Hank Wothreed. Betty with Gloves, Garter Belt and Whip
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Un oficial de Correos, que además de serlo es muy amigo mío, y que se pasa la vida yendo desde La Coruña a Venta de Baños y viceversa, me explica en una sustanciosa carta el modo de guisar en el departamento de Correos, aun cuando los guisos sean de alguna complicación.He aquí algunos párrafos de la carta aludida:«En Venta de Baños un natural de Calabazanos, por un perro grande me pone en posesión de unos pimientos morrones del tamaño de un proyectil del 42. Continúa el tren conmigo y con los pimientos hasta Villalumbroso, en donde se abre la portezuela del compartimento y el cartero me propone un negocio de compraventa, por virtud del cual, por una veinte, me entrega los cuatro palominos de que es portador. Concibo mi plan, y en Villada uno a mis anteriores compras dos chorizos de Trobajo y tres reales de jamón.»De nuevo el mixto en marcha, les hago ver a los volátiles el deber en que están de abandonar la vida, y al llegar a Grajal abandono el departamento en que voy y me interno en “Alfonso VIII”, que así se llama la locomotora que nos conduce, y previos los saludos de rúbrica a Servando el maquinista, someto los cadáveres a unas inhalaciones de vapor que los dejan a imitación del gallo de Morón: sin plumas; pero estos, además no cacarean.»De nuevo en mi coche, procedo a internarme en los intestinos de los cándidos, quitándoles todo aquello y sustituyéndoselo por una mezcla preparada con el jamón, el chorizo, los hígados de los interfectos, cebolla, perejil y sal.»Sobre dos quinqués de aceite pongo una tartera con más aceite y allí rehogo los pichones cuando está sin rancio. Una vez dorados, cada pichón pasa a ocupar el interior de un pimiento, y al aceite que queda en la tartera le añado un amasijo de pan frito, unas cuantas avellanas y una yema de huevo cocido, todo mezclado con un poco de vino blanco y un punto de nuez moscada, y en la mezcla coloco los rojizos ataúdes. Quito mecha y dejo que cueza todo lentamente.»En Palanquinos mi compañero y yo procedemos a la consiguiente investigación, que no puede ser más satisfactoria. Hay después unas libaciones de vino del Barco de Valdeorras; mi compañero enciende un cigarrillo, yo me asomo, Servando hace sonar el silbato y el tren modera la marcha hasta detenerse en León, en donde da fin la receta que me permito someter a su consideración, participándole que si llego a verla publicada en la quinta edición de La Cocina Práctica constituirá para mí una efemérides digna de codearse con el día que la novia me dijo sí o aquel en que fui presentado a los señores de Anzobre.»Suyísimo
Gonzalo Abello
En ruta, a 13 de noviembre de 1916»
Nota
perro grande: perra gorda, o perra grande. Moneda española de cobre o aluminio que valía diez céntimos de peseta (DLE).
una veinte: Una peseta con veinte céntimos.
Manuel Mª Puga y Parga (Picadillo). La Cocina Práctica, Decimosexta edición, Editorial Gali, Santiago de Compostela, 1981
Ustedes saben que los irlandeses, los gaélicos insulares, son sexagesimales, como nosotros ahora, los europeos modernos, somos centesimales. Por eso la preocupación lírica y mágica constante de los soñadores celtas de antaño era llegar a conseguir anotar los sesenta nombres de las sesenta hadas que había en la isla de San Patricio, benéficas y constantemente en activo, generalmente habitantes de las verdes colinas trebolares o de las claras fuentes. O a veces de una piedra movediza, o de unas antiquísimas ruinas.El único daño que hacían estas hadas era con su ingenuidad, pues siendo inocentísimas le concedían a un hombre o una mujer unos dones que, sin que las hadas lo sospechasen, terminaban conduciendo al galardonado a una horrible tragedia y a la muerte. Veían un mozo hermosísimo, los cabellos dorados, gran jinete y hábil con la lanza, y le echaban encima profecías de heroico comportamiento —geasa se llama este voto que se hace por otro, y cuyo cumplimiento es inexcusable—, y, sin comerlo ni beberlo, el mozo que naciera soñador y apático, o sosegado domesticador de galgos y palomas, se encontraba de hoz y coz en el mundo de las grandes aventuras, con dragón hostil, con campeones que le arrebataban la esposa, con espectros y otros malignos, y con navegaciones por mares turbulentos.En algún monasterio, como en San Lorenzo O’Toole, tuvieron un periodo determinado, durante el gobierno de un santo abad, los sesenta nombres, y fue de rúbrica allí el rezar, diciéndolos, pidiendo a Dios que las hadas nombradas se estuvieran quietecitas, no dando premios a nadie, salvo en la inevitable noche de San Juan.Dos veces hubo que cambiar la lista de los sesenta nombres, según O’Bervrey, debido a que en el transcurso de los siglos dos hadas se pasaron al gremio de las mujeres normales, y por amor. Una de ellas, más tarde, ya casada, conocida por Mougha de Ceash, se enamoró de un antepasado del gran escritor Lord Dunsany, el autor de Los cuentos de un soñador. Lord Dunsany medía casi los dos metros, pero su antepasado algo más. El hada Mougha lo vio frotarse desnudo contra una piedra movediza que había en las proximidades de Armagh, y que andando el tiempo volaron los ingleses en los días de Lord Essex, porque decían que los espiaba. El hada, que debía ser de una fabricación un poco diferente de la de sus congéneres, sintió la necesidad de ser poseída carnalmente por el joven David, y se presentó desnuda ante él, también frotándose contra una piedra.—¿Es para bien o para mal?— le preguntó David a la piedra.Esta se echó a reír a carcajadas, y respondió:—¡Es para bien!Y allí mismo, en la dulce hierba de mayo, David tumbó a Mougha. Callaron a la vez los grillos del verde prado y las abubillas que andaban a ellos con su gritito ¡up!, ¡up!, ¡up!… David la encontró sabrosa, la llevó a su casa, la presentó a sus padres y se casó con ella por la Santa Iglesia. Con la pérdida de su virginidad, el hada perdió todos sus poderes y quedó reducida a la condición humana. Dicen que otras hadas se acercaban a la casa de David Killmore, especialmente cuando amamantaba a sus hijos.La otra de las dos hadas que hubieron de dejar el escalafón fue una tal Lai de Donn, y puede decirse que ésta casi lo fue por santidad. Un padre prohibió bodas a sus hijos, que eran siete, excepto al mayor, pues no quería que llevasen los bosques paternos —entonces aún había bosques en Irlanda, no habían acabado con ellos los ingleses— a otras familias, conforme a la llamada «ley del terrón», que establecía determinados lazos de parentesco. El heredero se paseaba con su joven esposa, acariciándose y besándose, por la pumarada, dejándose ver de sus hermanos encerrados en una torre. Y éstos desesperaban. Un día en que los seis vieron a su hermano y a su cuñada hacer el amor en el pajar —era una dulce tarde de verano—, se dijeron que mejor que seguir sin goces carnales, y prisioneros de la avaricia y la terquedad paterna, alimentados con sopa de cebada y oveja salpresa, era morir. Y se disponían a darse la muerte, ahorcándose, cuando compadecida apareció ante ellos Lai de Donn y se les ofreció, para lo cual se transformó en seis mujeres diferentes que yacieron simultáneamente cada una con un hermano. Todos fueron muy felices, y el asunto duró en secreto, hasta que murió el padre, y el primogénito liberó a sus hermanos y les permitió matrimonio.Lai de Donn se fue y quiso volver a las filas de las hadas, a los sesenta nombres, pero las otras hadas la rechazaron. Páidrac Colum, un gran poeta de Irlanda, dice que Lai le había tomado gusto a los besos, a las caricias, al fornicio, y que desde entonces se dedicó a la prostitución en las cercanías del pozo de San Patricio, en el condado de Armagh, la sede primada de la isla. Y de la historia de Lai de Donn proceden las historias que contaban los soldados de Isabel, la Reina Virgen, acerca de las hermosas mujeres que los asaltaban en la centinela nocturna, y puede decirse que los violaban. Era Lai de Donn, vagabunda y carnal, desdoblada en seis mujeres diferentes, y todas excitadas e incansables en el amor. Luego se dijo que todas las hadas de Irlanda eran putas públicas. Mentira.Yo le he hecho una vez un poema, en mi lengua gallega, a Lai de Donn. Al final le pedía una noche. Yo tenía veinte años y acababa de leer en Colum su historia, la historia de su inmensa obra de misericordia.
Álvaro Cunqueiro, de la serie «El otro ovillo», Bazaar, nº 18, junio de 1978. La bella del dragón, (Editorial Tusquets, 1991)
A aquel alto árbol que vuelve la hoja
algo se le antoja.
Aquel árbol de buen mirar
hace de modo flores quiere dar,
algo se le antoja.
Aquel árbol de bello ver
hace de modo quiere florecer,
algo se le antoja.
Hace de modo flores quiere dar;
pronto se muestra, salid a mirar,
algo se le antoja.
Hace de modo quiere florecer;
pronto se muestra, salid para ver,
algo se le antoja.
Pronto se muestra, salid a mirar;
vengan las damas las frutas catar,
algo se le antoja.
Pronto se muestra, salid para ver;
vengan las damas las frutas coger,
algo se le antoja.
☛ Diego Hurtado de Mendoza. A aquel árbol que vuelve la foxa (Cossante)
Dadme una joven mujer con su arpa de sombra
y su arbusto de sangre. Con ella
encantaré la noche.
Dadme una hoja viva de hierba, una mujer.
