Camino hasta el extremo de la playa,
paso, sin mirarla, junto a la iglesia
—ni al cementerio—,
me siento en el viejo banco de piedra,
dejo la cámara,
me lío un cigarrillo,
fumo mirando al fugado horizonte
—atardecer—
y pienso en lo de siempre,
pensando en que no pasa nunca nada
con lo de siempre;
y pienso nada.
egm. 2018
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