17 de enero de 2025

Estridores, V - #06



Declino

En el orto
el tiempo es craso; | al ocaso
es leve y corto.



Contraria

Te contradicen
para decir lo mismo que tú has dicho
de otra manera.



Urtica

Al clamor de la muscaria
—laica plegaria—
se atrofió la pituitaria.



Quiliasmo

—¿Ha venido? —Ha llegado.
—¿Cómo ha estado? —Como ha sido.
—¿Y se ha ido? —Se ha marchado.



Hombrotes

Juegan a ser adultos cuando niños
y cuando adultos
les gusta jugar como niños.



Precipucio

Dice Confucio:
«No confundas jamás el occipucio
con el prepucio».



Voyage

Yendo a donde nadie va
ni viene, vuelvo a donde nada tiene:
me pierdo en lo que nunca irá.



Sandecería

A quien tenga la opinión
de que digo demasiadas sandeces,
lamento darle la razón.



Mi amor:

es un complejo
el sexo y el amor tan solo
su fiel reflejo.



Picos (de D. Lynch)

Hoy me demoro
en las ramas, que el viento alienta,
del sicomoro.

egm. 2025

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12 de enero de 2025

Edward Storer

Poemas breves y traducciones

Poemas originales


Magia callejera


Una noche vi un teatro
                    lánguido de dulce espuma
y rugosa belleza,
cálido en el lado frío de la calle.


Hermosa desesperación

Miro hacia la luna
y la frágil plata de las estrellas rampantes;
miro, querida, hacia ti,
y desecho mis versos.


Imagen

Amantes abandonados
arden en una pura luna blanca
sobre extrañas piras de soledad y sequía.


En el hospital

Si esta noche debo morir
¿por qué dejan abierta la ventana
por la que el aire de abril
fluye desde las montañas
y por qué han puesto junto a mi cama
ese jarrón de violetas de primavera?


Imagen rota

Como la marea
cuando retrocede
deja en la orilla
delicadas algas y
muertas fantasías acuáticas,
así en el corazón
cuando el amor se va…



Traducciones de Safo


Pléyades

La luna se ha puesto y las Pléyades
se han ido.
Es medianoche; las horas pasan; y yo
duermo a solas.


Las copas de oro

Ven, oh diosa cipria, ven con
delicados y raros dedos: mezcla el
radiante néctar en las copas de
oro.


Aldeana

¿Quién es esa aldeana de
torpes tobillos y vestidos ásperos que
te atrae hacia ella?


Atis

Te amé una vez, Atis, hace ya mucho.


Viento

El amor agita mi alma.
Tal como a los robles en la montaña
agita el viento.


Amantes

Duérmete en el seno de
tu dulce amante.


Deseo

Estoy llena de anhelo y deseo.


Tierra púrpura

Como los pies desnudos del pastor aplastan los jacintos
sobre la ladera de la montaña hasta manchar la tierra.


Sueño

Entre las ramas del manzano las brisas suspiran suaves
y de las hojas trémulas parece gotear el sueño.


Leda

Dicen que hace mucho Leda
halló escondido
junto a los lirios un huevo.


Ruiseñor

Mensajero de la primavera, el melifluo ruiseñor.


Manzana

Como la manzana que madura en la más lejana
rama de todo el árbol, no advertida de los recolectores,
o bien fuera de su alcance, nunca fue arrancada.


Reposo

Abandono mis miembros sobre un delicado lecho.



Traducciones de Posidipo


A Filanión

No creas que me engañan esas persuasivas lágrimas, Filanión.
Lo entiendo. No amas a nadie más que a mí cuando estamos juntos,
pero si otro te tiene, le dices que lo amas más a él.


El deseo y la cigarra

El Amor, por acallar a la cigarra de las Musas en el acanto,
le prendió fuego a sus alas;
mi mente, atenta a los libros, no se ocupa de nada más
y rechaza las sugerencias del dios.


La estatua de un atleta

Una vez, por una apuesta, me comí un buey meonio,
pues en mi país, Tasos, no me ofrecían buena comida.
Soy Teágenes. Después de comerlo, pedí más.
Por eso estoy de este modo, con la mano extendida.



Traducciones de Asclepíades


La corona de primavera

Dulce para el sediento en verano es la nieve que beber;
dulce para los marineros tras las tormentas de invierno
es ver la corona de primavera, pero es más dulce aún
cuando bajo un manto yacen dos amantes, dando gracias a Cipris.


A Niko

El famoso Niko prometió visitarme esta noche, y lo juró
por la sacra Deméter. No ha venido, y la hora ha pasado.
¿Quería ser infiel?
¡Esclavos, apagad la lámpara!


A una doncella que no se entrega

Reniegas de tu doncellez, ¿y por qué? No encontrarás
al amante de tu elección en el Hades, muchacha,
pues solo a los vivos pertenecen los ciprios goces,
y en el Aqueronte, doncella, dormiremos polvo y huesos.


En el pórtico

Es invierno y la noche es larga. Las Pléyades han recorrido ya
la mitad de su camino, y yo paso ante esta puerta empapado en lluvia.
Sufro por su traición, y la añoro. Oh Cipris, no es amor
lo que me has enviado; es una cruel flecha con la punta en llamas.


A la hetaira Hermione

Cuando acariciaba a Hermione la hetaira, ella llevaba un cinturón
multicolor en el que estaba escrito, oh Pafia, en letras de oro:
«Ámame para siempre, pero no seas infeliz si otro me posee».


A un joven

Si te crecieran alas y en tu mano llevaras arco y flechas,
no llamaríamos a Eros, el hijo de la cipria, sino a ti, mi niño.


Arkeades

Antes Arkeades se calentaba en mi abrazo,
pero ahora ni por burla se vuelve a mí en mi desdicha.
El meloso amor no siempre es dulce, pero el dios
suele ser más amable con aquellos a los que alguna vez torturó.



Edward Storer. Moonlight – Brief poems (briefpoems.wordpress.com)

Trad. E. Gutiérrez Miranda 2025


                    ∼

Moonlight – Brief poems by Edward Storer

ORIGINAL POEMS

Street Magic

One night I saw a theatre,
Faint with foamy sweet,
And crinkled loveliness
Warm in the street’s cold side.


Beautiful Despair

I look at the moon,
And the frail silver of the climbing stars;
I look, dear, at you,
And I cast my verses away.


Image

Forsaken lovers,
Burning to a chaste white moon,
Upon strange pyres of loneliness and drought.


In Hospital

Since tonight I must die
why do they keep the window open,
so that the April air
flows in from the mountains,
and why do they place by my bed
this vase of spring violets ?


Broken Image

Like the tide
when it falls back
leaving upon the shore
delicate seaweeds and
watery fantasies dead,
so in the heart
love when it goes …



TRANSLATIONS OF SAPPHO

The moon has set and the Pleiades
Have gone.
It is midnight; the hours pass; and I
Sleep alone.


The Cups of Gold

Come, O Kyprian goddess, come with
Delicate rare fingers, mix the
Radiant nectar in the cups of
Gold.


Who is this country girl with
Clumsy ankles and rough dresses that
Draws you towards her?


I loved you once, Atthis, long ago.


Love shakes my soul.
So do the oak-trees on the mountain
Shake in the wind.


Sleep in the bosom of
Your tender friend.


I am full of longing and desire.


Purple Earth

As the shepherd’s naked feet trample the hyacinths
Upon the mountain-side until they stain the earth.


Sleep

Through apple boughs the sighing winds go softly and
From the tremulous leaves sleep seems to drip.


Leda

They say that long ago Leda
Found near the irises
A hidden egg.


The Nightingale

Spring’s messenger, the sweet-voiced nightingale.


As the apple ripening on the bough, the furthermost
Bough of all the tree, is never noticed by the gatherers,
Or, being out of reach, is never plucked at all.


Repose

I lay my limbs upon a delicate couch.



TRANSLATIONS OF POSEIDIPPOS

To Philanion

Do not think I am deceived by these persuasive tears, Philanion. I understand. You love no one better than me when we are together, but if another has you, you tell him you love him best.


Desire and the Cicala

Love wishing to silence the cicala of the Muses in the acanthus bush set fire to its wings.
My mind intent upon books cares for nothing else,
and spurns the suggestions of the god.


The Figure of an Athlete

Once for a wager I ate a Meonian ox, for my own country Thasos did not offer me good fare.
I am Theagenes. Having eaten, I asked for more.
Wherefore, I stand in this fashion with outstretched hand.



TRANSLATONS OF ASKLEPIADES

The Crown of Spring

Sweet for the thirsty in summer is snow to drink; sweet for sailors after winter’s storms to see the crown of spring, but sweeter still when beneath one cloak two lovers lie, giving their thanks to Kypris.


To Niko

The famous Niko promised to visit me to-night, and swore it by holy Demeter. She has not come, and the watch has gone by.
Did she mean to be faithless?
Slaves, put out the lamp!


To a Maiden not to be Won

You grudge your maidenhood, and why? You will not find the lover of your choice in Hades, girl.
For the living only are the Kyprian’s joys; in Akheron, maiden, we shall sleep bones and dust.


At the Porch

It is winter and the night is long. The Pleiades have travelled half their span, and I am passing by this door all wet with the rain.
Suffering from her treachery, I long for her.
O Kypris, it is not love you have sent me; it is some cruel shaft tipped with flame.


To the Hetaira Hermione

When I was caressing Hermione the hetaira, she wore a many-coloured girdle on which was written, O Paphia, in letters of gold: “Love me for ever, but do not be unhappy if another possess me.”


To a Youth

If you grew wings and in your hand were bow and arrows, we should not call Eros son of the Kyprian, but you, my boy.


Arkheades

Formerly Arkheades was warmed in my embrace, but now not even in mockery does he turn to me in my wretchedness.
Honeyed love is not always sweet: but the god is often kindlier to those whom once he has tortured.


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10 de enero de 2025

Frank Nikol

Cuando aún éramos surrealistas (2013-2)
LUJURIA CULPA MIEDO FURIA /
Mientras tanto nos habíamos perdido por completo.


El mejor de todos los mundos posibles.


Ojalá recuerde este sueño mañana.


Otra vez demasiado tarde.


Jekyll y Hyde.


—¡Qué tranquilos duermen! / —No es lo que parece.


—UUUU-AOU-AUUU. / —¿Qué tal unas cuantas consonantes?


¡Despierta! Es solo un sueño.


Se imaginaba a sí mismo como Sherlock Holmes y a mí
como el doctor Watson. No pude decirle que era al revés.


¡Maldita sea! ¡Otra vez el ojo que todo lo ve!


El tercer capítulo presentó por sorpresa a un nuevo personaje principal.


El gran aullido.


El tiempo se detuvo. (Para Nusch Eluard)


Ella no conocía a Raymond Roussel ni a Brian Eno y yo nunca había
oído hablar de Amelia Earhart ni Liberace. Éramos la pareja perfecta.



Frank Nikol. When we were still surrealists. One-picture-stories (tumblr.com)
Als wir noch Surrealisten waren. One Picture Stories von Frank Nikol.

Trad. E. Gutiérrez Miranda 2025




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8 de enero de 2025

Frank Nikol

Cuando aún éramos surrealistas (2013, 1)

Han robado todos los corazones. Excepto uno.


—Tenemos que hablar. / —Vale.


No es lo que parece.


Anoche soñé que alguien me amaba.


Kafka. El Artista está presente.


¿Quién es quién?


ANGELUS NOVUS M.C.


Siempre la misma trampa.


Ay dios, es tan hermosa.


Ama a tu monstruo como a ti mismo.


Esperando a los bárbaros.


Quedemos como amigos.




Últimamente le ha estado siguiendo un grupo de amigos no muertos.


¡Demasiado tarde! ¡El antípoda acababa de descubrir la ventana abierta!


Perfecto. Sí, de verdad. ¿Cuál es la pega?



Frank Nikol. When we were still surrealists. One-picture-stories (tumblr.com)
Als wir noch Surrealisten waren. One Picture Stories von Frank Nikol.

Trad. E. Gutiérrez Miranda 2025




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7 de enero de 2025

Estridores, V - #05



Otoñizo

Azules blancos,
grises, grisáceos, gríseos
y blancoazules.



Frenesí

Ilusión, sombra, ficción:
el mayor bien en la vida es un truño
y los truños, truños son.



Verdinal

Oh reviejos soverdes:
¿recordáis cuando, verdes mozos,
tanto os burlabais de los viejos verdes?



H. mendax

Mentira eres
no bien naces; mintiendo creces
y vives: mintiendo mueres.



Prurito

Que solo somos peones
de un banal juego de poder
es lo que más me irrita los cajones.



Tolo

No recuerdo
si alguna vez me acuerdo
de si estoy cuerdo.



Boira

Nieblas incendian vahos;
el pasado rectifica el futuro:
el orden confunde el caos.



Despeño

Te caíste del tren
justo antes de que descarrilara
por un profundo terraplén.



Proceso

Con indulgencia:
procede ver el proceder,
que no la procedencia.



Despojo

La historia es lo que queda
cuando de la realidad
ha sido despojada la verdad.

egm. 2025

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5 de enero de 2025

Estridores, V - #04



Desplome

Los guiños de la luna,
las trastadas de las hadas,
los hoyos de la duna.



Cuantata

Me encanto
—de tanto en tanto— y canto el canto
del cuanto.



Arcano

El inescrutable misterio
es que os siga atrayendo tanto
eso que llamáis misterio.



Contraentropía

Anhelan el orden
del universo, pero el universo
anhela el desorden.



Prisodia

Siempre sin prisa
—y casi cualquier cosa—
pero sin prosa.



Meli

Regresa abril
—con sus charcos mil— a despepitarnos
el toronjil.



Insostenibilidad

El mundo
será —quizá— sostenible
pero jamás podrá ser soportable.



Análisis

Usté no tema:
el tema del poema
no es poblema.



Trivinidad

Todo es fraude y engaño:
desde que uno es la mitad de dos
hasta que dos y uno suman dios.



¡Chas!

Eh, miramé:
no tienes más que decirlo y
desapareceré.

egm. 2025

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3 de enero de 2025

Woshibai

El propietario

Este cuadro es el propietario de la casa.
Él es la razón por la que existe esta casa y todo lo que hay en ella.


Incluida esta persona,
cuyo propósito en la vida es mirar al cuadro.


Lleva cinco años viviendo aquí, y ahora su mirada solo
se detiene en el cuadro durante unos segundos cada día.


A veces ni siquiera lo mira durante varios días.
Aunque no era así cuando llegó.


Entonces siempre se sentía atraído por el cuadro.
Con el tiempo casi ha olvidado


la razón por la que vive aquí.
Pero el cuadro le comprende.




Woshibai. 主人 / The owner (tumblr.com/woshibai)
instagram.com/woshibaii

Trad. E. Gutiérrez Miranda 2025 (Traducción al inglés de Guandi Wu)




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30 de diciembre de 2024

Frank Nikol

Cuando aún éramos surrealistas (2012)

Esto me gusta.



Oigo llegar un tren.



No eres nadie hasta que alguien te ama.



Por favor, señor Sandman, entrégueme mi sueño.



¡Comer! ¡Dormir! ¡Jugar!



SE BUSCA vivo. Moebius.



Quizá deberíamos parar antes de que nos golpee la próxima ola de sueños.



Cantar una canción ahuyenta a los lobos.



¿Nosotros dos? ¿En el bosque? ¿A la una en punto? / Sin firma.


Frank Nikol. When we were still surrealists. One-picture-stories (tumblr.com)
Als wir noch Surrealisten waren. One Picture Stories von Frank Nikol.

Trad. E. Gutiérrez Miranda 2024




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21 de diciembre de 2024

Del moho al vaho



1. Peregrinos

»lúgubre peregrino,
espectro en pena




Jinete frío
¡Jinete, pasa de largo!
W. B. Yeats, Under Ben Bulben

No hablo o miento.
A caballo del frío
bajan jinetes
con un beso vacío
en los grilletes.
Me abrazo al viento.

Beso el vacío.
Por la calle encallada
rezan las putas
a la diosa afeitada
de las tres grutas.
Me entrego al viento.

Te rezo, puta.
En el hueco del puño
vomito un grito,
me desgañito y gruño
mi secretito.
Me abraza el viento.

Vomito y grito.
En la bruma del frío
no hablo y miento;
rezo; beso el vacío:
me abrazo al viento.
Y observo el rito.

—¡Corre, jinete frío!
¡Remonta el viento!



El mono en ti
Yo soy un simio. ¿Lo es usted?
R. Dawkins, The Fifth Ape

Percibes el miedo en el ruido
y aun el vértigo en el silencio.
Hay un mono en ti
que te hace saltar,
te impulsa a correr y bailar.
Hay un mono en ti.

