Interrogatorio
¿Qué es la señorita A.?
Es una bruja de dientes marfileños.
¿Qué es el viento en sus cabellos?
No sé qué contestar.
¿Qué es el amor en sus pupilas?
El menos, el más y el mucho.
¿Qué es la vergüenza en su vientre?
El diluvio.
¿Qué es la Revolución?
Déjame pensarlo... Creo que es la señorita A.
¿Qué es un laberinto de una sola línea?
Es el escote de la señorita A.
¿Qué es la Torre de Babel?
Es la belleza multiforme de la señorita A.
¿Qué es la señorita A.?
Un abismo dentro de un precipicio.
¿Qué es la señorita A.?
Es el amor en combustión lenta.
¿Qué es un vestido de noche de seda de color malva?
Es la inmortalidad de la señorita A.
¿Quién es la señorita A.?
Es la Reina de las Algas.
¿Qué es la Iglesia?
Es la sonrisa de la señorita A, turbada, con el vestido rasgado,
sosteniendo en su mano una fusta de hípica.
¿Qué es la mano de la señorita A.?
Es la señorita A.
¿Qué es la soledad?
El sexo de la señorita A.
¿Qué es el placer?
Los zapatos negros, nuevos e inacabables de la señorita A.
¿Qué son las piernas de la señorita A.?
La inspiración de un poeta mediocre.
¿Qué es la soledad?
No me hables más de la señorita A.
¿Qué podría ser el amor de la señorita A.?
Un sueño y al mismo tiempo la realidad.
¿Quién es el amante de la señorita A.?
El recelo.
¿Qué es la vagina de la señorita A.?
Una cosa simple pero también azarosa.
¿Qué son los pechos de la señorita A.?
Son el objeto de mi deseo.
¿Qué es soñar despierto?
No hablemos más de la señorita A.
¿Qué es una caja de píldoras?
La zapatilla rosa y fina de la señorita A.
¿Qué es un cautivo?
El liguero oscuro y cálido de la señorita A.
¿Qué son los celos?
Son la señorita A., desnuda, en plena tempestad.
¿Quién aspira a conocer mejor a la señorita A.?
Yo, el hombre compungido.
☛ Léo Malet. Interrogatoire (lupitovi.tumblr.com)
Trad. (muy libre) E. Gutiérrez Miranda 2018
∼
Interrogatoire
Qu'est-ce que Mme X ?
C'est la sorcière aux dents jaunes
Qu'est-ce que le vent dans ses cheveux ?
Je ne sais quoi répondre.
Qu'est-ce que l'amour dans ses prunelles ?
Beaucoup.
Qu'est-ce que la honte sur son ventre ?
C'est le déluge.
Qu'est-ce que la Révolution ?
Laissez-moi chercher. Je crois bien que c'est Mme X.
Qu'est-ce qu'un Labyrinthe ?
C'est le sein de Mme X.
Qu'est-ce que la tour de Babel ?
C'est la beauté multiforme de Mme X.
Qu'est-ce que Mme X ?
C'est un abîme.
Qu'est-ce que Mme X ?
C'est la reine de la forêt.
Qu'est-ce qu'une robe de soie, une robe de soie du soir ?
C'est l'immortalité de Mme X.
Qui est Mme X ?
L'amour à petit feu.
Qu'est-ce que l'Eglise ?
C'est le rire de Mme X, hagarde, la robe déchirée, tenant en sa main un fouet d'écuyère.
Qu'est-ce que la main de Mme X ?
C'est Mme X.
Qu'est-ce que la solitude ?
Le sexe de Mme X.
Qu'est-ce que la jouissance ?
Les souliers noirs, neufs et immenses de Mme X.
Que sont les oreilles de Mme X ?
Les muses du poète.
Qu'est-ce que la solitude ?
Ne me parlez plus de Mme X.
Que peut-être l'amour de Mme X ?
A la fois un rêve et le réalité.
Qui est l'amant de Mme X ?
Le danger
Qu'est-ce que le vagin de Mme X ?
Une chose simple, mais dangereuse.
Que sont les seins de Mme X ?
L'objet de mon amour.
Qu'est-ce que la rêverie ?
Ne parlons plus de Mme X.
Qu'est-ce qu'une boite d'allumettes ?
La chaussure rose et fine de Mme X.
Qu'est-ce qu'un captif ?
