25 de diciembre de 2013

Joseph Conrad

[Los hoyos]

Vosotros no podéis entenderlo. ¿Cómo podríais? Con el sólido pavimento bajo vuestros pies, rodeados por buenos vecinos dispuestos a animaros o a abrazaros, vosotros que pasáis educadamente entre el carnicero y el policía, en el sagrado terror del escándalo, el patíbulo y el manicomio.

¿Cómo podéis imaginar en qué particular región de la primera edad los pies destrabados de un hombre pueden llevarlo por el camino de la soledad, la soledad absoluta sin un policía, por el camino del silencio, el silencio más absoluto, donde no se puede oír la voz de ningún buen vecino que advierta de las murmuraciones de la opinión pública?

Estos pequeños detalles marcan la gran diferencia. Cuando desaparecen hay que recurrir a la propia fuerza innata, a la propia capacidad para la lealtad.

Por supuesto se puede ser tan necio como para equivocarse, incluso tan obtuso como para entender que se está siendo asaltado por las fuerzas de la oscuridad. A mi entender, ningún necio ha vendido jamás su alma al diablo: el necio es demasiado necio o el diablo demasiado diablo; no sé cuál de las dos cosas.

O bien se puede ser una criatura tan tremendamente exaltada como para estar definitivamente sordo y ciego a nada que no sean las visiones y sonidos celestiales. Entonces para uno la tierra es solamente un lugar de paso, y yo no pretenderé decir si ser así representa una ventaja o un inconveniente.

Pero la gran mayoría no es lo uno ni lo otro. La tierra constituye un lugar en el que vivir, donde se deben soportar visiones, y sonidos, ¡y olores también, pardiez! Respirar hipopótamo muerto, por así decirlo, y no contaminarse.

Y ahí, ¿os dais cuenta?, entra la fuerza, la fe en la propia habilidad para excavar discretamente hoyos en los que enterrar las cosas, el poder de dedicación, no a uno mismo, sino a una oscura y fatigosa empresa. Y eso es bastante difícil.


Joseph Conrad. Heart of Darkness (rodriguezalvarez.com)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2013




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