Frecuentas la sombra y lo húmedo,
y sabes temer,
y si debes huir a esconderte
del eco que encoge las vísceras;
y sueles rugir.
Hay un mono en ti.

Intuitivamente
alcanzas a hallar soluciones
a dudas rocosas,
a pétreas contrariedades;
puedes meditar y calmarte.
Hay un mono en ti

que logra que cambies tus armas
por reflejos centelleantes,
alertas y fríos,
en la opacidad de tus ojos.
Consigues brillar.
Hay un mono en ti.

Si adviertes la huella del ruido
e incluso el rumor del silencio,
es el mono en ti;
el que te convence
de no volver tu mente atrás
si has de atacar.

Y hay un mono en ti.
La bestia violenta y feroz
que te libra de ser humano
—ese humano en ti—,
de ser solo civilizado.
Hay el mono en ti.



Peregrino en éxtasis
Mas a mí, con el tiempo, la necesidad
me ha enseñado a tener aprecio a mis desgracias.
Sófocles, Filoctetes

Por las trochas del viento
camina hambriento
un peregrino absorto
en su tormento.

Broza de espino y cañas
en las pestañas;
por sus pulsos desnudos
trepan arañas.

Páramo yermo y seco
su esfuerzo hueco;
alma sin sed ni calma
en cuerpo enteco.

Reo de las pasiones,
once aguijones
clavan en su memoria
once escorpiones:

uno por cada herida
que nunca olvida,
otro por un recuerdo
sepulto en vida.

Zarza y maleza eternas
traban sus piernas;
su pensamiento agobia
hondas cavernas:

grutas de eco adentro
y desencuentro;
lábiles laberintos
sin fin ni centro.

Por el erial de arena
camina y pena
lúgubre peregrino,
espectro en pena.

Yerra, tropieza, evita
el suelo y grita.
Busca en el horizonte
la vieja ermita;

quiere, en su ira, un norte
que le conforte
del amargor que escuece
en cada corte.

Huye por fin la tarde:
con pobre alarde,
sobre el umbroso otero
una luz arde.

Corre sin un quejido,
ánimo erguido,
hacia la piedra antigua
cual rata al nido.

Mármol que el tiempo ensalza
ante él se alza;
echa atrás sus harapos
y se descalza.

Entra en el templo arcado
arrodillado:
vierte entre sus paredes
placer licuado.

Cumple el ritual, risueño,
como en un sueño,
y en la tibieza equívoca
logra su empeño.

Trance que el cielo envía.
Cosmogonía.
Nervio. Músculo. Temple.
Epifanía.

Vence a su hambre amiga
en la fatiga
tras reiterar el rito
que no le obliga.

Yace rendido, impura
su tregua oscura,
bajo la dulce y recia
arquitectura.

Y antes de que en la aurora
muerda la hora,
zarza y maleza eternas
sin más demora.

           · · ·

Por los surcos del viento
marcha, irredento,
el peregrino en busca
de otro tormento.



No me chilles que me calle
Como conviene a los borrachos, grito lo inarticulado,
la garganta candente, invadida.
H. Hilst, Alcoólicas, VII

Toda esa gente que habla
y toda la gente que chilla:

da igual si mienten o gritan
o si, solos, solo susurran

rezos o blasfemias burdas
en lenguas de aquí o de otra parte;

no dicen nada apreciable
ni descifran poco de nada:

apenas sordas palabras
que ahoguen su horror al silencio.

—Más sabe el furtivo cuervo
de graznar en los descampados

y ruge recio y más alto
la ambulancia en la carretera—.

Palabras vagas y necias,
sandeces y gracias inútiles;

fulgores que se consumen
en ladridos a ras de asfalto.

Burla el bufón en palacio
y canta el juglar en la aldea;

en la tele una elementa
jura por su sagrado coño

y un memo publica un tomo
sobre lo excelso y lo sublime;

acertijos más difíciles
plantean las niñas sarcásticas.

Palabras, preces, plegarias
son contaminación acústica;

motos, obras, buses, grúas,
causan menos daño al oído

que helados endecasílabos
y notas rellenas de crema.

Sabe también la corneja
lo que la gaviota y el mirlo:

conocen los vientos cíclicos
que corren entre los pinares

y después de bramar salen
por las dunas hacia el océano;

vuelve el silencio tras ellos
a las barrancas y los prados.

—Ruge más recio y más alto
un motor que cualquier tarugo—.

Palabras, versos, discursos
que reiteran poco de nada.



El otro espacio
Jardines llenos de flores,
corazón negro de amor.
T. Larriva (Cruzados), La flor de mal

Frente a los laxos pilares del tiempo
bailaba rock
con un codo en mi bota izquierda.
Es un sofisma no tocar,
no mirar, no soñar, no bailar.
Bailaba pop-rock
en el cenit de la noche alumbrada
por los ojos que observan
y son deseados.
Ojos, ojos
que codician la flor de mal.

Este planeta tan extraño.
Vacío abajo y contra el cuanto
seguimos cayendo por siempre
como caímos por siempre jamás.
I rodant el món
vaig arribar al Born.
Voy ascendiendo la ola del tiempo
desmontando el mundo y mi identidad,
alterando, en cada cadencia, el plan.
En igual grado muerto y vivo,
observo el rito.

Simple cosmos extraño.
Donde había un colmado hay una tienda
de moda fina y pretenciosa,
en lugar de una taberna hay un bar
para finos y pretenciosos,
y la chica de las bragas raídas
ahora usa tangas de marcas caras
y va vagando de isla en isla,
de duna en duna en el desierto,
buscando, polvo a polvo,
tan solo la felicidad.

El universo no existe
hasta que tú no lo has medido.
I rodant el món
vaig oblidar el Born.
Oh, qué insulsa escena de decadencia.
Jodido universo extraño,
oculto en dimensiones enrolladas
sobre su propia dimensión.
Sigo, husmeo la flor de mal.
Y, al mismo tiempo en cualquier sitio,
acato el rito.

Bailaba hip-hop
con el alma en mi bota izquierda
bajo las viejas arcadas del tiempo.
Los ojos, ojos
que encuentran la flor de mal
en un cosmos breve e infinito
de once dimensiones desplegadas
sobre tu cosmos interior.
El hongo cuántico en mi cigarrillo…
Ay, demasiado pronto
… para esperar.



Leña de acacia
Es mi vida
recorrida por un alcohol penetrante.
H. Helder, Elegia múltipla

1

En cada espejo adivino
vidriosas miradas huidizas.

No sé si alguien espía
turbándose en el otro lado,

o seré yo mismo, acaso,
eludiendo mi desconcierto.

Tú no sabes nada de esto:
Pilla el puto dinero y piérdete.

Las acacias —hacia el este—
despiertan a un cielo amarillo.


2

Mustio paisaje anodino
de urbe en silencio inestable:

lejos, farolas y calles
fundidas en fuga infinita,

y al fondo la duda íntima
de un sueño real y rotundo.

Mientras vacilo en el surco
de un taxi que pasa sin verme,

las acacias —contra el este—
se inflaman de ardor amarillo.


3

Bajón de resaca, frío;
recuerdos que vuelven de un pozo.

La lluvia, una playa, vómitos;
el día y la noche bebiendo.

Pelea en un bar; desierto
de gente gritando en la música.

Lo que no quieras ver nunca
es lo que tendrás para siempre…

Y las acacias —al este—
expanden su impulso amarillo.



Historia del pop
Aunque lo intento, lo intento y lo intento,
no puedo, no puedo.
M. Jagger / K. Richards (Rollingstones), Satisfaction

De momento,
los tupés en crecimiento.
V. M. Muñoz (Jotaele y Los Magnólicos), Preataque emocional

Historia vulgar:
estrella del pop,
brillaste fugaz
tres años o dos.

Dejaste allá atrás
colegas y amor
a cambio de un mal
fulgor de neón.

Pasabas del jazz,
no amabas el rock:
querías saltar
del lodo hasta el sol.

Fingiendo encajar
jugabas tu rol;
te hiciste un lugar
en medio del show.

Por todo el dïal
sonaba tu voz
de bronco metal
en lo alto del top.

Te hacían audaz,
te daban valor,
dos rayas o un flash
de anfetas y alcohol.

Corrías detrás
del tiempo veloz,
del sexo rapaz
sin ritmo y calor.

Hiciste, es verdad,
alguna canción
que aún pueden cantar
las chicas de hoy.

Y un día sin más
tu luz se eclipsó:
al fondo del mar
caíste del sol.

Y añoras el gran
difuso esplendor,
el brillo falaz
del rojo neón.

Aún crees reinar
en medio del show,
aún piensas que estás
sonando en el top.

Sin sinceridad
escribes un blog
jugando a juzgar
quién era y quién no.

Y por recordar
te metes de coz
dos rayas o un flash
de anfetas y alcohol.

Tan solo eres ya
historia del pop;
dos tiros de crack
o meta y alcohol.



Trazo y signo
Caída, profunda, en la
mecánica repetitiva, obsesiva,
iterativa, que es también la
mecánica del signo.
E. Villa, Poesia è

Un desnudo, un paisaje,
o un poema
en un idioma extraño;

un mineral,
una historieta absurda,
un laberinto;

un grabado —un insecto,
un ave—, un grafiti
hermoso y obsceno,

un collage; un ensayo
pop-pornográfico,
una sentencia, un verso

robado; una espiral,
un alud geométrico,
un sinsentido;

un dígito, un hápax,
una erección, un vómito;
una palabra

en un idioma extinto,
una eyaculación,
o algo así como un poema.



Brizna de hierba en la niebla,
¡Oh brujas, oh miseria, oh odio,
a vosotros ha sido confiado mi tesoro!
A. Rimbaud, Une saison en enfer

yo sé donde el viejo loco
enterró su tesoro,

hay campos cultivados,
aunque jamás lo tocaré,

hay un camino que va
y otro que viene,

pero no son el mismo,
hay árboles, pinos, robles,

cornejas rodean la tarde,
eucaliptos, laureles,

hay un puentecillo de piedra
y otro de madera donde

el río se une al río
que va, pasa, y nunca vuelve,

el mirlo mide las sombras,
los líquenes duermen la piedra,

umbría y humedad, libélulas
y algún martín pescador,

yo soy una brizna bajo la niebla
—la niebla me alimenta y me devora—,

no sé por qué el viejo loco
escondió aquí su tesoro.



Rosa en llamas
Los días polvorientos se han ido,
Rosa de Cimarrón.
R. Young (Poco), Rose of Cimarron

Ráfagas de ocaso, dunas escampadas.
R. M. del Valle-Inclán, Rosa de llamas

Monta el acero,
fuerza el asfalto; empuja al viento,
mira hacia el sol.

Chillan caballos,
gruñen leones, rugen disparos
en el motor.

Muerde las horas,
hiere los labios: canta la Rosa
de Cimarrón.

Bullen las nubes
en la meseta; la tarde funde
cian en fulgor.

Calma a la bestia,
enfría el hierro; dale a la rueda
paz y pasión.

Duerme, descansa:
sueña en infiernos de ardiente lava
y acre vapor.

Revive luego
tu fe en el cosmos. Vuelve sin miedo
al viejo hoy.

Alzando el día
va la mañana; el cuero vibra
y entra en calor.

Suelta los músculos,
traza tu ruta sobre el dibujo
del caracol.

Rugen colores,
graznan serpientes, hierven leones
en tu interior.

Cabalga el hierro;
escucha al este, olvida el vértigo
en su frescor.

El mar se acerca
y la caricia de la marea
al malecón.

Polvo en los ojos.
Mantén la aguja, en cada escollo,
bajo control.

Polvo a lo lejos.
Allá se fueron los polvorientos
días de amor.

Viento en la boca:
susurras suave la hermosa Rosa
de Cimarrón.



Dos marionetas
Persiguiendo una luz cegadora
por la línea del tiempo.
L. G. Auserón / S. Auserón (Radio Futura), Han caído los dos

Sombras y calma:
madrugada glacial.


La suerte amaga una sonrisa
brumosa y mueve,
como la brisa,
su máscara de hielo y nieve.

Prófugos errabundos
desamparados
en la noche ceñida
de hiel helada.


Truncan líquidos filos
lacias siluetas;
caen las marionetas
bajo sus hilos.

Lóbregos vagabundos
desconcertados
en la noche abatida,
aniquilada.


Marionetas vencidas
hacia el abismo;
ni ilusión ni espejismo:
vidas rendidas.

Prófugos errabundos
desorientados
en la noche derruida
y devastada.


La suerte esconde su sonrisa,
brumosa, leve,
tras una lisa
máscara de escarcha y nieve.


Soledad y silencio:
noche glacial.




2. El ataúd

»el ataúd abierto
que es el tiempo




Lo que solo saben los muertos
No, no son los pájaros.
F. García Lorca, Panorama ciego de Nueva York

Canta el pájaro insomne
en los zarzales;
huye el río esquivando
los quejigares.
La luna nueva espía
sobre la jara
las hoyas y peñascos
de las quebradas.

Guarda el mudo sendero
cosas que sabe;
quedo, el olivo duda
que el muerto hable.
Cubre la fuente el vértigo
de la retama;
vuelve el viento a los montes,
la noche amaina.

Chilla el pájaro oculto
cortos pesares
mientras despacio el alba
su mano abre:
cuenta desde su abrigo
la última lágrima
con estridente trino
y luego calla.

Baja un silencio súbito
sobre los valles
y la espesura hermética
de los pinares.
Crece con ansia y miedo
inquieta calma;
teme al silencio el ave
que antes cantaba.

Quiebran sombras confusas
de caminantes
por el viejo sendero
—foscas, fluctuantes—.
¿Cuántas hojas cayeron
con la ventada
como grumos negruzcos
de sangre ácida?

Cedros y encinas pronto
verán radiante
sol y luz incendiada
calando el aire;
cantos y trinos pronto
—tierna tronada—
inundarán las sierras
y las cañadas;

pronto, pero ahora mismo
—en este instante
de confusión de luces
y oscuridades—
un sobresalto inmenso,
cierto de nada,
ha aprisionado al mundo
con tenaz garra.

Salen ya del sendero
los caminantes;
vienen dos, cuatro, a tierra:
gritos que arden.
¿Cuántos grumos cayeron
de sangre agria
como ramas podridas
con la nevada?


Calla el sendero cosas
que nadie sabe;
quiere el olivo, en vano,
que el muerto hable.

Hila el reloj las nueve
—del tiempo araña—;
guardias civiles brindan
con limonada.



Canción de diciembre - villancico
Ciudad irreal
bajo la niebla parda de un amanecer de invierno.
T. S. Eliot, The Waste Land

1

Aquí viene el mes solemne
de diciembre
rezongando su cansino
villancico:

Pónmelé una puerta al campo,
que es muy ancho
y se van por sus orillas
las mentiras.

Busca orégano en el monte,
que hay el doble
de sarcasmos enzarzados
en un salmo.

Échalé más mugre al río
que, crecido,
va llevando hacia los mares
las verdades.


2

Es un mes siempre diciembre
inclemente,
con sus gentes delirantes
en las calles.

Puente largo, sueldo corto;
duros copos,
bajan rápidos zoquetes
por la nieve.

Suenan himnos y loores,
y redobles:
ya erigieron los belenes
con sus reyes.

Y se encienden lucecitas
amarillas-
azuladas-verdes-rojas,
tan hipócritas.


3

Llega el día de los números
y el disgusto
de que el bombo no resuelva
malas cuentas.

Luego el lujo de lo exótico
para bobos
y los postres endulzando
vino amargo.

Bajo el árbol los regalos
obligados;
los chavales y la abuela
se enajenan.

En la prensa, algunas bromas
más bien toscas:
inocente no es lo mismo
que borrico.


4

Y las luces brillan sosas,
verdes-rojas-
azuladas-amarillas,
aturdidas.

Ya por fin se acaba el año:
otro clavo
en el ataúd abierto
que es el tiempo.

Echa un poco más de líquido
ámbar, frío,
que me hunda en mi pantano
derrotado.

Con su fasto y desvarío
desmedido,
si hay un mes que sea inclemente
es diciembre.


5

Quítalé la capa al monte,
que se esconde
como un niño de las brujas
en la bruma;

póntelé otra puerta al campo,
timbre y marco,
y un ramito de esotérico
fresco acebo;

deja al río que se lleve,
cuando llueve,
el envés de las verdades
a los mares,

y este mes tan repelente
que es diciembre,
que se vaya, con el año,
¡al carajo!