La jarretelle brûlante et lumineuse de Mme X.
Qu'est-ce que la jalousie ?
C'est Mme X, nue, au milieu de l'orage.
Qui aspire à mieux connaitre Mme X ?
Moi, l'homme endeuillé.
Poemas y fragmentos
He had left the world
And brought back round globes and stone images
Of gems, colours, hard and definite.
T. E. Hulme
Un atardecer de ciudad
Atrae y seduce a la Tierra con altas vanaglorias
el atardecer, reinando
al final de las calles hacia el oeste…
Un repentino cielo que llamea
inquietando al extrañado transeúnte
con visiones —ajenas a las largas calles— de Citerea,
o las suaves carnes de lady Castlemaine…
Un festival de carmesíes
es la extendida gloria celeste,
la jubilosa criada del cielo
presumiendo de un manto rojo que arrastra
por los corroídos tejados de la ciudad
sobre la hora del regreso a casa de las multitudes;
una criada vanidosa, persistente, reacia a irse…
Por encima del muelle
Por encima del muelle, silencioso a media noche,
enredada en el cordaje de un alto mástil,
cuelga la luna: La que tan lejana parecía
no es más que el globo de un niño olvidado tras el juego.
El Dique
(La fantasía de un caballero en declive
en una noche fría y amarga)
Una vez, en la sutileza de los violines, hallé el éxtasis
en un destello de tacones de oro sobre el duro pavimento.
Ahora veo
que esa calidez es la misma materia de la poesía.
Oh, Dios: empequeñece
la vieja manta del cielo, carcomida de estrellas,
para que pueda envolverme en ella
y, confortablemente, descansar.
Panorama de ciudad
En un día de verano, en la ciudad,
donde las chimeneas importunan a los cúmulos,
superando en desdén a Flora,
levanta su azul vestido de volantes el cielo.
Así veo su blanca enagua de nubes,
claro encaje, enredándose en las retorcidas cúpulas,
rasgada por las chimeneas,
rotas las puntillas, abierta y deshilachada.
Otoño
Un poco de frío en la noche de Otoño.
Caminando a la intemperie
vi a la rojiza luna inclinándose sobre un seto
como un granjero de cara rubicunda.
No me detuve a hablar, pero asentí;
y por todo en derredor había estrellas melancólicas
con caras blancas, como niños de ciudad.
La puesta de sol
Una corista, ávida de aplausos,
renuente a dejar el escenario,
en un sortilegio final eleva la punta del pie
mostrando su lencería escarlata de nubes carmíneas
entre los hostiles murmullos del patio de butacas.
Conversión
Me adentré despreocupado en el bosque del valle,
en la época de los jacintos,
hasta que la belleza como un paño perfumado
se me echó encima, sofocándome, y fui atado
e inmovilizado, falto de aliento,
por el encanto que es su propio eunuco.
Ahora paso el río final,
ignominiosamente, dentro de un saco, sin un ruido,
como cualquier turco que se asoma al Bósforo.
Una mujer alta
Sólida y pacífica es la ciudad de Horton,
bien conocida por la amistad y la firmeza.
Fijados caminos recorren sus hombres.
Una mujer alta ha llegado a la ciudad de Horton…
En medio de todos los hombres,
subrepticiamente ella aprieta mi mano.
Cuando todos la miran, parece prometer:
Hay un jardín secreto
y una corriente fría…
Así mira ella a todos los hombres;
la misma promesa para muchos ojos.
Aunque, cuando se inclina hacia delante, en una habitación,
y aparentemente por casualidad sus pechos me rozan,
entonces es el eje del mundo que se retuerce.
Susan Ann y la inmortalidad
Su cabeza colgada
miraba a la tierra, fija e intensamente,
como el conejo al armiño,
hasta que la tierra era cielo,
cielo que era verde,
y pasaban nubes marrones,
como hojas de castaño arqueando el suelo.
Un secreto repentino
Una repentina cala secreta cerca de Budley,
agua sin olas, acantilado cerrado.
Un calmo retiro del mar, que
se adormila al calor del mediodía.
La arena de terciopelo, suave cual torneado muslo
de la Dama de Avé, yace como dormida.
Vibrante calor del mediodía temblando ante la vista.
¡Oh ansioso paje! ¡Oh arena aterciopelada!
Pusilánimes olas trémulas reptan
tímidamente —¡ah, cuánta maravilla!—
temblando y retrocediendo.
