Con el amanecer
—y la brisa salada—
como espectro o fantasma
de sí misma se aleja
en el aire, y se incendia,
y se abre de golpe…
pero aspira a otros soles
que no extingan su halo
y a avanzar hacia astros
que alimenten sus poros,
—no esta luz de sol mórbido—
elevándose al éter
insondable, fulgente
con un ansia más nítida
que la oscura avaricia,
hasta —con el crepúsculo,
que desnuda los mundos
y a los hombres demuda—
que por fin la extenúa
otra huera jornada;
se detiene, se apaga,
merma su flama efímera,
y ella, azul campanilla,
ya se cierra —se encierra—
en un cosmos de piedra
y deseo furtivo:
tras los blancos postigos
sosegada se vence
en un sueño de duendes
y murmullos del aire…
mas no es ella juzgable;
nadie —nunca— lo es.
egm. 2018
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