Marea alta.
No quedan ya más playas.
El tiempo sube.
egm.2020
☛ PyoZ ☚
Oda
De sí mismo
No estimo, amado Macrino,
los terrenos abundantes
ni del oro del gran Giges
amo las felicidades;
para vivir solo quiero
lo que a mantenerme baste
ni nada más apetezco
cuanto poco me es amable.
Epigramas
A Argos
Argos, de Homero tan encarecida,
sagrado suelo de la Grecia clara,
y en otro tiempo del feliz Perseo
dorado, hermoso y reluciente alcázar,
ya desapareciste: eterna gloria
de aquellos héroes que en la tierra amada
de Troya, habitación de las deidades,
sufrieron peleando muerte aciaga;
este es el pueblo de los hombres fuertes
y vosotras, magníficas murallas,
guardáis ahora, todas derruïdas,
grandes establos de mugientes vacas.
De Homero
Aún oímos de Andrómaca el airado
gemido, a Troya vemos trastornada
y de Áyax el combate celebrado
de la ciudad so la muralla alzada,
y Héctor por los caballos arrastrado,
por la Meonia musa delicada
de un poeta que no una patria encierra
sino los climas de una y otra tierra.
De Roma
Afianza, gran Zeus, la incansable puerta
del espantoso Océano: el alcázar
admirable de Éter soberano,
oh poderoso dios, conserva y guarda,
pues ya la mar ha sido sometida
bajo el poder de la romana lanza,
y la tierra también, aunque es difícil
subir la celestial senda sagrada.
A Rodas
Nodriza de los partos, tú, de Leto,
a quien inamovible Zeus ha puesto
en el Egeo mar, no, por los dioses,
llamarte ahora miserable quiero,
de Antípatro siguiendo las razones:
te llamaré feliz, puesto que a Febo
educaste, y allá en el alto Olimpo
a ti Artemisa llama patrio suelo.
Aunque los hermanos Canga Argüelles afirman en la sucinta nota biográfica que de este Alceo (”Alpheo”) «solo sabemos que era natural de Mitilene», estos poemas parecerían pertenecer más bien a Alceo de Mesene que a Alceo de Mitilene.☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google)
Odas
Sobre la fortaleza
¿Por qué te das tormento
con ásperos pesares? Cobra, amigo,
cobra vigor y aliento
y oponte, cual te digo,
a la desgracia y mal pecho enemigo;
entre las rudas lanzas
del contrario feroz mantente osado,
sin miedo ni mudanzas,
y ni el triunfo logrado
aplaudas en extremo alborozado
ni, si te ves vencido,
en casa recostado des al lloro
el ánimo afligido,
y alegre y con decoro
de los que dignos son aumenta el coro,
pero con los malvados
no te contristes nunca en demasía,
y de los desgraciados
hombres, más cada día,
compadece la suerte cruel e impía.
De sí mismo
Amor, dentro del pecho
un cruel ardor moviendo,
de nieblas fue envolviendo
mi vista a mi despecho
y, con ánimo avieso,
del débil corazón me robó el seso,
y así, infeliz ahora
por voluntad del cielo,
lleno de desconsuelo
y rendido a deshora
y al tiempo traspasado,
del hueso hasta la médula ha calado.
A Glauco
Mira, mi Glauco, mira
cómo el cerúleo ponto se conmueve
y cómo, lleno de ira,
sus altas olas a encrespar se atreve;
la nube pavorosa
sobre los altos árboles se asienta,
resuena tempestuosa
y un súbito pavor nos desalienta.
De sí mismo
No pienso en el tesoro
de Giges, que abundaba
en riquezas y en oro,
ni conocí la emulación esclava;
no envidio las acciones
de los dioses sagrados
ni grandes posesiones:
de todo están mis ojos alejados.
Que de nada se debe desesperar
No hay cosa alguna de que el hombre pueda
desesperar ni que sea imposible,
ni nada hay admirable e increíble
desde que Zeus la luz serena y leda
la tornó en noche horrible;
se ocultó el sol a la mitad del día
y en los míseros hombres de repente
se difundió el pavor: la humana gente
de nada, pues, desesperar debía
desde aquel accidente.
Que nadie así se admire de que acaso
trueque con el delfín pastos la fiera,
que esta a la tierra el mar tal vez prefiera
y aquel el alto monte, en igual caso,
más que a las ondas quiera.
Fragmentos
1.
Al gran emperador no estimo en nada;
al hombre generoso y fuerte quiero.