Sus hombros besaré, la piedra pequeña
de la sonrisa de un momento.
Mujer apenas crecida, pero con la gravedad
de dos senos, con el peso lúbrico y triste
de la boca. Sus hombros besaré.
¿Cantar? Largamente cantar.
Una mujer con quien beber y morir.
Cuando vaya a abrirse el instinto de la noche y un ave
lo atraviese traspasada por un grito marítimo
y el pan sea invadido por las olas,
su cuerpo arderá mansamente bajo mis ojos palpitantes,
como imagen vertiginosa y alta de un cierto pensamiento
de alegría e impudor.
Su cuerpo arderá para mí
sobre una sábana mordida por flores con agua.
En cada mujer existe una muerte silenciosa;
y mientras la espalda imagina, bajo nuestros dedos,
los bordones de la melodía,
la muerte sube por los dedos, navega la sangre,
se deshace en embriaguez dentro del corazón hambriento.
Oh cabra en el viento y el brezo, mujer desnuda bajo
las manos, mujer de vientre escarlata donde la sal pone el espíritu,
mujer de pies en lo blanco, transportadora
de la muerte y la alegría.
Dadme una mujer tan nueva como la resina
y el olor de la tierra.
Con una flecha en mi costado, cantaré.
Y mientras mane de mi carne una vid de sangre
cantaré su sonrisa ardiendo,
sus pechos de pura sustancia,
la curva cálida de los cabellos.
Beberé su boca, para después cantar la muerte
y la alegría de la muerte.
Dadme un torso doblado por la música, un ligero
cuello de planta,
donde una llama empiece a florear el espíritu.
A ras de su cara se moverán las aguas,
dentro de su cara estará la piedra de la noche.
Entonces cantaré la exultante alegría de la muerte.
No siempre me incendian el despertar de la hierba ni la estrella
despeñada de su órbita viva.
Sin embargo, tú siempre me incendias.
Olvido el arbusto impregnado de silencio diurno, la noche
imagen punzante
con su dios aplastado y ascendido.
Sin embargo, no te olvidan mis corazones de sal y de blandura.
Se aturde mi aliento con la sombra,
tu boca penetra mi voz como la espada
se pierde en el arco.
Y cuando hiela la madre en su distancia amarga, la luna
se atrofia, el paisaje regresa al vientre, el tiempo
se deshila, invento para ti la música, la locura
y el mar.
Toco el peso de tu vida: la carne que fulge, la sonrisa,
la inspiración.
Y sé que has cercado los pensamientos con mesa y arpa.
Voy hacia ti con la belleza oculta,
el cuerpo iluminado por las luces alargadas.
Digo: yo soy la belleza, su rostro y su durar. Tus ojos
se transfiguran, tus manos descubren
la sombra de mi cara. Tomo tu cabeza
áspera y luminosa, y digo: ¿oyes, mi amor?, yo soy
aquello que se espera para las cosas, para el tiempo;
yo soy la belleza.
Entera, tu vida lo desea. Para mí se alzan
tus ojos desde lejos. Tú misma me duras en mi velada
belleza.
Entonces me siento a tu mesa. Porque es de ti
de quien me viene el fuego.
No hay gesto o verdad en el que no duerman
tu noche y tu locura,
no hay vendimia o agua
en los que no estés posando el silencio creador.
Digo: mira, es el mar y la isla de los mitos
originales.
Y me das tu mesa, despliegas en la vastedad de la tierra
la carne trascendente. En ti
comienzan el mar y el mundo.
Mi memoria pierde en su espuma
la señal y la viña.
Plantas, animales, aguas han crecido como religión
sobre la vida; y yo en eso he tardado
mi frágil instante. Sin embargo
tu silencio de fuego y leche restablece la fuerza
maternal, y todo circula entre tu soplo
y tu amor. Las cosas nacen de ti
como las lunas nacen de los campos fecundos,
los instantes se originan de tu ofrenda
como las guitarras obtienen su inicio de la música nocturna.
Más inocente que los árboles, más vasta
que la piedra y la muerte,
la carne crece en su espíritu ciego y abstracto,
tiñe la aurora pobre,
insiste de violencia la inmovilidad acuática.
Y los astros se quiebran en luz sobre
las casas, la ciudad se arrebata,
los animales alzan sus ojos dementes,
arde la madera, para que todo cante
por tu poder cerrado.
Con mi cara llena de tu asombro y belleza,
sé cuánto eres el íntimo pudor
y el agua inicial de otros sentidos.
Comienza el tiempo en que la mujer comienza,
es su carne lo que del minuto oscuro y muerto
se devuelve a la luz.
En la muerte rehierve el vino, y la promesa tiñe los párpados
con una imagen.
Espero al tiempo con la cara asombrada junto a tu pecho
de sal y de silencio, concibo para mi serenidad
una idea de piedra y de blancura.
Eres tú quien me acepta en tu sonrisa, quien oye,
quien se alimenta de deseos puros.
Y el espíritu se une al viento, se enrarece la aureola,
la sombra canta en bajo.
Comienza el tiempo en que la boca se deshace en la luna,
en que la belleza que transportas como un arduo peso
se quiebra en gloria junto a mi costado
martirizado y vivo.
Para consagración de la noche alzaré un violín,
besaré tus manos fecundas, y en la madrugada
daré mi voz confundida con la tuya.
Oh teoría de instintos, don de inocencia,
copa en la que beber junto a la perturbada intimidad
en la que me acoges.
Comienza el tiempo en la insoportable ternura
con la que te adivino, el tiempo en que
el vario dolor implica al barro y la estrella, en que
el encanto liga el ave al trébol. Y en su medida
ingenua y cara, lo que presiente el corazón
a lo lejos engasta de brillo su contorno.
Bueno será el tiempo, bueno será el espíritu,
buena será nuestra carne presa y morosa.
Comienza el tiempo en que la vida se une
a nuestra breve vida.
Estás profundamente en la piedra y la piedra en mí, oh urna
salina, imagen cerrada en su fuerza y pungencia.
Y lo que se pierde de ti, como espíritu de música atrofiado
en torno a las violas, la muerte que no beso,
la hierba incendiada que se derrama en la íntima noche,
lo que de ti se pierde, mi voz lo renueva
en un estilo de plata viva.
Cuando el fruto agarra un instante la eternidad
entera, yo estoy en el fruto como sol
y deshecha piedra, y tú eres el silencio, la cerrada
matriz de jugo y vivo gusto.
Y las aves mueren para nosotros, los luminosos cálices
de las nubes florecen, la resina tiñe
la estrella, el aroma distancia el fango rojo de la mañana.
Y estás en mí como la flor en la idea
y el libro en el espacio triste.
Si te aprehendiesen mis manos, forma del viento
en la cebada pura, de ti vendrían llenas
mis manos sin nada. Si una vida durmieses
en mi espuma,
¿qué frescura vacilante quedaría en mi sonrisa?
Aunque eres tú quien se moverá en la materia
de mi boca, y serás un árbol
durmiendo y despertando donde existe mi sangre.
Besar tus ojos será morir por la esperanza.
Ver en el aro de fuego de una entrega
tu carne de vino rozada por el espíritu de Dios
será crearte para luz de mi pulso e instante
de mi perpetuo instante.
Yo debo rasgar mi cara para que tu cara
se llene de un minuto sobrenatural,
debo murmurar cada cosa del mundo
hasta que seas el incendio de mi voz.
Las aguas que un día nacieron donde marcaste el peso
joven de la carne absorben largamente
nuestra vida. Las sombras que rodean
el éxtasis, los animales que llevan al fin del instinto
su bárbaro fulgor, el rostro divino
impreso en el lodo, la casa muerta, la montaña
inspirada, el mar, los centauros
del crepúsculo,
absorben largamente nuestra vida.
Es por eso que estamos muriendo en la boca
uno del otro. Es por eso que
nos deshacemos en el arco del verano, en el pensamiento
de la brisa, en el lino, en el pez,
en el cubo, en la sonrisa,
en el mosto abierto,
en el amor más terrible que la vida.
Beso el peldaño y el espacio. Mi deseo trae
el perfume de tu noche.
Murmuro tus cabellos y tu vientre, oh la más desnuda
y blanca de las mujeres. Corren en mí el lacre
y el alcanfor, descubro tus manos, se alza tu boca
al círculo de mi ardiente pensamiento.
¿Dónde está el mar? Aves ebrias y puras que vuelan
sobre tu sonrisa inmensa.
En cada espasmo yo moriré contigo.
Y le pido al viento: trae del espacio la luz inocente
de los brezos, un silencio, una palabra;
trae de la montaña un pájaro de resina, una luna
encarnada.
Oh amados caballos con flor de retama en los ojos nuevos,
casa de madera de la planicie,
ríos imaginados,
espadas, danzas, supersticiones, cánticos, cosas
maravillosas de la noche. Oh mi amor,
en cada espasmo yo moriré contigo.
De mi reciente corazón la vida entera sube,
el pueblo renace,
el tiempo gana el alma. Mi deseo devora
la flor del vino, envuelve tus caderas con una espuma
de crepúsculos y cráteres.
Oh pensada corola de lino, mujer que el hambre
encanta en la noche equilibrada, imponderable:
en cada espasmo yo moriré contigo.
Y a la alegría diurna despliego las manos. Se pierde
entre la nube y el arbusto el olor acre y puro
de tu entrega. Animales se inclinan
hacia dentro del sueño, se levantan rosas respirando
contra el aire. Tu voz canta
al huerto y el agua, y yo camino por las calles frías con
el lento deseo de tu cuerpo.
Besaré en ti la vida inmensa, y en cada espasmo
yo moriré contigo.
