Góticas torres de acículas en el Valle del Torrente,
no lejos de Monte Tamalpais, donde al alba y al atardecer,
densa la niebla como oceánicos ira y arrobamiento,
en esta reserva de gigantes enseñan un árbol cortado,
éneo tocón de Occidente,
de vetas desmesuradamente regulares, como círculos en el agua.
Y algún perverso inscribió aquí las fechas de la historia humana:
A una pulgada del centro del tocón, el incendio de la lejana Roma de Nerón;
en la mitad, la batalla de Hastings, la expedición nocturna de los drákkars,
el pánico de los anglosajones; la muerte del desdichado Hárold
está referida con la ayuda de un compás;
y finalmente, aquí, en la orilla de la corteza, el desembarco de los aliados en Normandía.
El Tácito de este árbol era un geómetra; no conocía adjetivos,
no conocía la sintaxis que expresa terror, no conocía ninguna palabra.
Así que contó, añadió siglos y siglos, como queriendo decir que no hay nada
salvo nacimiento y muerte, nada salvo nacimiento y muerte, sólo nacimiento y muerte.
Y en el interior, la cruenta pulpa de la secuoya.
Zbigniew Herbert, Informe desde la ciudad sitiada y otros poemas. Traducción de X. Ballester. (Editorial Hiperión, 1993)
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