El día de la Revolución
Pero no engañaréis a los niños de la revolución.
M. Bolan (T. Rex), Children of the Revolution

Así me dijo mi madre
que haría,
mientras yo estaba podando
la viña:

«Trincaré al cerdo y su puerca
familia
y esparciré humeantes
sus vísceras
por la Plaza de la infecta
y altiva
Independencia y las Calles
torcidas
de la Justicia y la Patria,
mi vida.
Trincharé al cerdo y su cerda
cuadrilla
de ineptos adeptos, socios
y crías;
y los hijos de los hijos,
las hijas,
y, mucho más que los niños,
las niñas
aprenderán en el fuego
doctrina,
en guarderías y escuelas
incívicas
por ciudades, aldeas
y villas.
Joderé al cerdo y su puta
familia,
y el mundo será un estruendo
de astillas».

Y blandiendo su paraguas
—¡bendita!—
se marchó sin abrocharse
la ira.



Olvida
No hay venganza como el olvido,
que es sepultarlos en el polvo de su nada.
B. Gracián, Oráculo manual y arte de prudencia, 205

a quien de ti siempre se acuerda:

recuerda
que siempre hay quien no perdona;

perdona
a quien a ti jamás te ignora,

ignora
a aquel que nunca te disculpa,

disculpa
a aquel que siempre te reprueba;

comprueba
que en el vacío nada arde,

que tarde
o pronto el hielo allá se extiende;

entiende:
nada hay más frío que el olvido.

Yo olvido
a quien se acuerda de mi vida:

Olvida.



Si vis pacem
Así pues quien desee la paz que prepare la guerra.
F. Vegecio Renato, Epitoma rei militaris, III

En el hemiciclo sus señorías
se comen las lenguas,
en los despachos los rateros limpian
sus guantes blancos
y en las calles policías de negro
juegan al tiro al rojo;
si quieres paz
haz el amor y no olvides la guerra.

Las redes repiten necias un mantra
que no comprenden,
los diarios ríen el advenimiento
del nuevo régimen
y en las tertulias los especialistas
se huelen los culos:
si quieres paz
haz el amor y disponte a la guerra.

Las marionetas confusas se ahorcan
en sus propios hilos,
el loco hace limpios trucos de magia
con su gorra de béisbol,
y el payaso está enterrando a las víctimas
de la gran broma…
Si quieres paz
haz el amor y comienza la guerra.



Sola en la playa
El amor ofreció la eternidad
en esta imagen de la playa soleada.
M. Laforêt (J. Van Wetter / P. Barouch), La plage

Al mar mirando —niña morena—
soñé un poema,
escrito en versos de lava y hielo,
grabado en eras,
horas y ayeres.
Sal en los ojos,
lluvia en las olas; llantos y voces
de solos náufragos
que trae y lleva la tempestad.
Oí un poema.

El rayo oblicuo hiende el olivo
de tres mil años,
lo taja al medio;
sus brazos secos y retorcidos
—coriáceas hojas
de verde y plata—, su savia lenta,
son solo escoria
—acre ceniza—
en el segundo en que el relámpago
alza su luz.

La ola en la roca
parece abrirse —pluma de espuma—,
pero es la roca
la que se abre con cada ola,
ola tras ola
en mil milenios —ay, aún muy pronto
… para esperar—, y cada roca
se desintegra
y cada piedra se desmenuza
en breve arena.

Y tú, indolente, sobre esa arena
blanca y dorada,
al sol el cuerpo, al sol la vida
—sola en la playa—,
mientras te unges
con densa y tibia crema solar,
miras la peña
de la escollera,
soberbia y firme ante las olas
que la golpean.

Ves que esa arena fue antes roca
y aquellas rocas
serán arena en poco tiempo,
y que tu cuerpo,
fuerte y flexible, ha de ser humo
y tus ideas
y tus recuerdos serán el aire
que se arrebuja
sobre una playa dorada y blanca
a media tarde.

Arena en roca en poco tiempo
—cien mil milenios—,
cuando la Tierra eleve y hunda,
comprima y funda
los continentes y los océanos
que ahora ves,
que ahora son;
y cuando el homo —la especie sapiens—
sea tan solo mancha en la piedra,
remoto fósil.

Y el fino polvo será peñasco,
como la arena fue antes roca…
—aquella roca,
aquel olivo…—
Guarda en el bolso la refrescante
crema solar;
cierra los ojos, no pienses más.
Vano poema. Lluvia en las olas.
Ritos y gritos, voces que ahoga
la tempestad.



Carcassonne
Dicen que se ven castillos allí
tan grandes como los de Babilonia.

G. Nadaud, Carcassonne

Jamás verás Carcasona.
Patearás la Tierra entera
y aún volverás al barrio;

conocerás las ciudades famosas
que aparecen en las películas
entre morreos, golpes y explosiones,

visitarás célebres museos
y grandes parques temáticos
comiendo basura grasienta,

te dorarás al sol de playas
exóticas entre tetas morenas
y bíceps como melones;

acudirás con tu bandera para
ver la final de la copa del mundo
al mismísimo fin del mundo,

un día helado de verano
pisarás la deshelada cima
de cualquier pisado ochomil,

y dejarás tu salud y tu alma
en alguna selva turística
sucia, oscura y contaminada…

Y putearás la Tierra entera,
sí, pero tú —tampoco—
jamás verás Carcassonne.



Mayo perdido
(Cada cual olvida lo que quiere olvidar)
Porque nada crece
puedes tener la tentación de contar las estrellas.
A. Sexton, The Sermon of the Twelve Acknowledgments

¿Mayo? Mayo se perdió,
largo y florido,
en algún lugar entre

los refranes populares
—maduran los albaricoques
y los pepinos— y

la superstición religiosa
—las serpientes blanquean,
y las perdices—.

(Si cuentas las estrellas
puedes encontrar algún día
que quizá falte alguna).

Mayo, mayo perdido,
se esquivó en el tiempo,
fresco y florido.



Este otro río
Al mismo río entramos y no entramos
pues que los mismos somos y no somos.
Heráclito, Fragmentos

Este río es otro río
aunque el mismo nos parezca,
cuando sereno al mar huye:

es la misma y otra agua
en su permanente cambio
en la forma y el color;

el glaciar es diferente
cada vez que lo contemplas,
en su aparente estupor,

y es el mismo, sin embargo,
mientras cambia de matices
y sus murallas derruye.

Nube, lluvia, niebla o nieve,
agua y hielo, rauda o lento,
que perenne e intenso fluye

hacia el mar, que es el nacer
a otra vida renovada
de inabarcable fervor;

fuente, arroyo, rambla, lago,
catarata retumbante
o torrente arrollador;

ría, fiordo, charca o rápido;
playa, delta, ancón, bahía;
iceberg que se diluye

y ya es ola de otro océano;
en Cheliuskin, y Ouessent,
siempre el mar es otro río,

en Agulhas, isla Attu,
Hornos, Mizen, Butt of Lewis,
cabo York, y Bjargtangar;

siempre igual, y flujo y ola;
ola y flujo, igual y otro;
otro siempre y hondo y mío.

Y aunque es pronto todavía,
en las olas de este cosmos,
para seguir ni esperar,

en Tarifa y Cap de Creus,
refluyendo entre las algas
en el río me deslío,

y en Fisterra y Corrubedo
siempre soy el mismo río
que se asume en otro mar.



—Sí, un poema en tercetos… vale.
—Aunque también podríamos disponerlo así:


Este río es otro río   aunque el mismo nos parezca,   cuando sereno al mar huye:
es la misma y otra agua   en su permanente cambio   en la forma y el color;
el glaciar es diferente   cada vez que lo contemplas,   en su aparente estupor,
y es el mismo, sin embargo,   mientras cambia de matices   y sus murallas derruye.


Nube, lluvia, niebla o nieve,   agua y hielo, rauda o lento,   que perenne e intenso fluye
hacia el mar, que es el nacer   a otra vida renovada   de inabarcable fervor;
fuente, arroyo, rambla, lago,   catarata retumbante   o torrente arrollador;
ría, fiordo, charca o rápido;   playa, delta, ancón, bahía;   iceberg que se diluye


y ya es ola de otro océano;   en Cheliuskin, y Ouessent,   siempre el mar es otro río,
en Agulhas, isla Attu,   Hornos, Mizen, Butt of Lewis,   cabo York, y Bjargtangar;
siempre igual, y flujo y ola;   ola y flujo, igual y otro;   otro siempre y hondo y mío.


Y aunque es pronto todavía,   en las olas de este cosmos,   para seguir ni esperar,
en Tarifa y Cap de Creus,   refluyendo entre las algas   en el río me deslío,
y en Fisterra y Corrubedo   siempre soy el mismo río   que se asume en otro mar.


—Anda, si es un soneto. Pues no parecía…
—Porque lo has leído aprisa.
—Vale. Pero un poco largo sí que te ha quedado.
—Versos de veinticuatro sílabas; en realidad, de tres octosílabos cada uno.
—Pues debe ser un récord.
—Bah, no creo. Hay demasiada gente haciendo sonetos raros por ahí.
—Ah. Oye, ¿y qué es un ancón?
—Míralo en el diccionario, o en el gúguel.
—¿No será que no te acuerdas?
—Vete a tomar el aire a Bjargtangar.
—¡Vete tú, que tienes menos salú!



Materia oscura
La que es siempre tan impenetrable,
la que es siempre tan inaprensible.
N. Balestrini. Piccola lode…

Es demasiado inmensa;
y cuanto logras vislumbrar
de ella apenas es

una mínima parte,
en los pocos idiomas
que puedes conocer,

y otra parte, más escasa aún,
en traducciones —tantas veces
tan desleales—

a las pocas lenguas
que puedas entender… todo
lo demás es invisible,

solo materia oscura
—inabarcablemente inmensa—
que jamás alcanzarás a leer.



Lo olvidado
En el desierto
puedes recordar tu nombre.
D. Bunnell (America), A Horse with No Name

La información se daña en las revueltas
de las sinapsis, siempre en movimiento;
los sucesos se pierden

en ciertas regiones de la memoria
y se escamotean de la consciencia;
se disipan, se esfuman,

como algo entrevisto en la carretera
fugazmente desde el coche y que luego
la memoria diluye,

aunque exista allí como el mismo objeto,
quizá similar a lo vislumbrado
o tal vez diferente.

Los hechos se transforman en el tiempo.
De lo real le queda a la memoria
tan solo lo olvidado.



Las olas
Pasó tu primavera;
ya la madura edad te pide el fruto
de gloria verdadera.
Fr. L. de León, Las sirenas

El universo se expande,
vira el cosmos
con el piélago estelar.

Fluye el río, el ojo vibra,
rola el viento
y arde el pulso con el mar.


La sirena de la ría
se hace vieja,
ya no sabe enamorar;

en la peña el pescador
está solo
y ha olvidado cómo amar.


Recalcitrantes, las olas
dicen, frías,
lento su antiguo cantar.

Arde el pulso, vibra el ojo,
rola el viento;
fluye el río bajo el mar.


Se dispersa el universo;
huye el cosmos
hacia el caos estelar.

Y las olas
                     frías dicen,
ronco, su arcano cantar.




3. Dioses o héroes

»escucho las voces
de los dioses y los héroes




Plegaria al dios de la Nada
Oye mi ruego, tú, dios que no existes,
y en tu nada recoge estas mis quejas.
M. de Unamuno, La oración del ateo

Me ignorarán los fatuos:
gota, ten piedad de mí;
me censurarán los necios:
vaho, ten piedad de mí;
me perseguirán los lerdos:
chispa, ten piedad de mí;
me descubrirán los bobos:
mota, ten piedad de mí;

me denunciarán los sandios:
lluvia, ten piedad de mí;
me prenderán los torpes:
viento, ten piedad de mí;
me encerrarán los memos:
rayo, ten piedad de mí;
me acusarán los ñoños:
tierra, ten piedad de mí;

me culparán los simples:
charco, ten piedad de mí;
me juzgarán los lelos:
soplo, ten piedad de mí;
me condenarán los cortos:
pira, ten piedad de mí;
me lincharán los listos:
polvo, ten piedad de mí.

Me olvidarán los días:
tiempo —oh tiempo— ten piedad de mí.



El hombre y la ley
(Sófocles, Antígona, vv. 332-375)
La intransigencia es, sobre todos,
el peor de los males que acechan al hombre.
Sófocles, Antígona

De cuantas cosas notables existen
ninguna más asombrosa que el hombre,
que atravesando el encrespado mar,
empujado por vientos tempestuosos
sobre las olas rugientes avanza,
y a la más poderosa entre las fuerzas,
la ilimitada e infatigable tierra,
la remueve y cultiva sin descanso
año tras año arándola con bestias.

El habilidoso hombre da caza,
engañándolos con trampas y redes,
a las especies de los raudos pájaros,
las manadas de las fieras salvajes
y a los muy diversos seres marinos
y, astuto, doma al animal campestre
que vive en libertad y unce al yugo
la cerviz del caballo de altas crines
y la del bravo toro montaraz.

Por sí mismo el hombre aprendió el lenguaje,
el veloz pensamiento y las maneras
civilizadas de comportamiento
y, dueño de recursos, alcanzó
a esquivar bajo los cielos el dardo
del hosco hielo y la inclemente lluvia;
solo a la muerte no logra escapar,
pero ha ideado medios de eludir
enfermedades antes incurables.

Posee el hombre un ingenio mayor
que cuantos seres el aire respiran
y astucia que le da conocimientos
que usa para el bien o para el mal;
si es justo, obtenga reconocimiento,
si no, sea desterrado por siempre.
¡Quien desprecie la ley e injustamente
actúe, que no se siente a mi mesa
ni escuche siquiera mis opiniones!



Asurbanipal en su Biblioteca
Layard hizo en este lugar el descubrimiento quizás más importante, el que dará el impulso definitivo al estudio de la literatura asirio-babilónica y sin el cual la asiriología sería hoy una ciencia mucho menos evolucionada: en lugares tanto internos como adyacentes al palacio, la misión inglesa descubrió la celebérrima “Biblioteca de Asurbanipal”; más de veinte mil tablillas [en caracteres] cuneiformes que el muy culto soberano asirio hizo reunir a mediados del siglo VII a. C. en el palacio de Nínive.
Franco D'Agostino, Gilgameš o la conquista de la inmortalidad

Asurbanipal en su Biblioteca
se dirige a todos cuantos le escuchan:

«Yo, Asurbanipal, rey de Asiria
y Babilonia, y de Súmer y Acad,
señor de las Cuatro Esquinas del Mundo,
sucesor de Sargón y Asarhaddón,
destructor de Elam, verdugo de Susa
y conquistador de Egipto y Arabia;
yo me precio de esta Biblioteca,
la más extensa que vieron los tiempos.

»Poseo los raros conocimientos
de Adapa, sabio entre los Siete Sabios:
el muy antiguo y oculto secreto
de las doctas artes de los escribas.
Sé observar las señales del Cielo
y de la Tierra, y entiendo sus causas.
Puedo ocupar orgulloso mi puesto
en el cónclave augusto de los sabios,
pero también discutir los augurios
entre los más notables adivinos.
Sé resolver los difíciles cálculos,
las fracciones y multiplicaciones,
que no son de solución intuitiva.
He leído diversas composiciones
literarias de alto valor artístico:
las sumerias, de comprensión oscura
y las acadias, de ardua lectura.
Me place descifrar las inscripciones
en intrincados signos cuneiformes
sobre piedra, anteriores al Diluvio.

»En mi palacio de Nínive escucho
las voces de los Dioses y los Héroes
que lucharon hace cientos de años.
Del gran Gilgamesh revivo las cuitas,
su guerra contra los Dioses eternos,
su viaje en vano al confín de la Tierra
ansiando ser inmortal como ellos.
Leo los himnos y cánticos sacros
que desde muy antiguo se entonaron
a dioses y diosas ya olvidados
en templos de ciudades hoy en ruinas.
Yo reuní esta colección de tablillas
que desde el barro me hablan calladas,
y en ellas oigo las voces del Tiempo.

»Yo envié a mis más expertos escribas
por los caminos de Mesopotamia,
la fértil entre el Éufrates y el Tigris,
a visitar los palacios y templos
de las distantes regiones del reino,
a Síppar y Úruk, Ur y Borsippa,
para que recogieran las tablillas
que grabaron en signos cuneiformes
los escribas de épocas remotas
en la antiquísima lengua de Súmer
y también en nuestra acadia escritura.
Ordené que todas estas tablillas,
las que se guardaban en los talleres
o en las viviendas de los eruditos,
se acomodaran en carros de bueyes
y fueran presto traídas a Nínive.
Hice que fueran adecuadamente
almacenadas y clasificadas
por su rango y por su sabiduría;
miles y miles de rojas tablillas,
incontables cual las blancas estrellas,
y que de entre ellas las más valiosas
fueran de nuevo copiadas, grabadas
diestramente en fresca arcilla sin poros.