☛ Herberto Helder. O amor em visita (books.google.es)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
∼
O amor em visita
Dai-me uma jovem mulher com sua harpa de sombra
e seu arbusto de sangue. Com ela
encantarei a noite.
Dai-me uma folha viva de erva, uma mulher.
Seus ombros beijarei, a pedra pequena
do sorriso de um momento.
Mulher quase incriada, mas com a gravidade
de dois seios, com o peso lúbrico e triste
da boca. Seus ombros beijarei.
Cantar? Longamente cantar.
Uma mulher com quem beber e morrer.
Quando fora se abrir o instinto da noite e uma ave
o atravessar trespassada por um grito marítimo
e o pão for invadido pelas ondas―
seu corpo arderá mansamente sob os meus olhos palpitantes.
Ele ― imagem vertiginosa e alta de um certo pensamento
de alegria e de impudor.
Seu corpo arderá para mim
sobre um lençol mordido por flores com água.
Em cada mulher existe uma morte silenciosa.
E enquanto o dorso imagina, sob nossos dedos,
os bordões da melodia,
a morte sobe pelos dedos, navega o sangue,
desfaz-se em embriaguez dentro do coração faminto.
― Ó cabra no vento e na urze, mulher nua sob
as mãos, mulher de ventre escarlate onde o sal põe o espírito,
mulher de pés no branco, transportadora
da morte e da alegria.
Dai-me uma mulher tão nova como a resina
e o cheiro da terra.
Com uma flecha em meu flanco, cantarei.
E enquanto manar de minha carne uma videira de sangue,
cantarei seu sorriso ardendo,
suas mamas de pura substância,
a curva quente dos cabelos.
Beberei sua boca, para depois cantar a morte
e a alegria da morte.
Dai-me um torso dobrado pela música, um ligeiro
pescoço de planta,
onde uma chama comece a florir o espírito.
À tona da sua face se moverão as águas,
dentro da sua face estará a pedra da noite.
― Então cantarei a exaltante alegria da morte.
Nem sempre me incendeiam o acordar das ervas e a estrela
despenhada de sua órbita viva.
― Porém, tu sempre me incendeias.
Esqueço o arbusto impregnado de silêncio diurno, a noite
imagem pungente
com seu deus esmagado e ascendido.
― Porém, não te esquecem meus corações de sal e de brandura.
Entontece meu hálito com a sombra,
tua boca penetra a minha voz como a espada
se perde no arco.
E quando gela a mãe em sua distância amarga, a lua
estiola, a paisagem regressa ao ventre, o tempo
se desfibra ― invento para ti a música, a loucura
e o mar.
Toco o peso da tua vida: a carne que fulge, o sorriso,
a inspiração.
E eu sei que cercaste os pensamentos com mesa e harpa.
Vou para ti com a beleza oculta,
o corpo iluminado pelas luzes longas.
Digo: eu sou a beleza, seu rosto e seu durar. Teus olhos
transfiguram-se, tuas mãos descobrem
a sombra da minha face. Agarro tua cabeça
áspera e luminosa, e digo: ouves, meu amor?, eu sou
aquilo que se espera para as coisas, para o tempo ―
eu sou a beleza.
Inteira, tua vida o deseja. Para mim se erguem
teus olhos de longe. Tu própria me duras em minha velada
beleza.
Então sento-me à tua mesa. Porque é de ti
que me vem o fogo.
Não há gesto ou verdade onde não dormissem
tua noite e loucura,
não há vindima ou água
em que não estivesses pousando o silêncio criador.
Digo: olha, é o mar e a ilha dos mitos
originais.
Tu dás-me a tua mesa, descerras na vastidão da terra
a carne transcendente. E em ti
principiam o mar e o mundo.
Minha memória perde em sua espuma
o sinal e a vinha.
Plantas, bichos, águas cresceram como religião
sobre a vida ― e eu nisso demorei
meu frágil instante. Porém
teu silêncio de fogo e leite repõe a força
maternal, e tudo circula entre teu sopro
e teu amor. As coisas nascem de ti
como as luas nascem dos campos fecundos,
os instantes começam da tua oferenda
como as guitarras tiram seu início da música nocturna.
Mais inocente que as árvores, mais vasta
que a pedra e a morte,
a carne cresce em seu espírito cego e abstracto,
tinge a aurora pobre,
insiste de violência a imobilidade aquática.
E os astros quebram-se em luz sobre
as casas, a cidade arrebata-se,
os bichos erguem seus olhos dementes,
arde a madeira ― para que tudo cante
pelo teu poder fechado.
Com minha face cheia de teu espanto e beleza,
eu sei quanto és o íntimo pudor
e a água inicial de outros sentidos.
Começa o tempo onde a mulher começa,
é sua carne que do minuto obscuro e morto
se devolve à luz.
Na morte referve o vinho, e a promessa tinge as pálpebras
com uma imagem.
Espero o tempo com a face espantada junto ao teu peito
de sal e de silêncio, concebo para minha serenidade
uma ideia de pedra e de brancura.
És tu que me aceitas em teu sorriso, que ouves,
que te alimentas de desejos puros.
E une-se ao vento o espírito, rarefaz-se a auréola,
a sombra canta baixo.
Começa o tempo onde a boca se desfaz na lua,
onde a beleza que transportas como um peso árduo
se quebra em glória junto ao meu flanco
martirizado e vivo.
― Para consagração da noite erguerei um violino,
beijarei tuas mãos fecundas, e à madrugada
darei minha voz confundida com a tua.
Oh teoria de instintos, dom de inocência,
taça para beber junto à perturbada intimidade
em que me acolhes.
Começa o tempo na insuportável ternura
com que te adivinho, o tempo onde
a vária dor envolve o barro e a estrela, onde
o encanto liga a ave ao trevo. E em sua medida
ingénua e cara, o que pressente o coração
engasta seu contorno de lume ao longe.
Bom será o tempo, bom será o espírito,
boa será nossa carne presa e morosa.
― Começa o tempo onde se une a vida
à nossa vida breve.
Estás profundamente na pedra e a pedra em mim, ó urna
salina, imagem fechada em sua força e pungência.
E o que se perde de ti, como espírito de música estiolado
em torno das violas, a morte que não beijo,
a erva incendiada que se derrama na íntima noite
― o que se perde de ti, minha voz o renova
num estilo de prata viva.
Quando o fruto empolga um instante a eternidade
inteira, eu estou no fruto como sol
e desfeita pedra, e tu és o silêncio, a cerrada
matriz de sumo e vivo gosto.
― E as aves morrem para nós, os luminosos cálices
das nuvens florescem, a resina tinge
a estrela, o aroma distancia o barro vermelho da manhã.
E estás em mim como a flor na ideia
e o livro no espaço triste.
Se te apreendessem minhas mãos, forma do vento
na cevada pura, de ti viriam cheias
minhas mãos sem nada. Se uma vida dormisses
em minha espuma,
que frescura indecisa ficaria no meu sorriso?
― No entanto és tu que te moverás na matéria
da minha boca, e serás uma árvore
dormindo e acordando onde existe o meu sangue.
Beijar teus olhos será morrer pela esperança.
Ver no aro de fogo de uma entrega
tua carne de vinho roçada pelo espírito de Deus
será criar-te para luz dos meus pulsos e instante
do meu perpétuo instante.
― Eu devo rasgar minha face para que a tua face
se encha de um minuto sobrenatural,
devo murmurar cada coisa do mundo
até que sejas o incêndio da minha voz.
As águas que um dia nasceram onde marcaste o peso
jovem da carne aspiram longamente
a nossa vida. As sombras que rodeiam
o êxtase, os bichos que levam ao fim do instinto
seu bárbaro fulgor, o rosto divino
impresso no lodo, a casa morta, a montanha
inspirada, o mar, os centauros
do crepúsculo
― aspiram longamente a nossa vida.
Por isso é que estamos morrendo na boca
um do outro. Por isso é que
nos desfazemos no arco do verão, no pensamento
da brisa, no sorriso, no peixe,
no cubo, no linho,
no mosto aberto
― no amor mais terrível do que a vida.
Beijo o degrau e o espaço. O meu desejo traz
o perfume da tua noite.
Murmuro os teus cabelos e o teu ventre, ó mais nua
e branca das mulheres. Correm em mim o lacre
e a cânfora, descubro tuas mãos, ergue-se tua boca
ao círculo de meu ardente pensamento.
Onde está o mar? Aves bêbedas e puras que voam
sobre o teu sorriso imenso.
Em cada espasmo eu morrerei contigo.
E peço ao vento: traz do espaço a luz inocente
das urzes, um silêncio, uma palavra;
traz da montanha um pássaro de resina, uma lua
vermelha.
Oh amados cavalos com flor de giesta nos olhos novos,
casa de madeira do planalto,
rios imaginados,
espadas, danças, superstições, cânticos, coisas
maravilhosas da noite. Ó meu amor,
em cada espasmo eu morrerei contigo.
De meu recente coração a vida inteira sobe,
o povo renasce,
o tempo ganha a alma. Meu desejo devora
a flor do vinho, envolve tuas ancas com uma espuma
de crepúsculos e crateras.
Ó pensada corola de linho, mulher que a fome
encanta pela noite equilibrada, imponderável -
em cada espasmo eu morrerei contigo.
E à alegria diurna descerro as mãos. Perde-se
entre a nuvem e o arbusto o cheiro acre e puro
da tua entrega. Bichos inclinam-se
para dentro do sono, levantam-se rosas respirando
contra o ar. Tua voz canta
o horto e a água ― e eu caminho pelas ruas frias com
o lento desejo do teu corpo.
