27 de junio de 2017

Hilda Hilst

Vía espesa


I

De cigarras y piedras, quieren nacer palabras.
Pero el poeta vive
a solas en un pasillo de lunas, una casa de aguas.
De mapamundis, de atajos, quieren nacer viajes.
Pero el poeta habita
el campo de posadas de la locura.

De la carne de mujeres quieren nacer los hombres.
Y el poeta preexiste, entre la luz y lo sin-nombre.


II

Si te pertenezco me separo de mí.
Pierdo mi paso en los caminos de tierra
y de Dioniso sigo la carne, la ebriedad.
Si te pertenezco pierdo la luz y el nombre
y la nitidez de la mirada de todos los comienzos:
Lo que me parecía un diseño en lo eterno,
si te pertenezco es un acorde ilusorio en el silencio.

Y por eso, por perder el mundo,
me separo de mí. Por lo Absurdo.


III

Observando mi paseo
hay un loco sobre el muro,
balanceando los pies.
Me muestra el pecho poblado de pelo
y tiene entre los muslos un revoltijo de papeles:
—¿Busca a Dios, señora? ¿Busca a Dios?

Y simétrico de celos, tambaleante,
te rodea de un salto enseñando el trasero.


IV

El loco se tendió sobre el puente
y atravesó el instante.
Me tendí al lado de la locura
porque quise oír el rojo del bronce

y pasar la lengua sobre la tintura espesa
de un azote.

Un loco permitió que yo uniera su luz
a mi dura noche.


V

El loco (mi sombra) abrió la boca:
—Lo que quedó de nosotros descifrado en los sueños,
los arrozales, tu nombre, tardes, juncos,
tus calles que en mi camino recorrí,
ah, sí, me acuerdo de un sentir de adornos,

pero hay una luz sin nombre que me quema
y de las cosas creadas me he olvidado.


VI

El loco saltimbanqui
atraviesa la calzada de tierra
de mi calle y grita ante mi puerta:
—Oh, señora Samsara, oh señora.
Le pregunto por qué me tiene a mí tan perseguida,
si esa de nombre excéntrico aquí no vive.

—Pues aquello que camina en círculos
es Samsara, señora.
Y henchido de risas murmura cosas indecibles
pegado a mi oído.


VII

¿Debo volver a la luz que me pensó
de polvo y comienzos?
¿Debo volver al barro y a las manos de vidrio
que ya frágiles me pensaron?
¿Debo pensar el loco (mi sombra)
a la luz de las emboscadas?
Ay, girasoles sobre la mesa de aguas.

—Estetizante —me dice el loco
agarrado a mi poético omóplato.

—¿Los girasoles? Ah, Samsara, tu olvidado sol.
¿Una mesa de aguas? Qué voluptuosidad, qué máscara
y qué ambiguo deleite
para la voracidad de tu alma.


VIII

Eran aguas marrones las que yo veía.
Caras de paja y cuerda en las barcazas blancas.
Velas de linos nuevos, relucientes.
Pero residuos. Sobras.

Se pegó mi sombra a mi espalda:
—Qué equipaje, señora.
La Nada navegando a tu puerta.


IX

El loco se cerró a la risa,
se retorció convulso de fingida agonía
y como si arrojara flores al hoyo de un muerto
me lanzó unos guijarros.
¿Por qué? Pregunté adusta y resentida.

—Oh, señora, porque habita en la muerte
aquel que busca a Dios en la austeridad.


X

—Es el ojo copioso de Dios. Es el ojo ciego
de quien quiere ver. ¿Ves? De tan abierto,
quemado de amarillo.
Así me dijo el loco (esbelto y rubio),
mirando al girasol que había nacido en mi techo.


XI

De canoas verdes, de amargos olivares,
de ríos pastosos, de grava y polvo,
de todo eso mi salmodia y hierbas negras.
Me grita el loco:
—De moras. De tintas rojas del instante
es de lo que se tiñe la vida. De embriaguez, Samsara.

Y atravesó en la risa la tarde ámbar.


XII

Temiendo desde agosto el fuego y el viento
camino junto a las cercas, precavida,
en la tarde de quemas, tarde ciega.
Hay un viejo leño ennegrecido de quemas antiguas.
Y allí reencuentro al loco:
—¿Temiendo tus límites, Samsara desvanecida?
¿Por qué no dejas al fuego omnividente
lamer el cuerpo y la escritura? ¿Y por qué no arder
casando lo omnisciente a tu vida?


