4 de septiembre de 2022

Weldon Kees

Aspectos de Robinson

Robinson

El perro deja de ladrar en cuanto Robinson se va.
Su actuación ha concluido. El mundo es un mundo gris,
no sin violencia, y él patalea bajo el piano de cola,
la caza de pesadillas ya en marcha.

El espejo traído de México, colgado en la pared,
no refleja nada en absoluto. Su cristal está negro;
solo Robinson provee la imagen robinsoniana.

La cual es todo el espacio: paredes, cortinas, estantes,
cama, la fotografía en color de la primera esposa de Robinson,
alfombras, jarrones, panetelas en un humidor.
Llenarían el espacio si Robinson entrara.

Las páginas de los libros están en blanco,
los libros que Robinson ha leído. Ese es su sillón favorito,
o el lugar de su sillón si Robinson estuviera aquí.

El teléfono suena todo el día. Podría ser Robinson
quien llama. Nunca suena cuando él está aquí.

Afuera edificios blancos amarillean bajo el sol.
Afuera los pájaros vuelan continuamente en círculo
donde los árboles son reales y no tienen vacaciones.



Facetas de Robinson

Robinson juega a las cartas en el Algonquin; una fina
luz azul desciende una vez más tras las persianas.
Hombres grises con abrigo son fantasmas que atraviesan la puerta.
Los taxis salpican las avenidas de amarillo, naranja y rojo.
Estamos en Grand Central, señor Robinson.

Robinson en una terraza del barrio de Heights; los barcos
gimen como extraviados. El agua es pizarrosa allá abajo.
A través del sonido de los cubitos cayendo en el vaso, un osteópata,
vestido para el golf, relata un antiguo viaje por la U.R.S.S.
—Desde aquí se tiró el amigo Gibbons, Robinson.

Robinson pasea por Central Park, admira al elefante.
Robinson compra el Tribune, Robinson compra el Times. Robinson
dice: «Aló. Sí, aquí Robinson. ¿El domingo
a las cinco? Me encantaría. Muy bien, ¿y usted?»
Robinson solo en Longchamps, la vista fija en la pared.

Robinson asustado, borracho, sollozante Robinson
en la cama con una tal señora Morse. Robinson en casa;
decisiones: ¿Toynbee o luminol? Cuando el sol
brilla, Robinson en bañador de flores, observando
el oleaje. Al acabar la noche, Robinson en los bares del East Side.

Robinson con chaqueta Glen a cuadros, zapatos Scotch Grain,
nudo francés negro y camisa de cuello con botones,
el silencioso reloj de oro que se da cuerda a sí mismo, el delgado
maletín, abrigo corto, ropa de primavera, todo ello cubriendo
su corazón siempre triste, seco como una hoja en invierno.



Robinson en casa

Cortinas corridas, la puerta entreabierta.
El invierno entero, eso parecía, un oscurecimiento que
comenzaba. Pero ahora la luz de la luna y los olores de la calle
conspiran y se combinan en una comunidad.

Estas son las habitaciones de Robinson.
Blanquecina, pálida y descolorida esta luz, como si
todos los borrosos amaneceres de la primavera
hallaran aquí un refugio, quizá tan solo para Robinson,

que duerme. Si hubiera más música tamizada por los pisos
y la luz de la luna fuese de un tipo diferente,
podría despertarse para oír las noticias de las diez,
que serían de impacto, moderadamente.

Es un sueño debido al agotamiento, pero su viejo deseo
de morir así ha conocido cierta atenuación.
Ahora hay solo esta frialdad con la que debe cargar.
Pero no en el sueño; erudito observador, viajero,

o una tosca figura barbuda agazapada en una cueva,
un francotirador de aguda vista en las barricadas,
un hereje en las catacumbas, un conocido libertino,
un mendigo en las calles, el confidente de los Papas…

Todos ellos en el sueño son Robinson, que murmura mientras
se gira: «Hay algo en este manicomio que yo simbolizo…
esta ciudad… pesadilla… en negro…»
                                                             Se despierta cubierto de sudor
a la terrible luz de la luna y lo que podría ser
el silencio. Algo zumba como los cables más allá de los tejados
y las largas cortinas revolotean en la habitación.



En relación con Robinson

En algún lugar de Chelsea, al principio del verano
y caminando hacia los muelles al atardecer,
me pareció distinguir a Robinson delante de mí.

Desde una habitación sin cortinas de un segundo piso, una radio
emitía There's a Small Hotel; una cometa se enroscaba
por encima de las oscuras azoteas y las lentas aves sin rumbo.
Estábamos allí solos, él y yo,
habitando la calle vacía.

Bajo un cartel de cigarros Natural Bloom, mientras
las luces cambiaban suavemente en el crepúsculo de rojo a verde,
se detuvo y miró un escaparate
donde una venus de yeso, luciendo una faja,
miraba el tráfico que iba hacia el este. (Pero Robinson,
lo sé, no estaba en la ciudad: veranea en un lugar de Maine,
unas veces en Fire Island y otras en Cape Elizabeth,
deja la ciudad en junio y regresa comenzado ya septiembre).
Y pese a todo casi grité: «¡Robinson!»

No hubo ocasión. Justo cuando yo pasaba,
girando la cabeza para buscar su cara,
su cabeza se volvió hacia la mía
y me atravesó con hinchados y aterradores ojos
que detuvieron mi sangre. Su voz
llegó a mí como un eco en la oscuridad.