Beijarei em ti a vida enorme, e em cada espasmo
eu morrerei contigo.
Venid y orad: Ahora,
bajo cíclicos chatos
días, en fosas graznan
hierofantes (idiotas
jodiendo kilobites),
la llamarada mítica,
nívea ñora opalina,
propicia que repunte
sin tiempo un —vaporoso
o pavoroso—
vals watutsi: xilóvago
y zurumbateante.
La tierra está sedienta. abierta, rota,
seca de aristas, dura de cristales.
El alma es toda vidrios y arenales.
Ni una flor, ni una brizna en ella brota.
Súbita sombra extiende, ofende, acota,
ennegrece vergeles y arrabales.
Y cae de arriba —oh nubes maternales—
grávida, ardiente, la primera gota.
Llueve, el milagro es hecho, llueve, llueve.
Bebe la flor, el labio bebe y bebe
agua de amarga sal, dulce delicia.
Mas ya se rasga el gris y el azul vuelve,
lágrima inmensa azul, azul. Disuélve-
me el corazón, oh cielo de Galicia.
―Trovador, soñador:
un favor.
―¿Es a mí?
―Sí, señor.
Al pasar por aquí
a la luz del albor
he perdido una flor.
―¿Una flor de rubí?
―Aún mejor:
un clavel carmesí.
Trovador,
¿no lo vio?
―No lo vi.
―¡Qué dolor!
No hay desdicha mayor
para mí
que la flor que perdí;
era signo de amor.
Búsquelá
y si al cabo la ve,
démelá.
―Buscaré,
mas no sé si sabré
cuál será.
―Lo sabrá,
porque al ver la color
de la flor
pensará:
¿Seré yo
el clavel carmesí
que la dama perdió?
―¿Yo, decís?
―Lo que oís.
En aqueste vergel
cual no hay dos
no hay joyel ni clavel
como vos.
―Quedad, señora, con Dios.
☛ Pedro Muñoz Seca, La venganza de don Mendo, jornada tercera (ugr.es, pdf)
Devuélveme mi noche en blanco,
mi habitación de espejos, mi vida secreta.
Esto es muy solitario; no hay nadie a quien torturar.
Dame el control absoluto
sobre toda alma viviente.
Y acuéstate a mi lado, nena; es una orden.
Dame crack y sexo anal.
Coge el único árbol que queda
y rellena el agujero en tu cultura.
Devuélveme el muro de Berlín;
dame a Stalin y a san Pablo.
Yo he visto el futuro, amigo: es un crimen.
Las cosas se derrumbarán en todas las direcciones;
no habrá nada,
nada que puedas medir nunca más.
La ventisca del mundo ha cruzado el umbral
y ha trastocado el orden del alma.
Cuando dijeron «Arrepiéntete, arrepiéntete»,
me pregunto a qué se referían.
Tú no sabes nada de mí;
nunca lo has sabido ni nunca lo sabrás.
Yo soy el pequeño judío
que escribió la Biblia;
he visto a las naciones alzarse y caer,
he oído sus historias, todas sus historias,
pero el amor es el único motor de la supervivencia.
He aquí a tu siervo; se le ha ordenado
que lo diga claro, que lo diga fríamente:
«Se acabó; ya no hay nada más.»
Y ahora las ruedas del cielo se han detenido
y sientes la fusta del diablo.
Prepárate para el futuro: es un crimen.
Será quebrado el antiguo código occidental,
tu vida privada estallará de repente;
habrá fantasmas, habrá fuegos en el camino.
Y el hombre blanco bailando.
Verás a tu mujer colgando boca abajo
con el rostro cubierto por su vestido caído.
Y llegarán todos los pésimos poetastros
tratando de sonar como Charlie Manson.
Y el hombre blanco bailando.
Devuélveme el muro de Berlín;
dame a Stalin y a san Pablo.
Dame a Cristo o dame Hiroshima.
Ahora destruye otro feto;
no nos gustan los niños, de todos modos.
Yo he visto el futuro, nena: es un crimen.
☛ Heidi Hochenedel. A reading of The Future (leonardcohenfiles.com)
☛ Leonard Cohen. The Future (youtube)
☛ Teddy Thompson. The Future (youtube)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
10
Me olvidé de mi lengua
y de mi nombre,
y de eso que suelen llamar raíces;
cuando llegué
tuve que olvidar el tronco y las ramas,
y las hojas también.
9
No, no volver,
ni pensar en volver;
no dar razones,
no dejar huellas
ni recuerdos en nadie.
8
Me habla el vendaval en los roquedos;
canta la lluvia en las algas del muelle.
7
Al regresar,
nuevas gaviotas seguían chillando,
aunque, ya viejo, yo
tuve que aprender de nuevo a escuchar
mi propio nombre,
mi propio viejo nombre.
6
Oculto el cigarrillo
dentro del puño;
me echo en la cuneta
al distinguir
una luz a lo lejos
o al escuchar
un motor tras la curva,
expectante, inmóvil.
5
No explicar; no despedirse de nadie
más que con un hastamañana,
como todos los días;
borrar los números
de la agenda; borrar
la misma agenda,
y cambiar de teléfono;
lograr por fin
no ser. No ser.
4
Quedan cerradas las puertas cerradas;
sigue la lluvia al vendaval.
3
Ahora he olvidado los nombres
de aquellas calles,
de las estaciones de metro
—luces y rótulos—
y de las chicas de los bares:
desmemoriando.
2
No dejar dirección;
desvanecerse
en el humear de los autobuses,
a la primera luz
de las farolas;
irse en silencio en la última fila
de la clase turista.
1
Dejo cerradas las puertas cerradas
que dan al infinito.
0
Y ser un otro
con otro nombre
—mi viejo nombre—
en este (cualquier) universo
al que pertenecí.
La más estable conquista
de la guerra enamorada
es una gloria menguada
que se escapa sin ser vista.
Y de tal modo tropieza
su visión, que amor se nombra,
que no vemos sino sombra
cuando alzamos la cabeza.
Y aunque tiene gentil vista
y graciosa la mirada,
huyamos gloria menguada
que se escapa sin ser vista.
☛ Rodrigo Osorio de Moscoso. La más durable conquista (larramendi.es)
Góticas torres de acículas en el Valle del Torrente,
no lejos de Monte Tamalpais, donde al alba y al atardecer,
densa la niebla como oceánicos ira y arrobamiento,
en esta reserva de gigantes enseñan un árbol cortado,
éneo tocón de Occidente,
de vetas desmesuradamente regulares, como círculos en el agua.
Y algún perverso inscribió aquí las fechas de la historia humana:
A una pulgada del centro del tocón, el incendio de la lejana Roma de Nerón;
en la mitad, la batalla de Hastings, la expedición nocturna de los drákkars,
el pánico de los anglosajones; la muerte del desdichado Hárold
está referida con la ayuda de un compás;
y finalmente, aquí, en la orilla de la corteza, el desembarco de los aliados en Normandía.
El Tácito de este árbol era un geómetra; no conocía adjetivos,
no conocía la sintaxis que expresa terror, no conocía ninguna palabra.
Así que contó, añadió siglos y siglos, como queriendo decir que no hay nada
salvo nacimiento y muerte, nada salvo nacimiento y muerte, sólo nacimiento y muerte.
Y en el interior, la cruenta pulpa de la secuoya.
Zbigniew Herbert, Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas. Traducción de X. Ballester. (Editorial Hiperión, 1993)
No podrás quedarte en casa, colega.
No podrás encender, conectar y evadirte.
No podrás colgarte con el jaco y pasar,
e ir a por birras durante los anuncios,
porque la revolución no será televisada.
La revolución no será televisada.
La revolución no será patrocinada por Xerox
en cuatro capítulos sin cortes de publicidad.
La revolución no te mostrará fotos de Nixon
tocando la corneta y llevando a John Mitchell,
el general Abrams y Spiro Agnew a comer
tripas de cerdo confiscadas de un refugio de Harlem.
La revolución no será televisada.
La revolución no te la ofrecerá la sesión de cine de la tele
ni será protagonizada por Natalie Woods y Steve McQueen
ni Bullwinkle y Julia.
La revolución no logrará que tu boca sea más sexi.
La revolución no te librará de tus granos.
La revolución no hará que parezcas tener cinco kilos menos,
porque la revolución no será televisada, colega.
No habrá ninguna foto contigo y Willie Mays
empujando aquel carrito del súper calle abajo a toda pastilla
o intentando meter aquel televisor caro en una ambulancia robada.
La NBC no predecirá el ganador dos minutos después
del cierre de los colegios electorales.
La revolución no será televisada.
No habrá imágenes de cerdos polis derribando a negros
en la repetición instantánea.
No habrá imágenes de cerdos polis derribando a negros
en la repetición instantánea.
No habrá imágenes de Whitney Young
huyendo de Harlem por las vías con un nuevo sistema.
No habrá ninguna película a cámara lenta ni ningún cuadro
de Roy Wilkens paseando por el barrio de Watts
con el mono de faena de la liberación Rojo, Negro y Verde
que él había reservado únicamente para la ocasión apropiada.
Las series de éxito de la televisión
no serán tan jodidamente importantes,
y a las mujeres no les preocupará si finalmente Dick se trabaja
a Jane en la telenovela porque la gente Negra
estará en la calle luchando por un día más brillante.
La revolución no será televisada.
No habrá ningún momento estelar en las noticias de las nueve
ni imágenes de mujeres liberacionistas de brazos peludos
ni de Jackie Onassis sonándose la nariz.
