8 de marzo de 2024

Carol Ann Duffy

Eurídice

Chicas, yo estaba muerta y hundida
en el Inframundo, una sombra,
una sombra de mi antiguo yo,
en ningún tiempo.
Aquel era un lugar donde el lenguaje se detenía,
un punto muy negro, un agujero negro
en el que las palabras debían llegar a su fin.
Y allí terminaron,
las últimas palabras,
famosas o no.
Me vino de maravilla.

Así que imaginadme allí,
inasequible,
fuera de este mundo,
luego imaginad mi cara en aquel lugar
de Eterno Reposo, el único
en el que pensaríais que una chica estaría a salvo
de esa clase de hombre
que la sigue a todas partes
escribiendo poemas,
expectante
mientras ella los lee,
que la llama Su Musa
y que una vez se enfurruñó durante un día y una noche
porque ella comentó su debilidad por los sustantivos abstractos.
Imaginaos mi cara
cuando escuché
—oh dioses—
unos golpes familiares en la puerta de la Muerte.

Él.
El Gran O.
Más largo que la vida.
Con su lira
y un poema preparado, conmigo como premio.

Las cosas eran diferentes por aquel entonces.
Para los hombres, en cuanto a versos,
el Gran O era el ídolo. Legendario.
La promoción en la contracubierta de sus libros
proclamaba que los animales,
de abeja a zorro,
acudían en tropel a su lado cuando cantaba,
los peces saltaban en sus cardúmenes
al sonido de su voz
e incluso las mudas y hoscas piedras a sus pies
lloraban lagrimitas de plata.

Gilipolleces. (Yo misma lo mecanografié todo,
debería saberlo).
Y si lo viviera desde el principio,
tened por seguro que prefiero hablar por mí misma
a ser la Adorada, Amada, Dama Oscura, Diosa Blanca, etcétera.

A decir verdad, chicas, preferiría estar muerta.

Pero los dioses son como los editores,
mayormente varones,
y lo que sin duda conocéis de mi historia
es el acuerdo.

Orfeo se pavoneaba con sus cosas.

Los exánimes espectros sollozaban.
Sísifo se sentó en su roca por primera vez en años.
A Tántalo se le permitieron un par de cervezas.
La mujer en cuestión apenas podía creer lo que oía.

Me gustase o no,
debía seguirlo de vuelta a nuestra vida
—Eurídice, esposa de Orfeo—
y quedar atrapada en sus imágenes, metáforas, símiles,
octavas y sextetos, cuartetas y dísticos,
elegías, coplillas, madrigales,
leyendas, mitos…

Le habían dicho que no podía darse la vuelta
ni mirar atrás,
sino caminar hacia arriba sin detenerse,
conmigo justo detrás de él,
hacia fuera del Inframundo
al aire superior que para mí era el pasado.
Le habían advertido
de que una mirada y me perdería
para siempre jamás.

Así que caminamos y caminamos.
Ninguno hablaba.

Chicas, olvidad lo que habéis leído.
Sucedió así:
Yo hice todo lo que estaba en mi mano
para lograr que mirara atrás.
¿Qué tenía que hacer, me dije,
para que entendiera que habíamos terminado?
Yo estaba muerta. Difunta.
Descansando En Paz. Demodé. Acabada.
Pasada de fecha de caducidad…
Extendí mi mano
para tocarle una vez
en la nuca.
Por favor, déjame quedarme.
Pero la luz ya comenzaba a languidecer del púrpura al gris.

Era un camino cuesta arriba,
de la muerte a la vida,
y a cada paso
deseaba que él se volviera.
Estaba pensando en quitarle el poema
de su manto,
cuando finalmente me llegó la inspiración.
Me detuve, emocionada.
Él iba un metro por delante.
Mi voz tembló cuando hablé:
Orfeo, tu poema es una obra maestra.
Me encantaría volver a escucharlo

Él sonreía modestamente
cuando se volvió,
cuando se volvió y me miró.

¿Y qué más?
Reparé en que ni se había afeitado.
Saludé una sola vez y me fui.

Los muertos tienen mucho talento.
Los vivos caminan por la orilla de un vasto lago;
cerca, el sabio y ahogado silencio de los muertos.



Carol Ann Duffy. Eurydice (ens-paris-saclay.fr)
Eurydice Summary & Analysis (litcharts.com)
J. Flores Jurado. El ascenso a la superficie: Eurídice en The World's Wife de Carol Ann Duffy y Retrato de una mujer en llamas de Céline Sciamma (revistas.filos.unam.mx)
carolannduffy.com
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2024


                    ∼

Eurydice

Girls, I was dead and down
in the Underworld, a shade,
a shadow of my former self, nowhen.
It was a place where language stopped,
a black full stop, a black hole
Where the words had to come to an end.
And end they did there,
last words,
famous or not.
It suited me down to the ground.

So imagine me there,
unavailable,
out of this world,
then picture my face in that place
of Eternal Repose,
in the one place you’d think a girl would be safe
from the kind of a man
who follows her round
writing poems,
hovers about
while she reads them,
calls her His Muse,
and once sulked for a night and a day
because she remarked on his weakness for abstract nouns.
Just picture my face
when I heard —
Ye Gods —
a familiar knock-knock at Death’s door.

Him.
Big O.
Larger than life.
With his lyre
and a poem to pitch, with me as the prize.

Things were different back then.
For the men, verse-wise,
Big O was the boy. Legendary.
The blurb on the back of his books claimed
that animals,
aardvark to zebra,
flocked to his side when he sang,
fish leapt in their shoals
at the sound of his voice,
even the mute, sullen stones at his feet
wept wee, silver tears.

Bollocks. (I’d done all the typing myself,
I should know.)
And given my time all over again,
rest assured that I’d rather speak for myself
than be Dearest, Beloved, Dark Lady, White Goddess etc., etc.

In fact girls, I’d rather be dead.

But the Gods are like publishers,
usually male,
and what you doubtless know of my tale
is the deal.

Orpheus strutted his stuff.

The bloodless ghosts were in tears.
Sisyphus sat on his rock for the first time in years.
Tantalus was permitted a couple of beers.
The woman in question could scarcely believe her ears.

Like it or not,
I must follow him back to our life —
Eurydice, Orpheus’ wife —
to be trapped in his images, metaphors, similes,
octaves and sextets, quatrains and couplets,
elegies, limericks, villanelles,
histories, myths…

He’d been told that he mustn’t look back
or turn round,
but walk steadily upwards,
myself right behind him,
out of the Underworld
into the upper air that for me was the past.
He’d been warned
that one look would lose me
for ever and ever.

So we walked, we walked.
Nobody talked.

Girls, forget what you’ve read.
It happened like this —
I did everything in my power
to make him look back.
What did I have to do, I said,
to make him see we were through?
I was dead. Deceased.
I was Resting in Peace. Passé. Late.
Past my sell-by date…
I stretched out my hand
to touch him once
on the back of the neck.
Please let me stay.
But already the light had saddened from purple to grey.

It was an uphill schlep
from death to life
and with every step
I willed him to turn.
I was thinking of filching the poem
out of his cloak,
when inspiration finally struck.
I stopped, thrilled.
He was a yard in front.
My voice shook when I spoke —
Orpheus, your poem’s a masterpiece.
I’d love to hear it again

He was smiling modestly,
when he turned,
when he turned and he looked at me.

What else?
I noticed he hadn’t shaved.
I waved once and was gone.

The dead are so talented.
The living walk by the edge of a vast lake
near, the wise, drowned silence of the dead.


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