»Yo, Asurbanipal, rey de Asiria,
señor de hombres y jefe de héroes,
asolador de ciudades y reinos;
yo mandé reunir en la excelsa Nínive,
en el Palacio Que No Tiene Igual,
la más grandiosa de las bibliotecas,
la única que el Tiempo, con su embate
furioso, logrará jamás destruir».

Así hablaba ante quienes le escucharan
Asurbanipal en su Biblioteca.



Lo que yo admiro
(Eurípides, Bacantes, vv. 395-432 en el orden 405-430 / 395-404 / 431-432)
Aquel que habla sabiamente a un necio
será, a menudo, tenido por loco.
Eurípides, Bacantes

¡Ay, si yo pudiera llegar a Chipre,
la isla de Afrodita, donde habitan
los Amores que hechizan nuestras almas!
¡O a Egipto, la tierra que fertilizan
las corrientes de un dilatado río
de cien bocas, y sin que nunca llueva!
¡O a la hermosa morada de las Musas,
Pieria, en la augusta falda del Olimpo!

¡Bromio, llévame allí, báquico guía!
¡Llévame, Bromio, dios del evohé!
Allí habitan las Gracias y el Deseo
y allí se permite que las Bacantes
tengan sus rituales celebraciones.
Dionisio, hijo de Zeus, en los festejos
se goza, y ama a la Paz, que es riqueza
y diosa que guarda a la juventud,

al rico igual que al pobre les ofrece
deleitarse en la alegría del vino,
que ahuyenta el pesar, y aborrece a aquellos
que durante el día y la noche olvidan
disfrutar una existencia feliz
y a los que sabiamente no mantienen
lejos su corazón e inteligencia
de quienes tan solo ansían ser célebres.

Lo sabio no es la sabiduría,
ni el meditar en lo que no es humano.
¡Breve es la vida! Por eso, ¿quién puede
gozar el hoy si busca el infinito?
Son estas, en mi opinión, actitudes
de necios y de mentes insensatas.
¡Lo que las gentes humildes admiran
como uso y práctica, es lo que yo admiro!



Eteocles y Polinices
Luego contra sus hijos, por el parco sustento resentido, lanzó una maldición con lengua amarga: que con su mano, armada por el hierro, ambos la herencia un día partirían.
Esquilo, Los siete contra Tebas

Siete capitanes, al pie de las siete puertas apostados frente a otros tantos iguales, dejaron ante Zeus, el que aleja la derrota, todo su broncíneo armamento; pero no así aquellos dos miserables, nacidos de un mismo padre y una misma madre, que, alzando el uno contra el otro las poderosas lanzas, obtuvieron ambos su parte de una muerte en común.
Sófocles, Antígona

Los dos hijos de Edipo, rey de Tebas infausto,
por él ambos malditos y los dos malhadados

—Polinices guerrero y el glorioso Eteocles—,
a la muerte del padre repartirse acordaron
el gobierno de Tebas la de Siete las Puertas,
cada uno en el mando alternándose un año.

El primero Eteocles se elevó sobre el trono
y el primero incumplía el ecuánime pacto:
al hermano negaba su derecho y el cetro
que por sangre debía sobre el reino tebano.

Polinices en Argos se exiliaba en su huida
desposando a la hija del magnánimo Adrasto,
y hacia Tebas, su patria, en campaña marchaba
con las huestes argivas, con hoplitas y carros.

Eran siete caudillos —siete puertas en Tebas—
contra siete los jefes desde Argos llegados.
Se embistieron los héroes; las mujeres gemían,
rehilaban las lanzas y los carros chillaron.

La contienda se extiende bajo el muro y las torres:
se defienden los fieros descendientes de Cadmo,
los argivos se empeñan con gran brío y bravura;
la batalla no vence —incapaz— ningún bando.

Cada príncipe aprecia el valor de sus tropas,
pero el Sino funesto a los dos ha alcanzado:
ya vehementes deciden echar mano a las armas
y en pelea de iguales encontrarse en el campo.

Singular el combate, ejemplar la contienda:
frente a frente acometen el hermano al hermano.
Los cadmeos se callan, los argivos miraban;
las murallas de Tebas en silencio esperaron.

Los dos hijos de Edipo —extranjero en su tierra,
parricida incestuoso, rey de Tebas infausto,
triunfador de la Esfinge por su propia desgracia—,
los hermanos se enfrentan entre ellos y al Hado.

En el aire las lanzas revolaron silbantes
y dos filos gemelos entre sí rechocaron:
dos espadas forjadas en las fraguas escitas,
codiciosas el cuerpo del hermano buscando.

Los dos yelmos se topan, los escudos resuenan;
los argivos miraban, los tebanos callaron.
Con el hierro dos reyes su querella redimen...
y una nube de polvo la atroz lid ha ocultado.

Cuando el manto piadoso de la tierra de Tebas
a la luz la resulta de la lucha ha mostrado
brota un grito del pecho de las cautas mujeres
y las filas de hombres expectantes y exhaustos:

Dos hermanos, dos reyes, dos cadáveres yacen
abrazado uno a otro, uno al otro inmolando.
Los rencores y el odio —la discordia— culminan:
sin rey dejan a Tebas los dos reyes tebanos.

Así el Hado acataba la sentencia implacable,
pues Edipo a sus hijos, en su madre engendrados
—Polinices guerrero y el glorioso Eteocles—,
a los dos los maldijo, su destino sellando.

De la Erinia y los Dioses —él, Edipo— execrado
y entre todos maldito, rey de Tebas infausto.



Huellas desvanecidas
Aquel que ha sabido todas las cosas,
aquel que ha entendido todo lo oculto.
Epopeya de Gilgamesh

1

Lo que se reconoce en el anverso
es una leve figura imprecisa
sobre un fondo difuso:

Un personaje de alguna leyenda
olvidada hace treinta milenios;
en semiperfil, muestra

glúteos protuberantes, los brazos
alzados. La huella de un animal
se diluye en el suelo.


2

El reverso es la canción de los siglos;
la evolución de una idea sencilla
que deviene epopeya.

El héroe transluce el miedo del hombre.
Corazón rígido, lengua agrietada,
ojos anebulados,

manos ensombrecidas, pene ingrávido;
cada enigma transitando una órbita
entre el sueño y la vida.


3

La humanidad se consume en el mito.
Los dioses se descomponen en lodos
de orgullo y desmemoria.

El Tiempo se desintegra y extingue.
Rudos planetas colapsan y caen
hacia el último Caos.

En un cráter de un satélite inerte
la huella de un primitivo humanoide
se confunde en el polvo.



Compromiso
El viejo acechador del crepúsculo,
aquel que, ardiendo, busca túmulos,
el gozoso tesoro encontró abierto;
el maléfico dragón desnudo
que en la noche vuela envuelto en fuego.
Beowulf, 2270-74

Es un modo de entendimiento ambiguo,
en el que, en cuanto avanza la liturgia,
cada adepto responde

a cada tacto de forma variable;
la combinación de varios individuos
en un vórtex —hallar el flujo puede

ser esencial— exige
un complejo grado de compromiso.
El dragón de sangre, a veces apático,

guarda y suele defender sus valiosos
tesoros; nunca pierde,
aunque no siempre obtenga beneficio.

Cada fiel confía entender qué hace
y quién es, si bien para discernir
su propia identidad

no deja de atravesar los espejos
hasta que el flujo cesa;
el ritmo se diluye en la marea

y vuelve a sus quietas profundidades.
El dragón es paciente
pues sabe que mañana habrá otro eclipse.



Deshielo
Varias Estrellas Terribles y Solitarias.
Muchas Noches Glaciales, muchas Flores Celestes nunca antes vistas.
A. Oswald, Various Portents

Ahora el Dios está bajo los hielos,
Enki, Ishtar, Ra, Zeus, Brahma,
bajo los hielos,
héroes, reyes, sacerdotes, hetairas,
están bajo los hielos,
los quarks, leptones y bosones
aguardan bajo los hielos,
el chamán, la matrona y el psiquiatra,
también bajo los hielos,
los ritos, el arte, el conocimiento,
están bajo los hielos,
la Realidad yace
bajo el sueño de los hielos;

la Tierra ahora está bajo los hielos,
y aun el Sol
está bajo los hielos,
el pez, el pájaro, el insecto, el simio,
bajo los hielos,
esta galaxia y el grupo local
de galaxias, también bajo los hielos,
el Universo —este universo—
aguarda bajo los hielos,
tu Realidad, junto a la mía,
bajo el sueño de los hielos,
el Ente Creador, el Anticristo,
ahí, bajo los hielos;

ahora el hielo está bajo los hielos,
el permafrost,
bajo el hielo de los hielos,
aguardando el deshielo
de la primavera del Tiempo, que
—la masa, la luz, la energía,
bajo los hielos—
no tendrá fuerza suficiente
para deshelar el sueño,
y también el estío hallará hielo
bajo el hielo, hielo eterno ocultando,
apropiándose —en el hielo—
de todos las efímeros presentes;

ahora el Ahora está
soñando —inciertas realidades—
el crítico futuro del deshielo.



Parpadeo
La salida de la inflación eterna no produce un multiverso
infinito similar a un fractal, sino finito y razonablemente plano.
S. W. Hawking / T. Hertog, A smooth exit from eternal inflation?

Mañana será el fin del Universo.
V. Huidobro, Poemas árticos

Aquel dios, abstraído,
contemplaba el cosmos inabarcable,
en su infinidad de universos

y antiuniversos, incendiados
de cúmulos de galaxias, de plasma
y energía expansiva.

Preguntándose quién
—por qué, para qué— lo habría creado,
engarzado, erigido,

por un muy breve instante
—un destello de oscuridad—, absorto,
el dios parpadeó.

Durante ese trivial
—brevísimo— lapso del parpadeo
de aquel dios, en algún planeta

apareció la vida,
que evolucionó, que mutó sus formas,
y por fin se extinguió.

Y cuando el dios volvió a mirar
no quedaba ni el más nimio vestigio
de vida en el planeta

—en cualquier universo—
al que sus seres más autoconscientes
solían llamar Tierra.

Y entonces bostezó.
El Tiempo y el Espacio ni siquiera
habían comenzado a contraerse.



Himno al dios de la Tempestad
Y enviaron contra ellos, como una tempestad,
fiebres, enfermedades, pestes y epidemias.
Poema de Atrahasis

Oh dios de las tormentas, señor de la tempestad,
Oh dios de las tormentas, señor de la tempestad,
de la tempestad,
señor de los vientos, de las lluvias y del rayo destructor,
señor de la tempestad,
dueño del vendaval, del tornado y del vehemente ciclón,
señor de la tempestad,
dueño del aguacero, de la riada y la funesta inundación,
señor de la tempestad,
dueño del trueno, del relámpago y del rayo destructor,
señor de la tempestad,
de la tempestad;
[…]

oh tú, señor, dueño del vehemente ciclón,
dueño del vendaval, del tornado y del vehemente ciclón,
oh tú,
dueño del vendaval devastador,
del vendaval devastador
que levanta los tejados y a los árboles derriba
y hace retemblar las sólidas puertas de los palacios,
oh tú,
dueño del tornado vortiginoso,
del tornado vortiginoso
que alza las blancas casas hacia las nubes
y aplasta como mieses al orgulloso cedro y al ciprés,
oh tú,
dueño del vehemente ciclón,
del vehemente ciclón
que arrasa hermosas villas y grandes ciudades
dejando tras de sí la muerte y la desolación,
oh tú, señor,
dios de las tormentas, señor de la tempestad,
de la tempestad;

oh tú, señor, dueño de la funesta inundación,
dueño del aguacero, de la riada y la funesta inundación,
oh tú,
dueño del aguacero persistente,
del aguacero persistente
que confina a las fieras en sus ocultas guaridas
y a los hombres en la húmeda oscuridad de sus moradas,
oh tú,
dueño de la riada impetuosa,
la riada impetuosa
que anega las verdes riberas y las feraces vegas
arruinando las abundantes y nutricias cosechas,
oh tú,
dueño de la funesta inundación,
la funesta inundación
que revuelve las negras tierras con las tumultuosas aguas
y a los hombres con las bestias en mortífera confusión,
oh tú, señor,
dios de las tormentas, señor de la tempestad,
de la tempestad;

oh tú, señor, dueño del rayo destructor,
dueño del trueno, del relámpago y del rayo destructor,
oh tú,
dueño del trueno ensordecedor,
del trueno ensordecedor
que atemoriza al bravo guerrero sobre las almenas
y espanta a las feroces alimañas de la selva,
oh tú,
dueño del relámpago deslumbrante,
del relámpago deslumbrante
que ilumina la aguzada lluvia con azulada luz
y ciega a aquel que osa mirarlo de frente,
[…]
oh tú,
dueño del rayo destructor,
del rayo destructor
que hiende la altanera y enhiesta roca
e incendia los anchurosos campos y los tupidos bosques,
oh tú, señor,
dios de las tormentas, señor de la tempestad,
de la tempestad;

oh dios de las tormentas, señor de la tempestad,
de la tempestad,
[…]
deja que el viento corra y que galope el ciclón,
señor de la tempestad,
deja que la lluvia anegue el mundo durante meses,
señor de la tempestad,
deja que el rayo resquebraje los peñascos y las murallas,
señor de la tempestad,
mas líbranos de los necios, de los sandios y mentecatos,
líbranos de los engreídos, arrogantes y presuntuosos,
de los mezquinos, ególatras y desagradecidos,
y sálvanos,
señor de la tempestad,
de todos aquellos que hacen la vida del ser humano
más difícil aun de lo que ya es sobre la Tierra,
señor de la tempestad,
y arrástralos con tu vendaval desenfrenado,
y ahógalos en tus torrentes impetuosos,
y fulmínalos con tu rayo exterminador,
señor de la tempestad.

Oh tú, Adad, hijo de An,
toro radiante, hijo de An,
dios de las tormentas, señor de la tempestad,
de la tempestad,
entono este sacro himno en tu loor,
toro radiante,
en tu loor.



A los númenes
Por voluntad de los dioses y el hado, él, que era mortal,
fornicó con una diosa inmortal sin entenderlo del todo.
Himno homérico a Afrodita

Ecuánimes y omniscientes,
distantes diosas y dioses:
agradezco
los altos dones, sin ruego,
recibidos:

A ti, Inanna,
hieródula de los cielos, en Lagash,
con juncos,
entre los dos ríos;
y a ti, Ishtar, estrella matutina,
en Úruk, sobre el deseo y la guerra;
a ti, Bast, gata, en el Nilo, en Bubastis,
y a ti, ebria, Hathor, en Menfis,
en Heliópolis y en Dendera;
a ti, Astarté,
en todo el litoral,
desde Tiro, Sidón y Biblos
hasta Cartago, Tingis o Gadir;
a ti, Turan, alada, en los espejos,
con cisnes, gansos y palomas,
en Vulci y en Gravisca;
a ti, reidora, Afrodita,
que portas el ceñidor,
en Creta, en Pafos, en Citerea,
y del Euxinio al Océano,
y a ti, ciego, Eros, en Tespias,
flechador, hijo del Caos Primigenio;
y a ti, Venus, en Cyrene,
en Londinium, en Brigantium y en Barcino,
donde casi siempre es pronto…
… para esperar;
a ti, Anahita, en Nishapur,
en los oasis y dunas, y en las rosas;
a ti, Angus Og, en Inishmore,
la fortaleza en la roca del mar;
a ti, Freyja, en Gotland,
y en las naves, y en el hielo;
a ti, Semara, en Bali, en las islas;
a ti, Kamadeva, incorpóreo,
y a ti, Shiva, en Benarés,
sobre el Ganges, el sagrado;
a ti Aizen, loto secreto,
sobre los archipiélagos del sol;
a ti, flor, Xochiquétzal,
y a ti, Tlazoltéotl, jaguar,
en Teotihuacán, en los lagos;
a ti, Kurupí,
en la Amazonia,
oculto en la humedosa jungla,
donde las fieras más bellas
matan y aman…

a vos, innombrables e innumerables
—inevitables— númenes,
que aceptáis las ofrendas de los siglos
idos, vivos
y futuros: os agradezco.




4. La carnada

»voy husmeando los halos
de tu carnada




Eu quero, e tu?
Aquí, en esta ardiente marisma.
D. H. Lawrence, River Roses

No ignora el rito.
Zumba al oído
con un zumbido frío
ya conocido,
aquel profundo río.

Rígido espectro hesitando en la sombra;
escarabajo expectante en la arena.
El dios permanece sonriente,
astuto y flemático;
sabe que el ritmo ya avanza, ya punza.