2.
Es piadoso aplicar duros castigos
a los vivos, jamás sobre los muertos;
despedazar al mísero difunto
con la maledicencia es poco honesto.
3.
Es la misericordia blanda diosa
con los que de la vida al fin llegaron
y con los que la gozan venturosos
es rígida la envidia de igual modo.
4.
He de decirte, amado compañero,
y bien sé yo que has de gustar de oírlo,
que ames con verdad y sin cansarte,
no obstante sin hablarle, al afligido.
5.
Tuyo es, Zeus, el imperio de los cielos
y sobre los mortales tú derramas
las obras de injusticia repartidas
sin olvidar también las temerarias.
☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 131)
☛ Bernardo Berruecos Frank. Poesía arcaica griega (unam.mx, pdf, pp. 9, 16)
☛ J. Ferraté. Líricos griegos arcaicos, Arquíloco / Os fragmentos de arquíloco em português (edu.xunta.gal)
Odas
De la paz
Ya la gran paz sagrada
torna a henchir a los hombres de riquezas;
la lengua delicada
del divino poeta en mil bellezas
alegre se desata
y en dulces versos los asuntos trata.
Arden llamas doradas
en el ara de los dioses poderosos
y con ellas mezcladas
las piernas de los bueyes vigorosos,
y la lanuda oveja
tampoco de acudir al rito deja.
La juventud ardiente
himnos y flautas suena y va al amado
gimnasio diligente,
y en el arnés de hierro entrelazado,
en tanto, se desvela
la negra araña en fabricar su tela.
A la ágil lanza muerde
la herrumbre y la corroe, y a la espada
por ambos filos pierde,
y ya ni a las pupilas fatigadas,
de la trompa el sonido
arranca el dulce sueño apetecido.
Se ven por todas partes
gratos convites de amistad gozosa
en diferentes artes
y en todos ellos suenan con hermosa
música, cuanto cabe,
sagrados himnos al amor süave.
Del beodo
Afrodita imperiosa
cuando en las copas cándida se mezcla
fomenta el alma blanda y amorosa,
pero el ledo Dioniso
con sus sabrosos dones
las mentes turba y de esperanzas llena
los tristes corazones
echando de sus reinos llanto y pena;
entonces el beodo
derroca las murallas de los pueblos,
y ya del orbe todo
monarca se figura,
brillan en sus palacios marfil y oro,
de los trigos de Egipto
cargados sus bajeles
le transportan riquísimo tesoro;
que así del embriagado
piensa, o delira, el corazón turbado.
De las cuitas
Solo un camino es dado
a los mortales por que el bien consigan
y aquel a quien no instigan
al ánimo agobiado
los continuos dolores
puede contar sus días por mejores;
pero el que perseguido
de males infinitos noche y día
en angustiar porfía
su ánimo afligido
con la suerte futura,
¡cuán neciamente su dolor procura!
De sí mismo
Ni tengo yo vacadas
ni alfombras de la púrpura pintadas,
mas tengo un alma buena
de dulce paz y de contento llena,
tengo una dulce musa
que por larga costumbre amarme usa,
y no de gusto escasos
añejos vinos en beocios vasos.
Epigrama
A Ferenico
A Ferenico, el de las rojas crines,
que venció en las orillas del Alfeo,
caballo que a las negras tempestades
tal vez iguala en el correr ligero.
Fragmentos
1.
Dichoso aquel a quien piadoso el cielo
la suerte ha dado de las almas buenas:
riquezas sin recelo,
y aún más, las horas de su vida llenas
de fortuna envidiable a nuestro modo,
que nadie puede ser feliz en todo.
2.
A pocos hombres Zeus ha concedido,
aunque virtuosos y benignos sean,
que la tarda vejez al final vean
sin que algún mal les haya sucedido.
3.
El oro no se encubre
a la piedra de toque y las virtudes
del hombre las descubre
la alta sabiduría
y la verdad omnipotente y pía.
4.
Él en el pavimento
de piedra se paró, mientras los otros
el alegre banquete disponían,
y dijo: «Al opulento
convite de los buenos
asisten por derecho
los hombres justos y de recto pecho».
☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 119)
☛ Baquílides. Odas y fragmentos (academia.edu)
Creó el dios la mujer primeramente,
de entendimiento y juicio desprovista,
de una cerdosa puerca, y por costumbre
le hace siempre tener sucia la casa;
acostada en el suelo se revuelca,
jamás se lava y, de soez vestido
cubierta y asquerosa, siempre echada
sobre el sórdido cieno engorda y crece.
