turbio turbio
la turbia
mano del soplo
contra el muro
oscuro
menos menos
menos que oscuro
menos que blando y duro menos que foso y muro: menos que puro
hoyo oscuro
más que oscuro:
claro
¿cómo agua? ¿cómo pluma? claro más que claro claro: lo que no suma
y todo
(o casi)
un animal que el universo fabrica y va soñando desde las entrañas
azul
era el gato
azul
era el gallo
azul
el caballo
azul
tu culo
tu encía igual que tu rajita que parecía sonreír entre las hojas de banano entre los olores de flor y boñiga de cerdo abierta como una boca del cuerpo (no como tu boca de palabras) como una entrada hacia
yo no sabía tú
no sabías
hacer girar la vida
con su montón de estrellas y océano
entrándonos en ti
bella bella
más que bella
¿pero cuál era el nombre de ella?
No era Helena ni Vera
ni Gabriela ni Estrella
ni Teresa ni María
Su nombre su nombre era…
Se perdió en la carne fría
se perdió en la confusión de tanta noche y tanto día
se perdió en la profusión de las cosas ocurridas
constelaciones de alfabeto
noches escritas con tiza
pasteles de cumpleaños
domingos jugando al fútbol
entierros desfiles mítines
ruleta billar baraja
cambió de cara y de pelo cambió de ojos y risas cambió de casa
y de tiempo: pero está conmigo está
perdido conmigo
tu nombre
en algún cajón
¿Qué importa un nombre a esta hora del anochecer en San Luis de Marañón en la mesa de la cena bajo una luz de fiebre entre hermanos y padres dentro de un enigma?
pero qué importa un nombre
bajo este techo de tejas enmohecidas vigas a la vista entre sillas y mesa entre un aparador y un armario delante de tenedores y cuchillos y platos de loza que se rompieron ya
un plato de loza corriente no dura tanto
y los cuchillos se pierden y los tenedores
se pierden por la vida caen
por las rendijas del piso y se van a convivir con ratones
y cucarachas o se oxidan en el huerto olvidados entre los tallos de la hierbabuena y las grandes orejas de menta
cuántas cosas se pierden
en esta vida
Como se perdió lo que ellos hablaban allí
masticando
mezclando fríjoles con harina y tajadas de carne asada
y decían cosas tan reales como el mantel bordado
o la tos de la tía en el cuarto
y el destello del sol muriendo en la cornisa frente a nuestra
ventana
tan reales que
se apagaron para siempre
¿O no?
No sé de qué tejido está hecha mi carne y ese vértigo
que me arrastra por avenidas y vaginas entre olores de gas
y meadas consumiéndome como una antorcha-cuerpo sin llama,
o dentro de un autobús
o en la panza de un Boeing 707 encima del Atlántico
encima del arcoíris
perfectamente fuera
del rigor cronológico
soñando
Tenedores oxidados cuchillos ciegos sillas agujereadas mesas gastadas
mostradores de colmado piedras de la Calle de la Alegría aleros de casas
cubiertos de limo muros de musgos palabras dichas en la mesa de la
cena,
voláis conmigo
sobre continentes y mares
Y también reptáis conmigo
por los túneles de las noches clandestinas
bajo el cielo constelado del país
entre fulgor y lepra
bajo sábanas de fango y de terror
os deslizáis conmigo, mesas viejas,
armarios obsoletos cajones perfumados de pasado,
dobláis conmigo las esquinas del espanto
y esperáis esperáis
a que el día llegue
y después de todo
¿qué importa un nombre?
Te cubro de flor, mi niña, y te doy todos los nombres del mundo:
te llamo aurora
te llamo agua
te descubro en las piedras de colores en las artistas de cine
en las apariciones del sueño
―¡Y esta mujer tosiendo dentro de casa!
Cómo si no bastara el poco dinero, la bombilla débil,
el perfume barato, el amor escaso, las goteras en invierno.
Y las hormigas brotando a millones negras como vómito desde
dentro de la pared (como si aquello fuese la esencia de la casa)
Y todos buscaban
en una sonrisa en un gesto
en las charlas de la esquina
en el coito de pie en el camino oscuro del Cuartel
en el adulterio
en el robo
la resolución del enigma
―¿Qué hago entre cosas?
―¿De qué me defiendo?
En un cesto en la finca en la tierra negra crecían plantas y rosas
(¿cómo puede el perfume
nacer así?)
Del fango al borde de los caminos, del agua de las cloacas crecían
matas de tomate
En los aleros de las casas sobre las tejas crecían hierbas
más verdes que la esperanza
(o el fuego
de tus ojos)
Era la vida que estallaba por todas las grietas de la ciudad
bajo
las sombras de la guerra:
la gestapo la wehrmacht la raf la feb la blitzkrieg
bimotores torpedeos la quinta columna los fascistas los nazis los comunistas el reportero Esso la discusión en el colmado el queroseno el jabón de andiroba el mercado negro el racionamiento el blackout las montañas de metal viejo el italiano asesinado en la Plaza João Lisboa el olor a pólvora los cañones alemanes tronando en las noches de tormenta por encima de nuestra casa. Stalingrado resiste.
Por mi padre que contrabandeaba tabaco, por mi primo que pasaba apuestas, por el tío que le robaba estaño al Ferrocarril, por seor Neco que hacía cigarros puros, por el sargento Gonzaga que bebía aguardiente con miel de abeja y montaba con la ventana abierta,
por mi carnero manso
por mi ciudad azul
por Brasil salve salve,
Stalingrado resiste.
Cada nueva mañana
en las ventanas en las esquinas en los titulares de los periódicos
Pero la poesía no existía aún.
Plantas. Bestias, Tufos. Ropas.
Ojos. Brazos. Senos. Bocas.
Vidriera verde, jazmín.
Bicicleta del domingo.
Cometa cuerda y papel.
Concierto en la plaza.
Luto.
Hombre muerto en el mercado
sangre humana en las verduras.
Mundo sin voz, cosa opaca.
Ni Bilac ni Raimundo. ¿Tuba de alto clangor, lira sencilla?
Ni tuba ni lira griega. Supe después: habla humana, voz de
gente, bullicio oscuro del cuerpo, entrecortado de relámpagos
Del cuerpo. ¿Pero qué es el cuerpo?
Mi cuerpo hecho de carne y de hueso.