Resiste —santifica el Abate—, es solo un sueño aparente.
¡Oh muslo redondo y liso…!
Se alza un viento áspero, los oscuros acantilados acechan.
Calvino cari-agrio, ¿sigues gimoteando aún?
Lejos y muy atrás
Lejos y muy atrás hay un estanque redondo
donde los árboles reflejados traen triste recuerdo
y cuya tensa superficie aguarda expectante
la ola extática que la ondule
en el sacramento de la unión,
la fugitiva dicha que llegue con la lágrima
que deja caer la princesa de mediana edad
—hermana de la Rana principesca— mientras
se inclina en trance con una curva soñadora,
como un adormecido lamento en una canción oriental.
En la tierra tranquila
En la tierra tranquila
hay un desconocido fuego secreto.
De repente las rocas se fundirán
y los viejos caminos se volverán engañosos.
Atravesando el camino familiar
hay una profunda grieta.
Debo detenerme y retroceder.
En la fría tierra
hay un fuego secreto.
¡Por la noche!
¡Por la noche!
Todo el terror está en eso:
Las ramas del árbol muerto
perfiladas en el borde de la colina,
las oscuras venas enfermas
en el blanco cuerpo muerto del cielo,
el desgarrador garfio de hierro
de la despiadada Mara
manejando blandas nubes insurrectas,
la marca de los dioses obscenos
sobre su ganado volador
que deambula por las praderas celestes.
El poeta
Sobre una gran mesa plana se inclinaba en éxtasis,
en un sueño.
Había ido al bosque, y hablado y caminado con los árboles.
Había dejado el mundo
y trajo de vuelta esferas e imágenes de piedra,
de gemas, colores, duros y definidos.
Con ellos jugó, en un sueño,
sobre la mesa plana.
Mana Aboda
La belleza es el tiempo estancado, la vibración estacionaria, el fingido
éxtasis de un impulso detenido incapaz de alcanzar su fin natural.
Mana Aboda, cuya combada forma
es el cielo en círculo arqueado, parece ser
que una vez se lamentaba de un dolor desconocido.
Sin embargo un día la oí gritar:
«Me he cansado de las rosas y los poetas cantores;
Josés todos, no tan altos como para intentarlo».
El hombre en el nido del cuervo
(Hombre de vigía)
Extraño para mí suena el viento que sopla
sobre el mástil en la noche solitaria.
Tal vez sea el mar silbando —fingiendo alegría
para ocultar su miedo—
como un chico pueblerino
que, temblando, pasa junto al cementerio.
En la plaza de la ciudad
En la plaza de la ciudad por la noche,
el encuentro de las antorchas.
El inicio de la gran marcha;
los llantos, los vítores, la despedida.
Desfilando en orden
por las calles familiares,
entre amigos vistos por última vez.
Desfilando con antorchas.
Sobre la cima de la colina,
la luna y el páramo;
y marchamos solos,
las antorchas ya apagadas.
En la fría colina,
los vítores por el soldado muerto
—re-visto por primera vez—.
Desfilando en orden
¿hacia dónde?
Como una gallina
Como una gallina se tiende en la hierba alta
ante el terror del halcón,
la trenzada luz blanca se arrastraba
susurrando con la mano en la boca misteriosa,
cazando las sombras que saltaban en las rectas calles
de casas blancas en los antiguos pueblos flamencos.
El loco
Mientras camino junto al río
los que aún no se han retirado me adelantan.
Yo veo más allá de ellos, los toco.
Y en la distancia, sobre el agua,
lejos de las luces,
veo la Noche, esa oscuridad salvaje,
pero no la temeré.
Cuatro paredes me rodean,
puedo tocarlas;
si muero, puedo flotar allí,
gemir y canturrear y recordar el mar.
En el cielo, oh espíritu mío,
recuerda el mar y su gemido:
canturrear en presencia de Dios te sostendrá.
Tengo frío otra vez, como después de llorar.
Y tiemblo. Pero no hace viento.
Musié
Sobre un vacío, un desierto, un llano espacio sin nada,
llegó en oleadas, como viento,
el sonido de tambores, en líneas, barriendo los ejércitos…
sueños de notas suaves
navegan como una flota al atardecer
por un mar en calma.
Trincheras: Saint-Éloi
(Poema TEH: Resumido de la conversación del Sr. T. E. H.)