Reflejos en la autopista lluviosa,
espejos en un silencioso cuarto,
tan viejos instintos remotos;
ya lejos,
lejos los ecos de envites frustrados.

Lentas circunvalaciones, rodeos,
veladas aproximaciones;
fluido, sonido, silbido sabido.
Despacio
se acerca el escarabajo a la duna.

Deja el espectro su aura sombría.
Trepa la pendiente el escarabajo;
sigue la orden de un dios muy antiguo,
nunca olvidado.
Vuelve el zumbido y el ritmo medido.

Dulce silbido umbrío
vuelve al oído:
nuevo profundo río
desconocido.
Y acata el rito.



Comezón
Tuve que huir, y arrodillarme y rezar
para que se fueran, pero empezaron de nuevo.
S. Bono / J. DeShannon / J. Nitzsche, Needles and Pins

Mar agridulce,
plásticos, viento,
pared de piedra,
tapa, cerveza,
gafas de sol,

un cigarrillo,
polvo y papeles,
hora de irse,
último trago,
el malecón,

pero de pronto
sale en la esquina,
pasa y no mira,
bolsa, basura,
finge no ver,

el cosquilleo
de sus agujas,
mis alfileres,
cambio de idea,
pie en la pared,

otro pitillo,
espera, espero,
cuenta, diez, treinta,
vuelve —sorpresa—
al malecón,

mar salidulce,
paso volátil,
mira al soslayo,
yo, pie en la piedra,
gafas al sol,

cruza la calle,
mira de nuevo,
vuelan agujas,
viento en los labios
—¡quieta, pared!—,

arden agujas,
mil alfileres,
el hormigueo,
inapagable
la comezón.



Rapaces
Ya hice amistad con las aves de rapiña.
Á. Cunqueiro, No máis esvío cume

Mira: en la mano tengo el milano
que el llano allana,
la sierra encierra
y el mundo aferra.

En el albor traigo el azor
que el sueño azora,
al tiempo entrampa
y el mundo campa.

Junto al anillo llevo el autillo
que el día astilla,
la noche estrecha
y el mundo acecha.

Mírame: aquí muestro el neblí
que el mar anubla,
el sol circunda
y el mundo inunda.

Con esta mano alzo el milano
que el cielo asuela,
la tierra asierra
y al mundo entierra.

           · · ·

Con fino afán va el gavilán
sobre el salobre
río bravío
del cuerpo tuyo y el tiempo mío.



Los cisnes
Legando vuestros blancos plumajes a la luna
y dando vuestros suaves movimientos al aire.
W. Steven, Invective Against Swans

El muro se alza en el cerro,
la torre, contra el castillo;
el cisne doma la altura,
el aire se rinde al cisne.

Las alas aman el aire;
el aire circunda, ciñe,
sustenta, dirige, impulsa
y lanza pujante al cisne.

Ascienden los albos cisnes
sobre el castillo en la cima
de la alta montaña abrupta.
Planean los claros cisnes,

se elevan en leves vuelos
sobre los bosques aislados
de frondas frías y oscuras.
Descienden los blancos cisnes

y vuelan claros y elípticos;
se posan sobre los páramos,
las charcas y las lagunas
remotas de la amplia tundra.

Y nadan los níveos cisnes
velando su cruel secreto
de musgo, de hielo y turba,
diluido en la densa bruma.

           · · ·

La torre se alza en la altura;
sobre el castillo, la luna.
Al aire el cisne fulgura:
el cisne es blanca laguna.



Acetrero
Volé tan alto, tan alto,
que le di a la caza alcance.

S. J. de la Cruz, Tras de un amoroso lance

Voy husmeando los halos
de tu carnada,

voy discerniendo tu sombra
en la distancia;

voy calculando los pulsos
de tu desgana,

voy alcanzando tu esencia
y tu metáfora:

voy asumiendo tus grados
de incierta magia

y abalanzando a tu inercia
mi frágil ansia.



La princesa, a medianoche,
Júpiter, advertido de que nada hay más poderoso que el oro,
en oro se convirtió para seducir a una virgen.
Ovidio, Amores, III, 8

cerval se despertó, fría y ardiente
—la crespa cabellera enmarañada
alzando negras ondas en la almohada—,
transida en el recuerdo de un torrente

de oro que cerniéndose a su pecho
fluía bajo el fin de su cintura
y, pronta, con la mano aún insegura
—dudando fuera sueño o daño hecho—,

rozó la herida, donde halló, pungente
y densa, una humedad inesperada
quemando de sus muslos la blancura:

urdimbre de un oráculo impudente
que el dios trabó en la virgen, difamada
por siglos de vender su arcano lecho.



Reina de las algas
—¿Acaso es rubita de pelo?
Á. Cunqueiro, Si o vello Sinbad volvese ás illas

En las blancas olas
y el azul del mar
nada una sirena
que me quiere ahogar.

Si la tarde amaina
la oigo cantar
su canción salada,
reina del algar.

Y aunque no deseo
verla ni escuchar
su cantiga antigua,
me azoró el azar:

Con un espumoso
—lento— aletear
de rubias escamas
me viene a llamar.

He de ir con ella
y me he de ahogar
en las negras olas,
en la sal del mar.



Algo sabes
Sucias palabras cortas, sucias palabras largas;
es insano.

B. Bunting, What the Chairman Told Tom


Improviso un verso liso,
fluctuante,
sin contornos ni figuras,

juego a un juego donde el todo
busca el modo
de agarrarse a las fisuras

inseguras de la vida
mareante y dividida,
volitante,

juego al juego,
nado en esta vaga nada
vagilante

donde nadie
juega a nada,
sé que alguien sabe algo

de las algas,
de la arena y las mareas
volitantes,

mido en brazas
la profundidad del viento
inextenso,

yo no sé si intuyes algo,
frío brasas
en aceite frío y denso

mientras miro el tiro y pienso
que me abrasas
si me abrazas,

quizá alguien sepa algo
de los túneles hadales
abisales,

pierdo el juego,
yo no sé si sabes algo
de las nalgas,

de sus órbitas fluctuantes,
de los lóbregos algares
irrigantes,

por si hay caso
eyaculo un verso inverso,
terso y laso,

sin arrugas ni verrugas,
nado en ángstroms,
mido en micras

las corrientes subcutáneas,
trazo líneas tangenciales
y abismadas,

lanzo lanzas erectantes,
deleznantes,
crasa espuma,

a tus labios vagimales,
quizá alguien sepa algo,
juego al fuego,

timo rimas arrimadas
a los límites adversos
de los versos,

juego a un juego
en que nadie paga nada
de hadal modo,

pero el todo es todo el pero
que asegura la fisura
tersa y dura

de la vida revivida,
erectante y desabrida,
volitante,

pierdo en pársecs
la altitud de tu reflujo,
especulo,

vuelvo y salgo,
sé que tú sabías algo,
eyaculo

versos tersos,
volitantes, erectantes,
indiversos

en tus labios expectantes,
algo intuyes,
vaginantes,

aunque no es nada moderno
—sabes algo—
ni tan tierno.



Nido en llamas
Si yo dijese que he visto un pájaro
sobre tu sexo, ¿deberías creerlo?
H. Hilst, Do desejo

Noche de luna
azul y alta,
plena de invierno;
fulgente ansia.

Si fuera el mirlo
junto a su almohada
y la infundiera
de oscuras alas.

Noche tendida
sobre la playa;
sueño de arena,
salmo de algas:

Si el mirlo fuera
y la inundara
del denso trino
que a mí me calma.

Noche azulada
de luna en llamas:
¡Si el mirlo armara
nido en sus sábanas!



Regreso al oscuro océano
Si no te gustan mis peras no sacudas mi peral.
Kim Lenz and the Jaguars, If You Don't Like My Peaches

Oh, ¿has mordido un pez
que no puedes tragar?

El pez lucha en tu boca
con torpes aleteos

y tú no lo devoras
ni lo entregas al mar.

¿Has atrapado un pez
y no puedes comerlo?

Oh, has pescado un pez
que se dejó pescar:

El pez, de un coletazo,
regresará al océano,

a las profundas simas
que son su hogar.



Nordeste
El lobo ama el aire neblinoso.
A. Arif, Karanfil Sokaği

Muerde el viento de la sierra
en la landa anubarrada.
Baja a los bosques —hambrienta—
la manada.

Trepa el lobo con la lluvia
a la peña nunca hollada:
canta a la noche y la luna,
y a su amada.

Sesga el lobo por el valle
tras la presa acorralada;
huele y puede ver la sangre
la manada.

Yace el lobo en un recodo
de la profunda vaguada,
cerrando un ojo y el otro
en su amada.

Vira a nordeste en la sierra.
Ama el lobo; garra alzada.
Aguarda en silencio —inquieta—
la manada.



En caló o en occitano,
Un buen artista siempre tiene la mano en su bragueta.
P. Smith, Interview by N. Tosches, Penthouse, April ’76

un buen poeta
debe tener siempre la mano
en su bragueta.




5. Nervio y arco

»es mano y ojo, es nervio e instante,
es cuerda y arco




Poème d’amour du printemps
(pour une jeune fille amoureuse)
Porque el tiempo del amor
es largo y es corto,
dura para siempre, lo recordamos.
F. Hardy (Morisse/Salvet/Dutronc), Le temps de l’amour

Deja el amor:
vamos —rápido— a follar.
Ven, mi amor;
vamos a echar un polvo sin amor,
y a disfrutar.

Déjame absorber tus tetas
pizpiretas,
mordisquea mis pezones,
que me pones;
voy a paladear tu coño
(oh madroño),
degusta mi polla rosa
(sustanciosa);
déjame atrapar tus nalgas
—dunas y algas—
y enzárzate entre mis brazos
sin flechazos.

Ven: voy a follarte aprisa
como brisa
que refresca los pinares
y arde mares;
mueve al ritmo tus caderas
volanderas
como ola que en la roca
(loca) choca.

Vamos a follar —mi amor—
sin amor
y mandemos
—pues podemos—
a tomar por culo la poesía
(majadería)
y todo ese puto amor.

Y mañana
—o cuando nos dé la gana—,
por favor,
hagamos el amor pacientemente
(como la buena la gente),
casi, casi con amor,

pero ahora
no me seas soñadora:
deja el amor
(es mejor)
—deja el sado—,
y echemos un gran polvo alucinado,
sí, mi amor:
que ya siento en mis pezones tus dientes
impacientes,
que mis dientes ya sienten tus pezones
reventones.

Deja el amor,
por ahora
—es tan pronto, en las olas del azar…
… para esperar—,
sin demora
y vayamos más allá del amor:
por favor:

rindámonos por un ratito
al sempiterno
(turbio / tierno)
antiguo rito.



El aire del sueño
Medianoche. Tengo que ir a la ciudad
a encontrarme con quien no quiera soñar.
A. Vega (Nacha Pop), Antes de que salga el sol

Océanos secretos de aguas centelleantes.
L. A. de Cuenca, El otro barrio de Salamanca

Celia Merlín
vino en un sueño
desde el confín
del sur porteño.

Llegó cantando
un sutil verso
dulce y fragante
de sal y sexo.

Cisnes salvajes
volaban frescos
por las orillas
del día extenso;

nuevos colores
vertía el cielo
sobre las calles
de un barrio ingenuo.

Llegó agitando
con breve gesto
una varita
de magia y cuento.

El frío urbano
se hizo incendio
de roja hierba
y blancos pétalos;

ceniza en plomo
creció rugiendo
y alzando olas
de savia y riesgo.

Celia Merlín
maduró el juego
del no te doy
ni me lo quedo.

Dragó la sangre
y pisó muertos
siguiendo un culto
de impíos rezos;

brotaron lirios
en los paseos
y en los tejados,
acebo y muérdago.

Y una ave fiera
cernió su aliento
sobre las selvas
del mundo quieto;

cerró sus garras
contra los huesos
y agarró fuerte
entero el nervio.

El rayo antiguo
rompió los cercos
con duro brazo
de puño eléctrico.

Vibraban rápidos
ritmos etéreos
en la explanada
del pulso abierto;

potros indómitos
corrieron recios
las avenidas
del orbe incierto,

con sed de eras
iban mordiendo
cerveza y vino
en agua y hielo.

En la tormenta
de sal y sexo
murieron pájaros
sobre el mar terso,

cayeron árboles
de troncos yertos
en las veredas
del firmamento.

Y… el ave fiera
levó su vuelo
hacia otros astros
del Universo.

Celia Merlín
se fue en el metro
entre los túneles
ciegos del tiempo;

movió su vara
de magia y verbo
y quebró el aire
del sortilegio.

Cisnes de plata
solos se fueron
por las orillas
del día inmenso.

«Lo que me das
yo te lo entrego,
y lo que doy
es lo que tengo…»

Celia Merlín
se abrió sin dueño
hacia el confín
gris madrileño.



La cuesta del pinar
Y es la salvia, y son las rosas,
y el lirio y las violetas.
Razón de amor, 45-46

Me paso el tiempo viéndote venir.
R. Mercado, Agradecido

El tiempo quiso blanquear
el hueco oscuro del tiempo,
bestia rapada,
vela azul en blanco azar.

El ojo apuntando al mar,
bien de zancas tan expuesta,
en la cuesta del pinar
te hallé.

Ai, aínda moi cedo…
… é pra agardar.

Detente como un tonto
o espera aún poco
y corre como un loco
o ama y vete pronto.

Falling in the pool,
loving like a lad,
running like a mad,
standing like a fool.

Vuelve a llover donde solía:
la niña raposa, y él
con savia seca en la piel,
y una dríade que espía.

Concito el rito.

El crepúsculo del río:
suma y despojo del aire;
la recomposición del movimiento
que canto, siento, pinto, afronto, unto.

Corre coma un tolo
ou para coma un parvo.
É man e ollo, é nervo e intre, é corda e arco.
Elepan otuxne emeso,
asopar ahinem ahnim!

Si planto, cuento, finto, monto, junto
el éxtasis en descomposición;
sueño y violencia de luz:
fluye el tiempo, fluye frío.

Habito el rito.

Por peña, bosque, prado, arena
vuelve el agua al mar que solía;
sobre el jacinto y la azucena,
llueve otra vez como llovía.

Standing like a fool,
running like a mad,
loving like a lad,
falling in the pool.

Ama y vete pronto
y corre como un loco
o espera aún poco,
detente como un tonto.

Ay, demasiado pronto…
… para esperar.

Eu vinte
pola encosta do pinal,
tan de coxas expostiña,
co ollo apontando pra o sal.

Vela azul no branco azar,
besta rapada,
buraco escuro do tempo
que o tempo volveu albar.

En el oscuro agujero del tiempo
que por fin el tiempo logró encontrar.



Peñón sin algas
Esta fiebre por ti me estaba quemando por dentro.
R. Orbison (B. Steinberg / T. Kelly), I Drove All Night

Condujo horas, la noche entera,
los ojos secos, pensando solo
en verla a ella.

Lava en las rocas, sal en el viento;
ropa en el terso suelo encerado;
lluvia de ayer.

Pasos de baile, juegos confusos;
curvas fugadas, asfalto huido.
Pensando en ella.

Toda la noche, simas y llanos;
peñón sin algas, viento del mar.
Condujo horas.

Y ella, sin ropa, sin la camisa
de talla grande, vencido el tanga
violeta y negro

—solo los densos calentadores
en los tobillos y zapatillas
rosas de danza—,

se retorcía sobre la barra
ante el espejo mostrando el pubis
albo, desierto,

los largos miembros, ligeras piernas
y tensos brazos, prensiles manos
de ave dorada;

pandos, pequeños, pungentes pechos;
mueca de niña; bajo el pajizo
y lacio pelo,

los ojos glaucos como olas calmas
tras la tormenta, profundos, fríos:
verdor letal.

Lisas paredes, ventiladores,
luz de quirófano; piso de tablas,
pasos de danza;

pubis sin vello contra la barra:
peñón sin algas, pálido abismo,
marmóreo altar.

Aún ebrio, el hombre arrancó el coche.
Condujo absorto entre la lluvia,
sobre la lluvia;

hacia la lluvia —zigzags de viento,
pulso de agua—, sabiendo ahora
que no era eso,

que no era aquello lo que olvidaba;
cuero en los labios, zinc en las manos…
No, no era así.

Condujo horas bajo la lluvia,
borrosos faros entre la lluvia;
difuso azar.

Ya casi al alba, solo en su cuarto
—los ojos secos—, miró la foto,
bebió aguardiente,

rojo aguardiente de fruta amarga;
secos los ojos, lluvia rompiendo
en los cristales.

En las noticias del olvidado
televisor, cuerpos prendidos
en fuego y sangre,

humo y acero, vidas mordidas,
dolor y miedo; frágil silencio,
palor de algar.