Ese hueso que no veo, maxilares, costillas
flexible armazón que me sostiene en el espacio
que no deja que me desplome como un saco
vacío
que contiene todas las vísceras
funcionando
como retortas y tubos
haciendo la sangre que hace la carne y el pensamiento
y las palabras
y las mentiras
y las caricias más dulces más canallas
más sentidas
para explotar una galaxia
de leche
en el centro de tus muslos en lo hondo
de tu noche ávida
olores de ombligo y de vagina
graves olores indescifrables
como símbolos
del cuerpo
de tu cuerpo de mi cuerpo
cuerpo
que puede un sable rasgar
un fragmento de cristal
una navaja
mi cuerpo lleno de sangre
que lo irriga como a un continente
o un jardín
circulando por mis brazos
por mis dedos
mientras discuto camino
me acuerdo recuerdo
mi sangre hecha de gases que aspiro
del cielo de la ciudad extranjera
con la ayuda de los plátanos
y que puede —por un descuido— escurrirse por mi
pulso
abierto
Mi cuerpo
que acostado en la cama veo
como un objeto en el espacio
que mide 1,70m
y que soy yo: esa cosa
acostada
barriga piernas y pies
con cinco dedos cada uno (¿por qué
no seis?)
rodillas y tobillos
para moverse
sentarse
levantarse
mi cuerpo de 1,70m que es mi tamaño en el mundo
mi cuerpo hecho de agua
y ceniza
que me hace mirar a Andrómeda, Sirio, Mercurio
y sentirme mezclado
con toda esa masa de hidrógeno y helio
que se desintegra y reintegra
sin que sepamos para qué
Cuerpo mi cuerpo cuerpo
que tiene una nariz así una boca
dos ojos
y un cierto modo de sonreír
de hablar
que mi madre identifica como propio de su hijo
que mi hijo identifica
como propio de su padre
cuerpo que si deja de funcionar provoca
un grave acontecimiento en la familia:
sin él no hay José Ribamar Ferreira
no hay Ferreira Gullar
y muchas pequeñas cosas sucedidas en el planeta
quedarán olvidadas para siempre
cuerpo-antorcha cuerpo-percha cuerpo-hecho
atravesados de olores de gallineros y ratones
en el colmado nido
de ratón chato
caca de gato
sal cardenillo zapato
brillantina anillo barato
lengua en el culo en la raja condiloma ladilla
en la pelusilla
cuerpo mío cuerpo-picha
insondable inabarcado
mi perro faldero mi dueño
lleno de flor y de sueño
mi cuerpo-galaxia abierto a todo lleno
de todo como un vertedero
de trapos sucios latas viejas colchones usados sinfonías
sambas y frevos azules
de Fra Angélico verdes
de Cézanne
materia-sueño de Volpi
Pero sobre todo mi
cuerpo
nordestino
Más que eso
marañense
más que eso
sanluisense
más que eso
ferreirense
newtoniense
alzirense
mi cuerpo nacido en una casa de puerta-y-ventana de la Calle de los Placeres
al lado de una panadería
bajo el signo de Virgo
bajo las balas del 24º BC
en la revolución del 30
y que desde entonces sigue latiendo como un reloj
en un tic tac que no se oye
(sino cuando se pega el oído a la altura de mi corazón)
tic tac tic tac
mientras voy entre automóviles y autobuses
entre escaparates de ropa
en las librerías
en los bares
tic tac tic tac
latiendo hace 45 años
este corazón oculto
latiendo en medio de la noche, de la nieve, de la lluvia
debajo del abrigo, de la chaqueta, de la camisa
debajo de la piel, de la carne,
combatiente clandestino aliado de la clase obrera
mi corazón de niño
claro claro
más que claro
raro
el relámpago clarea los continentes pasados:
noche y jazmín
junto a la casa
voces perdidas en el fango
domingos vacíos
agua soñando en la tinaja
patria de selva y herrumbre
búsqueda de cobre y aluminio
por los solares baldíos
¿economía de guerra?
para mí
cine y torreznos
Solitario en aquel
desaguadero de río
bajo el sol duro del trópico
solo en la tarde en el planeta en la historia
arrastrando camarones
con un cesto de paja
¿qué
qué buscaba yo allí?
¿Había existido la guerra de Troya?
¿Homero Dante Boccaccio?
¿Había nacido ya la geometría?
Solo légamo y agua salada
solo bagre y pez globo
arena sol viento y lluvia
y las velas coloridas
de los barcos en la bahía:
¿qué preguntaba yo allí
con aquel cesto en la mano
bajo el sol de Marañón?
No era el sol de Laplace
ni era la isla geográfica:
era el sol
el sol apenas
con olor de fango pútrido
y olor de peces y gente
corvina sierra cazón
corroncho comiendo mierda
en la boca de la alcantarilla
patria de sal y herrumbre
qué era lo que buscaba yo allí
caminando por las vías
al azar
saltando durmientes
vadeando el riachuelo
cargado de limo sapos botellas
llenas de fango tuberías
donde habitan los jacundás
andando
sin rumbo entre vagones ruedas
de tren ejes leprosos
cajas de rodamiento
abandonadas llenas
de tierra herrumbre grasa
hierba cubierta de gasoil
¿Qué me enseñaban esas clases
de soledad
entre cosas de la naturaleza
y del hombre?
El alto depósito de zinc
destellos de soldadura
obreros en la penumbra
paredes negras de humo
No era una casa: una casa
tiene sillas mesa sillones
¿Un templo
sería? pero
¿sin bóvedas sin altar sin santos?
¿Qué era aquello-una-fábrica?
donde la tarde se hacía
con chispas de esmeril calor de forja
donde la tarde era otra
tarde
que nada tenía de aquella
que yo veía ahora distante
más allá de la vía férrea
más allá del andén
más allá de las aguas del Anil, allá
ciega de sol detrás de las ruinas
del Fuerte de Ponta d’Areia
en la entrada de la bahía
¡Cuántas tardes en una tarde!
