5 de abril de 2016

Hugo Claus

Diez maneras de ver a P. B. Shelley

1

Su cuerpo quedó varado en la playa
y yació allí mientras el oro se retiraba
tras las montañas.
En su pantalón de moda, sus blancos calcetines
de seda, en los versos de Keats en su bolsillo
interior, solo se movían gusanos.
Oh feroz viento oeste,
aliento del ser del otoño.


2

Su cara había sido corroída
por las criaturas del mar.
Su espíritu, que tenía ojos,
nariz y labios,
cortaba la dormida tierra
y la lamía,
respirando los olores que destruyen
y también preservan.


3

Por toda la piel y huesos, espasmos.
(En las pantomimas él siempre
hacía de bruja).
Una voz aguda. Ojos de urraca.
Niñas en sus rodillas.
Y todo el tiempo graznando
sobre ángeles de la lluvia,
ángeles del relámpago
que descenderían por la noche
sobre el planeta azul.


4

Odiaba el picadillo de cerdo,
los santos, la devoción, el rey.
Pero más que nada odiaba
a un hombre y una mujer
en su monógamo abrazo.

Lluvia negra y granizo ardiente
sacudían los revueltos cabellos
de la peluca de ménade
que se ponía.


5

En muchos espinos y muchas zarzas
había caído y sangrado.
Pero siempre llevaba arsénico encima,
porque, ¿quién sabe
si querrás sobrevivir
a la belleza de las inflexiones?
¿Quién sabe si no preferirías
hundirte sin despedidas
entre las algas, indómito?


6

Una vez le prendió fuego al señor Laker,
el mayordomo familiar. Bailó
en las llamas de un incendio forestal en Italia.
Más tarde, a la sombra, grisáceo
de frío, tras horas como carámbanos,
susurraba: «Escuchad, oh escuchad,
a las ramas del cielo y el océano
enmarañadas unas en otras».


7

Salió gritando de su habitación,
tras ver, ¡oh!, gordas mujeres de Sussex
con ojos en lugar de pezones.
Y habitualmente en su lecho invernal
veía a un bebé desnudo
surgiendo de un mar purpúreo.

Oh, álzame como una ola,
una hoja, una nube.


8

Comía bombones de desayuno y almuerzo.
Estreñido a causa del láudano.
Los riñones y la vejiga dañados.

Sus acentos y ritmos
volaban por sobre la tierra helada.
Ecos de dioses y de mirlos
y blasfemias.


9

Se negaba a llevar calcetines de lana.
La mantequilla le daba arcadas.
Con Harriet, Mary, Clare, y el resto,
introducía una esponja empapada en vino
para prevenir embarazos.

Al margen de muchos círculos,
quería proscribirse a sí mismo.
Se hundía en sus grandes gestos,
las negativas.


10

Cuando sus fragmentos murieron
y fue enterrado, como oda y panfleto
The Courier escribió: El ateo se ha ahogado;
ahora sabe si hay o no un Dios.

Hacía brincar a la puta eufonía
sobre sus rodillas.
Su paganismo: un remedio
para cuando llega el invierno
con el viento oeste.



Hugo Claus. Ten Ways of Looking at P. B. Shelley, traducción al inglés de J. M. Coetzee (theguardian.com)
Hugo Claus. Ten Ways of Looking at P. B. Shelley, traducción al inglés de David Colmer (books.google.es)
Versión de E. Gutiérrez Miranda sobre la traducción inglesa de David Colmer


                    ∼

Ten Ways of Looking at P. B. Shelley

1
His body washed up on the beach
and lay there while the gold drained away
behind the mountains.
In his yellow trousers, in his white silk socks,
in Keats's poemes in his inside pocket,
the only moving things were worms.
O wild west wind,
breath of autumn’s being.

2
His face had been eaten away
by the creatures of the sea.
His spirit which had eyes
lips and nostrils
saw the dreaming earth
and licked her,
breathing in the smells that destroy
and preserve at once.

3
All skin and bones, spastic.
(In pantomimes he always
played the witch.)
A shrill voice. A magpie’s eyes.
Girls at his knee.
And him just squawking
about angels of rain,
angels of lightning
that would come down tonight
on the blue planet.

4
He hated minced pork,
saints, devotion, the king.
But most of all he hated
one man and one woman
and their monogamous embrace.

Black rain, fiery hail
beat down on the fluttering locks
of the maenad wig
he’d put on.

5
There were many thorns, many bushes
into which he fell and bled.
But he always carried arsenic,
because who knows
if you will want to survive
the beauty of inflections?
Who knows if you wouldn't rather
sink with no farewells
into the seaweed, untamed?

6
He once set fire to Mr. Laker,
the family butler. In Italy
he danced by the flames of a forest fire.
Later, in the shadow, grey
cold, after hours like icicles,
he whispered, "Hear, O hear,
the boughs of heaven and ocean,
tangled in each other."

7
He ran screeching from his room,
he had seen, O, the fat women of Sussex
with eyes where the nipples should be.
Whereas usually in his wintry bed
he saw a naked baby
rising from a purple sea.

Oh, lift me as a wave,
a leaf, a cloud.

8
For breakfast and lunch he ate bonbons.
Constipated from the laudane.
Kidneys and bladder damaged.

His accents and rhythms
blow over the frozen earth.
Echoes of gods and blackbirds
and blasphemies.

9
He refused to wear woollen socks.
Butter made him gag.
Into Harriet, Mary, Clare, and the rest,
he inserted a wine-soaked sponge
to prevent pregnancy.

On the edge of many circles
he wanted to banish himself.
He sank in his grand gestures,
to refusals.

10
When his fragments died
he was interred as an ode and a pamphlet.
The Courier wrote: The infidel has drowned;
now he knows if there is a God or no.

He bonced the the bawd of euphony
on his knee.
His heathenism: a remedy
when winter comes
on the west wind.


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