XIII

—¿Quieres volar, Samsara? ¿Quieres cambiar lo moroso de tus piernas
por la magia de las plumas y planear fulgurante
sobre la demencia? Porque te veo en las tardes deseosa
de ser una de las aves retrasadas del huerto;
aquella de allí tal vez, rumbo a poniente.

Pues puede ser, le dije. Santos y lobos
deben haber tenido mi mismo pensamiento; ojos en el cielo,
orando, aullando a los cuervos.

Entonces se aproximó a mi cuello:
—Olvida texto y sabiduría: las cadenas del gozo,
y llamaradas de lo intenso harán tu vuelo.


XIV

Tejas, caños,
cuerdas de luz que se hicieron palabra.
Alguien sueña la carne de mi alma.

Ecos, pozo,
el olvido persiguiendo un cuerpo.
Aquí me tienes, entre la vigilia y el encanto,

cautiva de la locura,
persiguiendo al loco.


XV

Eran azules las paredes del prostíbulo.
Ella se tendió desnuda entre los arcos de la sala
y se mató invadida de ternura.
«Qué azul insoportable», antes gritó,
«como si adulta una cuna me habitara».

Fue esta la canción de Navidad cantada por el loco
cuando me dio a Hilde, la cerda que llevaba sobre el hombro.


XVI

—¿No te das cuenta, Samsara, de que Aquel que se esconde,
y que tú sueñas hombre, quiere oír tu grito?
¿Que hay una luz que nace de la blasfemia
y se atenúa en la pena? ¿Que es ceniza el color de tu lamento
y el grito tiene el color de la sangre de Aquel que se esconde?

Vive el carmín, Samsara. La herida.
Y tendrás un indicio del Hombre en tu camino.


XVII

Mi sombra en mi frente desdoblada,
¿sombra de su propia sombra? Sí. En sueños veía.
Plateado de guijarros
el loco susurraba un estribillo erudito:
—Ipseidad, Samsara. Ipseidad, señora.

Y acumulando energía, centelleante,
hizo de nosotros dos un único individuo.



Hilda Hilst. Via Espessa. Obra poética reunida (docplayer.com.br)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2017


                    ∼

Via Espessa

I
De cigarras e pedras, querem nascer palavras.
Mas o poeta mora
A sós num corredor de luas, uma casa de águas.
De mapas-múndi, de atalhos, querem nascer viagens.
Mas o poeta habita
O campo de estalagens de loucura.
Da carne de mulheres, querem nascer os homens.
E o poeta preexiste, entre a luz e o sem-nome.

II
Se te pertenço, separo-me de mim.
Perco meu passo nos caminhos de terra
E de Dionísio sigo a carne, a ebriedade.
Se te pertenço perco a luz e o nome
E a nitidez do olhar de todos os começos:
O que me parecia um desenho no eterno
Se te pertenço é um acorde ilusório no silêncio.
E por isso, por perder o mundo
Separo-me de mim. Pelo Absurdo.

III
Olhando o meu passeio
Há um louco sobre o muro
Balançando os pés.
Mostra-me o peito estufado de pêlos
E tem entre entre as coxas um lixo de papéis:
— Procura Deus, senhora? Procura Deus?
E simétrico de zelos, balouçante
Dobra-te num salto desnuda o traseiro.

IV
O louco estendeu-se sobre a ponte
E atravessou o instante.
Estendi-me ao lado da loucura
Porque quis ouvir o vermelho do bronze
E passar a língua sobre a tintura espessa
De um açoite.
Um louco permitiu que eu juntasse a sua luz
À minha dura noite.

V
O louco (a minha sombra) escancarou a boca:
— O que restou de nós decifrado nos sonhos
Os arrozais, teu nome, tardes, juncos
Tuas ruas que no meu caminho percorri
Ai, sim, me lembro de um sentir de adornos
Mas há uma luz sem nome que me queima
E das coisas criadas me esqueci.