La canción principal no será escrita por Jim Webb o Francis Scott Key,
ni cantada por Glen Campbell, Tom Jones, Johnny Cash,
Englebert Humperdink ni los Rare Earth.
La revolución no será televisada.
La revolución no aparecerá inmediatamente después de un anuncio
de un tornado blanco, un relámpago blanco o la gente blanca.
No tendrás que preocuparte por una paloma en tu dormitorio,
un tigre en la cisterna o un gigante en el inodoro.
La revolución no irá mejor con Coca Cola.
La revolución no combatirá los gérmenes que causan el mal aliento.
La revolución te pondrá en el asiento del conductor.
La revolución no será televisada, no será televisada,
no será televisada, no será televisada.
La revolución no será una reposición, colegas;
la revolución será en directo.
☛ Gil Scott-Heron. The Revolution Will Not Be Televised (wikipedia)
☛ Gil Scott-Heron. Revolution Will Not Be Televised (youtube)
☛ Purple Monkey. Producto de la propaganda (PyoZ)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
Una noche de ceniza cayó sobre la tierra,
los faroles andaban solos por entre los muertos
y en las heridas del más herido de todos
Edith Swanehals ponía la luz violeta de sus ojos
por si aquel era Harold hijo de Godwin,
al que ella había amado tanto.
Y aquel mismo era,
la boca por la que salía un hilo de sangre
posada en la boca terrosa de una topera.
Venía de lejos el canto del mar. Edith se sentó
al lado del muerto
y con un hilo blanco que sacó de sus ensueños
comenzó a tejer un pañuelito
para tapar los ojos del Rey.
Se oía el mar, y las hojas secas del bosque
arremolinándose en los caminos entre las colinas.
La última caricia de Edith fue aquel callado tejer
cerca del muerto, y cuando salía la luna
mezcló hilos azules de la luz de la viajera con los suyos.
Las agujas iban y venían en silencio,
las manos moviéndose como quien arrulla a un niño.
Asegurándose de que aquel muerto era Harold,
la mirada violeta de Edith se adentraba más y más
en las oscuras heridas,
reconociendo la sangre del amante, y también la muerte.
Así fue que Edith estaba ya ciega
cuando le preguntaron quién
entre aquellas sesenta docenas de muertos
era Harold.
—Este, dijo señalando a tientas,
que hacía cantar a los ruiseñores en las noches de verano
cuando me besaba y me decía:
Swanehals, Cuello de Cisne, envejeceremos juntos
pero tú más lentamente.
☛ Álvaro Cunqueiro. Recoñecemento de Harold Godwinson (studiahumanitatis.es)
☛ Edith la Hermosa o Edith Swannesha (wikipedia)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
∼
Recoñecemento de Harold Godwinson
Unha noite de cinza caíu sobor da terra,
as lanternas andaban soas por entre os mortos
e nas feridas do máis ferido de todos
Edith Swanehals poñía a luz violeta dos seus ollos
por se aquel era Harold fillo de Godwin
que ela amara tanto.
E aquel mesmo era
a boca pola que saía un fío de sangue
pousada na boca terrea dunha toupeira.
Viña de lonxe o canto do mar. Edith sentouse
a carón do morto
e cun fío branco que tirou dos seus soñares
comezou a tecer un pequeno pano
pra tapar os ollos do Rei.
Escoitábase o mar, e mailas follas secas do bosque
aremuiñando nos camiños entre os outeiros.
A derradeira caricia de Edith foi aquel calado tecer
perto do morto, e cando saía a lúa
mesturou fíos azúes da luz da viaxeira cos seus
—as agullas iban e viñan en silencio
as mans movéndose coma quen anaina un neno
asegurándose de que aquel morto era Harold
o mirar violeta de Edith adentrábase máis e máis
nas escuras feridas,
recoñecendo o sangue do amante, e maila morte.
Así foi que Edith xa estaba cega
cando lle preguntaron quén
entre aquelas sesenta ducias de mortos
era Harold
—Este, dixo sinalando, a tentas,
que facía cantar os reiseñores nas noites de verán
cando me bicaba e me decía
—Swanehals, Colo de Cisne, envelleceremos xuntos
pro ti máis lentamente.
2
Salgamos a dar un largo paseo;
la tarde está tan buena
como las muchachitas en la playa.
6
Por si acaso hace falta,
sóplale un poco más de aire al viento,
échale una pizca de sal al mar.
14
Descubres, sin asombro, cualquier día,
que eres otra ola más
batiendo —mira— en las abruptas rocas.
19
Échale un poco de polvo al desierto
—criatura de las algas—
y que el simún empuje la marea.
20
Hablando de echar polvos…
Ese prado, junto al cañaveral,
insinúa una hierba muy mullida.
27
Evita siempre la erosión.
Es una fuente de graves problemas
y accidentes fatales.
34
Desde aquí las velas parecen
—tan arriba— poemas olvidados
difuminándose entre la neblina.
40
Duda de la verdad y las estrellas
y de que el sol produzca cáncer,
pero no de que el amor te hallará.
43
Cariño, ten cuidado:
El pino crece horizontal
cortando la pared vertiginosa.
50
Ocultos, negros bultos,
los hadrones nos muerden los talones,
podridos e insepultos.
52
Ten mi mano, cuidado,
cuidado; no te acerques demasiado
al borde del acantilado.
58
Gracias a la química cósmica
hay demasiados ritos interiores,
y el orbe es inseguro, ya que […]
59
Porque somos perecederos,
por eso tan solo necesitamos
dinero en la tarjeta para el caos.
65
Escupe en la grasienta acera,
orina en el río contaminado,
olvida tus cenizas en la arena.
68
Mi amor, qué día más loco.
Solo salimos a dar un paseo
y ahora estamos muertos, despeñados.
70
Las algas —la marea—,
las velas como dagas en la niebla,
las chicas en la playa, tan morenas.
Amor: a ti me vengo ahora a quejar
de mi señora, que te hace llegar
donde duermo y venirme a despertar
y de gran pena me hace sufridor;
pues no me quiere ella ver ni hablar,
¿qué me quieres, Amor?
Esta queja ahora te he de traer:
que no me vengas el sueño a romper
por la hermosa del buen parecer
que en matarme tiene el gusto mayor;
pues ningún bien me quiso ella hacer,
¿qué me quieres, Amor?
Amor: te aviso de esto también:
que no me rompas el sueño por quien
pudo matarme y me tuvo en desdén
y de mi muerte no tiene temor;
pues no me quiso ella nunca hacer bien,
¿qué me quieres, Amor?
Amor: te aviso de esto yo igual:
que no me rompas el sueño por tal
que no hace bien sino daño mortal
y me lo hará, de esto soy fiador;
pues su bien pronto me es pena y gran mal,
¿qué me quieres, Amor?
☛ Fernando Esquío. Amor: a ti me venh’ ora queixar (cantigas.fcsh.unl.pt)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
∼
Amor: a ti me venh’ ora queixar
Amor, a ti me ven[h]'ora queixar
de mia senhor, que te faz enviar,
cada u dórmio, sempre m'espertar
e faz-me de gram coita sofredor.
Pois m'ela nom quer veer nem falar,
que me queres, Amor?
Este queixume te venh'or dizer:
que me nom queiras meu sono tolher
pola fremosa do bom parecer
que de matar home sempr'há sabor.
Pois m'ela nẽum bem quis[o] fazer,
que me queres, Amor?
Amor, castiga-te desto por en:
que me nom tolhas meu sono por quem
me quis matar e me teve em desdém
e de mia morte será pecador.
Pois m'ela nunca quiso fazer bem,
que me queres, Amor?
Amor, castiga-te desto por tal:
que me nom tolhas meu sono por qual
me nom faz bem [e sol me faz gram mal]
e mi o [fará], desto [som] julgador.
Poilo seu bem cedo coita mi val,
que me queres, Amor?
Consagremos este himno al dios.
Abandonemos la realidad que fluye;
acudamos al verdadero fin,
a la completa unión con el dios.
Conozcamos al señor,
amemos al padre;
sigámosle cuando nos llama:
Corramos hacia el calor
y huyamos del frío;
convirtámonos en fuego,
caminemos sobre el fuego
pues la vía de la ascensión es fácil,
el padre nos guía
desplegando sus caminos de fuego,
y no fluyamos nunca
cual profunda corriente del olvido.
Proclo (atribuido). Himno al dios caldeo o Canción del fuego
Cuando son largos los días de lluvia,
cuando estoy sola, cuando me aburro,
con un ritmo monótono
tu nombre resuena dentro de mí.
Me queda esta melodía
que viene a hablarme de ti,
porque al cantar esta melodía
solo puedo pensar en ti.
Si una y otra vez en mi vida
no te he visto en la semana,
entonces digo como una letanía
a mi almohada que te amo.
Me queda esta melodía
que viene a hablarme de ti,
porque al cantar esta melodía
solo puedo pensar en ti.
En el triste andén de una estación
si un día la vida nos separa
o tu corazón cambia de ruta,
el mío estará perdido.
Quedará esta melodía
para siempre dentro de mí,
pues eternamente esta melodía
hablará de ti y de mí.
Quedará esta melodía
para siempre dentro de mí
y yo sé que esta melodía
ha de devolverte a mí.
