L’amour ne meurt jamais de besoin,
mais souvent d’indigestion.
(El amor no muere nunca de hambre
sino, a menudo, de indigestión.)
N. de Lenclos, Lettres au marquis de Sévigné
No es un perro loco —si los perros
se volvieran locos— soltado del
infierno —si existiera algún infierno—
que aúlla a las arañas del garaje
de la vecina mientras ella ajusta
las tiras de su liguero a las medias,
no es un milagro —si hay milagros—
ni —si hay brujas— un cuesco de bruja
retumbando en las montañas, ni es
mucho más que el hambre, o la sed nublosa
de la mañana siguiente a un gran día
reinando sobre el polvo, ni tampoco
más que serotonina y dopamina
e irreductibles instintos atávicos…
aunque, en realidad,
mirándolo de forma menos técnica:
¿por qué carajo me hablas de amor
cuando, mi amor, lo que quieres es queso?
egm.2019
Nuevo poema publicado en Luz de invierno escrito en 2018
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