2 de julio de 2020

Simónides de Ceos

Odas, epigramas y fragmentos

Traducción de Joseph Canga Argüelles y Bernabé Canga Argüelles publicada en Madrid en 1797

Odas

De cuatro cosas

Es excelente cosa
tener salud robusta y vigorosa

y tener, lo segundo,
buen natural; es lo mejor del mundo

ser rico, lo tercero,
sin conseguir con fraudes el dinero;

lo cuarto, sin testigos,
pasar la juventud con los amigos.


De la muerte

Las fuerzas de los hombres
son débiles y flacas,
vano y ligero el pensamiento suyo,
y en una corta vida
el hombre sufre males sin medida.

A todos igualmente
la misma muerte alcanza;
nadie sortea su furor terrible,
y el malo como el bueno
es fuerza que desciendan a su seno.


Obras morales

Sobre la vida del hombre

No hay estabilidad en las humanas
cosas, como lo dijo el excelente
varón de Quíos, y, cual las hojas vanas

descienden volteando levemente
cayendo de las ramas elevadas,
así cae también la humana gente;

pocos estas verdades veneradas
después que las oyeron las mantienen
dentro del recto corazón guardadas,

pues la esperanza que los hombres tienen
de larga vida, el ánimo fomenta
y, porque los deleita, la sostienen.

Mientras la flor de juventud se ostenta
en el hombre, de cualquier leve cosa
su espíritu ligero se alimenta;

por la esperanza, la vejez rugosa
desprecia: ni se cuida de la muerte
ni, cuando goza de salud dichosa,

piensa en la enfermedad aguda y fuerte.
Necio de aquel que así se lo imagina,
pues ignora cuán corta y de qué suerte

será la edad de juventud benigna
y cuán breve es el tiempo concedido
a la vida del hombre que declina.

Pero tú, de estas cosas bien instruido,
cuando ya del vivir el fin se allegue,
de alborozo y de júbilo ceñido,
sufre como virtuoso el mal que llegue.


A Pítaco sobre la virtud

Es un asunto, Pítaco, espinoso
hallar a un hombre bueno y verdadero,
y una vez hecho, es muy dificultoso

conservar aquel hábito primero;
porque esto no es del hombre ciertamente,
sino que al dios lo debe por entero:

si algún revés le oprime de repente,
por más bueno que sea, no le es dado
mantenerse de pie contra el torrente;

por esto yo, buscando trastornado
los imposibles, pierdo la esperanza
de que el que vive en terrenal estado

disfrute de una próspera bonanza
aunque sea virtuoso eternamente.
Lo que entiendo diré con confianza:

amo al que no hace voluntariamente
el mal, y yo le alabo y recomiendo,
que a la necesidad que oprime urgente,
ni se resiste un dios, según yo entiendo.


Al mismo sobre el amor a la vida

Porque estimes tu vida, en ningún modo
yo te reprendo, Pítaco; la estima
aquel que no es malvado, o necio, o todo.

El que de la bondad toca la cima
sirve a su ciudad patria en gran manera;
no te reprendo ni mi voz se arrima

a la agria reprensión: la turba fiera
de los necios es grande, y cansaría
a quien el corregirlos pretendiera.

Mas, volviendo a decir lo que decía,
declaro que son buenas cuantas cosas
con la negra maldad, horrible e impía,
no mezclaran las mentes ponzoñosas.


Sobre la esperanza

Zeus tonante posee el fin de todo,
oh caro hijo, y todo lo gobierna
a su solo placer, arbitrio y modo.

Ni ciencia ni saber son cosa eterna
en los hombres, que duran solo un día
según le place a la deidad superna;

la esperanza, dulcísima, porfía
en presentar sus sueños lisonjeros
y mil vanos proyectos forma y cría.

El uno espera un día, el otro enteros
meses, y aquel un año se promete
gozar entre deleites placenteros;

a este antes del término acomete
la amarga muerte, y la feroz y dura
enfermedad al otro lo somete;

a cual Ares cruel dentro de la oscura
morada de la muerte lo confunde
revuelto de la guerra en la bravura,

y a tal entre las ondas bravas hunde,
privado del aliento, el mar furioso;
el que no logra que su vida abunde

de bienes, sino que triste y lloroso
pasa los días de dolores lleno,
deja la luz del sol voluntarioso.

Muy cierto es que este mísero terreno
todo lo da de amargo mal mezclado,
y al humano mortal dentro del seno

pone el dolor y la tristeza el hado.
Si se me da algún crédito, ninguno
sumiso se atormente; antes, osado,
resista su dolor fiero e importuno.


Otras obras

Dánae llorando en el mar

Cuando dentro del arca fabricada
por arte de maestro, horriblemente
bramaba el aire y toda perturbada
la mar sonaba en rápida corriente,
ella tocando con la mano amada
al querido Perseo, y dulcemente
aplicando llorosa al tierno hijo
sus húmedas mejillas, así dijo:

«Hijo adorado, ¡aymé!, cómo me siento
de gran dolor el corazón deshecho,
y tú en esta morada de tormento
duermes, en tanto, con sereno pecho;
clavos de bronce ciérranla sin cuento,
negra oscuridad cubre su techo,
mas tú no temes a las olas, cuando
sobre tu seca faz están sonando;

»de los vientos el bárbaro ruïdo
desprecias y, cubierto tu semblante
de este cendal de púrpura extendido,
el peligro no ves que está delante,
que si su horror te fuera conocido,
con tierna oreja dieras al instante
un poco de atención y cederías,
tal vez, a las dolientes voces mías.