A otra creó de una dolosa zorra
y la ciencia le dio de bueno y malo;
en esta casta de mujer se encuentra
mucho perverso y otro mucho bueno;
la ira la doblega y la maneja
a todos lados sin prudencia y tino.
En sus costumbres otra se parece
al perro, que es su padre: anda anhelante
por oír y saber todas las cosas,
todo lo mira con hambrientos ojos,
y con tanto mirar siempre se engaña;
cuando no ve algún hombre ladra y gruñe,
y ni las amenazas del marido
bastantes son a contener sus iras:
ni aunque le eche los dientes de la boca
irritado y feroz de una pedrada,
ni aunque la halague con palabras buenas,
ni el respeto a los huéspedes la frena
sino que siempre furibunda grita.
Otra hicieron los dioses de la tierra,
y al hombre para carga se la dieron,
la cual ni el bien ni el mal jamás conoce
y su saber se ciñe a si los dioses
dan a la tierra riguroso invierno
para acercarse al fuego con su silla.
Mas vuelve ya tu pensamiento a aquella
que ha nacido del mar: alegre y blanda,
en todo el día de reír no cesa;
el huésped que en su casa la mirara
la llenará de inmensas bendiciones,
y jurará no hallarse en todo el orbe,
ni ser posible que jamás se vea,
una mujer más buena en sus costumbres;
mas, sin embargo, a veces se enfurece
como la perra sobre sus cachorros,
áspera con amigos y enemigos
en su doloso genio al mar semeja,
que muchas veces sosegado y quieto
a los marinos llena de alborozo,
y otras airado horriblemente brama
y alza y encrespa las hinchadas olas.
Otra nació de un asno ceniciento;
ejercitada en ásperos trabajos,
tan solo la conmueve la amenaza,
sentada día y noche está comiendo
y sin ninguna diferencia acoge
al primero que llega, y lo recibe
por su señor en los carnales tratos.
Otra de una sombría comadreja
infeliz fue engendrada, y nada tiene
de bueno ni de amable, y careciendo
de amor y de dulzura, odia y esquiva
el lecho conyugal; si está presente
su esposo, disimula y se fastidia,
mas con sus tretas daña a los vecinos
y devora las viandas no inmoladas.
Una yegua de hermosa cabellera
fue madre de otra, que aborrece y huye
cualquier obra servil, cualquier trabajo;
no tocará jamás muela ni criba
ni la basura sacará de casa,
gran cuidado tendrá de no ensuciarse
acercándose al horno; exteriormente
muestra afecto y amor a su marido,
se lava cada día varias veces,
se llena de perfumes y de ungüentos,
el cabello derrama por la espalda,
y corona de flores la cabeza;
espectáculo hermoso para todos,
mas para el marido, mezquino y triste,
a no ser algún rey muy poderoso
que pueda mantener tan grandes lujos.
Viene otra de una mona, de manera
que un igual mal no dio a los hombres Zeus;
por su boca, feísima, es la risa
de toda la ciudad cuando pasea,
tiesa que apenas la cabeza mueve,
tiene en extremo grandes las rodillas,
¡pobre el que abraza a tan terrible monstruo!
Como una mona a su marido engaña
y a todos los demás; ni de las risas
se cuida ni de hacer solo un buen hecho,
y sin cesar cavila, piensa y trama
cómo hacer algún bárbaro delito.
Mas con la que ha nacido de la abeja
es el hombre feliz y afortunado,
pues no cometerá delito alguno;
ella alarga la vida y sus caminos
los siembra de mil flores olorosas,
amada de su amado compañero
va envejeciendo en los ligeros años
dándole hermosos y afamados hijos;
se distingue entre todas las mujeres
por la gracia feliz que la acompaña,
no busca ni frecuenta los corrillos
donde hablan liviandades las comadres;
esta prudente y apreciable casta
la da el gran Zeus a sus favorecidos.
A las demás que están entre los hombres
de Zeus el desvarío las produjo
y tanto en su maldad cargó la mano
que si parece que algún bien le hacen
al mísero marido, es esto mismo
incómodo en extremo al desdichado;
nadie que viva con mujer espere
pasar un día bueno por completo
ni echar el hambre triste de su casa
ni el amor conciliar de sus amigos.
