En el mercadillo la veo —mientras
le compro unos grelos a otra mujer—
al levantar la vista para irme;
ella está mirándome fijamente,
pienso que recordando en mí a mi madre.
La veo, algunos metros más allá,
con las piernas entreabiertas —sentada
en una silla plegable— plasmando
la figura de una reina en su trono
y enteramente vestida de negro.
Mi madre me dijo que ya vendía
verduras a la intemperie en los tiempos
en que el mercadillo era delante
de nuestra primera casa en el pueblo,
en la plaza —repoblada de bares
hoy— de la fuente los cuatro caños,
y aquel niñito moreno —«moreno
de verde luna» decía papá—
lo miraba desde la galería,
recién llegados aquí, hace seis
décadas; y aquella mujer pasaba
ya frío o calor, lluvia y viento, sol…
me comentaba mi madre admirada,
y que últimamente decía ouros
en lugar de euros, quizá con sorna.
Ahora, en la cocina, al preparar
los grelos, la recuerdo bien, mirándome,
no sé si —en fin— recordando a mi madre
y diciéndome: «Yo sí sigo aquí,
otro invierno más… y con este frío».
egm.2020
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