7 de febrero de 2015

Joan Perucho

Las arañas

La joven y bella condesa iba muy a la última moda y surgía ante los deslumbrados ojos masculinos vistiendo estrechos pantalones acampanados y entallado chaquetón de pana color ciclamen. Su marido, el conde de Clathz, entomólogo de profesión, era un tipo siniestro a lo Erik von Stroheim, siempre con el cráneo rapado y usando monóculo, polainas y jerseyes de cuello alto doblado. Llevaba perpetuamente enfundadas sus manos en guantes de reluciente cuero negro.
Por el contrario, la belleza de la condesa se apoyaba en el puro idealismo que le conferían su larga cabellera rubia, su tez pálida y sus ojos azules. Era una preciosidad. Leía a Novalis, hablaba con voz suave e interpretaba al piano por las noches, junto a la encendida chimenea del gran salón del castillo, la música evanescente de Claude Debussy. Su marido, entonces, hundido en una mullida butaca, entornaba los párpados y hacía rechinar sus enguantadas y escalofriantes manos.
La cosa se puso fea cuando la policía intervino en la muerte misteriosa de Matías, el mayordomo. El forense dictaminó que Matías había muerto de miedo, y los agentes practicaron un registro minucioso por todas las dependencias del castillo. En el sótano se hallaron seis monstruosas arañas, de la especie de la Mygala, grandes como mastines, silbando amenazadoramente. Cuando los horribles bichos vieron llegar a la condesa conducida por los agentes, se calmaron y fueron a acurrucarse voluptuosamente a sus pies. Tres de los policías se desmayaron ante tal abominable espectáculo.
El conde y la condesa de Clathz fueron declarados locos de atar, y se les puso en seguida la camisa de fuerza. Los monstruos fueron destruidos con lanzallamas del Ejército. En el gabinete de la condesa se encontraron libros de magia y abundante correspondencia infernal. Una de las cartas estaba redactada en los siguientes sibilinos términos:


A la condesa de Clathz.

Abominación de la detestación, terremoto, diluvio, tempestad, viento, cometa, planeta, océano, flujo, genio, silfo, sátiro, adríada y amadríada.
El mandante del gran genio del mal, aliado de Belcebú, compañero de armas de Astarot, triunfador y seductor de Eva, autor del pecado original y ministro del zodíaco, tiene derecho de poseer, atormentar, punzar, perfeccionar, excitar a la naturaleza impotente, quemar, envenenar, dar de puñaladas y acosar con las arañas a la humanidad entera por haber ultrajado la naturaleza y haber desoído y maldecido a la muy honorable sociedad mágica; cuyas armas, en fe de todo esto, hemos mandado fijar.
Hecho en el sol, frente a la luna, el gran ministro plenipotenciario, el 5.818 día y la 1.819 hora de la noche, gran cruz y tribuno de la sociedad mágica. El presente poder tendrá efecto incluso sobre Cocó
(era la ardilla del conde Clathz, muy odiada por la condesa y sus arañas).
Thesaurochrysonicochrioydes
Por su excelencia, el secretario
Pinchichi-Pinchi.


También se encontraron entre los papeles de la condesa (que según se vio después combinaba la brujería con la ciencia entomológica de su marido), detalladas acotaciones sobre las propiedades mágicas de distintas arañas: la “tejenaria”, la “epeira diadema”, la “licosa de Narbona”, la “salticus”, e incluso la “tarántula” y la “viuda negra”, tan temidas por su picadura. Había asimismo antiguos y polvorientos tratados sobre tales artrópodos, los cuales no siempre fueron funestos, como lo atestigua la noticia de que Pablo V gratificó a una hermandad con las llamadas “indulgencias de las arañas”.
Lo que más llamó la atención fue, escrita de puño y letra de la condesa, la relación de lo que le aconteció, cuando iba de viaje, a un antepasado suyo, el mariscal de Sajonia. De tal noticia he hallado confirmación en Collin de Plancy, el célebre demonólogo, el cual afirma que el mariscal de Sajonia, al traspasar una aldea, acostóse en una cabaña infestada de aparecidos que ahogaban a los viajeros; se citan de ello numerosos ejemplos. Mandó, pues, a su criado que velase una mitad de la noche, diciendo que le cedería su cama para dormir la otra mitad y velaría él a su vez. A las dos de la mañana nada había aún aparecido cuando el criado, sintiéndose los ojos pesados, fue a despertar a su dueño, que no respondió, y creyéndole aletargado por el sueño le sacudió, una y otra vez, inútilmente. Asustado, toma la luz, levanta las sábanas y ve al mariscal bañado en sangre. Una araña monstruosa le chupaba el pecho izquierdo. Cae el criado de rodillas, reza un padrenuestro y ve que la araña disminuye de tamaño progresivamente hasta quedar normal, aunque hinchada y furiosa. Corre entonces, toma unas tenazas para combatir con este enemigo de nueva clase, coge la araña y la arroja al fuego, produciéndose un humo pestilente y grandes y cavernosos gritos. Hasta después de un largo adormecimiento no pudo recobrar sus sentidos el mariscal, y desde entonces no se oyó hablar más de aparecidos en aquel lugar.
Quizás esta historia determinase la extraordinaria locura de la condesa de Clathz, y le viniera de herencia lo de las arañas. Todo era muy raro, y fue prolijamente comentado por la prensa mundial. Lo cierto es que, no habiéndose encontrado explicación plausible al crecimiento inaudito de los repugnantes animales, todo quedó sumido en el más profundo misterio. Recientemente se rodó una película con este argumento.
La bella condesa sanó muy pronto de su enfermedad, y los médicos le dieron el alta. En cambio, el conde se hundió rápidamente en la decrepitud, y babeaba por los rincones. Al salir del manicomio, Karin —que este era el nombre de pila de la condesa— dejó de usar su título y montó una tienda de modas en “Carnaby Street”.
Ahora, un amigo mío me ha escrito desde Londres contándome que la atractiva y elegante Karin Clathz, habiendo enviudado del conde, se ha casado con un fotógrafo de moda y se ha convertido en una potencia en la edición y lanzamiento de “posters”. En uno de ellos, puede verse a Jane Fonda interpretando el papel de Barbarella, una Barbarella aterrorizada y retenida por algo así como vivientes lianas o finas y largas patas de arácnidos. Es, desde luego, un “poster” muy bonito, pero que muy bonito y audaz.



Joan Perucho, en Nicéforas y el grifo (Editorial Taber, 1968)


☛ PyoZ ☚