»Mas duerme, duerme niño, descuidado;
se duerma el mar y duerma el orbe entero,
que aunque tal desear sea juzgado
vano deseo, yo pretendo y quiero,
¡supremo Zeus, oh padre venerado!,
sufrir con pecho generoso y fiero,
mientras de ello algún bien al hijo venga,
cuanto rigor mi hado en sí contenga».


De los que murieron en las Termópilas

De los que, en muerte generosa y clara,
en las altas Termópilas cayeron
y venturosa suerte así tuvieron,
se venera el sepulcro como un ara;

no lo oscurecerá la edad avara
que todo lo consume, y los que fueron
capaces de un tal hecho, y tal pudieron,
gozan una alabanza eterna y rara;

la sacral tumba donde ahora posa
de estos varones ínclitos la llama,
que en lúgubre silencio y paz reposa,

a una jamás perecedera fama
elevará a la Grecia más gloriosa
doquiera el nombre de la patria se ama.


Epigramas

Epitafio a una mujer casada

Aquí la descendencia está encerrada
de quien en Grecia entre los de Hipia todos
se señaló con alma aventajada,
pues nunca supo usar de altivos modos
con el padre, el marido, los hermanos,
los hijos, ni sus próximos tiranos.


Para unas armas colgadas en el templo de Atenea

Estos arcos de guerra, ahora ociosos,
del templo de Atenea ya colgados,
se vieron otros días, vigorosos,
con sangre de los persas mancillados;
de los persas que cuando, en sus fogosos
mortíferos caballos cabalgados,
en las contiendas de los hombres fieros
entran, resuenan gritos lastimeros.


Para la estatua de un atleta

Yo, Aristodamas, valeroso atleta,
fui en Nemea dos veces coronado,
en Olimpia logré gloria completa
y también fui en el Istmo celebrado;
y no tanto vencí con fuerza huraña
como con el ardid, con arte y maña.


Para un puente

Id, sacerdotes, al templo de Démeter
sin temor de las aguas invernales,
pues ya Xenocles Lidio ha construïdo
puente sobre estos rápidos raudales.


Acción de gracias a Afrodita

A estos se les mandó que, fervorosos,
a Afrodita invocasen en sus ruegos
ofreciéndole votos religiosos
por los valientes ciudadanos griegos,
porque no quiso que la ciudad clara
el persa sagitífero tomara.


Para la imagen de un atleta

En esta imagen mira y reconoce
al vencedor Teócrito en Olimpia,
que cuando joven en la lucha y carro
tuvo una soberana maestría;

hermoso siempre, aun cuando vigoroso,
en la áspera lucha se ejercita,
y de sus padres la ciudad adorna
con la corona a su valor debida.


Epitafio para un cazador

¡Oh Licas, cazador de fama honrosa!,
las fieras tiemblan al fijar su planta
en tu sepulcro, y el Pelión y el Osa,
y el Citerón, do crece hierba tanta,
a las tiernas ovejas saludable,
conocen tu valor inimitable.


Del beber

Cuando el Bóreas veloz rápidamente,
viniendo desde Tracia, el gran costado
nevó del alto Olimpo preeminente
fatigando a cualquier desabrigado,
la vida nos cubrió benignamente;
mas quiero yo que ahora derramado
temple mi copa, que es un acto fiero
el dar vino caliente al compañero.


A unas mulas

Os guarde un dios, oh hijas
de caballos de tempestuosas patas.


De un retrato

El amor que me tenía
Praxíteles expresó:
por la imagen lo pintó
que en su corazón sentía,

y Frines en el momento
de mi cuadro el precio dio;
y así a mi retrato yo
arrojo flechas sin cuento.


De la mujer

No puede el hombre gozar
una cosa más preciosa
que la mujer, ni una cosa
peor puede soportar.


De los atenienses

Grande luz amaneció
a los atenienses cuando
Harmodio, a Hiparco matando,
a Aristogitón siguió.


A Sófocles

A ti, Sófocles amado,
de los poetas honor,
una uva con rigor
te dio un fin desventurado.


De un cuadro

Ifión de Corinto fue
quien esta imagen pintó
y en sus obras caminó
de buena Fama en buen pie,

pues las obras del pintor,
de la misma gloria y maña
que al artífice acompaña,
sacan no pequeño honor.


De la bacante de Escopas

¿Quién es esta que está aquí?
La bacante. ¿Quién tan bien
la adornó? Escopas. ¿Y quién
de furor la llenó así
y la puso cual se ve?
¿Baco o Escopas? Escopas fue.


Fragmentos

1.
La vana voz a los infiernos baja
y mora entre los muertos el silencio,
y de los hombres en los tristes ojos
cae un funesto y tenebroso velo;
todo sin excepción al Hades marcha,
riquezas y virtud van a ese extremo
y al que más huye y resistir procura,
suele la muerte arrebatar más presto.

2.
No digas lo que puede
durar el hombre, ni lo que ser tenga,
pues todo cambia mucho más ligero
que una mosca veloz abre las alas.

3.
Es difícil hacer a un hombre bueno
y que en sus miembros todos
esté de perfección cumplido y pleno.

4.
La virtud luminosa
dicen que habita en unas altas rocas
cuya subida es recia y trabajosa;
una estéril región la cerca en torno
y nadie verla osa
sino aquel que, en retorno
de extenuados sudores
y penas interiores,
logra llegar a la suprema alteza
de una excelsa y sublime fortaleza.



Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 83)
Francisco Rodríguez Adrados. Lírica griega arcaica (somacles.files, pdf, p. 243)
Bernardo Berruecos Frank. Poesía arcaica griega (unam.mx, pdf, p. 13)
Susana Aguirre. Simónides de Ceos: ecos de su "yo" en sus fragmentos (unlp.edu.ar)


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