Treinta meses,
treinta días, treinta horas, puede
que ese tiempo te quede,
pero ardes, desde luego,
y a mí me pones muy caliente,
le crepitó la encina al fuego,
el cuerpo cruje
en pétreo empuje
y el tiempo ruje,
y tú te quedas conmigo
y yo me quedo sin ti
en la incerteza en que te vi,
un donnadie más
en el río de frío vacío
donde nada hubo jamás
y un gusano, quedo y con calma,
roe tu corazón y otro
de un bocado te traga el alma,
el hedor de la humedad
dura toda la vida y,
tras la muerte, la eternidad,
donde, al sol yacente
el mirlo canta
indiferente,
una uña de luna,
los altos vencejos, dicen
que ya no hay luz ni tiempo,
conque utiliza,
pues, tu lúcida baliza
y aterriza.
egm. 2022
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