¡Cuántos bardos adornan el transcurso del tiempo!
¡Cuántos bardos adornan el transcurso del tiempo!
Algunos de ellos siempre fueron el alimento
de mi ensueño fantástico —podría cavilar
sobre sus cualidades, terrenas o elevadas—
y con frecuencia, cuando me dedico a los versos,
en tropel intervienen ante mi inspiración,
pero sin desconcierto ni grosero trastorno,
haciendo su función con un timbre agradable,
como tantos sonidos que prodiga la tarde:
el canto de los pájaros, el rumor de las hojas,
la voz de los arroyos, la campana que se alza
con solemne tañido, —y miles de otros más
que la distancia impide que los reconozcamos—
producen grata música y no salvaje estruendo.
☛ John Keats. How Many Bards Gild the Lapses of Time! (bartleby.com)
Trad. E. Gutiérrez Miranda 2012
∼
How Many Bards Gild the Lapses of Time!
How many bards gild the lapses of time!
A few of them have ever been the food
Of my delighted fancy,—I could brood
Over their beauties, earthly, or sublime:
And often, when I sit me down to rhyme
These will in throngs before my mind intrude:
But no confusion, no disturbance rude
Do they occasion; ’tis a pleasing chime.
So the unnumber’d sounds that evening store;
The songs of birds—the whisp’ring of the leaves—
The voice of waters—the great bell that heaves
With solemn sound,—and thousand others more,
That distance of recognizance bereaves,
Make pleasing music, and not wild uproar.
Pequeño poema infinito
Equivocar el camino
es llegar a la nieve
y llegar a la nieve
es pacer durante veinte siglos las hierbas de los cementerios.
Equivocar el camino
es llegar a la mujer,
la mujer que no teme la luz,
la mujer que mata dos gallos en un segundo,
y luz que no teme a los gallos
y los gallos que no saben cantar sobre la nieve.
Pero si la nieve se equivoca de corazón
puede llegar el viento Austro
y como el aire no hace caso de los gemidos
tendremos que pacer otra vez las hierbas de los cementerios.
Yo vi dos dolorosas espigas de cera
que enterraban un paisaje de volcanes
y vi dos niños locos que empujaban llorando las pupilas de un asesino.
Pero el dos no ha sido nunca un número
porque es una angustia y su sombra,
porque es la guitarra donde el amor se desespera,
porque es la demostración de otro infinito que no es suyo
y es las murallas del muerto
y el castigo de la nueva resurrección sin finales.
Los muertos odian el número dos,
pero el número dos adormece a las mujeres
y como la mujer teme la luz
la luz tiembla delante de los gallos
y los gallos sólo saben volar sobre la nieve
tendremos que pacer sin descanso las hierbas de los cementerios.
Quizá podrías hacer algo más,
el neón azul, la luna,
la niebla junto al puente, un perro
en la oscuridad, el mar gris,
hay cambios a tu alrededor,
sobre el horizonte y la roca
en erección, el faro, da la vuelta,
la larga recta hasta el final,
cuando crees que has vencido
resulta no ser tan dulce el sabor,
las niñas no saben jugar,
todo está interconectado
en la substancia de los sueños,
el faro completa la peña
en los hombros del mar mayor,
da la vuelta, el jardín de esculturas
cambia con cada temporal,
fascinante extraña fascinación,
ellas escogen un juguete
por su apariencia exterior,
ya no vas a hacer nada más,
cambia en las olas la luz de la playa,
vuelve la lluvia al asfalto mojado,
o simplemente lo eligen
por el diseño o el color,
las montañas se elevan y se hunden,
quieren jugar a juegos,
los glaciares muelen el tiempo,
para los que el juguetito no sirve,
cambios, cambios en derredor,
los pájaros chillan hacia las brumas
del océano adimensional,
donde se diluyen los sueños
y transfiguran la realidad
pervirtiendo su esplendor,
las nenas no pueden jugar,
arrojan al suelo el cacharro
porque no actúa como ellas quisieran,
lo patalean y lo rompen
con indolencia e impudor,
ruido, voces, da la vuelta,
alguien lee las Elegías
en la terraza del único bar
de la carretera del faro,
ignorando el estupor
del mar que avanza y cae, cambios,
remodelando la línea costera,
silva, tojo y bidaqueiras
inextricablemente entrelazados,
cambios dispersos a tu alrededor,
nubes, mariposa, la higuera
a la que el viento no deja crecer
y se inclina retorciéndose
ante el azote del sol y la sal,
cambios al ritmo del dolor,
el rótulo en neón, la luna oscura,
frío en el puente, el perro,
y los pinos recortan el alba
sobre un dibujo aerografiado
del malva a un cárdeno rubor,
nunca ojean las instrucciones,
no entienden cómo funciona,
sal en la arena volátil,
no comprenden los sistemas mecánicos,
sientes bramar el motor
más fuerte que el mar allá abajo,
ni los mecanismos eléctricos,
agua en el viento salado,
amanecer de irreales neblinas,
tu pie tiembla en el acelerador,
no interpretan los astros
y no llegan a aprender a jugar,
da la vuelta y enfrenta la presión,
las mareas verticales se alzan
solo en invierno y su fragor
retumba en los granitos de la sierra,
lobos cruzados aúllan
su desdeñada soledad,
pero encuentran otro juguete
que despedazar con su amor,
aceleras un poco aún, cambias,
recta, larga, hasta el final,
algo más, inteligencia, tal vez,
dale a la moira su oportunidad,
cambios en tu interior,
cambias, las estrellas se alejan
redibujando las constelaciones,
zarza, aulaga y madreselvas
entrelazadamente inextricables
crean el límite ulterior,
creíste que el tiempo iba a cambiarlo
pero no hay rastro del tiempo,
y no harás nada más, la impermanencia
tampoco lo cambiará,
solo cambia el espectador,
hacia el faro van los suicidas
a recibir el adiós de las olas
en las manos del mar mayor,
un grito breve en la rampa de piedra,
ahora llueve más y peor.
egm. 2012