30 de junio de 2019

Juan Felipe Herrera

Grafismo

Corto / / / / /


Multiplico imágenes cotidianas. Aplico una punta de aluminio.
Al paisaje.
A la frase.
A la foto.
A la figura.
A la palabra.

Y de repente, con un ligero temblor de ojos, vértebras y dedos, destruyo todo lo que existe.

A través de los años, he reconstruido las células, descubierto los signos del río, inmaculado, los vestíbulos académicos y los labios muertos y las historias en las calles metropolitanas.

Mi cirugía es criminal.

Nadie ha podido identificar los esqueletos, los restos, los nervios dispersos de los mil personajes que he reunido con el fin de traer a esta figura de vuelta a la vida. Las cicatrices son invisibles e innumerables.

¿Quién sospecharía de un artista gráfico?
¿Quién sospecharía que esta mesa gris fuera una cámara de asesinatos?
Instrumentos:
        —El lápiz que duerme con su manta amarilla y su corona de goma.
        —Una revista de recuerdos, mujeres sonrientes, trajes de hombre y relojes como gotas, como la ciencia.
        —Tubos de tinta asfixiada que suenan como pequeños mares golpeando un universo de plástico.
        —La foto de una mujer chamula mirando a través de estas ventanas hacia La Misión.
        —Acuarelas: Francés Ultramar, Verde Esmeralda y Violeta Windsor.
        —Fósforos delgados amigos idénticos soldados con sus cascos rojos pensando.
        —Diccionarios de portugués, español y alemán, páginas blancas bestias a las que nadie oye gemir.
        —La lámpara del sacerdote rezando con la cabeza apuntando hacia el suelo frente a una fiera pared.
        —Archivos solemnes organizados por sílabas, alientos, risas y amor con X.
        —Un libro sobre un artista: The Fabulous Life of Diego Rivera, impreso en Nueva York donde se escucha el viento que cae desde el edificio más alto.

Y las cuchillas X-Acto. Triangulares. Las hermosas hojas / / / / /

Cada noche los coches recorren las calles de 24 y Mission. Una mujer de San José conduce un Chevy azul con ventanas ahumadas. Estela. Tiene el pelo rojizo. Cejas finas y ojos oscuros que desean todo menos esta calle que termina en ocho manzanas: La Avenida Potrero. Tendría que girar. Pero no lo hará. No va a regresar al hogar de veinte años con su padre que intenta tocar Santa de Agustín Lara en su vieja guitarra y la madre que organiza una reunión de Testigos de Jehová. Estela dejará el coche aparcado entre las calles Harrison y Alabama de San Francisco. Caminará sin rumbo por la calidez de las tiendas de alimentación, la iglesia de San Pedro, la Galería de la Raza, China Books, la panadería de La Victoria. Caminará en la noche con los ojos ardiendo, viéndolo reírse, el muchacho en su apartamento caja negra, riéndose, riéndose, riéndose como un hombrecito.

El hombrecito se ríe. Es un apartamento de matrimonio y puños. El pega-esposas se ríe en su sillón. Al lado de su cama ve la ansiosa nota. Se centra en la firma con la E interrumpida en tres lugares.

Mira las sábanas sucias y deshechas, las cortinas descoloridas, las colillas aplastadas y la ceniza. El televisor en blanco y negro anuncia un saldo de muebles de sala de estar. Con su lata de cerveza observa. Fuma. Piensa.

Dentro de una o dos semanas llevarán a su primo a la cárcel de San Quintín, otra vez. La última ocasión en que lo vio era jardinero en una universidad.

Se imagina a Estela regresando a casa. Se la imagina y bebe con calma. Hace la cama. Apaga el televisor y enciende la radio. Se entretiene en ese espacio o cubo flotando sobre la ciudad.
Estela camina hacia el norte por la avenida.

P / O / T / R / E / R / O

El grafismo requiere cuchillas precisas.

                Aquel día
                cuando viniste a bañarme
                yo sudaba con ese olor
                con que sólo los anestesiados
                pueden sudar.