«Me pareció ver que se abría el remolino.
Pateé toda la noche una puerta atrancada.
Debes haberme seguido desde Astor Place.
Un papel hueco baja flotando al final.
Y entonces un día tan enorme como un ayer a pares
desplegó su horror ante mi cara
hasta que bloqueó
…» Corriendo sudoroso,
intentando llegar a los muelles, me volví
para darle un segundo vistazo. No tenía la certeza,
en aquella oscuridad, de que fuera Robinson
o cualquier otro.
                                  La acera estaba desierta. La venus,
bañada en una fluorescente luz azul,
miraba fijamente al río. Mientras corría hacia el oeste,
las luces de la bahía iban encendiéndose.
Los barcos se movían lentamente, sonando sus graves sirenas.



Weldon Kees. Poems (poetryfoundation.org)
Dana Gioia. Weldon Kees: On “Aspects of Robinson” (danagioia.com)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2022


                    ∼

Poems of Robinson

Robinson

The dog stops barking after Robinson has gone.
His act is over. The world is a gray world,
Not without violence, and he kicks under the grand piano,
The nightmare chase well under way.

The mirror from Mexico, stuck to the wall,
Reflects nothing at all. The glass is black.
Robinson alone provides the image Robinsonian.

Which is all of the room—walls, curtains,
Shelves, bed, the tinted photograph of Robinson’s first wife,
Rugs, vases, panatellas in a humidor.
They would fill the room if Robinson came in.

The pages in the books are blank,
The books that Robinson has read. That is his favorite chair,
Or where the chair would be if Robinson were here.

All day the phone rings. It could be Robinson
Calling. It never rings when he is here.

Outside, white buildings yellow in the sun.
Outside, the birds circle continuously
Where trees are actual and take no holiday.


Aspects of Robinson

Robinson at cards at the Algonquin; a thin
Blue light comes down once more outside the blinds.
Gray men in overcoats are ghosts blown past the door.
The taxis streak the avenues with yellow, orange, and red.
This is Grand Central, Mr. Robinson.

Robinson on a roof above the Heights; the boats
Mourn like the lost. Water is slate, far down.
Through sounds of ice cubes dropped in glass, an osteopath,
Dressed for the links, describes an old Intourist tour.
—Here’s where old Gibbons jumped from, Robinson.

Robinson walking in the Park, admiring the elephant.
Robinson buying the Tribune, Robinson buying the Times. Robinson
Saying, “Hello. Yes, this is Robinson. Sunday
At five? I’d love to. Pretty well. And you?”
Robinson alone at Longchamps, staring at the wall.

Robinson afraid, drunk, sobbing Robinson
In bed with a Mrs. Morse. Robinson at home;
Decisions: Toynbee or luminol? Where the sun
Shines, Robinson in flowered trunks, eyes toward
The breakers. Where the night ends, Robinson in East Side bars.

Robinson in Glen plaid jacket, Scotch-grain shoes,
Black four-in-hand and oxford button-down,
The jeweled and silent watch that winds itself, the brief-
Case, covert topcoat, clothes for spring, all covering
His sad and usual heart, dry as a winter leaf.


Robinson at Home

Curtains drawn back, the door ajar.
All winter long, it seemed, a darkening
Began. But now the moonlight and the odors of the street
Conspire and combine toward one community.

These are the rooms of Robinson.
Bleached, wan, and colorless this light, as though
All the blurred daybreaks of the spring
Found an asylum here, perhaps for Robinson alone,

Who sleeps. Were there more music sifted through the floors
And moonlight of a different kind,
He might awake to hear the news at ten,
Which will be shocking, moderately.

This sleep is from exhaustion, but his old desire
To die like this has known a lessening.
Now there is only this coldness that he has to wear.
But not in sleep.—Observant scholar, traveller,

Or uncouth bearded figure squatting in a cave,
A keen-eyed sniper on the barricades,
A heretic in catacombs, a famed roué,
A beggar on the streets, the confidant of Popes—

All these are Robinson in sleep, who mumbles as he turns,
“There is something in this madhouse that I symbolize—
This city—nightmare—black—”
                                                           He wakes in sweat
To the terrible moonlight and what might be
Silence. It drones like wires far beyond the roofs,
And the long curtains blow into the room.


Relating to Robinson

Somewhere in Chelsea, early summer;
And, walking in the twilight toward the docks,
I thought I made out Robinson ahead of me.

From an uncurtained second-story room, a radio
Was playing There’s a Small Hotel; a kite
Twisted above dark rooftops and slow drifting birds.
We were alone there, he and I,
Inhabiting the empty street.

Under a sign for Natural Bloom Cigars,
While lights clicked softly in the dusk from red to green,
He stopped and gazed into a window
Where a plaster Venus, modeling a truss,
Looked out at Eastbound traffic. (But Robinson,
I knew, was out of town: he summers at a place in Maine,
Sometimes on Fire Island, sometimes the Cape,
Leaves town in June and comes back after Labor Day.)
And yet, I almost called out, “Robinson!”

There was no chance. Just as I passed,
Turning my head to search his face,
His own head turned with mine
And fixed me with dilated, terrifying eyes
That stopped my blood. His voice
Came at me like an echo in the dark.

“I thought I saw the whirlpool opening.
Kicked all night at a bolted door.
You must have followed me from Astor Place.
An empty paper floats down at the last.
And then a day as huge as yesterday in pairs
Unrolled its horror on my face
Until it blocked
—” Running in sweat
To reach the docks, I turned back
For a second glance. I had no certainty,
There in the dark, that it was Robinson
Or someone else.
                                  The block was bare. The Venus,
Bathed in blue fluorescent light,
Stared toward the river. As I hurried West,
The lights across the bay were coming on.
The boats moved silently and the low whistles blew.



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