☛ France Gall. Cet air là (youtube)
☛ Lost Acapulco & Ely Guerra. Melodía que no se va (youtube)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
Aguanté en este planeta indiferente y desolado
un tiempo no muy largo pero tampoco tan breve:
miré los pájaros, las flores, la belleza azul del cielo,
y vi la sangre y la herrumbre sin tocarlas ni mancharme,
vagué las playas, los bosques y los ardientes suburbios
sin perderme nada más que en mis propios laberintos,
corrí incansablemente para llegar adonde me esperaran
y esperé infinitamente a quien supiera correr conmigo,
dibujé, escribí poemas que otros vieron y leyeron
pero descubrí que escupía más cobalto que madreselvas,
grabé silogismos en el agua pura y recia de la lluvia,
esbocé paisajes sucios en los ojos de las sirenas,
y alguna vez escuché sus llantos y sus mentiras
pero en realidad siempre supe que para mí no cantaban,
mordí, arañé, tragué todo aquello cuanto pude,
dejé que me arrancaran lo que pudieran arrancarme,
me enfrenté siempre a los tópicos y rehuí las rutinas,
busqué vetas de oro en los bares más profundos,
floté y volé lo suficiente para que fuera demasiado
y vi a otros estrellarse por exceso de suficiencia,
no fui muy generoso ni negué lo que era justo,
preferí no pedir nada para que no me negaran lo obvio,
llegué un día tarde a donde jamás debería haber ido
y volví más ciego y más sordo, más estúpido y más duro,
sé que alguna vez entendí la trigonometría y el álgebra
pero nunca logré alcanzar los misterios de la química,
me reí de los petulantes y me apiadé de los tontos simples,
admiré a los ecuánimes y desprecié a los simples necios,
me vendí a veces por poco y me di por menos de nada,
amé a todas las hadas y me dejé querer de los elfos,
aceleré aturdido al bajar, quise frenar en las subidas
y derrapando en las rectas me fui a vivir a una curva,
salté muchas hogueras sin que el fuego me rozara
pero me consumí en incendios de los que aún quedan rescoldos,
me apasioné por los violines y disfruté las guitarras
pero jamás soporté la prepotencia de los metales,
descifré el mudo lenguaje oscuro de las arañas
mientras no recuerdo quién se atragantaba con mi semen,
comprendí en un único instante el sentido del universo
pero en un nanosegundo ya no entendía palabra,
no mentí ni hice más daño de lo que era necesario,
aguardé en un arrecife a que el temporal me arrasara,
dejé que el viento, el frío viento, me mostrara su peor cara
y enseñé el peor de mis rostros al sol, al frío y al viento,
no perdoné los golpes ni fui perdonado por ello,
nunca olvidé pero sé que pronto seré olvidado,
anduve vagando errático por este planeta errante
un tiempo no muy largo ni en demasía breve:
miré la sangre, la herrumbre, y vi las flores, los pájaros…
crucé todo el gris del cielo sin notarlo ni alterarlo.
Me pesan los ejércitos de Atila,
las lanzas del desierto y sus batallas,
de Nínive, ahora polvo, las murallas
y la gota de tiempo que vacila
y cae en la clepsidra silenciosa,
y el árbol secular en que clavada
fue por Odín la hoja de la espada
y cada primavera y cada rosa
de Nishapur. Me abruman las auroras
que fueron y que son, y los ponientes,
Tiresias y el amor de las serpientes
y las noches, los días y las horas.
Sobre la sombra que yo soy gravita
la carga del pasado. Es infinita.
NotaAll our yesterdays: 'Todos nuestros ayeres', Shakespeare, Macbeth, acto 5, escena 5.Atila: rey de los hunos que asoló Europa en el siglo V.Nínive: ciudad asiria con murallas de 12 km de circunferencia que floreció en el siglo V a. C., hoy ruinas.Clepsidra: reloj de agua.Odín: dios supremo en la mitología nórdica que permaneció nueve días colgado del fresno Yggdrasil, el árbol del mundo, atravesado por su propia espada para adquirir sabiduría.Nishapur: ciudad de Irak donde vivieron Omar Khayyam y Farid Al-Din Attar, autor de El lenguaje de los pájaros (ver el capítulo El ruiseñor).Tiresias: adivino ciego de la mitología griega; se convirtió en mujer al contemplar a unas serpientes apareándose y de nuevo en hombre al ver lo mismo siete años más tarde.
¿Dónde han ido los coches deportivos?
Hablar de coches
es lo que acostumbran a hacer los chicos.
Sin embargo el Rey Bonsái
ya no se presenta a las elecciones
y prefiere ir a las carreras.
Es lo que ocurre cuando se decide
que hay que subvencionar el deporte.
Y las carreras en primer lugar.
Existen también algunas circunstancias
que no figuran en los presupuestos.
Suele
quien acusa a los demás de hacer trampas
acabar resultando el más tramposo.
Por su parte, en realidad a él
le gusta más así. Mucho.
El Rey Bonsái no es ciertamente
un demonio de la velocidad.
Tan solo empieza a creer
que el odio es una montaña rusa,
o un circuito de carreras.
Eso solo.
egm. 2014
(Cavilaciones del Rey Bonsái, 4)
A la memoria de Ernest Becker
A la memoria de Vladimir Jankelevitch
… haber amado un día (amavisse)
Vladimir Jankelevitch
Puerco-poeta que me sé, en la ceguera, en la charca,
a la espera de Tu Hambre, permíteme la pregunta,
Señor de puercos y de hombres:
¿Has oído acaso, o te es familiar,
un verbo que en los bajíos de aquí mucho se oye,
el verbo amar?
Porque en la ceguera, en la charca,
en la trama de los vocablos,
en la decantada lámina enterrada,
en mi axila de pelo y de carne,
en la estera de paja que me envuelve el alma,
del verbo apenas he entrevisto el contorno breve:
es algo como morir y matar pero con sonido de sonrisa.
Sangra, despedaza, devora, y por eso
de entenderle el meollo no he encontrado la hora.
¿Es verbo?
¿O sobrenombre de un dios pleno de humor
en la ardua aventura de la conquista?
I
Llévame contigo, Pájaro-Poesía,
cuando cruces el Mañana, la luz, lo imposible,
porque de barro y paja va siendo este viaje
que hago a solas conmigo, exento de trazado
o de complicada geografía, sin equipaje alguno;
he de traer apenas el vértigo y la fe:
para tu cuerpo de luz, dos leves fardos.
Dejaré palabras y cánticos. Y movedizas,
engañosas rutas de Ilusión.
No he cantado lo cotidiano. Te he cantado solo a ti,
Pájaro-Poesía,
y al paisaje-límite: la fosa, el extremo,
la convulsión del Hombre.
Llévame contigo.
En el Mañana.
II
Como si te perdiera, así te quiero.
Como si no te viera (habas doradas
bajo el amarillo) así te aprehendo, brusco,
inamovible, y te respiro entero.
Un arcoíris de aire en aguas profundas.
Como si fuera todo lo que me permitieras,
a mí me fotografío en unos portones de hierro,
ocres, altos, y yo misma diluida y mínima
en lo disuelto de toda despedida.
Como si te perdiera en los trenes, en las estaciones,
o bordeando un círculo de agua,
removiente ave, así te sumo a mí:
de redes y de anhelos inundada.
III
Desde un hambre de caricias, tigres pálidos
vienen a unirse a mí en la noche hueca.
Y yo misma despedazada, plena de soledades,
intento regresar a la luz que me fue dada
y poso las manos en las aterciopeladas patas.
Desde un hambre de sueños
intento regresar a aquellas geografías
de un Hacedor de versos y su permanencia.
memorizo este ser que me soy,
y sobre los fulcros dentados, allí
es donde paseo y deslizo mi hambre.
Entonces se aquietan de pura madrugada
mis tigres de herrumbre. Recogidas las garras
como si incluso la muerte los excluyera.
IV
Si viniera alguien, di que vivo mi anverso.
Que hay un vivaz escarlata
sobre el pecho donde antes palidez, y linos chispeantes
sobre las flacas caderas, e inquietantes cardúmenes
sobre los pies. Que la boca no se ve, ni se oye la palabra,
pero hay fonemas sílabas sufijos diagramas,
rodeando mi cuarto de atrás sin comienzo.
Que la mujer parecía correcta la noche anterior
y amaneció como si viviera bajo las aguas. Crispada.
Fluctisonante.
Diles especialmente
que hay un hueco fulgente en un todo muy abierto.
Y una negrura de trazo en las paredes de cal
donde la mujer-anverso se ha metido.
Que ella no está la tarde de este domingo, correcta.
Y que tomó algalia,
y les gritó a las gallinas que hablaba con Dios.
V
Las manzanas al relente. Dos. Y lo viscoso
del Tiempo sobre la boca y la hora. Las manzanas
déjaselas a quien devora esta cruda agonía:
mi instante de penumbra salivosa.
Las manzanas las comí como quien seduce. Tocando
largamente la piel desnuda. Después mordí la carne
de manzanas y sueños: su albura porosa.
Y me acosté como quien sabe el Tiempo y lo rojo:
brevedad de un paso en el paseo.
VI
Que las barcazas del Tiempo me devuelvan
la primitiva urna de palabras.
Que me devuelvan a ti y tu rostro
como desde siempre lo he conocido: punzante
pero centelleando de vida, renovado
como si el sol y el rostro caminaran
porque de uno venía la luz del otro.
Que me devuelvan la noche, el espacio
donde sentirme tan vasta y pertenecida
como si las aguas y maderas de todas las barcazas
se hicieran materia rediviva, adolescencia y mito.
Que yo te devuelva el hambre de mi primer grito.
VII
Aquel fino trazo de colina
quiero atrancar en la cancela
del alma. Alimento y medida
para las muchas vidas del después.
Curva de un devaneo inalcanzado,
un todo extendido, adolescente,
aquel fino trazo de la colina
ha de vivir en el paisaje de la mente,
como la distancia habita en ciertos pájaros,
como el poeta habita en los ardores.
