un mendigo sentado sobre el suelo
entre la gente que pasa, ignorándolo,
agita el desagradable muñón
de su antebrazo derecho y, al tiempo,
tiende su única mano buscando
alguna autocomplacida limosna.
Delante, a pocos metros, una niña
pequeña, en su pequeño vestidito,
—mientras, ajena, su madre revuelve
la ropa de un puesto— mira turbada
el muñón que se encabrita, a su altura,
con un rictus angustiado en la boca.
La madre, absorta en su limbo, no sabe
qué ocurre detrás de ella. La niña…
la niña pronto tendrá inquietos sueños
de serpenteantes monstruos sin ojos.
El mendigo amputado, por su parte,
es solo un profesional de la angustia.
egm. 2018
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