VI
O louco saltimbanco
Atravessa a estrada de terra
Da minha rua, e grita à minha porta:
— Ó senhora Samsara, ó senhora —
Pergunto-lhe por que me faz a mim tão perseguida
Se essa de nome esdrúxulo aqui não mora.
— Pois aquilo que caminha em círculos
É Samsara, senhora —
E recheado de risos, murmura uns indizíveis
Colado ao meu ouvido.

VII
Devo voltar à luz que me pensou
De poeira e começos?
Devo voltar ao barro e às mãos de vidro
Que fragilizadas me pensaram?
Devo pensar o louco (a minha sombra)
À luz das emboscadas?
Ai girassóis sobre a mesa de águas.
- Estetizante - disse-me o louco
Grudado à minha poética omoplata.
—Os girassóis? Ah, Samsara, teu esquecido sol.
Uma mesa de águas? Que volúpia, que máscara
E que ambíguo deleite
Para a voracidade de tua alma.

VIII
Eram águas castanhas as que eu via.
Caras de palha e corda nas barcaças brancas.
Velas de linhos novos, luzidios
Mas resíduos. Sobras.
Colou-se minha sombra às minhas costas:
— Que bagagem, senhora.
O Nada navegando à tua porta.

IX
O louco se fechou ao riso
Se torceu convulso de fingida agonia
E como se lançasse flores à cova de um morto
Atirou-me os guizos.
Por quê? perguntei adusta e ressentida.
— Ó senhora, porque mora na morte
Aquele que procura Deus na austeridade.

X
— É o olho copioso de Deus. É o olho cego
De quem quer ver. Vês? De tão aberto
Queimado de amarelo —
Assim me disse o louco (esguio e loiro)
Olhando o girassol que nasceu no meu teto.

XI
De canoas verdes de amargas oliveiras
De rios pastosos de cascalho e poeira
De tudo isso meu cantochão e ervas negras.
Grita-me o louco:
— De amoras. De tintas rubras do instante
É que se tinge a vida. De embriaguez, Samsara.
E atravessou no riso a tarde fulva.

XII
Temendo desde agosto o fogo e o vento
Caminho junto às cercas, cuidadosa
Na tarde de queimadas, tarde cega.
Há um velho mourão enegrecido de queimadas antigas.
E ali reencontro o louco:
— Temendo os teus limites, Samsara esvaecida?
Por que não deixas o fogo onividente
Lamber o corpo e a escrita? E por que não arder
Casando o Onisciente à tua vida?

XIII
— Querer voar, Samsara? Queres trocar o moroso das pernas
Pela magia das penas. e planar coruscante
Acima da demência? Porque te vejo às tardes desejosa
De ser uma das aves retardatárias do pomar.
Aquela ali talvez, rumo ao poente.
Pois pode ser, lhe disse. Santos e lobos
Devem ter tido o meu mesmo pensar. Olhos no céu
Orando, uivando aos corvos.
Então aproximou-se rente ao meu pescoço:
— Esquece texto e sabença: as cadeias do gozo.
E labaredas do intenso te farão o vôo.

XIV
Telhas, calhas
Cordas de luz que se fizeram palavra
Alguém sonha a carne da minha alma.
Ecos, poço
O esquecimento perseguindo um corpo
Aqui me tens entre a vigília e o encanto
Cativa da loucura
Perseguindo o louco.


XV
Eram azuis as paredes do prostíbulo
Ela estendeu-se nua entre os arcos da sala
E matou-se devassada de ternura.
“Que azul insuportável”, antes gritou.
“Como se adulta um berço me habitasse”
Foi esta a canção de Natal cantada pelo louco
Quando me deu a Hilde: a porca que levava sobre o dorso.

XVI
— Não percebes, Samsara, que Aquele que se esconde
E que tu sonhas homem, quer ouvir teu grito?
Que há uma luz que nasce da blasfêmia
E amortece na pena? Que é o cinza a cor do teu queixume
E o grito tem a cor do sangue Daquele que se esconde?
Vive o carmim, Samsara. A ferida.
E terás um vestígio do Homem na tua estrada.

XVII
Minha sombra à minha frente desdobrada
Sombra de sua própria sombra? Sim. Em sonhos via.
Prateado de guizos
O louco sussurava um refrão erudito:
— Ipseidade, Samsara. Ipseidade, senhora. —
E enfeixando energia, cintilando
Fez de nós dois um único indivíduo.




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