VIII
Os guardo, mañanas de terracota y azul,
cuando mi pecho teñido de encarnado
vivía disolviéndose en pasión.
La grama calcinada por las quemas
tenía el olor de la vida, y los estrechos
atajos tenían mucho que ver con lo desmedido
y las aguas del universo se quedaban escasas
para ahogar mi verso. Os guardo, iluminadas,
fragantes mañanas tan irreales en el hoy
como hacer brotar girasoles en el topacio
y de los rubíes, granadas.
IX
Amor llagado, de púrpura, de deseo
moteado. Regreso a la savia de cuerdas
de guitarra y relleno de sonidos tu yacija.
Regreso empolvorada de vestigios, arboleda de oro
de lo que fuimos, gotas de sal en la llanura del olvido
para husmear tu hambre.
Amor de sombras, de ocasos y de ovejas.
Regreso como quien suma la vida entera
a todos los otoños. Regreso novísima, incoherente,
conocida,
como quien ve y escucha el núcleo de la semilla
y desde la altura de dentro ya sabe su nombre.
Y reverdezco
en el rosa de unas mandarinas
y en los azules de todos los comienzos.
X
Hay un incendio de angustia y de sonidos
sobre los instintos. Y en el cuerpo de la tarde
se ha abierto una herida. La mujer ha emergido
desacompasada en lo de dentro de la otra:
Una mujer de mí en los incendios de la Nada.
Tenía la espalda de algunos ríos: quebradiza
y terrosa. El pecho cargado de amatistas.
Una mujer me vio en el rojo de las celadas:
esculpiendo de nuevo tu rostro en el vacío.
XI
Los punteros de añil en lo delgado de las aguas.
Tu sombra azulada repensando los ríos
y agudísimas horas atravesando el lecho
de las barcazas.
Ha sido noche extrema. Finos hilos
surcando de sangre las esperanzas.
Los punteros de añil. Nuestras dos vidas
devastadas, en un lago de eneros.
XII
Si tuviese madera e ilusiones
haría un barco y pensaría el arcoíris.
Si te pensase, amigo, la Tierra toda
sería de saliva y de llegadas.
Te moldearía en una carne anterior,
sin nombre o Paraíso.
Si me pensases, Vida, ¿qué materia,
qué colores para mi posible supervivencia?
XIII
Extrema, toco tu rostro. De ti me viene
a la punta de los dedos el oro voluptuoso
y el encantado glabro de los helechos. De ti me viene
la noche teñida de matices, fluctuante
de mitos y de aguas. Inaudita.
Extrema, toco tu boca como quien precisa
mantener el fuego para la propia vida.
Y húmedo de celo, de inocencia,
es a la nostalgia de mí a lo que me condenas.
Extrema, innominada, me toco a mí.
Antes, tan memoria. Y tan joven ahora.
XIV
Oteros, atrios, palomas y vendimias.
En otro tiempo
viví la eternidad de esas rimas.
Pastora, entre animales fue como crecí. Y les pensaba
el pelo y la hermosura. Señora, tuve la casa
de los de mi estirpe. Agrandados vestíbulos
y aves y frutales, y por fidelidad perecí.
De humildes aldeas y de casas grandes
transité entre las vidas. Después amé,
extremante y taciturna. A quien me amaba maté.
Por eso en esta vida temo amor y cuchillos.
Por eso en esta vida
canto canciones así de compasivas,
en la lengua olvidada.
XV
Juncos y empalizadas
y agudos gritos de un pájaro en los humedales.
Ha sido este un tiempo de presagios.
Tejida de carmín en el trazado de las horas
la vida se rehace:
Un rastro de sonrisa en los ojos luminosos,
un haber visto
el trazado de lo extenso en el inalcanzable Paraíso.
Y de nuevo, en el instante,
juncos y empalizadas.
Y agudos gritos de un pájaro en los humedales.
XVI
¿Debo vivir entre los hombres
si soy más pelo, más dolor,
menos garra y menos carne humana?
Y no teniendo armadura,
y teniendo casi mucho de cordero
y casi nada de mano que empuña el cuchillo,
¿debo continuar la caminata?
¿Debo continuar diciéndote palabras
si la poesía se pudre
entre las ruinas de la Casa que es tu alma?
Ay, Luz que permanece en mi cuerpo y cara:
¿cómo ha sido que desaprendí de ser humana?
XVII
Las barcas hundidas. Centelleantes
bajo el río. Y es así el poema. Centelleante
y oscura barca ardiendo bajo el agua.
Palabras, yo las he hecho nacer
dentro de tu garganta.
Húmedas algunas, de transparente raíz:
un encharcado de lenguas y dientes.
Otras de geometría. Finas, angulosas,
como son las tuyas
cuando hablan de poetas, de poesía.
Las barcas hundidas. Mis palabras.
Pero podrán arder lunas de eternidad.
Y doctas, de ironía las tuyas,
solo a través de mi vida van a vivir.
XVIII
¿Será que aprehendo la muerte
perdiéndome cada día
en el rellano sin fin del sentimiento?
O, quién sabe, aprehendo la vida
oscureciéndome anárquica en la tarde,
o si pudiera,
tomara en mi pecho la vastedad,
el camino de los vientos,
el descomedimiento del cántico.
¿Será que aprehendo la suerte
entrelazando la ceniza del morir
al semen de tu vida?
XIX
Empozada de instantes, crece la noche
descosiendo las hablas. Un poema entre-muros
quiere nacer, de carne jubilosa
y largo cuerpo oscuro. Me pregunto
si la perfección no sería el no decir
y dejar sosegadas las palabras
en los nocturnos desvanes. Un poema pulsante
aunque imperfecto quiere nacer.
Estando sobre la mesa el gran cuerpo
envuelto en su bruma. Espiro amor y aire
sobre su nariz. Nace intensa
y luciente mi cría
en el azulear de la tinta y a la luz del día.
XX
De gruesos muros, de hojas aplastadas
es como caminan las gentes por las calles.
De dolorido jugo y de duras frentes
es como están hechas las caras. Ay, Tiempo,
atardecido de sonidos que no entiendo,
miradas que se vuelven bofetadas, pasos
cóncavos, hondos, venidos de un alto pozo,
de una siniestra Nada. Y bocas tortuosas,
sin palabras.
¿Y qué va a ser de mi boca de inventos
en este atardecer? ¿Y del oro que sale
de la garganta de los locos, qué va a ser?
Nota
Fluctisonante: (del latín fluctus, -us, ola, onda) ‘que suena como una ola’. No existe en español (sí ondisonante), pero es una bonita palabra. En portugués puede escribirse fluctissonante o flutissonante.
☛ Hilda Hilst. Amavisse. Obra poética reunida (docplayer.com.br)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
∼
Amavisse
À memória de Ernest Becker
À memória de Vladimir Jankelevitch
...ter um dia amado (amavisse)
Vladimir Jankelevitch
Porco-poeta que me sei, na cegueira, no charco
À espera da Tua Fome, permita-me a pergunta
Senhor dos porcos e de homens:
Ouviste acaso, ou te foi familiar
Um verbo que nos baixios daqui muito se ouve
O verbo amar?
Porque na cegueira, no charco
Na trama dos vocábulos
Na decantada lâmina enterrada
Na minha axila de pêlos e de carne
Na esteira de palha que me envolve a alma
Do verbo apenas entrevi o contorno breve:
É coisa de morrer e de matar mas tem som de sorriso.
Sangra, estilhaça, devora, e por isso
De entender-lhe o cerne não me foi dada a hora.
É verbo?
Ou sobrenome de um deus prenhe de humor
Na péripla aventura da conquista?
I
Carrega-me contigo, Pássaro-Poesia
Quando cruzares o Amanhã, a luz, o impossível
Porque de barro e palha tem sido esta viagem
Que faço a sós comigo. Isenta de traçado
Ou de complicada geografia, sem nenhuma bagagem
Hei de levar apenas a vertigem e a fé:
Para teu corpo de luz, dois fardos breves.
Deixarei palavras e cantigas. E movediças
Embaçadas vias de Ilusão.
Não cantei cotidianos. Só cantei a ti
Pássaro-Poesia
E a paisagem-limite: o fosso, o extremo
A convulsão do Homem.
Carrega-me contigo.
No Amanhã.
II
Como se perdesse, assim te quero.
Como se não te visse (favas douradas
Sob um amarelo) assim te apreendo brusco
Inamovível, e te respiro inteiro
Um arco-íris de ar em águas profundas.
Como se fosse tudo o mais me permitisses,
A mim me fotografo nuns portões de ferro
Ocres, altos, e eu mesma diluída e mínima
No dissoluto de toda desespedida.
Como se te perdesse nos trens, nas estações
Ou contornando um círculo de águas
Removente ave, assim te somo a mim:
De redes e de anseios inundada.
III
De uma fome de afagos, tigres baços
Vêm se juntar a mim na noite oca.
E eu mesma estilhaçada, prenhe de solidões
Tento voltar à luz que me foi dada
E sobreponho as mãos nas veludosas patas.
De uma fome de sonhos
Tento voltar àquelas geografias
De um Fazedor de versos e sua estada.
Memorizo este ser que me sou
E sobre os fulcros dentes, ali
É que passeio e deslizo a minha fome.
Então se aquietam de pura madrugada
Meus tigres de ferrugem. As garras recolhidas
Como se mesmo amorte os excluísse.
IV
Se chegarem as gentes, diga que vivo o meu avesso.
