10 de abril de 2013

Juan Eduardo Cirlot

Bronwyn, w, I y II

Bronwyn, w, I

Mi Bronwyn de sonidos y de páginas
astrales como pájaros de llamas,
mi Bronwyn de fulgor de sacramento
erguida entre montañas invisibles.

Mi Bronwyn de inaudito sufrimiento
en éxtasis azules convertido,
mi Bronwyn infinita renaciendo
en la ceniza suave de las aguas.

Mi Bronwyn y mi Bronwyn de silencio,
hecha de claridad y de exterminio,
sol de las destrucciones de los tiempos.
Mi Bronwyn semejante sólo a Bronwyn.


Bronwyn, w, II

Cayendo entre los rostros de tu rostro,
perdiéndome en un tiempo que no es tiempo,
hablando para hacer del pensamiento
un incierto paisaje, así persisto.

Bronwyn conmovedora, no te alejes,
ni dejes tus imágenes en hueco,
inmersas en la bruma sin sentido
de una imaginación sólo de bosques.

Ven a la oscuridad de los momentos
en que un cielo enterrado ya no tiene
ni luz inmaterial para evocarte,
erguida en tu desnudo y en tu nombre.

No quieras perecer ni en el recuerdo
que busca entre los restos y las grises
hierbas de los ocasos más constantes.
No me abandones nunca, blanca Bronwyn.



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