Y en la cabeza, virando en vórtices
de vidrio y hielo, rubio aguardiente,
cándido pubis,

dudosa hondura; halo en la noche,
tajo desnudo, blancura oscura…
Lluvia de ayer.

Miró la foto, giró la llave;
bajó a la entrada, pagó la cuenta.
No dijo adiós.

Condujo horas, toda la noche
—la noche entera—, pensando solo
en alejarse

de aquel naufragio, de la tormenta
que aún aullaba detrás de él.
Condujo horas.



Flores si nieva
Se acumula la nieve
sobre las páginas del mundo.
J. Riechmann, Muro con inscripciones

Trae flores si nieva
o una postal de Gilbert & George
comprada de paso al volver.

Tráeme un beso nevado con copos
bordando tu gorro de lana;
un beso de flores y frío.

Trae una botella de vino tinto
y una lata de mejillones
de la tienda de abajo.

Trae algunas flores si nieva
y un poco de aire limpio de invierno
en tus desfondados bolsillos.

Y pondremos las flores
en un feo vaso grande con agua
junto a la ventana empañada.

Miraremos nevar bebiendo
el vino barato con mejillones.
Y la nieve nos abrazará.

Y follaremos girando despacio,
sin que se deslice la manta,
mientras el perro nos mira, sabiendo.

Trae flores si nieva
y algún recuerdo del tiempo esquivado
que en la nieve se ha ido.

Que en la nieve se fue
y nunca pudo volver a encontrarnos.
Trae algunas flores de nieve…

Trae flores si nieva
o una postal de Gilbert & George.
Y la pegaremos en la pared.



Cálido infierno
Pues, aunque lo que espero no esperara,
lo mismo que te quiero te quisiera.
Soneto a Cristo crucificado

Si subo al infierno
envidiaré el cielo;
si me caigo al cielo
añoraré el infierno,
turbio y tierno.

Si me invierto a roca
desearé ser río;
si me asumo en río
añoraré la roca,
leve y loca.

Si me venzo en tierra
anhelaré ser aire;
si regreso al aire
añoraré la tierra,
puta y perra.

Si me torno infierno
intentaré ser cielo;
si me das tu cielo
añoraré mi infierno,
tibio y tierno.



Imaginé sus ojos,
Señora, Niña de mayo, ¿a quién besarás?
K. Volkman, Create Desire

rumor de nieve en torno a los alerces,

imaginé sus ojos,
aleteo de sombra en niebla rota,

imaginé sus ojos,
deseo de la fresa por el mirlo,

imaginé sus ojos,
fugacidad de vino fresco y fruta,

imaginé sus ojos,
embriaguez del azor en la borrasca,

imaginé sus ojos,
aliento de magnolia atardecida,

imaginé sus ojos,
letargo de la arena en el invierno,

imaginé sus ojos,
flujo del tiempo en algas y marea,

imaginé sus ojos,
resurrección del sol sobre la elipsis,

imaginé sus ojos,
idea del espacio navegable,

sus ojos de malicia, lirio y cuarzo.



La pulpa no es la hembra del pavo
(Panorama indeciso del otro lado del río Pedras)
Para el salvaje aplauso de las anguilas.
N. Beer, Ad Hominem

No queda más silencio
que el que manan las estrellas,
predicen las mareas
plenilunios de tormento,
por mi pulpa, por mi pulpa.

Alejan los idiomas
poco más que las palabras
flotando con las algas
y las letras de la sopa,
por mi pulpa, mi gran pulpa.

Culebras, lagartijas
enzarzadas en la acequia,
los humos de la guerra
se ensortijan en la brisa,
por tu pulpa, por tu pulpa.

Fermentan infectados
organismos en la masa,
hormigas en la playa,
cementerios del verano,
por tu pulpa, tu gran pulpa.

De hielo precipicios
asomados a las sombras,
los mohos de la mofa
desembotan los cuchillos,
por mi pulpa, por tu pulpa.

Aíslame con besos
de tu rabia y de mi saña,
lacérame en tu jaula
a la luna del silencio,
por mi gran pulpa, por tu gran pulpa.



Oh lumias
¿Has encontrado un nido más suave que el cunnus
o un descanso mejor?
E. Pound, Cantos, XLVII

1. Calima

Ya oscilan
los prismas
del día,

las niñas
orinan
tequila;

ven, gira
mi esquina
sin prisa:

las frías
zorrillas
me excitan.


2. Penumbra

Ya ondulan
las grutas
dïurnas,

las brujas
se azufran
la vulva;

ven, busca
mi espuma
sin dudas:

las lumias
tan chungas
me azuzan.


3. Tiniebla

Le das la efervescencia de tu pecho
y tu duda absoluta

pero la poesía es una puta
con el culito estrecho.



El amor es un cuesco

Qué grandes corazones poseían.
Vísceras inmensas, tripas sentimentales
y un estómago lleno de poesía…
C. Drummond de Andrade, Necrológio dos desiludidos do amor

Tras la playa, agotados,
se nos hizo muy tarde
para más ironías
y no había desvíos
en los mapas astrales.

De los juegos salobres
—a la arena revierten—
aún persiste en tu boca
el sabor de sus flujos
y una llaga latiente.

El amor es un cuesco,
aunque ya lo sabías;
has perdido el camino,
la maleza te encierra:
lo que sabes, lo olvidas.

Allá, clara la playa
de fulgores y dunas;
entre innato y crecido,
solo el miedo sostiene
al soldado en la jungla.

El amor se evapora
como niebla del alba;
luego el sol se ensortija
y, otro día, otras nieblas
en el alba se alzan.

El amor es un cuesco;
lo sabemos, sin duda.
Y vagamos sin rumbo
—ignorando la herida—
subsistiendo en la jungla.



Altivamente inalcanzables,
¿Por qué te recuerdo
como un pájaro cantando?
E. St. Vincent Millay, Souvenir

los cisnes vuelan blancos
más allá del acantilado, sobre
el laberinto azul
del tiempo eternamente inalcanzable.

¿Recuerdas cuando, azules,
éramos cisnes que volaban sobre
el blanco laberinto
del tiempo, altivamente inalcanzables?

Pero estos cisnes vuelan
blancos sobre el lejano laberinto
del tiempo altivo,
azul y eternamente inalcanzable.

Blancos y ajenos vuelan
los cisnes en la blanca lejanía,
más allá del acantilado
del tiempo, altivamente inalcanzables.



Barrio extremo
Las más delicadas y voluptuosas transgresiones,
las deyecciones más insensatas.
E. Villa, Sibylla (foedus, foetus)

Miraba a la luna ofuscada
alzando una pleamar de deshoras
desde la nada;
no iría.

La noche viraba velada
orientando la fluidez del deseo
contra la nada…
no iría.

Alguna caricia turbada
y desconcertados besos sin hambre
hacia la nada:
No iría.



Queso
El amor no muere nunca de hambre
sino, a menudo, de indigestión.
N. de Lenclos, Lettres au marquis de Sévigné

No es un perro loco —si los perros
se volvieran locos— soltado del
infierno —si existiera algún infierno—

que aúlla a las arañas del garaje
de la vecina mientras ella ajusta
las tiras de su liguero a las medias,

no es un milagro —si hay milagros—
ni —si hay brujas— un cuesco de bruja
retumbando en las montañas, ni es

mucho más que el hambre, o la sed nublosa
de la mañana siguiente a un gran día
reinando sobre el polvo, ni tampoco

más que serotonina y dopamina
e irreductibles instintos atávicos…
aunque, en realidad,

mirándolo de forma menos técnica:
¿por qué carajo me hablas de amor
cuando, mi amor, lo que quieres es queso?



Romance del infante Henryques
Yo no digo esta canción
sino a quien conmigo va.
Romance del conde Arnaldos

¡Quién tuviera tal ventura
en las orillas del Sar
cual tuvo el infante Henryques
una mañana sin par!

Yendo a recoger castañas
para asarlas en su lar
vio venir una morena
que el río quiere pasar.

Las faldas trae de seda,
de azabache su collar;
los labios, moras de zarza,
los ojos, algas del mar.

Mientras sonríe encantada
cantando viene un cantar
que la lluvia pone en calma,
al viento lo hace amainar;

a las aves de los árboles
las hace a tierra posar
y a los peces de lo hondo
los hace arriba asomar…

Allí habló el infante Henryques,
el de ventura sin par:
«¡Por mi vida, moreniña,
canta otra vez tu cantar!».

Le respondió la rapaza,
tal respuesta le fue a dar:
«¡Solo canto mi cantiga
a quien me sabe besar!».



Decaigo,
Tan breve quiero ser que soy oscuro.
Horacio, Ars poetica, 25-26

me destropiezo y me yergo,
y, ergo,
vuelvo a excavar sin motivo,
cultivo

una utopía en tu pelo,
revelo
tu resplandor más oculto,
sepulto

mis perversiones contigo,
predigo
que he de volver a estar cuerdo,
recuerdo

que no habrá sol más profundo,
me hundo
en una nube de sarro,
desbarro

donde recaigo y tropiezo
y empiezo
otro poema sin hilo,
vacilo

ante el verdor de tu loto,
rebroto
y entre estas algas arraigo,
y caigo.



Actinia
Pero, cariño, no pares; tú sigue y no hables.
A. Comesaña / P. López-Cabanillas (Semen Up), Lo estás haciendo muy bien

Desde tus gafas ladeadas
miras más allá de la tarde opaca
y el translúcido atardecer.
Di, ¿qué ves? ¿ves el orto en el ocaso?
Alzándose al oscurecer.
Tan ahí.

Bien, ahora arrodíllate y adora
al sol naciente del anochecer
mientras que, autolimitándome,
yo sopeso tu bruna actinia
honrando la luz del atardecer.
Justo ahí.

La actinia agita sus tentáculos
bajo la cadencia del mar.
Vuelve y va, vuelve y va, aún más allá,
dividiendo por su cuadrado
la velocidad del atardecer.
Sí, ahí.

Cálidas aguas y campos de algas,
colonias de estromatolitos
desde el mismo origen del mundo;
ocultas sinfonías verdegueantes,
los vívidos colores de la sal.
Ay, ahí.

Contempla el alba en el crepúsculo
—brazo arriba, la pierna allá—
y la aurora contra el anochecer.
Te has quitado también las gafas:
Verás el sol sobre la sal.
Oh sí, ahí.

Isla blanca, suave marea;
medusas y velellas en el mar.
La actinia vuelve, vuelve y va.
Serpientes entre los algares.
Verás lo más profundo de la sal.
Ay. Ahí.

Alzándose al atardecer.
Vuelve y va, vuelve e irá. Aun más que allá.
Reflejos de tus ojos a mis ojos
—pierna laxa, la mano acá—
de rojo fulgor al anochecer.
Ahí. Ahí.

Estromatolitos en la marea.
Tentáculos de anémona. Oleaje.
Sargazos en la tempestad.
Fragmentos de coral, troncos y redes…
Los fúlgidos sabores de la sal.
Ay… Ahí va.




6. El hueco del corazón

»polvo y lodo
en el hueco del corazón




Lodo y polvo
La casa de Gingiz se extinguió hace mil años.
Yacen sus cuatro reyes en un oasis
y la dulcísima agua de diez fuentes
se vierte por los caños de sus huesos.
Á. Cunqueiro, Os catro chefes da casa Gingiz

Cubren ciudades las dunas
—solo arena—,
con el tiempo pasa el tiempo
y hasta al tiempo
lo desmenuza el desierto
grano a grano;
solo lluvia,
polvo a polvo en el desierto.
Y al desierto
—solo tiempo, solo lluvia
en mis ojos solo rojos—
lo va descarnando el tiempo.
Solo tiempo.

Los jefes de la casa de Gingiz,
leones sin rival en la batalla,
guirnaldas de camelias en la tarde,
en un oasis yacen, en sus fuentes:

El primero murió en una emboscada
entre dunas y altos peñascales;
reposa, príncipe, en el suelo tu cabeza
y corónate con las arenas del desierto.

El segundo a traición fue envenenado
y en el sueño sus sueños se durmieron;
la noche se queja en tu frágil sueño
como el halcón del rey en el guante oscuro.

Vilmente degollado fue el tercero,
incauto, en un banquete en tierra extraña;
rojo vino y roja sangre en las manos y las rosas,
y en las estrellas, a las que llamaba por su nombre.

Y el cuarto, el más amado, huyó al desierto:
los condes encontraron su cadáver
y junto a sus hermanos lo enterraron;
las hienas y los buitres lo acogían;
ese para quien guirnaldas de camelias
se trenzan silenciosas en las cañadas del crepúsculo.

La casa de Gingiz se extinguió hace mil años;
sus cuatro reyes en un oasis yacen
y la dulcísima agua de diez fuentes
se escurre por los caños de sus huesos.
Leones que en la piedra de los siglos
recuerdan a los reyes su arrogancia.

El tiempo en el desierto, eternalmente,
irá desmenuzando el polvo eterno.
Ojos rojos en la lluvia,
—solo tiempo—
polvo en el lodo, sueños
que sobre el tiempo insomne se durmieron.



Polvo y lodo
Reyes, poetas y amantes que murieron
legando al fútil polvo sus conquistas.
O. Jayam, Rubaiyat

El viento remueve el polvo disperso
de los palacios vencidos en ruinas
y lo arrastra a la estepa.
La lluvia recoge escombro y guijarros
de antiguos castillos desmoronados
y el río los lleva al mar.
Los anillos de los emperadores
permanecen para siempre olvidados
bajo el légamo podrido e insondable
de los pantanos.
Y nada es.

A aquellos que marcharon a las sombras
y atravesaron las puertas del orco,
hace unos años apenas,
muy pocos hoy los evocan y añoran
y en unos años, escasos,
nadie tampoco podrá recordarlos,
y su miseria y grandeza,
días y hechos, y aun su existencia,
no serán nada,
y del olvido el espectro espantoso
los abrazará eternamente,
y no serán nada.
Y el viento hesita en los patios vacíos
de los castillos.
Y nada es.

Cada planeta
gira en torno a su estrella
y cada estrella subsiste
rotando en su galaxia brevemente.
Pocas cosas
siempre serán lo que son,
muchas en cambio cambian
continuamente y siempre cambiarán.
Cada galaxia se aleja del centro
del universo
desde el origen del tiempo
y hasta el extremo de la eternidad.
Ay, —demasiado— pronto aún
… para esperar.

Y polvo y lodo
en el hueco del corazón.
El viento rueda en los patios umbríos
de los castillos
y los anillos
duermen el sueño de lodos impíos,
rancios y fríos.
Y nada es.



Invierno
Somos a un tiempo conscientes del florecer y el marchitarse.
R. M. Rilke, Duineser Elegien, IV, 6

Será un fatal invierno
sin otoño ni primavera;
se entregará la fiera
a su rastreador eterno.

Ya se adueña la nieve
de las antes doradas cimas
y a las umbrías simas
va ciñéndose un vaho aleve.

En un latido alterno
de escarcha y hielo ni siquiera
perdurarán los climas;

tras, quizá, algún fulgor interno
no volverá la era
del largo sol y el cierzo breve.

Vendrá un inicuo invierno
y con su luz, el moho eterno.



Pliego a joven alma sucia
Tu deseo es beber esas hojas lascivas.
L. Cernuda, Diré como nacisteis


Clemátide oscilando neviscada,
fleo o trébol, onecen sensualmente;

digitaria enanzada,
trémula urticularia,

camelia obriza, ñipe opalescente,
milenrama, estelaria:

me arpan si tu úlmea raíz brota oblicuada.



Chillidos
Algo gritan, en lo alto,
que tú no escuchas, absorta.
Á. González, Son las gaviotas, amor

1. Chillido

A dónde vas, gaviota,
chillando en esta noche
ardiente; ella

duerme ahora su sueño
sin desmemoria
y yo estoy demasiado

borracho para
ni recordar sus ojos.
Ni recordar sus ojos.


2. Llamas

Gaviota remota
—violento viento—,
tu llama me llama.


3. Perra gaviota,

me llamas, dices:
—Ve junto a ella;
sabes bien donde,
junto a la arena.

Te digo: —Sigue
vuelo, agorera;
vete a graznar
a las bateas,

que aquí la roca
es dura y seca
y las borrascas
poco amedrentan.


4. Noche

1
Gritos, ladridos
en la noche encerrada:
vuelan gaviotas.

2
Como ladridos
en la noche emperrada:
gritan gaviotas.

3
Largos ladridos
en la noche enterrada:
perras gaviotas.



Uno que una
Y es por mi mala cabeza
que me muevo a contraviento.
C. Cano, Las murgas de Emilio el Moro

El río, súmate al río,
sube a la duna;
la playa, baja a la playa,
salta en la espuma:
tocas el mar que a la tierra circunda,
eres el mar y la tierra
que abriga y encierra;
uno en el sol y la lluvia fecunda,
uno en el mar y la tierra
que ampara e inunda.
Tan uno que una.