y era otra, fresca,
bajo los árboles buenos la tarde
en la playa del Jenipapeiro
O del otro lado aun
la tarde mayor de la ciudad
amontonada de casitas y miradores
laderas fincas colmados
huertos chozas gallineros
o en la cocina (distante) donde Bizuza
prepara la cena
y no canta
ah cuántas en una sola
tarde general que cubre de nubes la ciudad
tejiendo en la altura y con nosotros
la historia blanca
de la vida cualquiera
ah vientos soplando verdes en las palmeras de los Remedios
césped creciendo oscuro bajo mis pies
entre las vías
y dentro de la tarde la tarde-
locomotora
que viene como un paquidermo
de acero
lenta pesada
maxilares cerrados cabeza zumbando
una catedral que se mueve
envuelta en vapor
bufando pánico
a punto
de explotar
tchi tchi
tra tra tra
tará TARÁ TARÁ
tchi tchi tchi tchi tchi
TARÁ TARÁ TARÁ TARÁ TARÁ TARÁ
(Para ser cantado
allá va el tren con el niño con la música de
allá va la vida al rodar la Bachiana nº 2
allá van trayecto y destino de la Tocata, de
ciudad y noche al girar Villa-Lobos)
allá va el tren sin destino
al día nuevo encontrar
corriendo va por la tierra
va por la sierra
va por el mar
cantando por la sierra de luz lunar
corriendo entre el aire estelar
a volar
¡piiuí! piuí piuí
a volar
piuí piuí piuí
adiós mi centro escolar
adiós mi anzuelo de pescar
adiós niña que yo quise amar
que el tren me lleva y nunca más va a parar
VAARÁ VAARÁ VAARÁ VAARÁ
tuc tchuc tuc tchuc tuc tchuc
brisa blanca brisa fría
cenizosa casi día
IUÍ IUÍ IUÍ IUÍ IUÍ
tuc tchuc tuc tchuc tuc tchuc
lará lará larará
lará lará larará
lará lará larará
lará lará larará lará larará lará larará
lará lará lará
lará lará lará
IUÍ IUÍ IUÍ IUÍ IUÍ
iuí iú iuí iuí iuí iuí iuí
salimos de casa a las cuatro
con las luces de la calle encendidas
mi padre llevaba la maleta
y yo llevaba una bolsa
enfilamos por Ahogados
por otras cuestas y calles
lo que para él era rutina
para mí era aventura
al llegar a la estación
el tren realmente estaba
allí parado esperando
muy largo y chirriaba
entramos en el coche los dos
yo entre alegre y asustado
mi padre (que ya no existe)
me hizo sentar a su lado
tal vez más feliz que yo
por llevarme de viaje
mi padre (que ya no existe)
sonreía, los ojos brillando
VAARÁ VAARÁ VAARÁ VAARÁ
tchuc tchuc tchuc
tchuc tchuc tchuc
TRARÁ TRARÁ TRARÁ
TRARÁ TRARÁ TRARÁ
sobrepasamos la noche
cuando cruzamos Perises
era exactamente allí
donde comenzaba el día
VAARÁ VAARÁ VAARÁ
VAARÁ VAARÁ VAARÁ
y ver que la vida era mucha
esparcida por los campos
que aquellos bueyes y cercetas
existían allí sin mí
y todos aquellos árboles
aguas pastos nubes —¡qué
pequeña era la ciudad!—
Y qué grande era el mundo:
hacía horas que el tren corría
sin nunca llegar al fin
de tanto cielo tanta tierra
de tantos campos y sierras
sin contar el Piauí
Ya pasamos por Rosario
por Vale-Quem-Tem, Quelrú.
Pasamos por Pirapemas
y el Itapecurú:
mundo de bueyes, seriemas,
jacana, pato y ñandú
café con pan
bollo no dan
café con pan
bollo no dan
vale-quem-tem
vale quien tiene
vale quien tiene
vale quien tiene
nada vale
quien no tiene
no vale nada
nada vale
quien nada
tiene
en este valle
nada
vale
nada
vale
quien
no
tiene
nada
en
el
v
a
ll
e
TCHIBUM!!!
Muchos
muchos días hay en un solo día
porque las cosas mismas
los componen
con su carne (o hierro
cual sea el nombre de esa
materia-tiempo
sucia o
no)
los componen
en silencios aparentes o grandes
como colchas de franela
o agua vertiginosamente inmóvil
como
en la finca de los Medeiros, en el pozo
de la finca
cubierto por la sombra casi pánica
de los árboles
de ramas que subían mudas
como enigmas
todo quieto
vuelto una noche verde o vegetal
y de agua
aun muy por encima de los árboles
por encima
allá en lo alto
resbalando su costado luminoso en las hojas
pasara el día (el siglo
XX)
y era día
como era día aquel
día
en la sala de nuestra casa
la mesa con el mantel las sillas el
piso muy gastado
y la risa clara de Luciña acunándose en la hamaca
con la muerte ya mezclada
en la garganta
sin que nadie supiera
—y no importa—
que yo asomado en la barandilla del porche
veía la tierra negra del patio
y la gallina escarbando y picoteando
una cucaracha entre las plantas
y en este caso un día-dos
lo de dentro y lo de fuera
de la sala
lo uno a mi espalda lo otro
ante mis ojos
vertiéndose lo uno en lo otro
a través de mi cuerpo
días que se vierten ambos ahora en pleno corazón
de Buenos Aires
a las cuatro horas de esta tarde
del 22 de mayo de 1975
treinta años después
muchos
muchos son los días en un solo día
fácil de entender
pero difícil de penetrar
en el meollo de cada uno de esos muchos días
porque son más de lo que parecen
pues
días otros hay
o había
en aquel día del pozo
de la finca
también dentro y fuera
porque no es posible establecer un límite
a cada uno de esos
días de fronteras impalpables
hechos de —por ejemplo— frutas y hojas
frutas que en sí mismas son
un día
de azúcar haciéndose en la pulpa
o ya abriéndose a los otros días
que están alrededor
como un horizonte de trabajos infinitos:
porque a pocos pasos
del pozo
encima de la cuesta de tierra
en la calle sin árboles
adonde llegué hace poco
pasan gente y autos
o alguien grita en la ventana
mientras un pájaro cruza (posible-
mente)
sobre nosotros
un urubú quizá
vira en dirección a la Camboa
leve sobre el vasto herbazal y más allá de la vía
encima de las cabañas en el fango
y allá atrás la fábrica
asentada en una humeante plataforma de cenizas y residuos
de algodón
un urubú
que él mismo es un día negro husmeando carroña
y en la carroña
junto al Matadero
que apesta
el día (un día) se pudre
envolviendo el día
de los habitantes de los palafitos
y el día del urubú
y el de la lata de aceite Sol Levante
donde sobre tres piedras
en el suelo de tierra batida de la cabaña
en la que vive Aplastado
hierve
el arroz-con-tocino
para el almuerzo
y todos esos días enlazados como anillos de humazo
girando en la veleta
deshilachándose en las nubes
y el chillido de las tangaras en los chicozapotes
a las seis de la tarde
o
en el cubo de sombra y vértigo
del agua
de dicho pozo
de dicha finca
que los años ya no traen más
Y traen cada vez más
por ser alarma ahora en mi carne
el silencio de aquel agua
por ser destello
su sombra
debajo de mis uñas
como entonces bajo las hojas con azúcar y luz
goteo de agua
un pío
un soplo de brisa
sin prisa
y por todas partes
se fabricaba la noche
que nos envenenaría de jazmín
Y la noche más tarde rauda pasaría a trompicones
en su carruaje negro
chocando hierros
igual que un tren
por la Costilla del Diablo
con su cortejo de murciélagos
Era imposible distinguir
con la poca luz que había
cómo eran sus caballos
su cochero su fusta
cabalgando en mi sueño
sin el testimonio de los hermanos
Una noche hace muchas noches
pero de un modo diferente
de como hace días
en el día
(especialmente en los barrios
donde la luz es poca)
porque de noche
todos los datos son pardos
y la naturaleza cierra
sus ojos coloreados
guarda a sus bestias
entre las piernas, mete a las aves dentro de los frutos
e inmoviliza todas las aguas
aunque siga orinando
escondiéndose
en varios puntos de la finca
tan suave que casi nadie lo oye bajo las hojas del caladio
Y así las muchas noches
parecen una sola
o como máximo dos:
y es la otra
la noche de dentro de casa
iluminada con luz eléctrica
La noche adormece a las gallinas
y pone a funcionar los cines
activa
los programas de radio, provoca
discusiones en la cena, excesos
entre jóvenes que se besan y se restriegan
junto a la verja
en la oscuridad
y cuando la pasión es mucha deciden casarse
(menos, por ejemplo,
María del Carmen
que entregaba sus pechos enormes
para que los soldados los chupasen
en la Avenida Silva Maia
bajo los oitís
y les dejaba que se corrieran
entre sus muslos calientes (sin
meter)
pero volvía a casa
con odio del padre
e insatisfecha de la vida)
De noche, como
la luz es poca,
la gente tiene la impresión
de que el tiempo no pasa
o por lo menos no se escurre
como se escurre de día:
como si hubiera una interrupción
para que el doctor Bacelar dé una conferencia
en el Gremio Litero-Recreativo Portugués
una interrupción
para que los obreros de la fábrica Camboa
descansen un poco
y se reproduzcan en las hamacas
o en las esteras
amándose sin mucho alarde
para no despertar a los críos que duermen en el mismo cuarto
Como si el tiempo
durante la noche
se quedara inmóvil junto
a la oscuridad y el polvo
debajo de los muebles y
en los rincones de la casa
(incluso dentro
del ropero,
el tiempo,
colgado de las perchas)
Y esa sensación
es aún más viva
cuando la gente se despierta tarde
y se topa con todo claro
y ya funcionando: pájaros
árboles vendedores de legumbres
Pero también cuando
la gente se despierta temprano y se queda
acostada observando
el proceso del amanecer:
los primeros pasos en la calle
los primeros
ruidos en la cocina
hasta que de gallo en gallo
un gallo
cerca de nosotros
estalla
(en la finca)
y el grifo de la pila de lavar ropa
rompe en chorro la mañana
La noche nos hace creer
(dada la poca luz)
que el tiempo es una molestia
auditiva.
