Traducción de Joseph Canga Argüelles y Bernabé Canga Argüelles publicada en Madrid en 1797
Creó el dios la mujer primeramente,
de entendimiento y juicio desprovista,
de una cerdosa puerca, y por costumbre
le hace siempre tener sucia la casa;
acostada en el suelo se revuelca,
jamás se lava y, de soez vestido
cubierta y asquerosa, siempre echada
sobre el sórdido cieno engorda y crece.
A otra creó de una dolosa zorra
y la ciencia le dio de bueno y malo;
en esta casta de mujer se encuentra
mucho perverso y otro mucho bueno;
la ira la doblega y la maneja
a todos lados sin prudencia y tino.
En sus costumbres otra se parece
al perro, que es su padre: anda anhelante
por oír y saber todas las cosas,
todo lo mira con hambrientos ojos,
y con tanto mirar siempre se engaña;
cuando no ve algún hombre ladra y gruñe,
y ni las amenazas del marido
bastantes son a contener sus iras:
ni aunque le eche los dientes de la boca
irritado y feroz de una pedrada,
ni aunque la halague con palabras buenas,
ni el respeto a los huéspedes la frena
sino que siempre furibunda grita.
Otra hicieron los dioses de la tierra,
y al hombre para carga se la dieron,
la cual ni el bien ni el mal jamás conoce
y su saber se ciñe a si los dioses
dan a la tierra riguroso invierno
para acercarse al fuego con su silla.
Mas vuelve ya tu pensamiento a aquella
que ha nacido del mar: alegre y blanda,
en todo el día de reír no cesa;
el huésped que en su casa la mirara
la llenará de inmensas bendiciones,
y jurará no hallarse en todo el orbe,
ni ser posible que jamás se vea,
una mujer más buena en sus costumbres;
mas, sin embargo, a veces se enfurece
como la perra sobre sus cachorros,
áspera con amigos y enemigos
en su doloso genio al mar semeja,
que muchas veces sosegado y quieto
a los marinos llena de alborozo,
y otras airado horriblemente brama
y alza y encrespa las hinchadas olas.
Otra nació de un asno ceniciento;
ejercitada en ásperos trabajos,
tan solo la conmueve la amenaza,
sentada día y noche está comiendo
y sin ninguna diferencia acoge
al primero que llega, y lo recibe
por su señor en los carnales tratos.
Otra de una sombría comadreja
infeliz fue engendrada, y nada tiene
de bueno ni de amable, y careciendo
de amor y de dulzura, odia y esquiva
el lecho conyugal; si está presente
su esposo, disimula y se fastidia,
mas con sus tretas daña a los vecinos
y devora las viandas no inmoladas.
Una yegua de hermosa cabellera
fue madre de otra, que aborrece y huye
cualquier obra servil, cualquier trabajo;
no tocará jamás muela ni criba
ni la basura sacará de casa,
gran cuidado tendrá de no ensuciarse
acercándose al horno; exteriormente
muestra afecto y amor a su marido,
se lava cada día varias veces,
se llena de perfumes y de ungüentos,
el cabello derrama por la espalda,
y corona de flores la cabeza;
espectáculo hermoso para todos,
mas para el marido, mezquino y triste,
a no ser algún rey muy poderoso
que pueda mantener tan grandes lujos.
Viene otra de una mona, de manera
que un igual mal no dio a los hombres Zeus;
por su boca, feísima, es la risa
de toda la ciudad cuando pasea,
tiesa que apenas la cabeza mueve,
tiene en extremo grandes las rodillas,
¡pobre el que abraza a tan terrible monstruo!
Como una mona a su marido engaña
y a todos los demás; ni de las risas
se cuida ni de hacer solo un buen hecho,
y sin cesar cavila, piensa y trama
cómo hacer algún bárbaro delito.
Mas con la que ha nacido de la abeja
es el hombre feliz y afortunado,
pues no cometerá delito alguno;
ella alarga la vida y sus caminos
los siembra de mil flores olorosas,
amada de su amado compañero
va envejeciendo en los ligeros años
dándole hermosos y afamados hijos;
se distingue entre todas las mujeres
por la gracia feliz que la acompaña,
no busca ni frecuenta los corrillos
donde hablan liviandades las comadres;
esta prudente y apreciable casta
la da el gran Zeus a sus favorecidos.
A las demás que están entre los hombres
de Zeus el desvarío las produjo
y tanto en su maldad cargó la mano
que si parece que algún bien le hacen
al mísero marido, es esto mismo
incómodo en extremo al desdichado;
nadie que viva con mujer espere
pasar un día bueno por completo
ni echar el hambre triste de su casa
ni el amor conciliar de sus amigos.
Si le sucede algún feliz suceso,
o ya porque este bien le den los dioses
o ya porque le venga de los hombres,
al punto en su mujer encuentra un crimen
que mueve las domesticas rencillas;
allí donde hay mujer ya no se espere
poder agasajar huésped alguno,
porque la que parece más modesta
es la peor de todas las mujeres;
el marido se queja y las vecinas
se alegran de su error y se le ríen.
Cada cual, sin embargo, siempre alaba
la mujer propia y la del otro afea
sin ver que le concierne el mismo caso,
pues este horrible mal el dios Zeus hizo
y el lazo ató con insoluble nudo;
de donde viene que la cruda muerte
arrebate casados tantos hombres.
Los hermanos Canga Argüelles o quizá su editor incluyen, por error o desconocimiento, Los yambos de las mujeres entre las obras de Simónides de Ceos. Horrorum hominem est.
☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 107)
☛ Antonio Marco Martínez / Carlos García Gual. El primer poema antiguo muy misógino (antiquitatem.com)
☛ Maria Fernanda Brasete / E. J. Ríos. Semónides de Amorgos: De las mujeres (academia.edu)
☛ Cristina Egoscozábal. Los animales del “Yambo de las mujeres” (interclassica.um.es)
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