                Me esponjaste la piel
                limpiaste mi cabello y
                pareciste ignorar
                mis genitales aturdidos y arrugados
                sin embargo, los lavaste…
                                                MICHAEL RAMSEY-PÉREZ

Randi se encuentra en un hospital en Los Ángeles o tal vez más al sur, en San Diego. Creo que sus padres son de Arizona. Está muy grave. En una habitación con un cartel rojo colgando del pomo de la puerta.

A / I / S / L / A / M / I / E / N / T / O

Tiene el hígado hinchado, la piel amarillenta, el pelo largo y grasiento. La debilidad lo consume noche tras noche. No puede hablar, se cansa fácilmente. Pero puede oír. Oye los tacones blancos de los médicos y enfermeras corriendo a las habitaciones de los moribundos. Oye pasos revoloteando como palomas sobre el suelo o como las hojas de la fiebre cayendo desde el techo del infierno.

Son las once de la noche. Oye al hombre abandonado en la habitación 200 caerse de la cama al tratar de beber un vaso de agua. Oye los tubos intravenosos estallando, el plasma dulce girando entre las paredes, la bolsa deslizándose al suelo y salpicando a través de las pantallas abiertas de la noche.

El hombre grita. Vomita sangre y flemas. Se enreda en las sábanas y las venas de plástico transparente. Al cabo de media hora las palomas vuelan. Las hojas caen. Rápido.

Unos días más tarde un hombre negro entra en la habitación 199. Un enfermero. Limpia su cuerpo con una esponja caliente. Sus manos recorren lentamente la espalda amarillenta, el vientre y los frágiles hombros de Randi. Pájaros oscuros vuelan sobre un olvidado paisaje. Randi ve a su madre frotándole el pecho con alcohol para calmar la tos antes de dormir. Vuelve la cara. Imagina su casa de una sola habitación, un remolque que su padre hizo de un coche viejo. Están en un pequeño rancho en las afueras de una ciudad desconocida. Las montañas reflejan el calor cobrizo de la tarde. A lo lejos se pueden ver unas aves cruzando sobre los saguaros y el cielo.

La última vez que vi a Randi fue en el San Francisco City College. Venía de entregar todos los papeles para poder abandonar a mitad de curso. No quería seguir con aquello. Fue una farsa.

Como cuando lo invitaron a leer poesía cerca de la Galería de La Raza en el distrito de La Misión. Nunca apareció. Tomó la calle 18 en lugar de la 24. Unos latinos le pegaron. Le notaron un aire homosexual.

Las mentiras no existen, solo el grafismo.
Esta figura no tiene cicatrices / / / / /

                Cuando te tuve no me dieron
                nada. Me agarré al lavabo
                hasta que creí morirme
                entonces lo hicieron. Ellos ataron…
                                                ALMA LUZ VILLANUEVA

Eva (hacia 1946), el médico dice que tienen que operar. Tu pelvis también es demasiado estrecha. El niño no puede nacer. Saldrá en pedazos. Eva. Tendrán que operar.

Dice que después te dará morfina para los puntos. Incluso si gritas, Eva, todo irá bien. Incluso si las enfermeras te ignoran, se ríen de ti como si vieran tu azulada boca abierta, tus ojos de sonámbula, tus manos arañando la cama de metal o el aire o los recuerdos. Durante un largo segundo examinarán tu útero con vendajes manchas nubes gotas de lluvia soles y sombras de carmín e ira sobre el ataúd oculto por diez centímetros de sutura vertical. Eva. Sufrirás una hemorragia 29 días más tarde mientras lavas la ropa en una tina de hojalata.

Eva. El doctor sonríe. Ten fe en él. Dice que todo está bien. He firmado los papeles. Todo está arreglado, chica.

        —El lápiz se despierta
        —El papel se tensa, la goma vibra
        —La revista se disipa
        —El reloj enmudece

Alguien ha borrado todas las E de todas las páginas; quedan unos pequeños rectángulos vacíos. La tinta corre buscando asilo.

                —El verde esmeralda es el color de la hierba áspera
                diluido en grandes botellas de lágrimas, saliva y
                alcohol. Es lluvia para un infierno de células. Que arden
                y arden y arden.