Ultimados los quehaceres nocturnos
(que llenaban la casa de rumores,
incluidas las últimas conversaciones en el cuarto)
cuando por fin la familia entera duerme
el tiempo se vuelve un fenómeno
meramente químico
que no perturba
(más bien
propicia)
el sueño.
Sin embargo,
alguien que venga de la calle
—habiendo caminado bajo la inmovilidad fantástica
de la Vía Láctea—
puede tener la impresión,
ante aquellos cuerpos dormidos,
de que el universo ha muerto
(cuando de hecho
en todos los grifos de la ciudad
la mañana está a punto de salir a chorro)
Menos, claro,
en los palafitos de la Baixinha, al borde
de la vía del tren,
donde no hay agua canalizada:
allí
el destello contenido bajo la noche
no es
como en la ciudad
el puño cerrado del agua dentro de las tuberías:
es el puño
de la vida
cerrada dentro del fango
Ya por ahí se ve
que la noche no es la misma
en todos los puntos de la ciudad;
la noche
no tiene en la Baixinha
la misma inmovilidad
porque la luz de la lamparilla
no hipnotiza las cosas
como la electricidad
las hipnotiza:
aunque allí el tiempo tampoco se escurra,
ni fluya: brujulea
se debate
en una jaula de sombras.
Pero lo que más distancia
a la noche de la Baixinha
de las otras
es el olor: mejor dicho
el mal olor
que ella tiene como ciertos animales
en su carne de fango
y por eso puede decirse
que la noche en la Baixinha
no pasa, no
transcurre:
se pudre
En una cosa que se pudre
—tomemos un viejo ejemplo:
una pera—
el tiempo
no se escurre ni grita,
más bien
se sumerge en su propio abismo,
se pierde
en su propio vértigo,
pero tan sin velocidad
que en lugar de volverse luz se vuelve
oscuridad;
la putrefacción de una cosa
es de hecho la fabricación
de una noche:
sea esa cosa
una pera en un plato o sea
un río en un barrio obrero
De ahí que en la Baixinha
haya dos noches metidas una en otra: la noche
sub-urbana (sin agua
canalizada) que se disipa con el sol
y la noche sub-humana
del fango
que permanece
a lo largo del día
extendida
como grasa
por kilómetros de manglar
la noche alta
del sueño (cuando
los obreros sueñan)
y la noche baja
del fango debajo
de la casa
una noche metida en la otra
como la lengua en la boca
yo diría
como un cajón de armario
metido en el armario (pero
abajo: el miembro en la vagina)
o como ropa negra
sin usar dentro del cajón
o como una cosa sucia
(una culpa)
dentro de una persona
en fin como
un cajón de fango
dentro de un armario de fango,
así
tal vez sea la noche en la Baixinha
princesa negra y coronada
pudriéndose en los manglares
Aunque para bien definir la noche
de la Baixinha
no puede ser separada
de la gente que vive allí
—porque la noche es
apenas
la conspiración de las cosas—
ni ser separada de la fábrica
de hilos y paño de rayas
(con el que los hombres se hacen pantalones)
donde aquella gente trabaja,
ni del mínimo salario
que aquella gente recibe,
ni separar la fábrica
de fango de la fábrica
de hilos
ni el hilo
del tufo
envenenado del fango
que de apestar tantos años
es ya parte de aquella gente
(como
el olor de un animal puede ser parte
de otro animal)
y a tal punto
que ninguno de ellos consigue
recordar flor alguna que no tenga
aquel ácido del fango
(y sin embargo
se aman)
Resta aún añadir
—para entender esa noche
proletaria—
que un río no se pudre del mismo modo
que una pera
no solo porque un río no se pudre en un plato
sino porque ninguna cosa se pudre
como otra
(ni por otra)
e incluso
una banana
no se pudre del mismo modo
que muchas bananas
dentro de
una tinaja
—en el cuarto de un piso alto
en la calle de las Huertas,
la madre planchando ropa—
produciendo vinagre
—mientras el tranvía Gonçalves Dias
bajaba la Calle Rio Branco
rumbo a la Plaza de los Remedios y otros
tranvías bajaban la Calle de la Paz
rumbo a la Plaza João Lisboa
y aun otros se dirigían
en dirección a la Fabril, Apeadouro,
Jordoa
(ese era el tranvía del Anil
que nos llevaba
hacia el baño en el río Azul)—
y las bananas
fermentando
trabajando para el dueño —como dijo Marx—
a lo largo de horas pero a un ritmo
diferente (mucho más
fuerte) al del reloj
produciendo vinagre
—en aquel cuarto donde dormía
toda la familia y
se vendía quingombó y calabaza—
fermentando
—mientras Josías, el enfermero
se fingía doctor en el colmado
de mi padre
y yo jugaba al billar
escondido
en la taberna de Simplicio
en Fonte do Ribeirão—
pero
un río
no produce vinagre
aunque un tendero lo ponga a pudrir
en una tinaja
un río
no se pudre como las bananas
ni como, por ejemplo,
una pierna de mujer
(de la mujer
que la gente no veía
pero hedía durante toda la mañana
en la casa de al lado de nuestra escuela,
en la época
de la guerra)
un río no se pudre del mismo modo que una pierna
—aunque a ambos se les ponga
la piel un tanto azulada—
ni del mismo modo que un jardín
(por lo menos en nuestra ciudad
bajo el demorado relámpago del verano)
Y como ningún río se pudre
de la misma forma que otro río
así el río Anil
se pudría a su manera
en aquella parte de la Isla de San Luis.
