12 de julio de 2015

Nuno Júdice

Forma

Buscaba un estilo —algo que se le pudiera poner al
poema como un sombrero para la lluvia o para el
sol—. Quería vestir el lenguaje, la estrofa, el verso,
de la insólita elegancia del equilibrista. Leía
en voz alta los poemas de otros como si fueran
suyos y, aun así, no conseguía salir de la
“aurea mediocritas”, del tono bajo que caracteriza
a los simples imitadores. Una noche aprovechó
la soledad de la calle para observarse a sí
mismo en el reflejo de una puerta de cristal. «¿Quién
eres?», le preguntó a su imagen; y no se espantó
del silencio de la respuesta. ¿No era él,
al fin y al cabo, incapaz de explicar cosa alguna
de la vida? Construía ilusiones y las dejaba que
se desvanecieran, sin preocuparse de fijar
su imagen —finalmente, aquello de lo que están hechos
los poemas—. Y el invierno pasó, con el fuego de sus
aguas; una primavera le trajo el nombre al que hacía
mucho había dejado de llamar; julio y agosto
lo postraron en la indecisión de las tardes. ¿Para qué
escribir? Sin embargo las nubes de otoño descendieron al
nivel de los tejados; los días se volvían más cortos;
el viento del norte llegaba con una dicción de
antiguas hojas. Piensa que los muertos te visitan;
ábreles la página, y descubre que eres uno de ellos,
envuelto en un sudario de niebla y retórica.



Nuno Júdice. Forma (recantodasletras.com.br)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2015


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Forma

Procurava um estilo – algo que se pusesse no
poema como um chapéu para a chuva ou para o
sol. Queria vestir a linguagem, a estrofe, o verso,
com a insólita elegância equilibrista. Lia
em voz alta os poemas dos outros como se fossem
seus; e, no entanto, não conseguia sair da
“áurea mediocritas”, do tom baixo que caracteriza
os simples imitadores. Uma noite, aproveitou
o isolamento da rua para se observar a si
próprio no reflexo de uma porta de vidro. “Quem
és?” perguntou à imagem; e não se espantou
como o silêncio que lhe respondeu. Não era ele,
afinal, incapaz de explicar fosse o que fosse
da vida? Construía ilusões; e deixava que elas
se esfumassem sem se preocupar em fixar a
sua imagem – afinal, aquilo de que os poemas são
feitos. E o inverno passou, com o fogo das suas
águas; uma primavera trouxe-lhe o nome que há
muito se desabituara de chamar; julho e agosto
prostraram-no na hesitação das tardes. Para quê
escrever? Porém, as nuvens do outono desceram ao
nível dos telhados; os dias ficavam mais curtos;
o vento do norte chegava com uma dicção de
antigas folhas. Pensa que os mortos te visitam;
abre-lhes a página; e descobre que és um deles,
envolto num lençol de névoa e de retórica.


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