18 de abril de 2020

Cesare Pavese

Sencillez


El hombre solo —que estuvo en la cárcel— regresa a la cárcel
cada vez que muerde un pedazo de pan.
En la cárcel soñaba con las liebres que huían
sobre el suelo invernal. En la niebla de invierno
el hombre vive entre muros de calles, bebiendo
agua fría y mordiendo un pedazo de pan.

Uno cree que después renacerá la vida,
que el aliento se calmará, que volverá el invierno
con olor a vino en la cálida posada,
y el buen fuego, el establo y la comida. Uno cree,
mientras está dentro uno cree. Sale fuera una noche
y las liebres las atraparon y se las comieron al calor
los otros, alegres. Hay que mirarlos por las ventanas.

El hombre solo se atreve a entrar a tomar un vaso
cuando realmente se hiela, y contempla su vino:
El color ahumado, el sabor intenso.
Muerde el pedazo de pan, que sabía a liebre
en la cárcel, pero ahora ya no sabe a pan
ni a nada. E incluso el vino no sabe más que a niebla.

El hombre solo piensa en los campos, contento
de saberlos ya arados. En la habitación vacía
intenta cantar en voz baja. Observa
a lo largo del talud el penacho de zarzas seco
que estaba verde en agosto. Da un silbido a la perra.
Y aparece la liebre y ya no tienen frío.



Cesare Pavese. Semplicità (marcellocomitini)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2020


                    ∼

Semplicità

L’uomo solo – che è stato in prigione – ritorna in prigione
ogni volta che morde in un pezzo di pane.
In prigione sognava le lepri che fuggono
sul terriccio invernale. Nella nebbia d’inverno
l’uomo vive tra muri di strade, bevendo
acqua fredda e mordendo in un pezzo di pane.


Uno crede che dopo rinasca la vita,
che il respiro si calmi, che ritorni l’inverno
con l’odore del vino nelle calda osteria,
e il buon fuoco, la stalla, e le cene. Uno crede,
fin che è dentro uno crede. Si esce fuori una sera,
e le lepri le han prese e le mangiano al caldo
gli altri, allegri. Bisogna guardali dai vetri.


L’uomo solo osa entrare per bere un bicchiere
quando proprio si gela, e contempla il suo vino:
il colore fumoso, il sapore pesante.
Morde il pezzo di pane, che sapeva di lepre
in prigione, ma adesso non sa più di pane
né di nulla. E anche il vino non sa che di nebbia.


L’uomo solo ripensa a quei campi, contento
di saperli già arati. Nella sala deserta
sottovoce si prova a cantare. Rivede
lungo l’argine il ciuffo di rovi spogliati
che in agosto fu verde. Dà un fischio alla cagna.
E compare la lepre e non hanno più freddo.





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