Incluso porque
para que otro río
pudiera pudrirse como él
sería necesario que viniese
por ese mismo camino
se detuviese en el Matadero
y mezclase su olor de río al olor
de la carroña
y tuviese permanentemente sobrevolándolo
una nube de urubús
como sucede con el Anil antes
de doblar a la izquierda
para perderse en el mar
(para de hecho
ahogarse, convulso,
en las aguas saladas
de la bahía
que se introducen en él, en sus venas,
en su carne dulce de río
que lo empujan hacia atrás
lo desordenan
lo envenenan de sal
y lo obligan a pudrirse
—ya que no puede fluir—
bajo los palafitos
donde viven los obreros de la Fábrica
de Hilado y Tejidos de la Camboa)
Así se pudre el Anil
al este de nuestra ciudad
que fue fundada por los franceses en 1612
y al que ya encontraron pudriéndose
aunque con un olor
que nada tenía
del gasoil de los barcos que entran ahora
casi a diario en el puerto
ni de las heces que la ciudad
vierte en su cuerpo de peces
ni de la miseria de los hombres
esclavos de otros
que allí viven ahora
igual que cangrejos.
Solo los indios venían a bañarse
en la playa del Jenipapeiro, solo ellos
oían el viento en los árboles
y caminaban por lo que
hoy son avenidas y calles,
casitas cubiertas de limo,
llenas de hamacas y recuerdos
en la oscuridad.
Pero de esos indios timbiras
nada queda, sino cosas contadas en libros
y algunos poemas que intentan
evocar la sombra de los guerreros
con su arco
ocultos entre las hojas
(lo que no impide que algún niño
después de ver en el escenario del colegio
Y Juca Pyrama
salga a buscar
por las selvas de la Maioba o de la Jordoa
—el corazón golpeando fuerte—
vestigios de aquellos hombres,
sin encontrar nada más
que el rumor del viento en los árboles)
Aunque sí encuentra
posado un pájaro azul y encarnado
—la brisa curvándole las plumas— vuelto
un abanico vuelto
el tocado de un guerrero
en el que se hubiera transformado
para continuar habitando aquellas selvas.
Y a pesar de que
no sea el pájaro el guerrero
fue con seguridad visto por él un día
y por eso
extrañamente
está presente allí
viéndolo de nuevo
quién sabe ahora mismo detrás del niño detrás
del follaje
cuando
algo se agita
y una lagartija huye sobre las hojas secas.
Y todo eso sucede
bajo las copas de los árboles
(lejos
de la carretera por donde circulan tranvías
y autobuses,
y más lejos aún
de las calles de la Playa Grande
atascadas de camiones
mayoristas como João Coelho y estibadores
que descargan babasú)
todo eso sucede
como parte de la historia de las selvas y de los pájaros
Y en la historia de los pájaros
los guerreros siguen vivos.
Y antes yo nunca había pensado que hubiera
una historia de los pájaros
aunque conociera tantos
desde
el canario-costeño (en la pajarera
de seor Neco), la palomita-maraquita
(en el caballete de la casa)
hasta el espiguero-bigotudo
(que se apresaba con armadijo en el herbazal)
la cardenilla-dominica
parecía un oficial
en uniforme de gala;
el garrapatero era un empleado
de la limpieza pública;
el urubú, un criollo
de frac; el bienteveo,
un policía de quepis
y silbato en la boca
siempre atareado
Para darme cuenta
de la historia de los pájaros
fue necesario que viera
al pájaro encarnado y azul
mal posado en la rama
demasiado grande para aquellas selvas
como un fantasma
(balanceándose en el viento)
fue necesario verlo
dentro de aquel silencio
hecho de pequeños murmullos vegetales
Y él —haciendo su historia— voló
sin que se sepa por qué
y fue a posarse en otro árbol
ahora ya casi oculto
ora pareciendo flor ora hoja colorida
y así desapareció
Ya la historia de los urubús
es prácticamente la misma historia de los hombres
que tienen perros que mueren
atropellados
delante de la puerta de casa
que tienen papagayos que aprenden a hablar
en la cocina
y jilgueros
cantando
en la pajarera de la barbería
(la hija del barbero
se escapó con el hijo
del cartero
un mulato
que trabajaba en Correos.
Las vecinas cuchicheaban:
«si se hubiera escapado
con un blanco
al menos podría casarse»)
Mientras tanto
el doctor Gonçalves Moreira criaba en su sala
una pareja de canarios belgas en una jaula de plata
(en la Avenida Beira Mar frente a la entrada de la bahía)
Y trajo una mesticita
de sus tierras en Barra do Corda
para arreglar los cajones (sábanas
de lino blanco oliendo a lavanda)
y cuidar de los canarios:
les limpiaba la jaula
y renovaba el agua y el alpiste
todas las mañanas
en la ventana del porche
(en la época de la guerra).
Allá abajo en la finca
la lavandera sacudía ropa
en la pila
y cantaba al tiempo que el agua.
El papayo pegado al muro
maduraba una papaya para el postre del doctor
(eso alrededor de 1942, 43,
cuando llegaron los americanos
para construir la base aérea del Tirirical:
compraron todas las frutas y verduras
del Mercado
le pagaron un salario increíble a Antonio José
y pusieron los pies encima de la mesa
en el Moto Bar)
Y los canarios, como-en-babia,
trinaban en la jaula de plata
Camelia tuvo que hacer la calle
porque aún no existía la píldora
Pagó caro aquel amor
hecho con dificultad
detrás del tendal de ropa
de pie junto a la cerca
mientras la familia dormía
(el mismo sabor de menta
de los dulces de cumpleaños)
Su padre, seor Cunha, el barbero,
casi se muere de vergüenza,
él que hacía la barba
a todos los hombres del barrio
(y el jilguero en la pajarera,
como-en-babia).
¿Por qué va un hombre a tener hijas,
Dios mío? Y él tenía tres.
La mayor, que era más lista,
fue a Josías a que le pusiera
una inyección de Eucaliptine
y el enfermero le aconsejó:
«Duele mucho. Es mejor en un lugar
que tenga más carne».
Y desde ese santo día
era inyección cada tarde.
(y el jilguero,
como-en-babia)
La tercera se volvió seria
se hizo hija-de-María
(y el jilguero,
como-en-babia)
Pero el canario-costeño
dejó de cantar cuando
mañana de domingo
seor Neco mató a su mujer
que —dicen— le ponía cuernos:
la pajarera rodó por el suelo.
(«Cuchillada en la espalda,
le dio bien aquí, allá a ella.
No salió ni una gota de sangre,
fue hemorragia interna»)
La muerte se propagó por toda la calle,
se mezcló con los árboles de la finca,
penetró en la cocina de nuestra casa
ganó el olor de la carne que se tostaba en la olla
y se quedó brillando en los cubiertos
dispuestos sobre el mantel
en la mesa del almuerzo.