Sobre las planas laderas de Saint-Éloi
un ancho muro de sacos de arena.
Noche,
en el silencio de los hombres inconexos
trajinando sobre pequeños fuegos, limpiando sus escudillas:
de aquí para allá, desde las líneas,
los hombres caminan como en Piccadilly,
trazando caminos en la oscuridad
a través de caballos muertos desperdigados,
sobre el vientre de un belga muerto.
Los alemanes tienen cohetes. Los ingleses no tienen cohetes.
Tras la línea, cañón, escondido, tendido millas atrás.
Tras la línea, caos:
Mi mente es un pasillo. Las mentes a mi alrededor son pasillos.
Nada se sugiere a sí mismo. No hay nada que hacer sino seguir.
Este poema fue transcrito por Ezra Pound, probablemente después de una conversación o recital de T. E. Hulme. Pound también menciona a Hulme en el decimosexto de sus Cantos: Y el amigo T.E.H. fue allá/ con un montón de libros de la biblioteca,/ la Biblioteca de Londres, y un proyectil los enterró en una trinchera,/ y la Biblioteca manifestó su disgusto./ Y una bala le dio en el codo/ ... había atravesado al tipo que tenía delante,/ y él leía a Kant en el hospital, en Wimbledon,/ en el original,/ y eso al personal médico no le gustó.
[Las columnas de amatista*]
Ahora, aunque la falda haya caído,
desaparecida la visión del mar,
aunque apoyado —abominable sentimiento—
por los fríos vientos del sentido común,
aún mi marinero piensa seguir navegando.
Todavía se oye el murmullo del azul
en torno a los negros acantilados de tu zapato.
Oh, dama, para mí lleno de misterio
está ese mar azul de más allá de tu rodilla.
La mística tristeza de la visión
de una ciudad lejana en la noche.
Su falda se levantó como una niebla oscura
desde las columnas de amatista.
El borde de la falda de volantes
retrocediendo como olas en un acantilado.
Esto a todas las alegres damas digo:
¡Fuera, aborrecible encaje, fuera!
*Poema compuesto por el traductor a partir de varios
fragmentos semejantes, rimados y de temática relacionada.
Fragmentos
Deseo siempre el gran lienzo para mis líneas y ademanes.
Las viejas casas fueron en otro tiempo andamios,
con obreros que silbaban.
La floración de la uva ha terminado.
Ese momentáneo tiempo mágico.
Como en un velado escenario, frágil, Anar,
temblando con lánguidos brazos que cuelgan flojos,
al contacto de la fría mano de Manar
colocó el aviso.
El cielo es el ojo de la tierra trabajadora.
Anoche se quedó mirando hasta tarde.
Hoy pasan las nubes como motas
a través de su visión borrosa.
Cuando ella habla, sus pechos casi me tocan.
Recuesta hacia atrás su cabeza.
Oh Dios, estrecha el cielo,
la vieja manta carcomida de estrellas,
hasta que me envuelva en calor.
Por las largas calles desoladas de las estrellas.
No es manta el cielo para mantener calientes
a las pequeñas estrellas.
En algún lugar los dioses
—los fabricantes de mantas en la pradera del frío—
duermen en sus mantas.
(«La religión es la amplia mentira de la calidez temporal».)
Raleigh, prisionero en la torre oscura,
soñaba con el mar azul y más allá,
donde en un extraño paraíso tropical
crecía el almizcle…
Aquí estoy, sobre el duro suelo,
excluido del cálido paraíso del amor.
Me acuesto solo en el pequeño valle, al calor del mediodía,
en el reino de los pequeños sonidos.
El cálido aire susurra lascivamente.
La alondra canta con un sonido
de distantes arroyos inalcanzables.
La alondra se arrastra sobre la nube
como una pulga en un cuerpo blanco.
Con una reverencia cortesana el árbol doblado suspiró:
Les presento a mi amigo el sol.
El post-negro yace bajo a lo largo de las colinas
como el humo que arrastra un barco a vapor.
Tres pájaros volaron sobre el muro rojo
hacia el pozo del sol de la tarde.
Oh condenados pájaros audaces pasando ante mi vista.
Los sonidos revoloteaban
como murciélagos al atardecer.
Me adentré en el bosque en junio
y de repente la Belleza, como un grueso velo perfumado
me sofocó,
me hizo tropezar, me agarró de las piernas,
me capturó.