S / I / E / B / R / E / N / N / E / N

Diego, retocas un trabajador colosal de ojos demasiado tristes, con una descolorida camisa de algodón azul. Sus ojos están hinchados. El trabajador quiere ver, pero sus ojos ya no cuentan, solo sus manos.
Vuelan.

Se desenlazan por encima de nuevas máquinas hacia el futuro. Tocando la atmósfera. Los dedos tocan el 17 de febrero de 1981.

La Guardia Nacional entra en el departamento de Las Cabañas en El Salvador. Bloquean la zona, cortando todas las carreteras a los campesinos. Caen bombas. Las montañas proyectan rocas, raíces y agua. Proyectiles con revestimiento de hierro rasgan las gargantas de abuelos y niñas. Las iniciales U S A sudan.

Sudan a través de la pintura de los helicópteros de la Guardia descendiendo en picado sobre las chozas y los campos de maíz.

Siete mil comienzan a correr hacia el río Lempa. 15 km y luego el ancho río. 15 km y luego tal vez refugio en las selvas de Honduras. Solo
15 kms
9 kms
7 kms
6 kms     una joven embarazada desaparece
5 kms     la Guardia la capturó junto con los demás
4 kms     le arrancan la ropa
4 kms     soldados en masculinos uniformes verdes moteados la rodean
4 kms     la atan de pies y manos
3 kms     la bayoneta penetra

2 kms     graba una X de lágrimas rojas sobre el útero furioso
6 kms     el orgulloso soldado tira su arma
12 kms    hunde su mano derecha
9 kms     arranca el feto con las uñas de sus dedos calientes
13 kms    lo eleva como una antorcha
1 km       abriendo la boca el soldado grita
15 kms    ¡Un comunista menos en El Salvador!

Llegan al río. Se echan al agua. De repente, desde el lado hondureño aparecen más helicópteros y ametralladoras. El viento se rinde. La tarde se agota.

La maquinaria del trabajador gigante grita en la esquina de la página: Lámina número 113. Es tu autorretrato pintado en la pared del Instituto de Arte de San Francisco.

Han hecho falta pocas cuchillas / / / / /

Esta vez. Usé varias cuchillas para llenar el lienzo con su dramatis personae, paisajes y escenas que se han parado y mantenido en secreto; una figura repartida en diferentes cajas hacia diferentes destinos. Nadie ha podido averiguar lo que sucedió en esta mesa. Pero es hora de apagar la lámpara negra.

Si me lo piden, haré lo único que puedo. Les mostraré todo lo que he hecho; lo único que cuenta:

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 42424242424242424242424242424242424242424242424242424242
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haciahaciahaciahaciahaciahaciahaciahaciahaciahaciahaciahacia
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
15151515151515151515151515151515151515151515151515151515
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v – rdev – rdev – rdev – rdev – rdev – rdev – rdev – rdev – rdev – rde
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ellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaellaell
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C/ / / / /R/ / / / /Í/ / / / /M/ / / / /E/ / / / / /N/ / / / /E/ / / / /S



Juan Felipe Herrera. Grafik (poetryfoundation.org)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2019


                    ∼

Grafik

I cut / / / / /

I multiply everyday images. I apply an aluminum point.
To the landscape.
To the sentence.
To the photo.
To the figure.
To the word.

And suddenly, with a slight tremor of eyes, vertebrae and fingers, I destroy everything that exists.

Through the years, I’ve rebuilt the cells, uncovered the signs of the cold, immaculate, academic vestibules and of the dead lips and histories in the metropolitan streets.

My surgery is criminal.

No one has been able to identify the skeletons, the remains, the thousand scattered nerves of personages I’ve gathered in order to bring this figure back to life. The scars are numberless and invisible.