Bien la mujer de ropa amarilla
Pon la de verde en la zapatilla
Pero la mujer de estampado
Deja al hombre amarrado
Pero esa es una historia de pájaros
hace ya mucho urmanizados
pues la historia de los pájaros
pájaros
solo la conocen los guerreros
solo ellos la entienden cuando el viento
(en un recuerdo)
la sopla en los árboles de San Luis.
No sería correcto decir
que la vida de Newton Ferreira
se escurría o se gastaba
entre cestos de camarones, sacas de arroz
y canastos de harina de mandioca
en aquel colmado suyo
de la esquina de la Calle de los Ahogados
con la Calle de la Alegría.
No sería correcto porque
si alguien llegara allí
hacia las 3 de la tarde (hora
de poco movimiento) —él medio inclinado
sobre el mostrador leyendo el X-9—
vería que todo estaba parado
en la misma inmovilidad blanca
de la harina de maíz en el depósito
y de los estantes llenos de latas y botellas
y del mostrador con la balanza Filizola
todo
sobre el piso de baldosa verde y blanca
como una plataforma de la tarde.
Parado y al mismo tiempo insertado
en un amplio sistema
: que implicaba a los almacenes
de Playa Grande, la Vía Férrea San Luis-Teresina,
haciendas en Coroatá, Codó, plantaciones de arroz
y tabaco, hombres que ponían camarones a secar
al sol en Guimarães. Y las propias familias
de la calle
que se sentarían más tarde a cenar a la mesa.
Por eso mismo
él podía zambullirse en aquel mundo de gangsters americanos
sin preocupación.
Es verdad, con todo, que una esquina más arriba
(a su espalda)
en la Avenida Gomes de Castro
la tarde pasaba ruidosamente
farfullando en los oitís como el viento en un reloj de hojas.
Es que la tarde tiene muchas velocidades
y es más lenta
por ejemplo
en desgajar una porción de nube
que ella ahora arrastra iluminada
en dirección a Desterro
encima de la capital
(¿como una araña, podría decir,
que ata y tira de la presa para devorarla?
¿como un buitre invisible destripándola
en un ballet
y muy por encima de las tejas del colmado
en pleno aire?)
Y en medio de un otro sistema
este
de vientos
que avanzaban oscuros desde la parte del Apeadouro
o las cabeceras del Bacanga,
húmedos a veces,
en un estampido que sacude a los aviones.
No,
no cabe hablar de arañas
si pienso en la ciudad desdoblándose en sus
tejados y torres de iglesia
bajo un sol duro
las familias bajo las tejas, retratos de muertos
con el rostro exageradamente colorido
dentro de molduras pintadas de dorado,
cómodas
antiguas, pequeñas cajas con botones y ovillos de hilo,
parientes tuberculosos en cuartos oscuros, tosiendo
bajo para que el vecino no oiga, criaturas
que apenas empiezan a andar
agarrándose a las piernas de padres que nada pueden,
bajo aquellos tejados mugrientos
de nuestra pequeña ciudad
la cual
alguien que venga en avión de los EE.UU.
podrá ver
apostada en la sucia desembocadura de dos ríos
allí abajo
y como para siempre. Pero
¿y la finca de la Calle de las Cajazeiras? ¿la cisterna
del Caga-Hueso? ¿la Fuente del Obispo? ¿el colmado
de Newton Ferreira?
Nada de eso verá
desde tan arriba aquel hipotético pasajero de la Braniff.
Inclinado sobre el mostrador
Newton Ferreira lee
su historieta policíaca.
Nada sabe de las conspiraciones
meteorológicas que se traman
en altas esferas azules por encima del Atlántico.
En el colmado
el tiempo no fluye
más bien se amontona
en pastillas de jabón Martins
tiras de carne seca
tocino mercancías
todas con sus precios y
olores
ajustados al por menor
(el ojo sucio
del queroseno
espiaba en la lata bajo el mostrador).
Pero nada de eso se percibe
volando sobre la ciudad a 900 kilómetros por hora.
Ni siquiera yendo a pie
entre aquellas dos filas de casas de puerta-y-ventana,
medias-viviendas de reja de hierro y platabandas
manchadas de humedad
(en el rojo
atardecer)
Ni siquiera si el colmado
existiese todavía y fueran ya las ocho de la noche
y se viese
por la única hoja de la puerta entreabierta la luz encendida
como antiguamente
y hubiese hombres conversando allá dentro
entre tragos de cachaza
y fuese el mismo el mostrador
y el olor de las mercancías
allí no encontrarías a Gonzaga, sargento músico del ejército.
Ya no se hablará de la guerra que la guerra acabó
hace muchos años.
Bajando o subiendo la calle,
aunque vayas a pie,
verás que las casas son prácticamente las mismas
pero en las ventanas
surgen rostros desconocidos
como en un mal sueño.
Mudarse de casa ya era
un aprendizaje de la muerte: aquel
mi cuarto con su húmeda pared manchada
aquellla finca tomada de plantas verdes
bajo la lluvia
y la cocina
y el cable de la lámpara cubierto de moscas,
nuestra casa
llena de nuestras voces
tiene ahora otros habitantes:
aún estás vivo y ves, y ves
que no necesitabas estar aquí para ver.
Las casas, las ciudades,
son tan solo lugares por donde
pasando
pasamos
(ya sentado ya acostado
ya comiendo en la mesa
bebiendo agua de la jarra
ya asomado
en el alféizar de la ventana, el maíz
goteando empapado debajo
del encañado de plantas)
Ni a pie, ni andando a rastras,
ni pegando el oído al suelo
volverás a oír nada de lo que allí se habló.
Del queroseno, sí,
puedes sentir otra vez el mismo olor de trapo
y del jabón quizá
si la fábrica aún no ha quebrado.
Pero de Newton Ferreira, ex-
delantero-centro de la selección marañense,
que diez veces quebró
y que era conocido de todos en la zona del comercio,
no hay ningún rastro
en aquel suelo de baldosa verde y blanca
(inútilmente lo buscarás tampoco
esta noche en el cine del barrio)
La ciudad no obstante podrás verla desde arriba prácticamente la misma
con las calles y plazas
por donde él caminaba
Ah, mi ciudad verde
mi húmeda ciudad
constantemente batida por muchos vientos
susurrando tus días a la entrada del mar
mi ciudad sonora
esferas de ventolera
rolando locas por encima de los miradores
y de los campos de fútbol
verdes verdes verdes verdes
ah sombra susurrante
que arrastro por otras calles
Desciende profundo el relámpago
de tus aguas en mi cuerpo,
desciende tan hondo y tan amplio
y yo me considero tan poco
para tantas muertes y vidas
que se desdoblan
en la oscuridad de las claridades,
en mi nuca,
en mi codo, en mi arco dental
en el túmulo de mi boca
escenario de resurrecciones
inesperadas
(mi ciudad
canora)
de tinieblas que ya no sé
si son tuyas o son mías
pero en algún punto del cuerpo (¿del tuyo? ¿de mi
cuerpo?)
