.
Tu és a mulher profundamente visitada. Dedo
contra dedo. Para que passe
o pneuma:
poder, inocência, morte.
Os sítios nunca param: fileiras de objectos astrais
uns acima dos outros.
Queria chamar a água intensa para cercar-te com uma faixa,
que te fizesses a ti mesma por essa intensidade da água.
Que Deus é súbito diante
quando é mamífera a criatura incandescente, quando é
sangrenta. Exemplo do mundo:
flauta tocada por quem sabe que génio de música.
Porque a razão é ter um galho nos dedos e que,
pelo calor dos dedos, o galho
floresça. Bater com ele no cabelo até ficar iluminado bater
na blusa para a brancura subir no torso:
desentranhar-te as reservas de aura.
E se o galho te roça pela cara, ver como se faz tão cara acima.
E que o espaço se torne visível à volta de galho e mão e cara
sobressaltada. Queria abrir-te a cabeça pela estria dulcíssima do sono
arrancar a estrela hídrica. Em carne
pensadora começar por garganta e língua a razão e as suas
palavras com os raios
em torno. Para que fiquem abertas as entradas: um
ao outro nos levávamos. Nadando nos espelhos sustendo
o fôlego unindo
pelas ramagens as cicatrizes do tórax.
E avançar fundidos num só corpo de canto.
Porque do ouro extraído às cavernas apuro um fio
fecho-te o rosto no fio puro.
Com uma trama pode urdir-se a máscara
moldar o tronco de duas pessoas numa estrela única
podem-se fazer com ouro do abismo
os membros que tem uma estrela para andar até à porta. Um nó de dois
laçado à mão, abrasadora.
Toda a enxameação de nadadores profundos
meu amor do reino animal amor
o inferno —
11
Podem mexer dentro da cabeça com a música porque um acerbo clamor
porque
dão a volta ao lençol em sangue:
torcem-me. Mas
eu digo — amo-te para erguer de ti a tua música para
entoar-te. Beleza, a força, oh
a enflorada, a primitiva, chaga entre, risca
dolorosa, o cabelo.
E se passam pelos lados duas, arvoradas: uma
lua maior que o teu espelho outra
— clarão em que te queimavas selada viva, ó
pedraria.
De repente o superlativo, o visível pelas faúlhas porque:
eras a convidada do espaço, eras uma árvore
de pérolas se dormias. E eu vergastava-te:
branqueava o chão com tuas frutas pequenas, branqueava as mãos,
branqueava-me das mãos à voz para acordar de mim
a ti com torso
fundido. Torso e canto
armado. A oblíqua visita das coisas, aquela
murmuração de mundo quando se toca
com um braço a parte dos fogos, com o outro braço a parte
dos sopros que desarrumam a frase das coisas
e arrumam
coisa a coisa o estilo onde estás escrita.
Ouvir no escuro a entoação, ficar rodeada
por sangue e nome, pelo abalo
da pessoa que outra teia de sangue tece com seu fervor cantando.
O seu furor. O medo de que os dedos se não afinem na ferida do sono
mas se afundem pelas unhas
até à leveza. E a descerrem. E a desentranhem nas suas florações
vermelhas, nos orifícios de cal
que fervem. Onde há um empréstimo de luzes movo pelas redes
sombrias as respirações de um canto aluado a duas
vozes convulsas —
uma arrebatada aos precipícios e outra
nos quartos bruxuleando entre cadeira e mesa com a mão de ouro
calcinado em cima.
Lençol de sangue, diz. Diz: torçem-me. E eu aumento na operação
de sono e som em que ela
me transtorna. Pulmões aos nós, gangrenado na boca,
a têmpera do canto
macio. Tão caldeado o canto que nos transmuda em mundo
áureo —
12
Doces criaturas de mãos levantadas, ferozes cabeleiras, centrífugas pelos olhos para
se deslumbrarem com
a iluminação, entretecidas, membros
com membros, nos confins. Se lhes dão voz, se uma
fala nos círculos. «Mestres,». Mas pode alguém ser mestre
aqui, de onde
se ofuscam, cândidos animais transmudando-se?
«Eu sou o manancial nos hortos inocentes.»
Nenhum mestre, porque se eles
se tocam
— um ao outro desabrocham: a pancada no amarelo
ou no branco enflora o mundo. «Mas eu não me conheço
sem a força que me passa, toda
em imagem
destravada ao jubileu das memórias; batem-lhe no rosto
os galhos de sal, e ele toca-me — e
abre — e
tranca. Tranca-me numa pedraria
vibrante. Para que eu me revele em mim. E me sele nas palavras com
veias.
Alvoroço a madeira sonora com a fria loucura da música.
Às dedadas amasso o bloco a dois reluzindo pela cicatriz que o cose
do cóccix ao occípite. Chamo
até aos extremos do nome, ele é o nome nas respirações
cantadas. Mestres,».
Os mestres viram como estremecera ao afundar-se na água
negra, quando ela
era água metida pela noite dentro. E viram-nos
depois sob as varas
salgadas: lavradas
armas que se encostam ao mundo,
altas armas abrasadas contra o mundo nocturno.
«Tornei mortal o cantor na sua cana cantora.
Deus olha-o na cara, e ele sonha-me; Deus enlaça-o, rutila; Deus
e os seus mamíferos, em mim, canto,
biografia rítmica. Mestres,».
Que não há mestres, esses eram donos dos latifúndios bravios onde se
planta
o sal. Mas estes, no seu canto pequeno,
crispavam-se
entre braços e umbigos, entre sexos
e bocas. Tinham a sua coroa talhada na polpa
de um diamante. Uma coroa
cravada na carne da cabeça. Quem é o arco ou a flecha,
quem se retesa, quem
mata? Porque tanto a flauta como a sua melodia. Tanto
a mão como a sua escrita. Tanto uma
onda de escarlate
cruel
no espelho devassado para baixo e para cima. Arrebata-os
o demoníaco. São os indígenas do ouro.
Um é a cana, outro é o som.
O som destroça a cana.
«Mestres,».
Cada um é a sua arma, cada um é o lanho da sua arma ã altura
de um no outro, a entoação amarga —
da garganta cortada. A voz
de um outro, a entoação amarga
☛ PyoZ ☚