☛ Further Speculations by T.E. Hulme (epdf.pub)
☛ Thomas Ernest Hulme. Poems (allpoetry.com)
☛ T. E. Hulme Archive (keele.ac.uk)
Recopilación y traducción E. Gutiérrez Miranda 2018
∼
Poems and Fragments
A City Sunset
Alluring, Earth seducing, with high conceits is the sunset that reigns
at the end of westward streets…
A sudden flaring sky
troubling strangely the passer by
with visions, alien to long streets, of Cytherea
or the smooth flesh of Lady Castlemaine…
A frolic of crimson
is the spreading glory of the sky,
heaven’s jocund maid
flaunting a trailed red robe
along the fretted city roofs
about the time of homeward going crowds
— a vain maid, lingering, loth to go…
Above The Dock
Above the quiet dock in mid night,
Tangled in the tall mast’s corded height,
Hangs the moon. What seemed so far away
Is but a child’s balloon, forgotten after play.
The Embankment
(The fantasia of a fallen gentleman on a cold, bitter night)
Once, in finesse of fiddles found I ecstasy,
In the flash of gold heels on the hard pavement.
Now see I
That warmth’s the very stuff of poesy.
Oh, God, make small
The old star-eaten blanket of the sky,
That I may fold it round me and in comfort lie.
Town sky-line
On a summer day, in Town,
Where chimneys fret the cumuli,
Flora passing in disdain
Lifts her flounced blue gown, the sky.
So see I, her white cloud petticoat,
Clear Valenciennes, meshed by twisted cowls,
Rent by tall chimneys, torn lace, frayed and fissured.
Autumn
A touch of cold in the Autumn night—
I walked abroad,
And saw the ruddy moon lean over a hedge
Like a red-faced farmer.
I did not stop to speak, but nodded,
And round about were the wistful stars
With white faces like town children.
Sunset
A coryphée, covetous of applause,
Loth to leave the stage,
With final diablerie, poises high her toe,
Displays scarlet lingerie of carmin’d clouds,
Amid the hostile murmurs of the stalls.
Conversion
Lighthearted I walked into the valley wood
In the time of hyacinths,
Till beauty like a scented cloth
Cast over, stifled me. I was bound
Motionless and faint of breath
By loveliness that is her own eunuch.
Now pass I the final river
Ignominiously, in a sack, without a sound,
As any peeping Turk to the Bosphorous.
A tall woman
Solid and peaceful is Horton town
Known is all friendship and steady.
In fixed roads walks every man.
A tall woman is come to Horton town…
In the midst of all men, secretly she presses my hand.
When all are looking, she seems to promise.
There is a secret garden
And a cool stream…
Thus at all men she looks.
The same promise to many eyes.
Yet when she forward leans, in a room,
And by seeming accident, her breasts brush against me,
Then is the axle of the world twisted.
Susan Ann and Immortality
Her head hung down
Gazed at earth, finally keen,
As the rabbit at the stoat,
Till the earth was sky,
Sky that was green,
And brown clouds passed
Like chestnut leaves along the ground.
A sudden secret
A sudden secret cove by Budley
Waveless water, cliff enclosed.
A still boudoir of the sea, which
In the noon-heat lolls in to sleep.
Velvet sand, smooth as the rounded thigh
Of the Lady of Ave, as asleep she lay.
Vibrant, noon-heat, trembling at the view.
Oh eager page! Oh velvet sand!
Tremulous faint-hearted waves creep up
Diffident — ah, how wondering!
Trembling and drawing back.
Be bold — the Abbe blesses — 'tis only feigned sleep.
Oh smooth round thigh!...
A rough wind rises, dark cliffs stare down.
Sour-faced Calvin — art thou whining still?
Far back there
Far back there is a round pool,
Where trees reflected make sad memory,
Whose tense expectant surface waits
The ecstatic wave that ripples it
In sacrament of union,
The fugitive bliss that comes with the red tear
That falls from the middle-aged princess
(Sister to the princely Frog)
While she leans tranced in a dreamy curve,
As a drowsy wail in an Eastern song.
In the quiet land
In the quiet land
There is a secret unknown fire.
Suddenly rocks shall melt
And the old roads mislead.
Across the familiar road
There is a deep cleft.
I must stand and draw back.