Who would suspect a grafik artist?
Who would suspect this gray table as a chamber of murders?
Instruments:
—The pencil sleeping with its yellow blanket and rubber crown.
—A magazine of memories, smiling women, men’s suits and watches like drops, like science.
—Tubes of smothered ink sounding like small seas pounding a universe of plastic.
—A photo of a Chamula woman looking through these windows toward the Mission.
—Watercolors: French Ultramarine, Emerald Green and Windsor Violet.
—Matches thin friends identical soldiers with their red helmets thinking.
—Dictionaries in Portuguese, Spanish and German, white pages beasts nobody hears moaning.
—The priest lantern praying with its head pointing toward the floor in front of a fierce wall.
—Solemn archives organized by syllables, breaths, laughs and love with X.
—A book about an artist: The Fabulous Life of Diego Rivera, printed in New York where they listen to the wind falling from the tallest building.

And the X-acto knives. Triangular. The beautiful blades / / / / /

Every night cars cruise the streets of 24th and Mission. A woman from San José drives a blue Chevy with smoked windows. Estela. She has reddish hair. Tight brows and dark eyes desiring everything but this street that ends in eight blocks: Potrero Avenue. She’ll have to turn. But she won’t. She won’t go back to the home of twenty years and her father who pretends to play Santa by Agustín Lara on his old guitar and the mother organizing a Jehovah’s Witnesses’ meeting. Estela will leave the car parked between Harrison Street and Alabama in San Francisco. She’ll walk aimlessly in the warmth of the produce stores, into St. Peter’s church, by the Galería de la Raza, China Books, the bakery at La Victoria. She’ll walk in the night with her eyes burning, seeing him laughing, the young man in his black box apartment, laughing, laughing, laughing like a little man.

The little man laughs. It’s an apartment of marriage and fists. The wife-beater laughs in his easy chair. Next to his bed he sees the anxious note. He focuses on the signature with the E broken in three places.

He looks at the stained and unmade sheets, the dull curtains, the crushed cigarettes and the ashes. The black-and-white television announces a sale of living room furniture. With his can of beer he observes. Smokes. Thinks.

Within a week or two they’ll take his cousin to San Quentin prison, again. The last time he saw him he was a gardener at a college.

He imagines Estela coming home. He imagines and drinks calmly. Makes the bed. Turns off the television and turns on the fm. He amuses himself in that space or cube floating above the city.
Estela walks north on the Avenue.

P / O / T / R / E / R / O

Grafiks require precise knives.

On that day
When you came to bathe me
I sweated that stink
That only the anesthetized
Can sweat.

You sponged my skin
Cleaned my hair and
Seeming to ignore
My stunned and shriveled genitals
You nonetheless bathed them . . .
—MICHAEL RAMSEY-PÉREZ

Randi finds himself in a hospital in Los Angeles or maybe further south, in San Diego. I think his parents are from Arizona. He’s very ill. He’s in a room with a red sign hanging from the doorknob.

I / S / O / L / A / T / I / O / N

His liver is bloated, skin yellowed, hair long and greasy. Weakness consumes him night after night. He can’t speak, tires easily. But he can hear. He hears the white heels of the doctors and nurses running to the rooms of the dying. He hears footsteps fluttering like doves over the floor or like the leaves of fever falling from the roof of hell.

It’s eleven o’clock at night. He hears the abandoned man in room 200 fall out of bed attempting to drink a glass of water. He hears the IV tubes bursting, the sweet plasma spinning between the walls, the bag slipping to the floor and splattering through the night’s open screens.

The man screams. Vomits blood and ulcers. Gets tangled up in sheets and transparent plastic veins. After half an hour doves fly in. The leaves fall. Fast.

After a few days a black man enters room 199. An orderly. He cleans his body with a warm sponge. His hands run slowly down the yellowed back, the belly and fragile shoulders of Randi. Dark birds fly over a forgotten landscape. Randi looks at his mother rubbing his chest with alcohol to quiet the cough before he sleeps. He turns his face. Imagines his one-room house, a trailer his father made out of an old car. They’re on a little ranch at the outskirts of an unknown town. The mountains reflect the afternoon’s coppery heat. From afar you can see birds crossing above the saguaros and the sky.

The last time I saw Randi was at San Francisco City College. He had just turned in all his papers so he could drop out at midterm. He didn’t want to go on with it. It was a farce.

