9 de mayo de 2016

Dan Chiasson

El elefante

¿Cómo explicar mi heroica cortesía? Siento
                que mi cuerpo hubiera sido inflado por un niño travieso.

Una vez yo era del tamaño de un halcón, del tamaño de un león,
                una vez que no era el elefante que resulta que soy.

Mi pellejo cuelga, y mi amo me regaña por fallar
                un truco. Lo ensayé toda la noche en mi carpa, por eso estaba

algo somnoliento. La gente me relaciona con la tristeza
                y, a menudo, con la racionalidad. Randall Jarrell me comparó

a Wallace Stevens, el poeta estadounidense. Puedo verlo
                en los premiosos tercetos, pero en mi mente

                soy más como Eliot, un hombre de Europa, un hombre
cultivado. Cualquiera que sea tan ceremonioso padece

                desajustes. No me gustan los experimentos espectaculares
de equilibrio, el número de la cuerda floja ni los conos.

                Nosotros los elefantes somos imágenes de humildad, como cuando
emprendemos nuestras taciturnas migraciones para morir.

                ¿Sabías, sin embargo, que se enseñaba a los elefantes
a escribir el alfabeto griego con las pezuñas?

                Agotados de sufrimiento, yacemos sobre nuestras grandes espaldas,
lanzando hierba hacia el cielo, para distraernos, no como oración.

                No es humildad lo que se ve en nuestros largos viajes finales:
es aplazamiento. Me duele el pesado cuerpo al acostarme.



Dan Chiasson. The Elephant (poetryfoundation.org)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2016


                    ∼

The Elephant

How to explain my heroic courtesy? I feel
that my body was inflated by a mischievous boy.

Once I was the size of a falcon, the size of a lion,
once I was not the elephant I find I am.

My pelt sags, and my master scolds me for a botched
trick. I practiced it all night in my tent, so I was

somewhat sleepy. People connect me with sadness
and, often, rationality. Randall Jarrell compared me

to Wallace Stevens, the American poet. I can see it
in the lumbering tercets, but in my mind

I am more like Eliot, a man of Europe, a man
of cultivation. Anyone so ceremonious suffers

breakdowns. I do not like the spectacular experiments
with balance, the high-wire act and cones.

We elephants are images of humility, as when we
undertake our melancholy migrations to die.

Did you know, though, that elephants were taught
to write the Greek alphabet with their hooves?

Worn out by suffering, we lie on our great backs,
tossing grass up to heaven—as a distraction, not a prayer.

That’s not humility you see on our long final journeys:
it’s procrastination. It hurts my heavy body to lie down.


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