In the cool land
There is a secret fire.
At night!
At night!
All terror's in that.
Branches of the dead tree,
Silhouetted on the hill's edge.
Dark veins diseased,
On the dead white body of the sky.
The tearing iron hook
Of pitiless Mara.
Handling soft clouds in insurrection.
Brand of the obscene gods
On their flying cattle,
Roaming the sky prairie.
The Poet
Over a large table, smooth, he leaned in ecstasies,
In a dream.
He had been to woods, and talked and walked with trees
Had left the world
And brought back round globes and stone images
Of gems, colours, hard and definite.
With these he played, in a dream,
On the smooth table.
Mana Aboda
Beauty is the marking-time, the stationary vibration, the feigned
ecstasy of an arrested impulse unable to reach its natural end.
Mana Aboda, whose bent form
The sky in archèd circle is,
Seems ever for an unknown grief to mourn.
Yet on a day I heard her cry:
'I weary of the roses and the singing poets—
Josephs all, not tall enough to try.'
The Man in the Crow's Nest
(Look-out Man)
Strange to me, sounds the wind that blows
By the masthead, in the lonely night
Maybe 'tis the sea whistling - feigning joy
To hide its fright
Like a village boy
That trembling past the churchyard goes.
In the city square
In the city square at night, the meeting of the torches.
The start of the great march,
The cries, the cheers, the parting.
Through the familiar streets,
Through friends for the last time seen
Marching with torches.
Over the hill summit,
The moon and the moor,
And we marching alone.
The torches are out.
On the cold hill,
The cheers of the warrior dead.
(For the first time re-seen)
Marching in an order,
To where?
As a fowl
As a fowl in the tall grass lies
Beneath the terror of the hawk,
The tressed white light crept
Whispering with hand on mouth mysterious
Hunting the leaping shadows in straight streets
By the white houses of old Flemish towns.
Madman
As I walk by the river
Those who have not yet withdrawn pass me.
I see past them, touch them,
And in the distance, over the water,
Far from the lights,
I see Night, that dark savage,
But I will not fear him.
Four walls are round me.
I can touch them.
If I die, I can float by.
Moan and hum and remember the sea
In heaven, Oh my spirit,
Remember the sea and its moaning.
Hum in the presence of God, it will sustain you.
Again I am cold, as after weeping.
And I tremble — but there is no wind.
Musié
Over a void, a desert, a flat empty space,
Came in waves, like winds,
The sound of drums, in lines, sweeping like armies.
Dreams of soft notes
Sail as a fleet at eve
On a calm sea.
Trenches: St Eloi
(TEH Poem: Abbreviated from the Conversation of Mr. T.E.H.)
Over the flat slopes of St Eloi
A wide wall of sand bags.
Night,
In the silence desultory men
Pottering over small fires, cleaning their mess- tins:
To and fro, from the lines,
Men walk as on Piccadilly,
Making paths in the dark,
Through scattered dead horses,
Over a dead Belgian's belly.
The Germans have rockets. The English have no rockets.
Behind the line, cannon, hidden, lying back miles.
Beyond the line, chaos:
My mind is a corridor. The minds about me are corridors.
Nothing suggests itself. There is nothing to do but keep on.
Fragments
Now though the skirt be fallen,
Gone the vision of the sea.
Though braced (abominable feeling)
By the cold winds of common sense,
Still my seaman thought sails hence.
Still hears the murmur of the blue
Round the black cliffs of your shoe.
O lady, to me full of mystery
Is that blue sea beyond your knee.
The mystic sadness of the sight
Of a far town seen in the night.
Her skirt lifted as a dark mist
From the columns of amethyst.
The flounced edge of skirt, recoiling like waves off a cliff.
This to all ladies gay I say.
Away, abhorred lace, away.
Always I desire the great canvas for my lines and gestures.
Old houses were scaffolding once, and workmen whistling.
The bloom of the grape has gone.
That magic momentary time.
As on a veiled stage, thin Anar
Trembles with listless arms hung limp
At the touch of the cold hand of Manar
Placed warning.
The sky is the eye of labourer earth.
Last night late in the view he stayed.
To-day, clouds pass, like motes
Across his bleared vision.
When she speaks, almost her breasts touch me.
Backward leans her head.
Down the long desolate streets of stars.
Oh God, narrow the sky,
The old star-eaten blanket,
Till it fold me round in warmth.