Si le sucede algún feliz suceso,
o ya porque este bien le den los dioses
o ya porque le venga de los hombres,
al punto en su mujer encuentra un crimen
que mueve las domesticas rencillas;
allí donde hay mujer ya no se espere
poder agasajar huésped alguno,
porque la que parece más modesta
es la peor de todas las mujeres;
el marido se queja y las vecinas
se alegran de su error y se le ríen.
Cada cual, sin embargo, siempre alaba
la mujer propia y la del otro afea
sin ver que le concierne el mismo caso,
pues este horrible mal el dios Zeus hizo
y el lazo ató con insoluble nudo;
de donde viene que la cruda muerte
arrebate casados tantos hombres.
Los hermanos Canga Argüelles o quizá su editor incluyen, por error o desconocimiento, Los yambos de las mujeres entre las obras de Simónides de Ceos. Horrorum hominem est.
☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 107)
☛ Antonio Marco Martínez / Carlos García Gual. El primer poema antiguo muy misógino (antiquitatem.com)
☛ Maria Fernanda Brasete / E. J. Ríos. Semónides de Amorgos: De las mujeres (academia.edu)
☛ Cristina Egoscozábal. Los animales del “Yambo de las mujeres” (interclassica.um.es)
Odas
De cuatro cosas
Es excelente cosa
tener salud robusta y vigorosa
y tener, lo segundo,
buen natural; es lo mejor del mundo
ser rico, lo tercero,
sin conseguir con fraudes el dinero;
lo cuarto, sin testigos,
pasar la juventud con los amigos.
De la muerte
Las fuerzas de los hombres
son débiles y flacas,
vano y ligero el pensamiento suyo,
y en una corta vida
el hombre sufre males sin medida.
A todos igualmente
la misma muerte alcanza;
nadie sortea su furor terrible,
y el malo como el bueno
es fuerza que desciendan a su seno.
Obras morales
Sobre la vida del hombre
No hay estabilidad en las humanas
cosas, como lo dijo el excelente
varón de Quíos, y, cual las hojas vanas
descienden volteando levemente
cayendo de las ramas elevadas,
así cae también la humana gente;
pocos estas verdades veneradas
después que las oyeron las mantienen
dentro del recto corazón guardadas,
pues la esperanza que los hombres tienen
de larga vida, el ánimo fomenta
y, porque los deleita, la sostienen.
Mientras la flor de juventud se ostenta
en el hombre, de cualquier leve cosa
su espíritu ligero se alimenta;
por la esperanza, la vejez rugosa
desprecia: ni se cuida de la muerte
ni, cuando goza de salud dichosa,
piensa en la enfermedad aguda y fuerte.
Necio de aquel que así se lo imagina,
pues ignora cuán corta y de qué suerte
será la edad de juventud benigna
y cuán breve es el tiempo concedido
a la vida del hombre que declina.
Pero tú, de estas cosas bien instruido,
cuando ya del vivir el fin se allegue,
de alborozo y de júbilo ceñido,
sufre como virtuoso el mal que llegue.
A Pítaco sobre la virtud
Es un asunto, Pítaco, espinoso
hallar a un hombre bueno y verdadero,
y una vez hecho, es muy dificultoso
conservar aquel hábito primero;
porque esto no es del hombre ciertamente,
sino que al dios lo debe por entero:
si algún revés le oprime de repente,
por más bueno que sea, no le es dado
mantenerse de pie contra el torrente;
por esto yo, buscando trastornado
los imposibles, pierdo la esperanza
de que el que vive en terrenal estado
disfrute de una próspera bonanza
aunque sea virtuoso eternamente.
Lo que entiendo diré con confianza:
amo al que no hace voluntariamente
el mal, y yo le alabo y recomiendo,
que a la necesidad que oprime urgente,
ni se resiste un dios, según yo entiendo.
Al mismo sobre el amor a la vida
Porque estimes tu vida, en ningún modo
yo te reprendo, Pítaco; la estima
aquel que no es malvado, o necio, o todo.
El que de la bondad toca la cima
sirve a su ciudad patria en gran manera;
no te reprendo ni mi voz se arrima
a la agria reprensión: la turba fiera
de los necios es grande, y cansaría
a quien el corregirlos pretendiera.
Mas, volviendo a decir lo que decía,
declaro que son buenas cuantas cosas
con la negra maldad, horrible e impía,
no mezclaran las mentes ponzoñosas.
Sobre la esperanza
Zeus tonante posee el fin de todo,
oh caro hijo, y todo lo gobierna
a su solo placer, arbitrio y modo.