—El crambe en flor con mimo
cala mi arena.
—La limosella drena
mi savia al limo.

Más o menos contento
con lo que he sido;
más o menos tranquilo
con lo que he hecho:
Nunca estuve en los desiertos de África
ni en sus pirámides,
nunca anduve por las selvas de América
ni vi sus templos,
no recorrí las estepas de Asia
ni sus palacios,
nunca ascendí a las montañas de Europa
ni a sus castillos,
no navegué Oceanía,
no me perdí en las planicies de Australia
ni en sus orillas;
no vi la banquisa en el Ártico,
los sargazos del Atlántico
ni las tendidas islas del Pacífico.
¡Qué hermosas fotos podría mostrar
de haber estado alguna vez allí!

Pero de momento
—polvo y lodo—
no sopla el viento.
Oh, demasiado tarde
para descubrir continentes;
ay, demasiado pronto
para colonizar planetas.
Así que, de momento,
más o menos satisfecho
de lo que he sido,
más o menos convencido
de lo que he hecho,
espero al viento.

Una en el mar que la tierra circunda,
araña en la grieta;
uno en la tierra que ampara y encierra,
lobo en la tundra.

Qué hermosas fotos
de los cráteres de Calisto
y los barjanes de Marte,
de los anillos de Neptuno
—¿o era Saturno?—
y los quebrados hielos de Miranda,
además de algún selfi
al pie del volcán monte Olimpo,
qué lindas fotos
para subir de inmediato
a los trasmallos sociales
y para guardar para siempre
en el PqC
[personal quantum computer]
y enseñar a las coleguillas.
Qué preciosas fotos, ay,
ay demasiado pronto…
—moi cedo aínda pra min—
… para esperar.

Cardos marinos, lirios,
pino, aulaga y azahar.
Peña y pinar;
oh: las dunas de tus nalgas
—crambe, algas—
extendidas frente al mar.

—Uno en el mundo,
la tierra te encierra.
—Una en la tierra,
el mundo circundo.

Aún demasiado pronto.
Solo en la playa;
loba en la lluvia.
Aun otra vez.
Perro en la bruma,
eres la sombra que el cosmos circunda;
tan uno que una.



Sombra sobre agua
En una extraña agua,
mi sombra.
I. Bachmann, Schatten Rosen Schatten

Derivo mis problemas hacia el álgebra
febril de los dilemas del momento,

vertidas las incógnitas al denso
espacio de constantes y variables,

ensayo en un enigma hallar el aire,
quizá —sombra en el viento— expreso dudas,

formulo adivinanzas sin pregunta,
jinete de longincuos logaritmos,

agrego a la ecuación un acertijo
que acaso incluirá agujeros negros,

encierro tu secreto en un misterio
que envuelve la evidencia en su incerteza,

me alzo girasol en las fronteras
robándole a la luz oscuro brillo,

profundas en el miedo más umbrío
deduzco en un azar fresas silvestres,

susurro en el silencio a la serpiente
el son de mis sinuosas soluciones,

reflejo refulgentes nuevos soles,
me alejo del tipejo del espejo,

despejo inecuaciones sin criterio,
resuelvo que no habré de hallar el aire…

derivo contra el Tiempo —interrogante—,
tal vez sombra de viento sobre agua.



Los cuerpos sin esqueleto
Y es difícil decir quién eres en estos días,
pero sigues corriendo de todos modos.
T. Petty, Saving Grace

Me asombran los cuerpos sin esqueleto;
corro por carreteras sin señales,
bebo en los bares de los extrarradios ,
almuerzo en las tabernas más mugrientas,
me orino en las cabinas telefónicas
y beso a las princesas en sus torres.

Acampo en despoblados y explanadas,
camino los caminos sin camino,
escupo a los pies de los concejales
y lloro entre las piernas de las putas;
me consumo en el humo del incienso
y ardo en fatuos gestos de soberbia.

Me asombran los caparazones huecos,
las calles de solares sin aceras,
me admiran los ejércitos de insectos
que anidan en las playas en verano.
Someto a las esposas de los próceres,
seduzco a los marinos en los muelles.

Indago entre los restos y excrementos
que dejan las gaviotas en las rocas;
presumo que los días del pasado
no son muy diferentes del futuro:
auguro que la mierda venidera
será tan pestilente como esta.

Me admiran los fuegos artificiales,
el ruido de los disparos, los cláxones,
las manos que recorren las espaldas
y los paneles de las autopistas…
los gestos ensayados de sorpresa,
los cuerpos sin esqueleto. Me asombran

las palabras evisceradas.



Objetos
Poblaciones surgen del vacío.
¿Habito alguna?
C. Drummond de Andrade, Dissolução

Y el objeto se levanta indeciso
y consigue mantenerse derecho
y se acerca despacio a la ventana

y aparta el extremo de la cortina
y ve el barranco del otro edificio
y las ventanas vacías e inertes

y busca una mirada que le busque
y encuentra solo pálidas paredes
y un insondable cielo sin refugio

y vuelve —objeto— a su mundo, de objetos.



Reducción de la teoría de la expansión acelerada del Universo
Cuál es la velocidad, cuál será
cuando el sol, cuánta materia, este comienzo.
N. Balestrini, Ormai in salvo…

Rula un límite más allá
de los límites de la comprensión,
entre el tiempo del espacio

y la velocidad del tiempo.
Porque resulta que la luz
tiene un límite en su velocidad,

y vale que la velocidad
tiene un límite en la luz;
el espacio, sin embargo,

puede dilatarse infinitamente
a una velocidad superior
a la velocidad de la luz.

Hay así una velocidad,
en el límite del discernimiento,
que supera los límites

de toda posible velocidad.
No se trata siquiera de física
ni de poesía cuántica,

sino más bien de comprender
que la comprensión no es suficiente
para imaginar el cosmos.



El tamaño
Pero ¿de cuál es la masa mayor que la del planeta anillado?
S. Armitage, Zoom!

Contempla, maravillosa, la imagen
—apenas un instante—
de un rincón cualquiera del Universo.

Mira todos los millones de estrellas.
Imagina millones de planetas
invadidos de vida inteligente.

Piensa en los millones de seres vivos
acuciados por tantos
millones de minúsculos problemas.

Contempla. Comprende, acepta y disfruta
—y es que nada más tienes—
el tamaño de tu insignificancia.



Poema prosódico
Bastardos vergonzosos los gramáticos
y los que tiran de mala sintaxis.

P. Soupault, Grammaire

Pues resulta ser que brújula
es una palabra esdrújula,
a la vez que meridiano
es vocablo más bien llano
y, sin duda,
corazón
es palabra tan aguda
como hipsilofodón.

¡Ay, quién tuviera una brújula
para andar el meridiano
del brumoso corazón!


Miseria, miseria,
qué brumosa es la materia…
¡Y quién, en vez de una cabra,
tuviera un hipsilofodón!!




7. En la ciénaga

»oí a las brujas anoche
en la gruta junto a la ciénaga




Verbo
Ay de vosotros, los que ahora os saciáis,
porque pasaréis hambre.

Lucas, 6:25

Primo:
               Desdichados los sabios
pues mientras buscan luz en pleno día
les deslumbrará el sol a media noche.
Sabios que siempre serán los más necios.

Dudo:
               Desdichados los necios
pues ellos harán el bien sin saberlo
y harán también el mal sin proponérselo.
Necios que siempre serán los más tontos.

Terto:
               Desdichados los tontos
pues ellos vivirán siempre felices,
aun a pesar de ver la realidad.
Tontos que siempre serán los más listos.

Cuarco:
               Desdichados los listos
pues al creer tontos a los demás
serán ellos los más grandes idiotas.
Listos que siempre serán los más simples.

Quinco:
               Desdichados los simples
pues no podrán saber qué es lo que son
aunque nunca sabrán lo que no son.
Simples que siempre serán los más torpes.

Secso:
               Desdichados los torpes
pues en el mismo daño que ocasionan
hallarán más dolor del que merecen.
Torpes que siempre serán los más locos.

Septo:
               Desdichados los locos
pues ellos sabrán que todo lo ignoran
e ignorarán que ya todo lo saben.
Locos que acaso serán los más sabios.



El daño hecho
Mira los escombros y el daño hecho.
A. Eldritch (Sisters of Mercy), The Damage Done

Todo vira un desnudo día
y ya muta para siempre,

y el daño hecho es perenne
y jamás se recupera,

y los recuerdos son estrellas
fugaces sobre la bruma

de los años que se derrumban,
perlas falsas deshiladas

de la memoria en desbandada,
guirnaldas en los abetos

de navidades que vencieron,
breves sombras en los charcos,

y el presente es suelto sargazo
que el oleaje consume

mientras pájaros grises suben
cielo adentro a refugiarse

de la tormenta que se abate
al corazón de la arena,

y el futuro es seca certeza
mineral, templado mazo,

de que el hoy no turba el pasado
ni ha de curvar el mañana,

porque el daño hecho desgasta
tajos, terraplenes, muros,

y abre abismos que antes el mundo
no temía que existiesen,

pero expuestos quedan, patentes,
y el daño hecho persiste,

no se depura ni redime,
cernido sobre la vida.


(Inspección de Escombros. Informe nº 2011/01/1. Inspector E76512)



Presunción y carencia
Yo he mirado por encima de la muralla
y he visto los cadáveres flotando en el río.

Gilgamesh y el País de la vida

La eternidad es apenas más larga que la vida.
R. Char, Feuillets d'Hypnos

Distingo muy bien el acento
del que jamás ha pisado la hierba
y dice haber creado la humedad;

reconozco la voz equívoca
de quien, aun sabiendo el refrán
es su vana víctima y lo ejecuta.

Suele ser cierto, tantas veces,
que la búsqueda del conocimiento
conduce solo a la estulticia

y que la persistencia en la ignorancia
consolida la necedad.
Sería mucho más fácil contar

que aquella famosa fulana
pasó a diez metros de tus gafas,
sin mirarte, y que aquel político

fulero le encargó al fin el montaje
a alguien que no eras tú.
Las pócimas de los chamanes

mezcladas con los brebajes de bruja,
en la terraza de la playa,
más el espíritu del humo, nunca

resolverían ninguna ecuación.
Tras los muros de la ciudad
el Tiempo con todos salda su deuda

y también los héroes la cobran
—y, una por una, a cada hieródula
paga— y sus perfectos cadáveres

son arrojados al río; a ti
la corriente te ha arrastrado hasta el mar
y te ha abandonado allá,

flotando entre algas, desnudo
de pretensiones y cielos de sílice,
inerte junto a una roca desnuda.



La cueva de las brujas
Para un hechizo de poderosa dificultad,
como un caldo infernal, hierva y burbujee.

W. Shakespeare, Macbeth, IV, 1

Yo vi a las brujas anoche
en la cueva junto al pantano;
no les quedaba un solo diente,
bebían whisky y aguardiente
con una jarra en cada mano
blasfemando a troche y moche.

Bailando desnudas, yo soy testigo
—las tetas les llegan a la barriga
y el pelo del coño hasta el ombligo—,
graznaban borrachas esta cantiga:

«Rabo de rata, pata de gata,
hueso de oso, crin de raposo,
hoja de tejo, dedo de viejo,
uña de niño, garra de armiño,
diente de lobo, baba de bobo,
cuerna de ciervo, lengua de cuervo,
anca de rana, ojo de iguana,
raya de cebra, cruz de culebra,
belfo de jaca, cola de urraca,
mano de mono, pie de patrono,
labio de puta, raíz de cicuta,
poro de esponja, himen de monja,
pene de cura, brazo de ofiura,
riñón de hurón, pulmón de tritón,
hiel de cabrón y piel de dragón.
Hierve que hierve en el negro caldero
filtro del diablo que hará lo que quiero;
hierva en burbujas el caldo infernal,
ligue un hechizo de fuerza bestial».

¡Uf! Apreté el culo y salí corriendo
mientras de lejos aún iba escuchando:
«¡Hierve que hierva el brebaje fatal,
cuece que cueza un hechizo infernal!».

           · · ·

Yo espiaba a las brujas anoche
allá en la cueva detrás del pantano.
Cantaban borrachas esta cantiga,
bailando desnudas, y soy testigo:
las tetas les llegan a la barriga
y el pelo del coño hasta el ombligo.



Última noche en Betmoria
Ningún centinela hace la ronda en las almenas
de Bethmoora; ningún enemigo las asalta.

Lord Dunsany, Bethmoora

Volvamos a Bethmoora una vez más.
Vayamos a bailar el kalipac:
Ya suenan el tambang y el titibuk
y el dulce y melodioso zotivar;
bebamos el oscuro syrabub,
dancemos en la rúa el kalipac.

Vayamos a Betmoria, aunque tal vez
las viñas solo estepa sean ya
y —débil— en las torres otra luz
no alumbre que el borroso centelleo
de estrellas que se encogen sin brillar
huyendo de las ruinas de Betmoria…

Bailemos en la calle el calipán,
bebamos el negrizco sirabur:
resuenen el tambán y el zotivar
y el ronco y cadencioso titibul;
bebamos del acedo sirabur:
dancemos en la plaza el calipán.

Vayamos a Betmoria a terminar,
sabiendo —pues sabemos— que jamás
habrá ya kalipac ni syrabub
y, ciegos, embriagados, sin razón,
dancemos el infame kalipac
bebiendo el ponzoñoso syrabub.

Volvamos a Betmoria una vez más;
vayamos para nunca regresar.
Bailemos sin saber dónde el final
del baile que no deja recordar.
Vengamos a Bethmoora esta vez más:
Volvamos para nunca retornar.



La desesperación
Comitivas, oh, comitivas.
Las mujeres desbordaban, tan grande era su número.

G. Apollinaire, Le musicien de Saint-Merry

El chamán miró
a las brillantes monedas
y vio el sol,
y no la sombra perniciosa
que tras él se cernía en el desierto.
De aquellos polvos vienen estos limos;
de aquellos fangos vienen estos polvos.
¡Arde el aire!

Oh, Perceval:
¿Has encontrado el Grial?
Aunque es pronto,
a veces
cuando voy, volvéis;
a veces, cuando vais, no voy.
Don Perceval
demanda el Grial.

Dices: ¡Eh, chiquito!
Demasiado sol, morenilla;
¡ay, tanto sol!
Se te ha puesto incluso el chichi moreno
de tanto sol.

El espíritu cortadito a tiras;
entre cada resquicio,
los ecos a la luz del precipicio:
ficciones y mentiras.
Arde el aire,
el mar rehierve,
remolinos de fuego se inflaman
en las uñas del viejo dragón;
brama el monte,
gime el llano,
algún algo musita en las sombras
sin cadencia una antigua canción.
¡Arde el aire!

Ah la bella Genoveva,
rubia y sonriente,
en su casa junto al puente
como el río se me lleva.

Aquel día el chamán,
a cambio de unas pobres baratijas,
condujo al sabio etnólogo a la cueva
de aquel desierto donde se ocultaba
desde siglos incontables
la efigie de madera del Gran Dios,
el Gran Antepasado de la tribu,
Padre y Madre de todos,
el Anciano del Mundo.

Sí, chiquito:
¡Repta el rito!

No termina la función:
La máscara ahora es la cara,
de sus vértices avara,
y la cara es el telón.

¡Oh sublime trabajo,
talla maravillosa!
¡Oh vida y real efigie de la vida!
¡Oh representación cierta de dios!
Atónito, mudo, paralizado
se quedó el sabio etnólogo;
se sintió seducido
y, ávido, codicioso,
después de negociar brevemente
con el necio chamán,
y en nombre de la ciencia,
se hizo con su botín
y huyó alborozado con él a Europa.

Ey, chiquito,
baila hasta que se te rompa el tacón,
mientras tu linda morena
retuesta su coño al sol.
Sí, chiquito,
olvídate de Perceval;
no pienses más en el precio
de la desesperación.

Y aquel día el chamán,
por nada, traicionó a toda su gente
y a sus antepasados.
Y el ego del etnólogo,
pensando ya en su pieza en el museo,
se expandió como una zarza.
Y el pueblo del desierto
se vio desposeído de su dios
y solo entre la arena.

El aire arde.
Se despierta la bestia dormida,
el cínico dragón
que no olvida nunca sus tretas
y canta su arcana canción.
¡Arde, arde!
Acaso las acciones inocentes
son muchas veces culpables,
quizá,
y los besos impulsivos
pueden ser premeditados,
tal vez.