Que há um vivaz escarlate
Sobre o peito de antes palidez, e linhos faiscantes
Sobre as magras ancas, e inquietantes cardumes
Sobre os pés. Que a boca não se vê, nem se ouve a palavra
Mas há fonemas sílabas sufixos diagramas
Contornando o meu quarto de fundo sem começo.
Que a mulher parecia adequada numa noite de antes
E amanheceu como se vivesse sob as águas. Crispada.
Fluctissonante.
Diga-lhes principalmente
Que há um oco fulgente num todo escancarado.
E um negrume de traço nas paredes de cal
Onde a mulher-avesso se meteu.
Que ela não está neste domingo à tarde, apropiada.
E que tomou algália
E gritou às galinhas que falou com Deus.
V
As maçãs ao relento. Duas. E o viscoso
Do Tempo sobre a boca e a hora. As maçãs
Deixa-as para quem devora esta agonia crua:
Meu instante de penumbra salivosa.
As maçãs comi-as como quem namora. Tocando
Longamente a pele nua. Depois mordi a carne
De maçãs e sonhos: sua alvura porosa.
E deitei-me como quem sabe o Tempo e o vermelho:
Brevidade de um passo no passeio.
VI
Que as barcaças do Tempo me devolvam
A primitiva urna de palavras.
Que me devolvam a ti e o teu rosto
Como desde sempre o conheci: pungente
Mas cintilando de vida, renovado
Como se o sol e o rosto caminhassem
Porque vinha de um a luz do outro.
Que me devolvam a noite, o espaço
De me sentir tão vasta e pertencida
Como se as águas e madeiras de todas as barcaças
Se fizessem matéria rediviva, adolescência e mito.
Que eu te devolva a fome do meu primeiro grito.
VII
Aquele fino traço de colina
Quero trancar na cancela
Da alma. Alimento e medida
Para as muitas vidas do depois.
Curva de um devaneio inantigido
Um todo estendido adolescente
Aquele fino traço da colina
Há de viver na paisagem da mente
Como a distância habita em certos pássaros
Como o poeta habita nas ardências.
VIII
Guardo-vos manhãs de terracota e azul
Quando o meu peito tingido de vermelho
Vivia a dissolvência da paixão.
O capim calcinado das queimadas
Tinha o cheiro da vida, e os atalhos
Estreitos tinham tudo a ver com o desmedido
E as águas do universo se faziam parcas
Para afogar meu verso. Guardo-vos, iluminadas
Recedentes manhãs tão irreais no hoje
Como fazer nascer girassóis no topázio
E dos rubis, romãs.
IX
Amor chagado, de púrpura, de desejo
Pontilhado. Volto à seiva de cordas
Da guitarra, e recheio de sons o teu jazigo.
Volto empoeirada de vestígios, arvoredo de ouro
Do que fomos, gotas de sal na planície do olvido
Para recender a tua fome.
Amor de sombras de ocasos e de ovelhas.
Volto como quem soma a vida inteira
A todos os outonos. Volto novíssima, incoerente
Cógnita
Como quem vê e escuta o cerne da semente
E da altura de dentro já lhe sabe o nome.
E reverdeço
No rosa de umas tangerinas
E nos azuis de todos os começos.
X
Há um incêndio de angústia e de sons
Sobre os instentos. E no corpo da tarde
Se fez uma ferida. A mulher emergiu
Descompassada no de dentro da outra:
Uma mulher de mim nos incêndios do Nada.
Tinha o dorso de uns rios: quebradiço
E terroso. O peito carregado de ametistas.
Uma mulher me viu no roxo das ciladas:
Esculpindo de novo teu rosto no vazio.
XI
Os ponteiros de anil no esguio das águas.
Tua sombra azulada repensando os rios
E agudíssimas horas atravessando o leito
Das barcaças.
Tem sido noite extrema. Finos fios
Sulcando de sangue as esperanças.
Os ponteiros de anil. Nossas duas vidas
Devastadas, num lago de janeiros.
XII
Se tivesse madeira e ilusões
Faria um barco e pensaria o arco-íris.
Se te pensasse, amigo, a Terra toda
Seria de saliva e de chegança.
Te moldaria numa carne de antes
Sem nome ou Paraíso.
Se me pensasses, Vida, que matéria
Que cores para minha possível sobrevida?
XIII
Extrema, toco-te o rosto. De ti me vem
À ponta dos meus dedos o ouro da volúpia
E o encantado glabro das avencas. De ti me vem
A noite tingida de matizes, flutuante
De mitos e de águas. Inaudita.
Extrema, toco-te a boca como quem precisa
Sustentar o fogo para a própria vida.
E úmido de cio, de inocência,
É à saudade de mim que me condenas.
Extrema, inomeada, toco-me a mim.
Antes, tão memória. E tão jovem agora.
XIV
Outeiros, átrios, pombas e vindimas.
Em algum tempo
Vivi a eternidade dessas rimas.
Pastora, entre os animais é que cresci. E lhes pensava
O pêlo e a formosura. Senhora, tive a casa
Daqueles da minha raça. Agrandados vestíbulos
E aves e pomares, e por fidelidade pereci.
De humildes aldeias e de casas grandes
Translitei entre as vidas. Depois amei
Extremante e soturna. A quem me amava matei.
Porisso nesta vida temo o amor e facas.
Porisso nesta vida
Canto canções assim tão compassivas
Na língua esquecida.
XV
Paliçadas e juncos
E agudos gritos de um pássaro nos alagadiços.
Tem sido este o tempo de prenúncios.
Tecida de carmim no traçado das horas
A vida se refaz:
Um risco de sorriso nos olhos luminosos
Um ter visto
O traçado do extenso no inatingível Paraíso.
E de novo, no instante
Paliçadas e juncos.
E agudos gritos de um pássaro nos alagadiços.
XVI
Devo viver entre os homens
Se sou mais pêlo, mais dor
Menos garra e menos carne humana?
e não tendo armadura
E tendo quase muito de cordeiro
E quase nada de mão que empunha a faca
Devo continuar a caminhada?
Devo continuar a te dizer palavras
Se a poesia apodrece
Entre as ruínas da Casa que é a tua alma?
Ai, Luz que permanece no meu corpo e cara:
Como foi que desaprendi de ser humana?
XVII
As barcas afundadas. Cintilantes
Sob o rio. E é assim o poema. Cintilante
E obscura barca ardendo sob as águas.
Palavras eu as fiz nascer
Dentro da tua garganta.
Úmidas algumas, de transparente raiz:
Um molhado de línguas e de dentes.
Outras de geometria. Finas, angulosas
Como são as tuas
Quando falam de poetas, de poesia.
As barcas afundadas. Minhas palavras.
Mas poderão arder luas de eternidade.
E doutas, de ironia as tuas
Só através da minha vida vão viver.
XVIII
Será que apreendo a morte
Perdendo-me a cada dia
No patamar sem fim do sentimento?
Ou quem sabe apreendo a vida
Escurecendo anárquica na tarde
Ou se pudesse
Tomar para o meu peito a vastidão
O caminho dos ventos
O descomedimento da cantiga.
Será que apreendo a sorte
Entrelaçando a cinza do morrer
Ao sêmen da tua vida?
XIX
Empoçada de instantes, cresce a noite
Descosendo as falas. Um poema entre-muros
Quer nascer, de carne jubilosa
E longo corpo escuro. Pergunro-me
Se a perfeição não seria o não dizer
E deixar aquietadas as palavras
Nos noturnos desvãos. Um poema pulsante
Ainda que imperfeito quer nascer.
Estando sobre a mesa o grande corpo
Envolto na sua bruma. Expiro amor e ar
Sobre as suas ventas. Nasce intensa
E luzente a minha cria
No azulecer da tinta e à luz do dia.
XX
De grossos muros, de folhas machucadas
É que caminham as gentes pelas ruas.
De dolorido sumo e de duras frentes
É que são feitas as caras. Ai, Tempo
Entardecido de sons que não compreendo
Olhares que se fazem bofetadas, passos
Cavados, fundos, vindos de um alto poço
De um sinistro Nada. E bocas tortuosas
Sem palavras.
E o que há de ser da minha boca de inventos
Neste entandercer. E o do ouro que sai
Da garganta dos loucos, o que há de ser?
Asqueado de su propia cara,
asqueado de su piel, desde la oscuridad
se arrastra fuera de sí mismo
—para cantar—
un poeta superior a la mayoría.
☛ Hosho McCreesh. Cicada (tiltingourheadsup.blogspot.com)
☛ Hosho McCreesh. Cicada (youtube)
☛ hoshomccreesh.com
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2014
∼
Cicada
Sick of his own face,
sick of his skin, of the dark,
he crawls outside himself
to sing—
a better poet than most.
Ese día fue el día,
pero lo callé ante todo el mundo.
Me compré unas gafas de sol
como las que había visto
en la carrera del día anterior.
Una escapada en plena ascensión.
Y fuego de iridio.
El Rey Bonsái ha estado cavilando.
Hay una relación ahí.
De todos modos, la piel tersa
provoca un tacto suave y excitante.
Tal vez después de una pasada rápida.
Seguía estando allí, en pie
y tan absolutamente delgada
en su pálida desnudez.
Aquel día era el día.
Volví mi atención difusa
a la vibrante carrera ciclista:
decían que la escapada
se produjo en la más dura ascensión.
Alguien llevaba unas gafas de sol.
Y tomar una decisión así
es propio de muy pocos veteranos.
Brillo de iridio.
Lo decidí durante la carrera,
y aquello también fue un gran estímulo.
Ese día
me decidí a huir de la ciudad.
Hay una relación ahí.
egm. 2014
(Cavilaciones del Rey Bonsái, 3)