Like when he was invited to read poetry near the Galería de La Raza in the Mission District. He never showed up. Took 18th instead of 24th Street. Some Latinos beat him up. They noticed a homosexual air about him.

Lies do not exist, only the grafik.
This figure has no scars / / / / /

When I had you they didn’t give
me anything. I grabbed onto the
washbasin until I thought I’d die
they did that then. They strapped . . .
—ALMA LUZ VILLANUEVA

Eva (circa 1946), the doctor says they have to operate. Your pelvis is too narrow. The child can’t be born. It will come out in pieces. Eva. They’ll have to operate.

He says he’ll give you morphine for the stitches afterwards. Even if you scream, Eva, it’ll be alright. Even if the nurses ignore you, laugh at you as they see your bluish mouth open, your sleepwalker’s eyes, your hands scratching against the metal bed or the air or memories. For one long second they’ll study your womb in bandages stains clouds raindrops suns and rouge shadows and rage over the coffin hidden by 10 centimeters of vertical stitching. Eva. You’ll hemorrhage 29 days later while washing clothes over a tin basin.

Eva. The doctor is smiling. Have faith in him. He says everything is fine. I’ve signed the papers. Everything is arranged, girl.

—The pencil wakes
—The sheet tightens, the rubber vibrates
—The magazine fades
—The watch is speechless

Someone has erased all the E’s from all the pages; small empty rectangles remain. The ink runs searching for asylum.

—Emerald green is the color of jagged grass
diluted in great bottles of tears, spit and
alcohol. It’s rain for a hell of cells. They burn
and burn and burn.

S / I / E / B / R / E / N / N / E / N

Diego, you touch up a colossal worker with too-sad eyes, wearing a faded blue cotton shirt. His eyes are swollen. The worker wants to see, but his eyes don’t count anymore, just his hands.
They fly.

They untangle above new machines toward the future. Touching the atmosphere. The fingers touch the 17th of February, 1981.

The National Guard enters the province of Las Cabañas in El Salvador. They trap the area, cutting off all the roads out for the campesinos. Bombs fall. The mountains explode rocks, roots and water. An iron shell splinter rips into the throats of grandfathers and little girls. The initials U S A sweat.

They sweat through the paint of the Guardia helicopters swooping down over the huts and fields of corn.

Seven thousand begin to run toward the Río Lempa. 15km and then the wide river. 15km and then maybe refuge in the jungles of Honduras. Only
15kms
9kms
7kms
6kms a pregnant young woman disappears
5kms the Guardia captured her along with the others
4kms they rip off her clothes
4kms soldiers in masculine green stained uniforms circle her
4kms they tie her arms and legs
3kms the bayonet penetrates

2kms it etches an x of red tears over the furious womb
6kms the proud soldier throws down his weapon
12kms sinks his right hand
9kms rips out the fetus with the fingernails of his hot fingers
13kms lifts it up like a torch
1km opening his mouth the soldier screams
15kms One less communist in El Salvador!

They reach the river. They jump in the water. Suddenly, from the Honduran side other helicopters and machine guns appear. The wind surrenders. The afternoon weakens.

The giant worker’s machinery shrieks on the tiny corner of the page: Plate number 113. It’s your self-portrait that you painted on the wall of the San Francisco Art Institute.

Few blades have been needed / / / / /

This time. I used a few blades to fill the canvas with its dramatis personae, landscapes and scenes that have been held back and kept secret; a figure dealt out in different boxes toward different destinies. No one has been able to figure out what happened on this table. But it’s time to turn off the black lamp.

If they ask me, I’ll do the only thing I can. I’ll show them everything I have; the only thing that counts:

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24242424242424242424242424242424242424242424242424242
februaryfebruaryfebruaryfebruaryfebruaryfebruaryfebruraryfebr
Circacircacircacircacircacircacircacircacircacircacircacircacircacirca
AAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAAA
1515151515151515151515151515151515151515151515151515151
brennenbrennenbrennenbrennenbrennenbrennenbrennenbrennen
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