No blanket is the sky to keep warm the little stars.
Somewhere the gods (the blanket-makers in the prairie
of cold)
Sleep in their blankets.
["Religion is the expansive lie of temporary warmth."]
Raleigh in the dark tower prisoned
Dreamed of the blue sea and beyond
Where in strange tropic paradise
Grew musk…
Here stand I on the pavement hard
From love's warm paradise debarred.
I lie alone in the little valley, in the noon heat,
In the kingdom of little sounds.
The hot air whispers lasciviously.
The lark sings like the sound of distant unattainable brooks.
The lark crawls on the cloud
Like a flea on a white body.
With a courtly bow the bent tree sighed
May I present you to my friend the sun.
The after-black lies low along the hills
Like the trailed smoke of a steamer.
Three birds flew over the red wall into the pit of the setting sun.
O daring, doomed birds that pass from my sight.
Sounds fluttered, like bats in the dusk.
I walked into the wood in June
And suddenly Beauty, like a thick scented veil
Stifled me,
Tripped me up, tight round my limbs,
Arrested me.
has ido a llevar flores nuevas
al jardín de los mármoles transidos.
—Son jinetes yamnayas cabalgando
en crisantemos amarillos.
—Oh, Enri, alguien
ha escrito el poema que tú
ni has llegado a intentar escribir.
—No soy gaviota ni océano —el agua
dice: «de nuevo»—, no aquí.
—Oh Enri, tu sorna trasluce
un peñascal inundado de astucias.
—Escupo semen de mis ojos
cuando me dejo embromar
por el perverso viento del otoño.
—Oh, Enri, repara:
las últimas nubes de la ventisca
apenas velan el crepúsculo.
—A la velocidad del infinito
se expande el vacío del mundo.
—Oh Enri, Enri,
¿dónde has olvidado tu tiempo?
—No me inquieta mucho, en verdad;
pero reza tú por ella
si es que crees en mi alma inmortal.
egm. 2018
Lluvia de estatuas
De las guerras mitridáticas, siglo I a. C.
Nuestro general estaba en otra parte
cuando nos ahogamos.
Mientras descansaba nos envió a casa
con el grueso de su botín,
que entorpecía al ejército.
La furiosa tormenta
que nos atrapó despedazó los cascos
y nos convirtió en ofrendas al fondo del mar:
una lluvia de estatuas, oro y hombres.
Liberados del servicio,
realizado en la guerra,
silenciados el siseo y el estrépito,
caímos a través de corrientes de criaturas
cuyas vidas son su propósito.
Nos instalamos junto al tesoro saqueado
en los templos de la ruinosa Grecia ateniense;
entre nosotros dioses y diosas de bronce y mármol,
anclados sin gracia,
esquivados por peces indiscretos.
Su poder nunca tuvo intención de mantenernos a flote
―nuestros placeres fueron obsequios fortuitos―
pero, sacudidos por su resplandor en nuestro polvo,
les dimos nuestras voces.
Sus caras, alas y extremidades
yacen aquí, con nuestros huesos pulidos
e inmóviles instrumentos.
Pequeños cangrejos intentan ponerse anillos
engarzados de ágata y amatista
y muchos pulpos,
buscando un momento de descanso,
encuentran refugio en nuestras cavidades craneales.
Así que todavía estamos en uso.
☛ Sarah Lindsay. Rain of Statues (poetryfoundation.org)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2018
∼
Rain of Statues
From the Mithridatic Wars, first century BC
Our general was elsewhere, but we drowned.
While he rested, he shipped us home
with the bulk of his spoils
that had weighed his army down.
The thrashing storm
that caught us cracked the hulls
and made us offerings to the sea floor —
a rain of statues, gold, and men.
Released from service,
done with war,
the crash and hiss muted,
we fell through streams of creatures
whose lives were their purpose.
We settled with treasure looted
from temples of rubbled Athenian Greece;
among us, bronze and marble gods and goddesses
moored without grace,
dodged by incurious fish.
Their power was never meant to buoy us —
our pleasures were incidental gifts —
but, shaken by their radiance in our dust,
we had given them our voices.
Their faces, wings, and limbs
lie here with our sanded bones
and motionless devices.
Little crabs attempt to don rings
set with agate and amethyst,
and many an octopus,
seeking an hour of rest,
finds shelter in our brain-cases.
So we are still of use.