Ni ciencia ni saber son cosa eterna
en los hombres, que duran solo un día
según le place a la deidad superna;
la esperanza, dulcísima, porfía
en presentar sus sueños lisonjeros
y mil vanos proyectos forma y cría.
El uno espera un día, el otro enteros
meses, y aquel un año se promete
gozar entre deleites placenteros;
a este antes del término acomete
la amarga muerte, y la feroz y dura
enfermedad al otro lo somete;
a cual Ares cruel dentro de la oscura
morada de la muerte lo confunde
revuelto de la guerra en la bravura,
y a tal entre las ondas bravas hunde,
privado del aliento, el mar furioso;
el que no logra que su vida abunde
de bienes, sino que triste y lloroso
pasa los días de dolores lleno,
deja la luz del sol voluntarioso.
Muy cierto es que este mísero terreno
todo lo da de amargo mal mezclado,
y al humano mortal dentro del seno
pone el dolor y la tristeza el hado.
Si se me da algún crédito, ninguno
sumiso se atormente; antes, osado,
resista su dolor fiero e importuno.
Otras obras
Dánae llorando en el mar
Cuando dentro del arca fabricada
por arte de maestro, horriblemente
bramaba el aire y toda perturbada
la mar sonaba en rápida corriente,
ella tocando con la mano amada
al querido Perseo, y dulcemente
aplicando llorosa al tierno hijo
sus húmedas mejillas, así dijo:
«Hijo adorado, ¡aymé!, cómo me siento
de gran dolor el corazón deshecho,
y tú en esta morada de tormento
duermes, en tanto, con sereno pecho;
clavos de bronce ciérranla sin cuento,
negra oscuridad cubre su techo,
mas tú no temes a las olas, cuando
sobre tu seca faz están sonando;
»de los vientos el bárbaro ruïdo
desprecias y, cubierto tu semblante
de este cendal de púrpura extendido,
el peligro no ves que está delante,
que si su horror te fuera conocido,
con tierna oreja dieras al instante
un poco de atención y cederías,
tal vez, a las dolientes voces mías.
»Mas duerme, duerme niño, descuidado;
se duerma el mar y duerma el orbe entero,
que aunque tal desear sea juzgado
vano deseo, yo pretendo y quiero,
¡supremo Zeus, oh padre venerado!,
sufrir con pecho generoso y fiero,
mientras de ello algún bien al hijo venga,
cuanto rigor mi hado en sí contenga».
De los que murieron en las Termópilas
De los que, en muerte generosa y clara,
en las altas Termópilas cayeron
y venturosa suerte así tuvieron,
se venera el sepulcro como un ara;
no lo oscurecerá la edad avara
que todo lo consume, y los que fueron
capaces de un tal hecho, y tal pudieron,
gozan una alabanza eterna y rara;
la sacral tumba donde ahora posa
de estos varones ínclitos la llama,
que en lúgubre silencio y paz reposa,
a una jamás perecedera fama
elevará a la Grecia más gloriosa
doquiera el nombre de la patria se ama.
Epigramas
Epitafio a una mujer casada
Aquí la descendencia está encerrada
de quien en Grecia entre los de Hipia todos
se señaló con alma aventajada,
pues nunca supo usar de altivos modos
con el padre, el marido, los hermanos,
los hijos, ni sus próximos tiranos.
Para unas armas colgadas en el templo de Atenea
Estos arcos de guerra, ahora ociosos,
del templo de Atenea ya colgados,
se vieron otros días, vigorosos,
con sangre de los persas mancillados;
de los persas que cuando, en sus fogosos
mortíferos caballos cabalgados,
en las contiendas de los hombres fieros
entran, resuenan gritos lastimeros.
Para la estatua de un atleta
Yo, Aristodamas, valeroso atleta,
fui en Nemea dos veces coronado,
en Olimpia logré gloria completa
y también fui en el Istmo celebrado;
y no tanto vencí con fuerza huraña
como con el ardid, con arte y maña.
Para un puente
Id, sacerdotes, al templo de Démeter
sin temor de las aguas invernales,
pues ya Xenocles Lidio ha construïdo
puente sobre estos rápidos raudales.
Acción de gracias a Afrodita
A estos se les mandó que, fervorosos,
a Afrodita invocasen en sus ruegos
ofreciéndole votos religiosos
por los valientes ciudadanos griegos,
porque no quiso que la ciudad clara
el persa sagitífero tomara.
