Reyes, poetas y amantes que murieron
legando al sutil polvo sus conquistas.
O. Jayam, Rubaiyat
El viento remueve el polvo disperso
de los palacios vencidos en ruinas
y lo arrastra a la estepa.
La lluvia recoge escombro y guijarros
de antiguos castillos desmoronados
y el río los lleva al mar.
Los anillos de los emperadores
permanecen para siempre olvidados
bajo el légamo podrido e insondable
de los pantanos.
Y nada es.
A aquellos que marcharon a las sombras
y atravesaron las puertas del orco,
hace unos años apenas,
muy pocos hoy los evocan y añoran
y en unos años, escasos,
nadie tampoco podrá recordarlos,
y su miseria y grandeza,
días y hechos, y aun su existencia,
no serán nada,
y del olvido el espectro espantoso
los abrazará eternamente,
y no serán nada.
Y el viento hesita en los patios vacíos
de los castillos.
Y nada es.
Cada planeta
gira en torno a su estrella
y cada estrella subsiste
rotando en su galaxia brevemente.
Pocas cosas
siempre serán lo que son,
muchas en cambio cambian
continuamente y siempre cambiarán.
Cada galaxia se aleja del centro
del universo
desde el origen del tiempo
y hasta el extremo de la eternidad.
Ay, —demasiado— pronto aún
… para esperar.
Y polvo y lodo
en el hueco del corazón.
El viento rueda en los patios umbríos
de los castillos
y los anillos
duermen el sueño de lodos impíos,
rancios y fríos.
Y nada es.
egm.2019
Revisión del poema publicado en Luz de invierno en octubre de 2010
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