Pulsa la tecla.
Los ecos son las voces de los muertos.
Chica guapa, tipo astuto,
comenzando el viejo juego
de la sabida recuperación.
Pero el verano pasa,
pasa el ave y pasa el sol,
y en el centro de un círculo ciego
rueda un cortejo ritual.

Aún demasiado tonto…
ay Melisa, ay Paula,
ay triste Antonia, ay,
… para esperar.

Si bien por las mañanas
todos los príncipes son ranas
e incluso las princesas
se vuelven sapos si las besas.

Ah! Ariene.
Clica de nuevo el botón.
Los ecos de los ecos se bifurcan.
¿No sabías que mentías
cada vez
que creías que decías
la verdad?
Gira el cortejo ritual.
Y tú Ariana y tú Paquita y tú Amanda
y tú Mila y tú Simona y tú Marisa
y tú Colette y tú la bella Genoveva…
Lo único cierto es la incertidumbre,
y de las dudas, la herrumbre.

Y dijo el dios desde lo más profundo
de su alma de madera:
¡Ay, humanos: no os merecéis
ni el agua de la que estáis hechos!
Broza, escoria, polvo y lodo
en el hueco del corazón.

Arde que arde.
Para ti el firmamento
es un enigma sin señal,
para el tiempo las estrellas
son mariposas en el mar,
para el mar las borboletas
son colores de la sal,
pero el tiempo para mí
es un sueño que vuelve a comenzar.

¡Arde el aire!
A veces, cuando regresáis
yo aún sigo intentando huir
… para esperar.

En las hojas de los magnolios
susurra seducciosa la nortada:
Polvo y lodo y fango y limo
serán el pago que obtengas
de la reptante desesperación…
… ación … ación … ación…

Y Perceval
—¡corre, jinete, cabalga!—
no encontraba el Grial.



Puedes creerme
Bienvenido
al club de los que vamos a triunfar.

J. Santiago (Los Enemigos), La cuenta atrás


No digo hola ni hasta luego,
no tengo miedo.

Miro a la gente con gesto hosco,
pero no es miedo.

No me disculpo, nunca agradezco,
sin ningún miedo.

Canto en voz alta, silbo a las chicas;
no tengo miedo.

Bebo en los bares mirando al suelo,
pero no es miedo.

Cierro los puños en mis bolsillos
sin ningún miedo.

Hablo muy poco y pienso menos;
no tengo miedo.

Piso con fuerza, doy empujones;
quién dijo miedo.

Respeto solo mis propios huevos:
nada de miedo.

No tengo miedo; puedes creerme.
No tengo miedo.



Lo que me hablaron las brujas
Y todos lo sabéis: la confianza
es el principal enemigo de los mortales.

W. Shakespeare, Macbeth, III, 5

Yo oí a las brujas anoche,
en la gruta, junto a la ciénaga
y el frondoso cañaveral.

La más flaca me dijo esto:
«No hagas daño conscientemente
ni permitas que te lo hagan,
y perdona siempre que puedas,
si es que puedes.
No trates con necios
ni fíes tu amistad a los astutos.
Vive despacio, muere aprisa,
y no dejes tras de ti
la más leve huella, sombra o susurro».
En la gruta junto a la ciénaga
me dijo una bruja.

La más fea me habló así:
«Nunca renuncies a nada
y tampoco desprecies nada.
Prueba lo que te ofrezcan,
busca lo que no encuentras.
Marca tu propio paso
con fuerza y voluntad sobre la Tierra.
Súmalo, abárcalo todo,
tómalo todo
mas no te quedes ni con una mierda».
En la gruta junto a la ciénaga
me dijo otra bruja.

Y la más vieja me confundió:
«Habla a quien te escucha
y escucha a quien te habla.
No hagas preguntas
y obtendrás las respuestas;
detente a escuchar el silencio
y oirás lo que las palabras esconden.
Evita mirar a los ojos
y captarás los pensamientos
e incluso las mentiras más innobles».
En la gruta junto a la ciénaga
me dijo esta bruja.

Yo hablé con las brujas anoche,
en su cueva, junto a la ciénaga
y el umbroso cañaveral.



Banquisa
¡Oh silencio helado!
Manuel Antonio, Gardábate un segredo…

No oriento
sendero
en el hielo

—el cielo
se ha vuelto
de cieno—;

me envuelvo
de un juego
sin tiempo:

un viento
de acero
en el gesto.



Adiós, reina de las hadas,
Hoy soy verdaderamente un poeta menor.
Á. de Campos, Tenho uma grande constipação

no volveremos a amarnos:
tus alas eran de luna
y mis pasos son de cieno.

Dejadme, pues, seguir
con mis banales bromas,
sin pretensión ni sentido,
sin sueño de trascendencia:

cuanto pudiera yo —quizá—
escribir sobre mí sensatamente
lo dejó ya escrito antes
algún heterónimo de un falsario,

algún gran poeta menor
—¡para y por siempre adiós,
oh reina de las hadas!—
en la vaga fiebre de un mal resfriado.



Yo mismo,
De mí mismo soy espejismo.
M. Couto, O bebedor de sóis

acaso, o no yo mismo;
neblina de un equívoco espejismo:
vacío del abismo.

Yo mismo el espejismo:
vacío en el espasmo del abismo;
ni siempre o nunca el mismo.

Neblina del abismo;
no el mismo que un equívoco yo mismo:
efímero espejismo.



Ni ella o él
El hombre transmite su miseria al hombre.
P. Larkin, This Be the Verse

Viviréis sin comprender
de qué hilos se os teje la vida:

Hablaréis
sin haber nunca escuchado,

oiréis
sin notar que el aire os habla,

andaréis
sin perder ningún camino,

bailaréis
sin sentir salvaje el ritmo,

follaréis
sin pensar en qué es el sexo,

rezaréis
sin que un dios pueda escucharos,

creeréis
sin creer en lo evidente,

miraréis
sin jamás ver los abismos;

moriréis
sin saber qué fue la vida.

Y, ¿amaréis?
Y ella y él.




8. Corazón río

»ay, ese niño
del corazón río




Tú mismo
Y el hombre no ha tomado conciencia real de su
ubicación en el cosmos hasta hace menos de un siglo.

F. Sáez Pastor, La percepción del Universo

En tu efímera vida
dos solas cosas habrás de entender:

La evolución de las especies vivas
y la estructura del vasto Universo.

Si no comprendes esto
nunca podrás entenderte a ti mismo.

Aunque, de todos modos,
te sentirás igualmente perplejo.



Restas
Hablando para hacer del pensamiento
un incierto paisaje, así persisto.

J. E. Cirlot, Bronwyn, w, I

Iceberg que el mar diluye,
en su rolar,
y es ya agua de este mar
sobre el que fluye.

           · · ·

Soy el río que a otro mar
lleva su cieno;
buscaré en un orto ajeno
desembocar.

En la mano traigo el gran
puñal de humo
y del río en que me asumo,
un gavilán.

Tras el rastro de la sal
quizá mi alma
hallará la rara calma
existencial.

Solo, aguardo en cualquier bar,
si el mal me quiere,
a que el tiempo decelere…
… por no esperar.

Y aunque duermo en un zaguán
que el frío amarra,
cuando el Cosmos se desgarra
altero el plan:

Bebo el filtro de este grial
y observo el rito,
y en el caos infinito
quiebro mi mal.

           · · ·

En las olas del azar
vidas remonto…
Ay —¡ay!— demasiado pronto…
… para esperar.



Hora de nadie
Pero del día y la hora, nadie sabe.
Mateo, 24:36

Si es que
nadie tiene, nadie da,

como
nadie sabe, nadie allá,

donde
nadie quiere, nadie irá,

cuando
nadie vuelve, nadie ya,

porque
nadie puede, nadie va,

y es que
nadie viene ni vendrá.



Corona de triunfo
En adelante no discutas más sobre cómo debe ser
un hombre de bien, sino procura serlo de verdad.

Marco Aurelio, Meditaciones, X, 16

El bronce corta el cuero
y al hierro, la eternidad.

¿Debo dejar constancia
de los hechos de mis contemporáneos?

Actúan igual, botarates,
que los hombres de hace diez mil años.

¿Debo hablar, yo, también,
de errores tantas veces renovados?

Sea el olvido su corona
y el silencio su merecido lauro.

El cuero teme al bronce
y el hierro, a la eternidad.



Angst in Wiedikon
Aquella confianza de ayer,
cuando el cielo era tan azul.

K. Merz, Glück

Hemos llegado en el tren de dos pisos;
si dudas, desapareces,
si no dudas, dejarás de existir;
las campanas amplifican la tarde,
los tranvías traquetean ansiosos
atronando Goldbrunnenplatz.

Llueve en los pasos de cebra amarillos,
paraguas contra el desprecio de dios:
sáldanos tú nuestras deudas;
la ingenua fealdad de adolescente
en los escaparates descuidados
de Birmensdorferstrasse.

Sobrevuelo dudas y errores
en el rastro azul de la masa
para demostrarme a mí mismo
que por mí aún fluye la sangre humana;
vieiras al estilo Rías Baixas
en el horno de Rotachstrasse.

Hiedra, recuerdos reversibles,
y húmeda densidad vegetal;
Meister Krähe posado en una antena
explica su breve razón
a los siempre indiferentes abetos
de los huertos de Schrennengasse.

Levanto una montaña ante mí,
los cómics de coleccionista,
olvido que los días se consumen,
la vieja Zenith Trans-Oceanic
junto a otras piezas de la antigüedad
de mañana en Badenerstrasse.

El olor del mirto, saúco seco,
Willkommen im Hotel Gemüse;
espadas cruzadas marcan las horas,
qué bonito lugar para morir;
Bruder Amsel nos da las noticias
al atardecer en Bühlstrasse.

El tiempo no será jamás así
ni los colores del sueño
volverán a brillar sobre la nieve:
se desliza la indiferencia
hacia el presente empozado de espectros,
hier, an der Rotachstrasse, in Wiedikon.



Papeles y colillas
(deconstructo)

¿Es cuanto vemos o creemos ver
tan solo un sueño dentro de un sueño?

E. A. Poe, A Dream Within a Dream

Después de la tormenta
pasajera que en rojo vira el negro
cuando brilla y al mundo estupefacto

maravilla con luz de chispeante
primavera se escurren como lluvia
por la acera llevándose el papel

y la colilla al fondo de la huraña
alcantarilla los ciclos de la vida
que, ligera, fulgura un raro instante

sobre el cielo atónito en antorcha
abrasadora no más que el chaparrón
que no demora y pronto se transmuta en

un riachuelo que arrastra en su corriente
decrecida los días, las edades,
y la vida.



El libro
La relación verídica de tu muerte.
J. L. Borges, La biblioteca de Babel

Como aquel libro viejo,
descubierto en la cueva de un trapero
entre añejas fotonovelas

y junto a extenuadas revistas porno,
ya deteriorado
y al que le faltan las tapas

y parte del principio y del final,
no podrás leer nunca
las primeras páginas de tu tiempo,

las que cuentan lo ocurrido
antes de tu nacimiento
y tus remotos años infantiles,

—apenas sabes lo que te han dicho
de vez en cuando los abuelos—
ni llegarás a conocer siquiera,

si la memoria te falla
o bien la abrumada razón,
como serán los postreros,

ni puedes vislumbrar
qué sucederá después del momento
en que tu cuerpo vencido,

rechazado por la vida,
se contraiga en un último estertor.
¿Arderás tras un choque

en la autopista en un día de niebla,
te pudrirás en el cieno de un río
o entre las algas profundas

en los brazos de una suave sirena,
o serás inhumado
con los ritos funerarios propicios?

Ese viejo tomo incoherente
que solo tú entiendes —y solo en parte—
y nadie más ha leído

permanecerá por siempre incompleto
para todos, y, sí,
inacabado también para ti.



Mecánica de fluidos
El tiempo, que tantas veces
han comparado a un río.

L. M. Nava, O tímpano e a pupila

Tú crees ver el mismo río bajo
el que crees que es el mismo puente…
Sabes —deberías saber— que el río

no es, ni nunca ha sido, el que ahora ves:
el puente, la hoja que fluye, el sauce,
la garza, no son, sino fueron, cuando

los miras; la ausencia, e incluso la herida,
que te parecen hoy irreparables,
fingen solo formas huidizas desde

las que la realidad se transfigura
—lo sabes— en una realidad otra…
Y aun tú, que crees subsistir varado

en la premiosa inercia de los días,
apenas eres aquel que ayer eras,
ni el que creías ser.



Sin mí
Cuando yo ya no sea yo.
S. de Mello, O poema

No sé
si huir

—qué sal
sentir—,


quizá
fingir

—qué luz
hundir—,


tal vez
reír

—qué mar
seguir—


o bien
por fin

—qué sol
hendir—


correr,
salir

—qué mal
servir—


de aquí
sin mí.



La impaciencia es la prima de la pseudociencia
Casado con la lógica, el arte viviría en el incesto.
T. Tzara, Manifeste Dada 1918

Lanzo una duda meditando en algo
ciertamente especial (ven a jugar
conmigo), mientras que me arranco esta

superflua obra de arte del fondo
del lánguido esternón
—la paciencia otorga la salvación—,

no mames más de las ubres-icono
de la petulancia impetuosa pues
entre los esqueletos hallarás

toda la información que desestimas
perfilada sobre roca caliza
—bella, melancólica, reflexiva—,

los susurros de las piedras inundan
las galerías: en las mudas dudas
(léelo como si lo comprendieras)

bebes la salvación
—¡paciencia!—, nadie supo ni sabrá…
pero pronto llegarán más mensajes.



Huida al hielo
Congelado y descongelado y congelado otra vez.
F. Gander, Aubade

1

Frío gris, blanco invierno:
mi alma proscrita
vive muerte infinita
en hielo eterno.


2

Aún le quedaba
un poco de razón,
no lo sabía,

pisadas, marcas
en el glaciar del tiempo,
no era él quien,

el cuerpo, chert y sílex,
un rescoldo, la mente,
en la ceniza,

no era él, le arrojaron
bajo el silencio,
un algo de razón,

vacío, blanco helado,
con la palabra
atrofiada en sus dedos,

las huellas, marcas,
duros desgarros
sobre el hielo del tiempo,

no sabía, no era,
con la cellisca
encerrada en sus ojos,

bajo el silencio,
con la memoria
aterida en las manos,

chert, sílex, ceniza,
y la distancia
agrietada en su lengua,

frío blanco gris,
alma en muerte infinita
y hielo eterno.



Los páramos
Donde habite el olvido,
allí estará mi tumba.

G. A. Bécquer, Rima LXVI

Donde habite el olvido,
en los vastos jardines sin aurora.

L. Cernuda, Donde habite el olvido

A donde habita el olvido,
donde se alza la antigua
negra piedra solitaria
sobre el páramo terrífico;

donde se enzarza el olvido,
en la bruma remordida
de los recodos del tiempo
y las cimas del vacío;

donde se oculta el olvido,
entre los yermos jardines
sin aurora ni confines
en los senos de los siglos;

donde se hiela el olvido,
en la gran región desierta
del amor enarenado
en revueltos laberintos

donde se herrumbra el olvido;
a allá donde lato y vibro,
o acá, lejos,
donde olvido mi extravío…

a donde huye el olvido
huiré conmigo.



Niño de corazón frío
El alma es toda vidrios y arenales.
G. Diego, Lluvia o llanto

Ama al frío, niño
de corazón río.
Como le dijo
el crambe al mar:

—Sin tu sal
que me inunda de sed
no rompería la red
de mi mal.

Sufre el viento, crío
de corazón mar.
Como le habló
la limosella al río:

—Sin tu arena
que me arrastra y me araña
no quebraré la maraña
de mi pena.

Ay, ese niño
del corazón río.
¿Qué más le dijo
el crambe al mar?

—Sin tu sal,
que me colma de calma,
se mustiaría mi alma
no inmortal.

Ay, ese crío
del corazón mar.
¿Qué más le habló
la limosella al río?

—Sin tu fuente,
que me da de beber,
se secaría mi ser
quietamente.

Así le dijo
la limosella al río;
esto le habló
el crambe al mar.

           · · ·

¡Ay, ese mi niño
de corazón frío!
Ai o meu meniño
do corazón mar!



Marinada
Las olas rompen.
T. Santôka, Haiku

Borracho y a solas,
sentado en un bar

delante del mar,
mirando en las olas,

haciendo cabriolas,
la mierda flotar,

sonrío al brindar
por las olas frías

que dejan mis días
llegar y pasar.




9. Quedo

»en mi infinito



Coda
Imperioso el pastor de poemas congelados.
E. Villa, Euonirico transfer

Voy cumpliendo con el rito
mientras espero
a que el tiempo puñetero
dé en mi infinito.


egm. 2024

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