Para la imagen de un atleta
En esta imagen mira y reconoce
al vencedor Teócrito en Olimpia,
que cuando joven en la lucha y carro
tuvo una soberana maestría;
hermoso siempre, aun cuando vigoroso,
en la áspera lucha se ejercita,
y de sus padres la ciudad adorna
con la corona a su valor debida.
Epitafio para un cazador
¡Oh Licas, cazador de fama honrosa!,
las fieras tiemblan al fijar su planta
en tu sepulcro, y el Pelión y el Osa,
y el Citerón, do crece hierba tanta,
a las tiernas ovejas saludable,
conocen tu valor inimitable.
Del beber
Cuando el Bóreas veloz rápidamente,
viniendo desde Tracia, el gran costado
nevó del alto Olimpo preeminente
fatigando a cualquier desabrigado,
la vida nos cubrió benignamente;
mas quiero yo que ahora derramado
temple mi copa, que es un acto fiero
el dar vino caliente al compañero.
A unas mulas
Os guarde un dios, oh hijas
de caballos de tempestuosas patas.
De un retrato
El amor que me tenía
Praxíteles expresó:
por la imagen lo pintó
que en su corazón sentía,
y Frines en el momento
de mi cuadro el precio dio;
y así a mi retrato yo
arrojo flechas sin cuento.
De la mujer
No puede el hombre gozar
una cosa más preciosa
que la mujer, ni una cosa
peor puede soportar.
De los atenienses
Grande luz amaneció
a los atenienses cuando
Harmodio, a Hiparco matando,
a Aristogitón siguió.
A Sófocles
A ti, Sófocles amado,
de los poetas honor,
una uva con rigor
te dio un fin desventurado.
De un cuadro
Ifión de Corinto fue
quien esta imagen pintó
y en sus obras caminó
de buena Fama en buen pie,
pues las obras del pintor,
de la misma gloria y maña
que al artífice acompaña,
sacan no pequeño honor.
De la bacante de Escopas
¿Quién es esta que está aquí?
La bacante. ¿Quién tan bien
la adornó? Escopas. ¿Y quién
de furor la llenó así
y la puso cual se ve?
¿Baco o Escopas? Escopas fue.
Fragmentos
1.
La vana voz a los infiernos baja
y mora entre los muertos el silencio,
y de los hombres en los tristes ojos
cae un funesto y tenebroso velo;
todo sin excepción al Hades marcha,
riquezas y virtud van a ese extremo
y al que más huye y resistir procura,
suele la muerte arrebatar más presto.
2.
No digas lo que puede
durar el hombre, ni lo que ser tenga,
pues todo cambia mucho más ligero
que una mosca veloz abre las alas.
3.
Es difícil hacer a un hombre bueno
y que en sus miembros todos
esté de perfección cumplido y pleno.
4.
La virtud luminosa
dicen que habita en unas altas rocas
cuya subida es recia y trabajosa;
una estéril región la cerca en torno
y nadie verla osa
sino aquel que, en retorno
de extenuados sudores
y penas interiores,
logra llegar a la suprema alteza
de una excelsa y sublime fortaleza.
☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 83)
☛ Francisco Rodríguez Adrados. Lírica griega arcaica (somacles.files, pdf, p. 243)
☛ Bernardo Berruecos Frank. Poesía arcaica griega (unam.mx, pdf, p. 13)
☛ Susana Aguirre. Simónides de Ceos: ecos de su "yo" en sus fragmentos (unlp.edu.ar)
De sí mismo
En el huerto sagrado
de las vírgenes claras
florecen en verano los membrillos,
regados del arroyo apresurado,
las vides por su lado
con las hojas avaras
encubren de sus pámpanos los brillos
y prestan olorosas sombras caras.
Aquí el amor sañudo
ni duerme ni reposa
en hora alguna del alegre día,
y aquí fue donde aprisionarme pudo
con insoluble nudo
en mi edad más gozosa
cuando, ardiendo, con ímpetu venía
saliendo de Afrodita poderosa.
A Euríalo
A ti, sin duda alguna,
Euríalo feliz, guarda cuidoso
de las Gracias amables
de garzos ojos, de cabello hermoso,
te educaron a una,
mullido entre las rosas agradables,
Afrodita dorada
y la de blandos ojos, tierna Suada.
Suada o Suadela es el nombre latino de Peito, hija de Afrodita y diosa de la seducción.
☛ Joseph y Bernabé Canga Argüelles. Obras de Sapho, Erinna, Alcman… (books.google, p. 73)
☛ Francisco Rodríguez Adrados. Lírica griega arcaica (somacles.files, pdf, p. 223)