Las cosas que no quieren suceder
son las que ves en los sueños,
los fantasmas de la villa encantada
disfrutan de sus vacaciones,
y una máscara de negros colmillos
recorre los fríos pasillos,
nos atraviesa con la aurora
la luz que aguardaba en los cementerios
a la huida de los espíritus,
declina la respuesta de los dioses,
y el amanecer nos anuncia
que el mar volverá a ser azul
y blanco el arañazo de las olas,
la vuelta a la realidad es siempre
un mecanismo desgastado,
ignora a quien ignora
las leyes de la gravedad,
desnúdate, ven, vamos a nadar,
en el lejano abismo de los días
aún mi subrazón subsiste,
no se lo cuentes a papá
o nos encerrará en su medio miedo,
tierna tórtola turca,
no se lo digas a tu mami
o querrá bailar con nosotros,
si alguien cae a un terreno fragoso
y se queda a vivir en él,
tendrá que aceptar cada arroyo y risco,
o cada fugaz victoria o fracaso,
con la misma cara de memo,
inmenso, el cielo brilla intenso
de horizonte en horizonte,
y los sordos lo ven aún más oscuro,
mientras la luz arde ahí,
refulgiendo ante su ciega nariz,
ha dicho otro oráculo que
la realidad no es un orbe perverso
sino el lapso en el que eres
y deberás intentar entender,
en lugar de encender inciensos
y recitar vanas plegarias
en las mansiones encantadas,
los espectros no escuchan tus susurros
y se ríen furtivamente, atiende,
de los humos perfumados,
de los rezos aturdidos,
mientras la nova fulgura aún ahí,
liberando luz y energía,
nademos, ven, un poco más,
mi tierna tórtola turca,
un instante o una breve eternidad,
oh, la insondable niebla de los días,
la penumbra causa ceguera
y el alba solo defrauda a los ciegos
que nada esperaban ver,
desnudos, el sol entibia las peñas
sobre las cimas de la realidad,
bailemos algunas canciones más,
podrán correr y gritar
pero no podrán encontrarnos,
suele durar un rescoldo en la hoguera,
una mancha en las nubes,
una pausa en el flujo del discurso
que pueden ser interpretados
a su gusto por el chamán,
si el tiempo tampoco existe
no te entretengas dudando en la noche,
que ya no hay más, y es mucho
lo que nos queda por nadar,
nadie sabe ni sabrá, como viento
viene y en viento vuelve,
aunque corra, no nos alcanzará,
si ciertos líquenes en la profunda
umbría de la vida
prefieren ignorar la claridad,
otros, flemáticamente, persisten
aferrados a las rocas
sobre las cumbres de la realidad,
el mar se esmalta en cobalto
por la extendida alborada y las olas
calmadas arañan la arena
y se satura de luz la mañana
deslumbrando solo a los ciegos,
sí, suave tórtola turca,
sumidos en su sorda oscuridad,
mientras la luz está brillando ahí
y cuantos quieren verlos
ven cielos siempre sombríos
y, tenebrosa, la bruma los cerca
y el horror se abre bajo sus pies.
egm. 2012
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