Bajo la cálida oscuridad llueve
y el tiempo es un ciclo renovador.
Ahora la distancia nos conecta.
La noche no podrá llegar a ahogarnos
cuando el semen se funde con el agua
y vuelve a las turbias alcantarillas.
El pacto establecido es no hablar
ni mostrar ningún banal sentimiento
hacia el inhóspito ajeno exterior.
Tibia y exacta lluvia de verano.
Tú quizá crees saber quién soy yo;
yo sé quién tal vez podrías ser tú.
Esta es la gran verdad superior
que resulta necesario aceptar
pero no dar jamás a conocer.
Semen sobre la delgada llovizna
y gritos de borrachos en la calle;
perfecto alimento para las ratas.
Regeneramos los usos antiguos
y sincronizamos nuestros orgasmos
en el cómplice teléfono móvil.
Llueve y va fluyendo la madrugada,
las voces difusas se desvanecen
y desciende esta calma de la lluvia
silenciosa, el rito se consuma,
y en un largo instante multicolor
vira inesperada la hesitación.
Más tarde seremos dos caminantes
que se reconocen lejanamente
en una plazuela al atardecer,
aunque fingiremos no distinguirnos
mientras miramos las flores marchitas
tras los umbríos bancos del jardín.
Todavía llueve por ti y por mí.
Y escampa. Ha transitado otra noche
y el día no será mucho peor.
Neoperros gruñen en los chat-foros,
presuntos poetas paren poéticas;
pero siempre encontraremos, tú y yo,
el secreto resorte del silencio.
Tu madre sale ahora para misa
y por fin yo apago el ordenador.
egm. 2016
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