Me inquietan las huellas de los dedos
de dios junto a la raíz de la carne, al indeciso
equilibrio del alma
en la balanza, a la cicatriz
azul del cielo sobre el destino.
El mar neumático, a voluntad
del cual contra los sentidos se nos hacen
y deshacen los ávidos recuerdos,
asalta mis sentidos, tenebrosos
cráteres excavados
en el espíritu y a través
de los que, incandescentes, las imágenes
del mundo sobre él mismo se derraman
como una lava espesa, esos sentidos
que, como aéreos
estigmas, nos imprimen
en la carne la cicatriz del cielo, la indecisa
forma de las imágenes
del mundo que se elevan
más alto que el alma o el aliento
de quien dentro de nosotros
aviva su llama. Lo que nos sale
del corazón viene hirviendo.
La carne, al ras
de la que el cielo se curva, báscula
que dios dejó en los alrededores
de cualquier aldea
cubriéndose de óxido, cicatriz
pesada, combustible, con raíz
en la más profunda tiniebla, la carne ancla
sumergida en el destino, se eleva vertical
de nuevo donde los recuerdos
se hacen y deshacen
con todo el azul del cielo
allá dentro tratando de romperla.
Sentados en la cubierta, como si fuera
ya de noche y nos supiese
el pan al rancio de la memoria, contemplamos
a los rudos marineros.
Después de que por la cuesta buscáramos
en vano una escalera de la que el último
peldaño estuviera ya dentro de la memoria,
suspendido en la memoria,
se deshace de nuestros huesos
la carne, con su algo de lírico y festivo,
en zonas portuarias donde el mar
se nos sale del corazón para saltar al muelle,
y, ahora que comienzan
los años a pesar
más hacia atrás que hacia adelante, acuden
recónditas palabras a nuestros oídos:
«Se cerraron tus ojos y yo me quedé fuera»,
«En tus manos comienza el precipicio».
☛ Luís Miguel Nava. Recônditas palavras (oslivrostristes.blogspot.com)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2020
∼
Recônditas palavras
Inquietam-me as dedadas
de deus rente à raiz da carne, ao indeciso
equilíbrio da alma
na balança, à cicatriz
azul do céu sobre o destino.
O mar pneumático, ao sabor
do qual contra os sentidos se nos fazem
e desfazem as ávidas lembranças,
assalta-me os sentidos, tenebrosas
crateras escavadas
no espírito e através
das quais, incandescentes, as imagens
do mundo sobre ele próprio se derramam
como uma lava espessa, esses sentidos
que, como aéreos
estigmas, nos imprimem
na carne a cicatriz do céu, a indecisa
maneira de as imagens
do mundo se guindarem
mais alto do que a alma ou o alento
de quem dentro de nós
aviva a sua chama. O que nos sai
do coração vem a ferver.
A carne, ao rés
da qual o céu se encurva, báscula
que deus deixou nos arredores
dum qualquer lugarejo
a encher-se de ferrugem, cicatriz
pesada, combustível, com raiz
nas mais profundas trevas, a carne âncora
submersa no destino, ergue-se a pique
de novo onde as lembranças
se fazem e desfazem
com todo o azul do céu
lá dentro a procurar rompê-Ia.
Sentados no convés, como se fosse
já noite e nos soubesse
o pão ao ranço da memória, contemplamos
os rudes marinheiros.
Depois que pela encosta procurámos
em vão uma escada de que o último
degrau fosse já dentro da memória,
suspenso na memória,
desfaz-se-nos dos ossos
a carne, com o seu quê de lírico e festivo,
em áreas portuárias onde o mar
nos sai do coração para galgar o molhe,
e, agora que começam
os anos a pesar
mais para trás que para a frente, acodem-nos
recônditas palavras aos ouvidos:
«Fecharam-se-te os olhos e eu fiquei de fora»,
«Nas tuas mãos começa o precipício».
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