destella
el jazmín
aunque sucio de la poca alegría reinante
en aquella calle vacía
llena de sombras y hojas
Se precipitan las aguas usadas
me arrastran por tus cloacas
de chaqueta y corbata
Me levanto en tus espejos
me veo en rostros antiguos
te veo en mis tantos rostros
tenidos perdidos partidos
reflejado
irreflejado
y las margaritas rojas
que sobre el estanque pendían:
desciende profundo
el relámpago de tus aguas en un
vértigo de voces blancas ecos de leche
de salivazo tibio en el miembro
el cuerpo que busca el cuerpo
En el herbazal escondido
en aquel prado que era abrigo y afecto
igual que un caballo sintiendo sintiendo
el olor de la tierra el olor
verde de la selva el amargo del olor nuevo
de la selva nueva de la vida
vida de las cosas
verdes viviendo
lejos de aquellos muebles donde solo vive el pasado
lejos del mundo de la muerte de la enfermedad de la vergüenza
de la traición de los cobros a la puerta,
allí
bebiendo la salud de la tierra y de las plantas,
buscando
en mí mismo la fuente de una alegría
aunque sucia y secreta
el salivazo tibio la delicia
del propio cuerpo en el cuerpo
y en un movimiento terrestre
en medio del prado,
celeste animal que al fin alza el vuelo
y cae
Ah, mi ciudad sucia
de mucho dolor en voz baja
de vergüenzas que la familia ahoga
en sus cajones más hondos
de vestidos descoloridos
de camisas mal zurcidas
de tanta gente humillada
comiendo poco
pero aun así bordando de flores
sus cuidados manteles
sus tapetes de centro
de mesa con floreros
—en la tarde
durante la tarde
durante la vida—
llenos de flores
de papel crepé
ya con polvo
mi ciudad dolida
Me reflejo en tus aguas
recogidas:
en el vaso
de agua
en la jarra de agua
en la tinaja de agua
en el baño desnudo en la bañera
vestido con las ropas
de tus aguas que enseguida me desnudan y bajan
diligentes hacia el desagüe
como si de antemano supieran
hacia donde ir
¿Hacia dónde
han ido esas aguas
de tantos baños de tarde?
Rodamos con aquellas tardes
por el desagüe de la cloaca
y ruedo yo
ahora
en el abismo de los olores
que se desatan en mi
carne en la tuya, ciudad
que me envenenas de ti,
que me arrastras por la tiniebla
me apabullas de jazmín
que de saliva me mojas me sujetas
en un culo
recio me haces
delirar me ensucias
de mierda y estallo mi sueño
en mierda.
Sobre los jardines de la ciudad
orino pus. Me extravío
en la Calle de la Estrella, resbalo
en el Callejón del Precipicio.
Me lavo en el Ribeirão.
Meo en la Fuente del Obispo.
En la Calle del Sol me ciego,
en la Calle de la Paz me sublevo
en la del Comercio me niego
pero en la de las Huertas florezco;
en la de los Placeres sollozo
en la de la Palma me conozco
en la del Romero me perfumo
en la de la Salud enfermo
en la del Destierro me encuentro
en la de la Alegría me pierdo
En la Calle del Carmen grito
en la Calle Derecha yerro
y en la de la Aurora me duermo
Despierto en la zona roja. El día ladra, navega
hinchado y azul
Vuelo
con las toallas blancas
Voy a posarme en la sonrisa de Isabel
Tropiezo en un prejuicio me caigo de las nubes
descubro a Marilia
me acurruco en sus pétalos como la paloma
del Divino entre rosas en la bandeja.
Pero viene junio y me apuñala
viene julio y me dilacera
septiembre expone mis despojos
en los postes de la ciudad
(me recompongo más tarde,
coso las partes, pero los intestinos
ya nunca funcionarán bien)
Llamo a la subversión del orden
poético, me pagan. Llamo
a la subversión del orden político,
me ahorcan junto a la pista de tenis de los ingleses
en la Avenida Beira Mar
(y los canarios,
como-en-babia: improvisan
en su flauta de plata)
Vendo lo que tengo y me mudo
a la capital del país.
(Si me hubiera casado con María Lurdes,
mis hijos serían pajizos, unos, otros
morenos de ojos verdes
y yo llegaría a diputado y miembro
de la Academia Marañense de Letras;
si me hubiera casado con Marilia,
me habría suicidado en la discoteca de Radio Timbira)
Pero en la ciudad había
mucha luz ,
la vida
hacía rodar el siglo en las nubes
sobre nuestra barandilla
encima de mí y de las gallinas en la finca
por encima
del almacén donde se enmohecían
canastos de harina
detrás del colmado,
y era poco
vivir, incluso
en el salón de billar,
incluso en la taberna de Castro, en la pensión
de la Maroca en las noches del sábado, era poco
bañarse y bajar a pie
a la ciudad por la tarde
(bajo el rumor de los árboles)
allí
en el norte de Brasil
vestido de dril.
Y por ser poco
era mucho,
que poco mucho era el verde
fuego de la hierba, el musgo del muro, el gallo
que va a morir,
la vajilla en el aparador,
el dulce en la compotera, la falta
de afecto, la búsqueda
del amor en las cosas.
No en las personas:
en las cosas, en la muda carne
de las cosas, en el coño de la flor, en el oculto
hablar de las aguas solitarias:
que la vida
pasaba sobre nosotros,
como avión.
No tiene la misma velocidad el domingo
que el viernes con su ajetreo de compras
haciendo aumentar el tráfico y el consumo
de guarapo de caña helado,
ni tienen
la misma velocidad
la azucena y la marea
con su ejército de burbujas y ardientes carabelas
penetrando lúgubremente el río
en otra lentitud que la del crepúsculo
que, en lo alto,
con su gran engranaje desvencijado
molía la luz.
Otra velocidad
tiene Bizuza sentada en el suelo del cuarto
doblando las sábanas lavadas y planchadas,
disponiéndolas en el cajón de la cómoda, como
si la vida fuera eterna.
Y lo era
en aquel su universo de comidas y adobos
de hojas de laurel y pimienta negra
mastuerzo para la tos áspera,
universo
de ollas y cansancios entre las paredes de la cocina
dentro de un gastado vestido de algodón,
en fin,
donde latía su pequeño corazoncito.
Y si no era
eterna la vida, dentro y fuera del armario,
lo cierto es que
teniendo cada cosa una velocidad
(la de la melaza
oscura, clara
la del agua
al derramarse)
cada cosa se alejaba
desigualmente
de su posible eternidad.
O
si se quiere
desigualmente
la tejía
en su propia carne oscura o clara
en un transcurrir más profundo que el de la semana.
Por eso no es exacto decir
que es en domingo cuando mejor se ve
la ciudad
—las fachadas de azulejos, la Calle del Sol vacía
las ventanas atrancadas en el silencio—
cuando allá
parada
parece fluctuar.
