A esta hora el verso libre aún tiene
demasiados esclavos,
lo cual no es ninguna paradoja
—la hoja roja no se moja
ni en la primavera los nabos—,
la escritura horizontal
propende a convertirse en vertical:
bucle a bucle,
salto
a salto,
—cuando lo descubres, descubres
que alguien ya lo había descubierto—
la historia se reescribe
cada dos o tres tardes
y el pasado es un borrón ilegible
e ignorable —a esta hora—
que a nadie le interesa comprender,
aunque empero sin embargo,
pese a la inercia adquirida
—sin praxis—
por los vetustos transatlánticos
obstinados en su ruta,
los nuevos tiempos van envejeciendo
—sin brisa pero sin causa—
con progresiva determinación,
otro gin y un chupito,
la música no está mal pero
no me gusta tu gusto poético
—la solución es la disolución—,
a esta hora:
la noche es una vieja puta alcohólica
siempre con ganas de orinar
—está lloviendo ahí fuera—,
como los seres vivos
las palabras se combinan
en parejas y grupos: establecen
relaciones sintácticas, a veces
precarias, entre ellas
—roneo: tú me miras, yo te leo—,
a esta hora
la gramática es errática, pero
la letra es hache y el número es cero,
de madrugada
—parques lluviosos, ciudad empapada—
y tras las copas,
las manitas y el besuqueo
—el acopio de experiencia es banal—,
aquí estamos: mojados y borrachos,
a esta hora,
y sin taxis.
egm. 2018
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