Y que se ve mejor una ciudad
cuando –como Alcántara–
todos los habitantes se han ido
y nada queda de ellos (ni siquiera
un espejo de aparador en uno de aquellos
aposentos sin techo) tan solo
entre las ruinas
la persistente certeza de que
en esa tierra
donde ahora crecen tapekues
ellos ciertamente bailaron
(y casi se oyen voces
y carcajadas
que se encienden y apagan en los pliegues de la brisa)
Pero
si es espantoso pensar
cómo tantas cosas han desaparecido, tantos
roperos y camas y mucamas
tantas y tantas faldas, enaguas,
zapatos de los más variados modelos
llevados por el aire junto con las nubes,
a eso
responde la mañana
que
con sus muchas y azules velocidades
sigue adelante
alegre y sin memoria
Es imposible decir
en cuántas velocidades diferentes
se mueve una ciudad
en cada instante
(sin hablar de los muertos
que vuelan hacia atrás)
o incluso una casa
donde la velocidad de la cocina
no es la misma que la de la sala (aparentemente inmóvil
en sus floreros y figuritas de porcelana)
ni que la de la finca
expuesta a las ventoleras de la época
¿y qué decir de las calles
de tráfico intenso y de la circulación del dinero
y de las mercancías
desigual según el barrio y la clase, y de la
rotación del capital
más lenta en las verduras
más rápida en el sector industrial, y
de la rotación del sueño
bajo la piel,
del sueño
en los cabellos?
¿y de las tantas situaciones del agua en las vasijas
(pronta a huir)
la rotación
de la mano que busca entre los pelillos
el sueño mojado los muchos labios
del cuerpo
que a la caricia se abre en rosa, la mano
que allí se detiene a ensuciarse
de olores de mujer,
y la rotación
de los olores otros
que en la finca se fabrican
junto con la resina de los árboles y el canto
de los pájaros?
¿Qué decir de la circulación
de la luz solar
arrastrándose en el polvo debajo del ropero
entre los zapatos?
¿y de la circulación
de los gatos por la casa
de las palomas en la brisa?
y cada uno de estos hechos a una velocidad propia
sin hablar de la propia velocidad
que en cada cosa hay
como los muchos
sistemas de azúcar y alcohol en una pera
girando
todos en diferentes ritmos
(que casi
se pueden oír)
y componiendo la velocidad general
que la pera es
del mismo modo en que todas esas velocidades mencionadas
componen
(nuestro rostro reflejado en el agua del estanque)
el día
que pasa
—o pasó—
en la ciudad de San Luis.
Y del mismo modo
que hay muchas velocidades en un
solo día
y en ese mismo día muchos días
así
tampoco se puede decir que el día
tenga un único centro
(igual que un cuesco
o un sol)
porque en realidad un día
tiene innumerables centros
como, por ejemplo, la jarra del agua
en el comedor
o en la cocina
en torno a la cual
desordenadamente giran los miembros de la familia.
Y si en ese caso
es la sed la fuerza de gravitación
otras funciones metabólicas
generan otros centros
como el retrete
la cama
o la mesa de la cena
(bajo una luz mugrienta en una
casa de puerta-y-ventana de la Calle de la Alegría
en la época de la guerra)
sin hablar de los centros cívicos, de los centros
espiritistas, del Centro Cultural
Gonçalves Dias o de los mercados de pescado,
colegios, iglesias y prostíbulos,
otros tantos centros del sistema
en los que el día se mueve
(siempre a velocidades diferentes)
sin salir del lugar.
Porque
cuando todos esos soles se apagan
queda la ciudad vacía
(como Alcántara)
en el mismo lugar.
Porque
a diferencia del sistema solar
a esos sistemas
no los sostiene el sol y sí
los cuerpos
que giran en torno a él:
no los sostiene la mesa
sino el hambre
no los sostiene la cama
y sí el sueño
no los sostiene el banco
y sí el trabajo no pagado
Y esa es la razón por la que
cuando las personas se van
como en Alcántara)
se apagan los soles (las
jarras, los fogones)
que de ellas recibían el calor
esa es la razón
por la que en San Luis
de donde las personas no se han ido
aun en este instante la ciudad se mueve
en sus muchos sistemas
y velocidades
pues cuando una jarra se rompe
otra jarra se hace
otra cama se hace
otro cántaro se hace
otro hombre
se hace
para que no se extinga
el fuego
en la cocina de la casa
Lo que ellos hablaban en la cocina
o en el piso alto
(en la Calle del Sol)
salía por las ventanas
se oía en los cuartos de abajo
en la casa vecina, en el fondo de la Mueblería
(y vaya alguien a saber
cuántas cosas se hablan en una ciudad
cuántas voces
resbalan por ese intrincado laberinto
de paredes y cuartos y zaguanes,
de cuartos de baño, de patios, de fincas
voces
entre muros y plantas,
risas,
que duran un segundo y se apagan)
Y son cosas vivas las palabras
y vibran de la alegría del cuerpo que las grita
tienen incluso su perfume, el gusto
de la carne
que nunca se entrega realmente
ni en la cama
sino a sí misma
a su propio vértigo
o así
hablando
o riendo
en el ambiente familiar
mientras como un ratón
tú puedes oír y ver
desde tu agujero
cómo esas voces chocan en las paredes del patio vacío
en el armazón de hierro donde se seca una parra
entre alambres
por la tarde
en una pequeña ciudad latinoamericana.
Y en ellas hay
una iluminación mortal
que es de la boca
en cualquier tiempo
aunque allí
en nuestra casa
entre muebles baratos
y ninguna dignidad especial
minaba la propia existencia:
Reíamos, es cierto,
en torno a la mesa de cumpleaños cubierta de dulces
de menta envueltos en papel de seda de colores,
reíamos, sí,
pero
era como si ningún afecto valiera
como si no tuviera sentido reír
en una ciudad tan pequeña.
El hombre está en la ciudad
como una cosa está en otra
y la ciudad está en el hombre
que está en otra ciudad
pero variados son los modos
en que una cosa
está en otra cosa:
el hombre, por ejemplo, no está en la ciudad
como un árbol lo está
en cualquier otro
ni como un árbol
está en cualquiera de sus hojas
(aunque rueden lejos de él)
El hombre no está en la ciudad
como un árbol está en un libro
cuando un viento allí la hojea
la ciudad está en el hombre
pero no de la misma manera
en que un pájaro está en un árbol
no de la misma manera en que un pájaro
(la imagen de él)
está/ba en el agua
y ni de la misma manera
que el espanto del pájaro
está en el pájaro que yo escribo
la ciudad está en el hombre
casi como el árbol vuela
en el pájaro que lo deja
cada cosa está en otra
a su propia manera
y de manera distinta
de como está en sí misma
la ciudad no está en el hombre
del mismo modo que en sus
colmados plazas y calles
Buenos Aires
mayo/octubre 1975
☛ Ferreira Gullar. Poema sujo (recantodasletras.com.br, escaneado)
☛ Suzana Maria de Abreu Ruela Fuly. Leitura do Poema Sujo de Ferreira Gullar (bibliotecadigital.ufmg.br)
☛ Ver plano parcial de São Luís
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2016
☛ PyoZ ☚